domingo

DESDE CHILE / TIRO LIBRE DE FRANCISCO MOUAT - CIRCE MAIA: UN NOMBRE PARA ATESORAR


Una amiga citó a Michel Foucault el otro día en su facebook: “Hay momentos en la vida en los que la cuestión de saber si se puede pensar de modo diferente a como se piensa y percibir de otro modo a como se ve, es indispensable para continuar contemplando o reflexionando”. Me encanta lo que aquí se dice. Y lo he estado experimentando de un modo más o menos intenso en este último tiempo. Leyendo libros inesperados sobre los cuales quiero volver una y otra vez por las magníficas resonancias que provocan.

El mejor libro que leí en estos días es uno de la uruguaya Circe Maia. Me lo envió Pablo Silva Olazábal con un amigo desde Montevideo. Se llama La casa de polvo sumeria y contiene ensayos breves a partir de lecturas y traducciones en que se ha empeñado esta poeta y traductora radicada actualmente en Tacuarembó. Circe Maia dice en el prólogo que sus textos no pretender ser ensayos, pero una cosa es lo que pretendan sus textos y otra lo que acaban siendo en uno, lector, cuando hemos atravesado sus páginas. Son ensayos en su mejor expresión, breves, balbuceantes e interrogadores, de una poeta que escoge las palabras con delicadeza y sin apuro. Leer sin prisa La casa de polvo sumeria, de solo ciento treinta páginas, equivale a leer un volumen concentrado de reflexiones artísticas y vitales más veinte libros de poesía, lo que no deja de ser un gran regalo.

Cuando fui a la Feria del Libro en Punta Arenas, el poeta Raúl Zurita me comentó que cada día leía más novelas y menos poesía. Yo, que en mi vida he escrito un poema, le decía que cada día leía más poesía y menos novelas. El libro de Circe Maia es una magnífica puerta de entrada a una poesía leída y metabolizada; un paseo lúcido, sensible y atento por una literatura que ha recorrido dos mil quinientos años de historia y continúa leyéndose y escribiéndose desde “el famoso aguijón del asombro”. Hay un poema citado del griego Yannis Ritsos que es una maravilla y que lleva como título su primer verso: “La muerte entraba y salía de nuestra casa sin golpear la puerta. / Conocíamos sus pasos, sus vestidos, la conocíamos también por eso. / Al principio sus zapatos eran nuevos, no hacían ruido / después se volvieron más suaves y ahora, cuando abres la puerta y dices ‘Buenas noches’ / y no hay luna en la calle / ahora se sienta junto al vidrio sin luz, descalza, descarada, tranquila”. Circe Maia lo compara con un poema del belga Eddy van Fliet en que el hablante termina lustrándole los zapatos a la muerte: “¡Los zapatos de la muerte! Es una idea extraña para nosotros, acostumbrados a la representación simbólica de la muerte como un esqueleto con una guadaña”.

Leemos en La casa de polvo sumeria un poema árabe escrito por Al-Mutamid mientras está preso en la cárcel en el año 1000, a Shakespeare confrontando en simultáneo a la vida y la muerte, a Baudelaire definiendo al infinito como “horrible y cautivante”, al poeta William Carlos Williams alineado con los descubridores, “aquellos que necesitan ver, tocar y comprender algo más que las palabras y las combinaciones”. Leemos en La casa de polvo sumeria poemas de Ezra Pound, Elizabeth Bishop, Dylan Thomas, Kavafis y Katherine Mansfield, y después dialogamos con Circe Maia y nos fascinamos de que ella quiera compartir con nosotros lo que ve y piensa después de leerlos una y otra vez. Cuando Circe Maia examina el poema Clarel, de Herman Melville, se detiene en una idea decisiva: “La polaridad de la naturaleza humana aparece muy clara. El hombre es a la vez mono y ángel, estrella y terrón”.

Hacia el final del libro, la autora se ha convertido en una voz querible a la que desearía escuchar en vivo. Pienso que vive cerca, en Uruguay, en Tacuarembó. Que no cuesta nada, asistido por el común amigo Pablo Silva Olazábal, concretar una visita a la ciudad de Circe Maia y donde muchos creen que nació Carlos Gardel. Hay en Tacuarembó hasta un museo que intenta probar la nacionalidad uruguaya del Zorzal Criollo. Osvaldo Soriano se murió con las ganas de escribir una novela que profundizara en la supuesta uruguayez de Gardel.

Me sucede con frecuencia desde hace varios años. Leo a un autor o una autora viva que me toca, y siento el impulso de ir a estrecharle la mano y agradecerle sus textos. Lo primero que me gustaría decirle a Circe Maia en Tacuarembó es ese fragmento del poema “Preguntas sobre viajes”, de Elizabeth Bishop, que ella cita en La casa de polvo sumeria: “¿Deberíamos acaso, además de soñarlos / realizar nuestros sueños? / ¿Hay lugar todavía / para otro atardecer, todavía cálido?”.

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