sábado

EL HOMBRE QUE FUE JUEVES - G. K. CHESTERTON


VIGESIMOPRIMERA ENTREGA

CAPÍTULO OCTAVO (1)

EL PROFESOR SE EXPLICA (1)

Cuando Gabriel Syme se encontró instalado en su silla y vio frente a él al Profesor de las espesas cejas y los párpados caídos, otra vez sintió miedo. Era, pues, seguro que este sujeto incomprensible lo perseguía desde el momento de dejar el Consejo. El contraste entre su estado paralítico y su aptitud para seguir una pista lo hacía más interesante pero no más tranquilizador. Poco consolador sería que Syme no lograra sorprender el misterio de aquel hombre, mientras que aquél le arrancaba el suyo. Syme acabó con su jarro de cerveza antes de que el Profesor probase la leche.

Quedaba una probabilidad de esperanza, pero también era desesperada. Todavía pudiera ser que aquella persecución no significara sospecha alguna; que fuese un rito o signo convencional; tal vez aquella loca carrera era una advertencia amistosa que él no sabía entender; algo convencional en suma. Quizá era de reglamento cazar al Jueves a lo largo de Cheapside, como de costumbre escoltar por allí al Lord Mayor recién nombrado. Y se disponía a averiguarlo con maña, cuando el viejo Profesor lo abordó inesperadamente y con sencillez. Antes de que Syme hubiera propuesto su primer pregunta diplomática, ya el viejo anarquista, sin andarse con rodeos, había disparado la siguiente:

-¿Es usted policía?

Todo lo esperaba Syme, menos un ataque tan brutal y directo. A pesar de toda su presencia de ánimo, apenas pudo contestar afectando una locuacidad risueña.

-¿Policía? -y trató de reír-. ¿Y qué me encuentra a mí de policía?

-Muy sencillo -dijo el Profesor tranquilamente- me pareció que era usted policía, y me  lo sigue pareciendo.

-¿Me habré puesto un casco de policía por descuido, al salir del café? -preguntó Syme  esforzándose por sonreír-. ¿Llevo por casualidad algún número en el traje? ¿Tienen aire policíaco mis botas? ¿Qué tengo de policía? ¿No le parezco a usted más bien un empleado de correos?

El Profesor sacudió la cabeza con aire convencido; pero Syme continuó con ironía febril:

-Tal vez yo no alcanzo la sutileza de su filosofía germánica. Tal vez "policía" sea en  labios de usted un término relativo. En un sentido evolucionista, puede decirse que el mono se transforma en policía por una gradación tan inefable que bien pudiera escapárseme el matiz. El mono es, así, un policía potencial. Y la vieja solterona de Chaplam Common es un policía que pudo haber sido. Pues bien: en este sentido, es posible que sea un policía fracasado; posible es que sea cualquier cosa para la filosofía alemana.

-¿Está usted al servicio de la policía -dijo el anciano, sin hacer caso de las burlas tan improvisadas como desesperadas de Syme-. ¿Es usted detective?

A Syme se le paralizó el corazón, pero su fisonomía siguió inalterable.

-La suposición de usted es ridícula -empezó-. ¿Cómo diablos...

El viejo descargó tal puñetazo en la raquítica mesa que estuvo a punto de romperla.

-Creo que me ha oído usted preguntar claro, monigote de espía -aulló con voz alocada-. ¿Es usted, si o no, detective, al servicio de la policía?

-¡No! -contestó Syme, como el que está a punto de ser colgado.

-¡Júrelo, júrelo! ¿Acepta usted condenarse si jura en vano? Si jura usted en vano, ¿quiere usted que el diablo baile en sus funerales? ¿que la sombra envuelva su sepulcro? ¿Quiere usted decir la verdad? ¡Usted anarquista! ¡Usted dinamitero! ¿No es usted, en ningún sentido de la palabra agente de policía? ¿No está afiliado a la policía británica?

Y diciendo esto, se echó hacia adelante sobre la mesa, y apoyándose en el codo, hizo de la mano una bocina y la aplicó al oído.

-No pertenezco a la policía británica -dijo Syme con fúnebre calma.

El Profesor de Worms se dejó caer en el banco con un curiosísimo gesto de cortés desesperación:

-¡Pues es una lástima! -exclamó-. Porque yo sí pertenezco a la policía. 

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