sábado

EL HOMBRE QUE FUE JUEVES - G. K. CHESTERTON (1874 – 1936)

VIGESIMOCTAVA ENTREGA

CAPÍTULO NOVENO (2)

EL HOMBRE DE LAS GAFAS (2)

-No diga usted tonterías -saltó el que ya era su mentor-. Hablé de piano, porque el piano da agilidad e independencia a los dedos. Syme, si hemos de arriesgarnos en esta empresa y salir de ella sanos y salvos, tenemos que concertar antes cierto código de señales que ese bruto no pueda sorprender. Yo tengo ciertas cifras alfabéticas correspondientes a los cinco dedos de la mano. Vea usted cómo.

Y redobló con los dedos sobre la mesa.

-B. A. D., bad = "malo"; palabra que hemos de usar con frecuencia.

Syme apuró otro vaso de vino y se puso a estudiar el método. Tenía una facilidad  anormal para los acertijos y los juegos de manos, y no tardó mucho en aprender a formular mensajes elementales con lo que no parecía ser más que un jugueteo ocioso sobre la mesa o la rodilla. Pero el vino y la compañía siempre le dejaban en un estado de ánimo juguetón y travieso, y pronto el Profesor tuvo que hacer esfuerzos para dominar la energía que el cerebro ardiente de Syme comunicaba al nuevo lenguaje.

-Conviene -dijo Syme afectando mucha seriedad-, conviene que establezcamos algunos signos para palabras enteras, palabras que se nos puedan ofrecer con frecuencia finos matices de significación. Por ejemplo, mi palabra favorita es "coetáneo". ¿Cuál es la de usted?

-Déjese usted de burlas -imploró el Profesor-; no se da usted cuenta de lo serio que es esto.

-También hace falta la palabra "lusch" -continuó Syme con aire sagaz-. Sí, necesitamos la palabra "lusch" que quiere decir "jugoso, lozano, fácil de arar", y que, como usted sabe, se aplica al pasto.

-¿Pero se está usted figurando que vamos a hablar de pastos al Dr. Bull? * -gritó el otro furioso.

-Mire usted: hay muchas maneras de abordar la cuestión -dijo Syme, reflexionando-. Y muchas maneras de introducir una palabra sin que parezca forzada. Por ejemplo: "Dr. Bull, usted, como buen revolucionario, recordará que hubo un tirano que nos aconsejó comer pasto. Y en verdad, muchos de nosotros, al contemplar los lozanos pastos primaverales..."

-¿Pero se da usted cuenta de que esto es tragedia y no saínete? -le interrumpió el otro.

-Sí, señor. Y en una tragedia hay que ser cómico. De otro modo ¿qué diablos va uno a hacer? Me gustaría que este lenguaje convencional ganara un poco de amplitud. ¿No podríamos extenderlo de los dedos de las manos a los de los pies? Esto implicaría el tener que quitarse durante la conversación las botas y los calcetines: lo cual, hecho con disimulo...

-¡Syme! -exclamó su amigo con enérgica sencillez-. ¡A la cama!

Pero Syme, sentado en la cama, se estuvo ensayando un rato en el nuevo código.  Cuando despertó, al siguiente día, todavía el Oriente estaba sumergido en la sombra. Junto a su cama, como un duende, le esperaba ya su aliado, el de las canosas barbas.

Syme se incorporó parpadeando, recobró poco a poco la conciencia de su situación, y arrojando al fin los cobertores saltó de la cama. Y le pareció, por singular caso, que con la ropa de la cama había apartado de sí toda la alegre seguridad, toda la sociabilidad de la noche anterior, y que se quedaba como en mitad del aire, frío y desamparado, expuesto al peligro. Con todo, su fe, su lealtad para con el compañero no habían disminuido un punto; pero era como una confianza entre dos hermanos de patíbulo.

-¡Bueno! -dijo con fingido buen humor mientras se ponía los pantalones-. ¿Sabe que soñé con su alfabeto? ¿Le costó a usted mucho tiempo y trabajo?

El Profesor, sin contestar, se le quedó mirando con unos ojos absortos color de mar de invierno. Syme repitió:

-Le pregunto a usted cuánto tiempo le llevó la invención de su alfabeto. Porque yo, que creo ser bueno para estas cosas, he tenido que rumiarlo una hora larga. ¿Y aprendió usted a usarlo al instante?

El Profesor seguía mudo, absortos los ojos, absorta y cuajada la sonrisa en el rostro.

-¡¡Que cuánto tiempo le costó a usted!! Y el Profesor, inmóvil.

-¡Demonio de hombre! ¿Quiere usted contestarme? -gritó Syme con una furia que mal encubría un vago terror.

El Profesor podría o no contestarle; ello es que no le contestó. Syme se quedó contemplando, extrañado, aquella cara pálida y apergaminada, aquellos ojos azules y opacos. Lo primero que se le ocurrió fue que el Profesor se había vuelto loco. Pero después pensó algo todavía peor: después de todo ¿qué sabía él de aquella extraña criatura, cuya amistad había aceptado sin reflexionarlo siquiera? ¿Qué sabía de cierto sobre aquel hombre, fuera de que había asistido al almuerzo de los anarquistas y le había contado unas historias absurdas? ¡Era tan improbable encontrarse con otro nuevo Gogol, con otro amigo, en la pandilla anarquista!... ¿Acaso el silencio de aquel hombre era una silenciosa declaración de guerra? La expectación adamantina de aquellos ojos ¿no era como la siniestra sonrisa de un triple traidor, al dar el cambiazo definitivo? Y aguzó sus oídos, extático, en medio de aquel silencio terrible. Hasta se figuró que se deslizaban por el corredor los cautelosos dinamiteros congregados para prenderle.

Después bajó la vista, y de pronto se echó a reír. Aunque el Profesor estaba hecho una estatua, sus cinco dedos danzaban activamente sobre el tablero de la mesa. Syme, reparando en los movimientos, descifró este mensaje:

-Acostumbrarse a hablar sólo así.

Y formuló, con impaciente desahogo, la respuesta:

-Bien. Almorcemos.


Notas

*Juego de palabras: Bull quiere decir toro.

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