miércoles

MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS - CLARISSA PINKOLA



SEXAGESIMOTERCERA ENTREGA

CAPÍTULO 7

El júbilo del cuerpo

El lenguaje corporal (5)

La Mariposa (1)

Para hablar del poder del cuerpo de otra manera, tengo que contar un cuento auténtico y bastante largo, por cierto.

Durante muchos años los turistas han cruzado en tropel el gran desierto americano, recorriendo a toda prisa el llamado "circuito espiritual": el Monument Valley, el Cañón de Chaco, la Mesa Verde, Kayenta, el Cañón de Keams, el Painted Desert y el Cañón de Chelly. Echan un apresurado vistazo a la pelvis del Gran Cañón Madre, sacuden la cabeza, se encogen de hombros y regresan corriendo a casa para, al verano siguiente, volver a cruzar en tromba el desierto, mirar, mirar y observar un poco más.

Bajo este comportamiento subyace la misma hambre de experiencia numinosa que los seres humanos han experimentado desde tiempos inmemoriales. Pero a veces esta hambre se exacerba, pues muchas personas han perdido a sus antepasados (14). A menudo sólo conocen los nombres de sus abuelos. Han perdido en particular los relatos de la familia. Desde un punto de vista espiritual, esta situación produce tristeza y hambre. Muchos intentan recrear algo importante por el bien de su alma.

Durante años los turistas han acudido también a Puyé, una enorme y polvorienta mesa que se encuentra en el centro de una extensión despoblada de Nuevo México. Allí los Anasazi, los antiguos, se llamaban antaño unos a otros a través de las mesas. Dicen que un mar prehistórico labró miles de sonrientes, lascivos y quejumbrosos ojos y bocas en las paredes rocosas de aquel lugar.

Los diné (navajos), los apaches Jicarilla, los utes del sur, los hopis, los zunis, los Santa Clara, los Santo Domingo, los laguna, los picuris y los tesuque, todas estas tribus del desierto se reúnen en aquel lugar. Y bailan para recobrar el pasado y convertirse de nuevo en los pinos que se utilizan para construir las estacas de las cabañas, en los venados, en las águilas y Katsinas, en todos los poderosos espíritus.

Y allí acuden los visitantes, muchos de ellos hambrientos de sus geno-mitos y separados de su placenta espiritual. Han olvidado también a sus antiguos dioses. Vienen a contemplar a los que no los han olvidado. El camino que sube a Puyé fue construido para cascos de caballos y mocasines. Pero con el paso del tiempo los automóviles adquirieron más fuerza y ahora los habitantes de la zona y los visitantes acuden en toda suerte de coches, furgonetas, descapotables y camionetas. Los vehículos gimen y echan humo por la cuesta en un lento y polvoriento desfile.

Todos aparcan a troche y moche, a la buena de Dios, en los pedregosos collados. Al mediodía, en el borde de la mesa parece que haya habido un choque en cadena de miles de automóviles. Algunos aparcan junto a malvarrosas de metro ochenta de altura, pensando que, para bajar de sus vehículos, bastará con empujar las plantas. Pero las malvarrosas de cien años de antigüedad son como ancianas de hierro. Los que aparcan junto a ellas se quedan atrapados en el interior de sus automóviles.

Al mediodía el sol convierte el lugar en un horno sofocante. Todos caminan con el calzado recalentado, cargados con paraguas por si llueve (lloverá), sillas plegables de aluminio por si se cansan (se cansarán) y, si son visitantes, quizá con una cámara (si les permiten usarla) y unas sartas de carretes de película colgadas alrededor del cuello como ristras de ajos.

Los visitantes acuden allí esperando mil cosas distintas, desde 10 sagrado a lo profano. Acuden a ver algo que no todo el mundo podrá ver, una de las cosas más salva) es que existen, un numen viviente, la Mariposa: el último acontecimiento del día es la Danza de la Mariposa. Todo el mundo espera con deleite esta danza de una sola persona. La interpreta una mujer, pero qué mujer. Cuando el sol se empieza a poner aparece un viejo resplandeciente con un traje turquesa de ceremonia de veinte kilos de peso. Con los altavoces chirriando como gallinas asustadas por la presencia de un halcón, susurra contra el micrófono cromado de los años treinta: "Y nuestra próxima danza será la Danza de la Mariposa." Después se aleja renqueando y pisándose el dobladillo de sus pantalones vaqueros.

A diferencia de un espectáculo de ballet en el que en cuanto se anuncia la pieza se levanta el telón y los bailarines salen al escenario, allí en Puyé, como en otras danzas tribales, después del anuncio de la danza el intérprete puede tardar en aparecer desde veinte minutos hasta una eternidad. ¿Dónde están los artistas?

Arreglando su caravana quizá. Las temperaturas de más de cuarenta grados son habituales y, por consiguiente, tienen que hacerse retoques de última hora en la pintura corporal cubierta de sudor. Si un cinturón de danza que hubiera pertenecido al abuelo del bailarín se rompiera camino del escenario, el bailarín no se presentaría, pues el espíritu del cinturón tendría que descansar. Los intérpretes tal vez se retrasan porque la radio Taos, KKIT (por Kit Carson) está transmitiendo una buena canción en "La hora india de Tony Lujan".

A veces un bailarín no oye el altavoz y tiene que ser avisado por un mensajero a pie. Y además el bailarín siempre tiene que hablar con sus parientes mientras se dirige al lugar donde actúa y detenerse sin falta para que sus sobrinos y sobrinas le puedan echar un buen vistazo. Qué impresionados se quedan los chiquillos al ver a un gigantesco espíritu Katsina que se parece sospechosamente, un poquito por lo menos, a tío Tomás, o a una bailarina del maíz que se parece mucho a tía Yazie. Finalmente, cabe la posibilidad de que el bailarín aún se encuentre en la autopista de Tesuque, con las piernas colgando por encima de la calle de una furgoneta de reparto cuyo silenciador tizna de negro el aire a lo largo de dos kilómetros mientras el viento sopla de cara.

Durante la emocionada espera de la Danza de la Mariposa todo el mundo habla de las doncellas mariposa y de la belleza de las muchachas zuni que danzaban ataviadas con un antiguo atuendo negro y rojo que dejaba un hombro al aire y se pintaban unos círculos de color rosa intenso en las mejillas. También se alaba a los jóvenes bailarines venado que bailaban con ramas de pino atados a los brazos y las piernas.

Pasa el tiempo. Pasa. Y pasa. La gente hace tintinear las monedas en los bolsillos. Emite un siseo al aspirar aire a través de los dientes. Los visitantes están impacientes por ver a la maravillosa bailarina mariposa. Inesperadamente, cuando todo el mundo frunce el ceño en señal de aburrimiento, los tamborileros levantan los brazos y empiezan a tocar el ritmo de la mariposa sagrada y los cantores empiezan a llamar a gritos a los dioses para que intervengan.

Notas

(14) Una de las muchas maneras de perder el contacto consiste en no saber dónde están enterrados los familiares y amigos.

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