DECIMOQUINTA ENTREGA
DOS: PAN AMASADO POR EL DIABLO (4)
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Caminaron media cuadra y tocaron timbre en un edificio nuevo de Pocitos. Discreto y encantador. A Abel le pareció distinguir el lomo de Moby Dick estacionado muy cerca de la rambla, pero no dijo nada.
-Este curtidor de paddle debe ganar un toco de guita -comentó Annelise, que no le había soltado la mano al hombre sudoroso desde que bajaron del taxi.
Una secretaria-enfermera con pinta de modelo pasada a mejor vida nos entreabre la puerta.
-Y Marcelo -preguntó asomando la cabeza.
Somos los indeseables, Negro Jefe.
-Marcelo no pudo venir -sonrió autoritariamente Annelise. -Vine con un amigo.
Todavía no necesito enfrentar la mirada de la mujer de blanco, que nos hace pasar con menos amabilidad que elegancia y taconea hacia adentro.
Flor se casó con Brian enseguida de tu divorcio y se radicó en Buenos Aires y vos te fuiste a París a subsistir pasando el plato con la guitarra aunque después de veinte meses tu padre tuvo que mandarte el pasaje de vuelta y a los pocos días de la reinstalación en la patria triste cayó Flor de visita Se murió mi abuela dijo Y me quedo hasta mañana y a usté quién lo mató mijito agregó contemplando tu escandalosa pobreza de espíritu.
La secretaria-enfermera demoró bastante en volver. La salita de espera también es discreta y encantadora, aunque casi no tiene luz natural: a los costados de la puerta del consultorio hay una foto mural de La lucha de Yepes y un pequeño Degas.
-El boludo de Marcelo ni siquiera le avisó al padre que no venía -chistó la muchacha, recostando la cabeza en el hombro de Abel. -No me dejes sola.
-No.
-Averigüé con una amiga que después que te raspan quedás un rato en recuperación. No me dejes sola.
Entonces le paso el brazo y siento que la muchacha-mujer no me ve ni me oye: estamos en un naufragio, soy el único siervo y el altar huele a bilis.
Salieron a dar una vuelta por la Plaza Virgilio como en los buenos tiempos y se acodaron a sondear el horizonte fluvial-marino a la sombra de La lucha de Yepes y Flor dijo de repente Me quedan dos caminos o destrozarme del todo la vida transformándome en una matrona respetable y cornuda pero con hijos o seguir retribuyéndole los cuernos a Brian y enamorarme como una perra de amantes que después me quieren menos que Brian y automáticamente pensaste Flower para todos y nadie para Flower y ella te preguntó Te acordás de aquella tarde que te fui a consolar porque estabas arrugado hasta los pelos con la muerte y dijiste Seguro y ella agregó Pensar que fue precioso y no nos dimos cuenta.
La mujer de blanco enlenteció imperceptiblemente su taconeo cuando salió del consultorio y encontró a la pareja abrazada. Y encima cometo el error de querer separarme de Annelise, que ahora me clava hasta las uñas.
-Puede pasar, señorita -anunció la mujer.
-Él me puede acompañar, ¿verdad? -trata de imponerse Annelise, mientras nos paramos.
La mujer torció el pelo amarillo hacia el hombre varios centímetros más bajo que ella, pero no lo miró. Mejor.
-El señor puede esperarla aquí afuera -contestó.
-Ah, no vale -me vuelve a clavar las uñas Annelise. -A Marcelo lo hubieran dejado acompañarme.
La mujer empezó a caminar hacia el consultorio como para liquidar la conversación, y Abel dijo en voz muy baja:
-Tené fe, chiquita.
Y a vos qué es lo que pasa petiso cambió de tema Flor y te animaste a explicarle de un tirón Un paranoico me quiso matar allá en París aunque en realidad me asesinó con los ojos y ahora tengo miedo de mirar a cualquiera y a veces oigo una voz espantosa que parece de Otro y Flor vichó la hora y dijo Tengo que irme al velorio de mi abuela si querés llamame más tarde y nos vamos a tomar unas copas por ahí.
Entonces Annelise se enedereza y se peina y sigue a la mujer como si saliera a escena.
14
La supuesta reproducción de Degas era la foto de una bailarina pre-adolescente uniformada con un clásico traje rosado. Esa cara la conozco. La bailarina estaba sentada al margen de la música con la felinidad desmañada y en guardia, y una estremecedora gracia de tristeza y desdén. Pobrecita.
Al año de estar preso te llegó una carta de Flor que compartiste durante el resto de la condena con quien quisiera oírla incluido algún raso manso o aburrido hasta la metamorfosis perruna y durante la tortura y la isla y las alucinaciones rezaste férreamente aquella historia escrita sin puntos ni comas que empezaba diciendo Hermano ayer nació Annelise
Abel escuchó un grito y prendió un cigarrillo y se acercó a la foto del monumento de Yepes para observar el rostro abstracto de la Cabeza de la Medusa trenzada con el Hombre. Y mientras revivo el burbujeo de la nariz simiesca y los ojos fluorescentes y estirados como antiparras del asesino, atino a salmodiar:
-Es verde pero murmura es verde pero habla es verde pero tortura.
Y los alaridos de la muchacha empezaron a multiplicarse casi sin interrupción.
y como soy porfiada nos vinimos un mes antes a Montevideo para que naciera aquí y el viernes tuve contracciones durante horas pero me la banqué calladita y cené medio pollo y dos platos de papas fritas y un cuarto de cassatta y le avisé a Brian que ya faltaba poco y el aspirante a ginecólogo se pegó un jabón terrible y arrancamos por la rambla enseguida y había una luna tan dorada que se me desbocaba el bobo y yo misma iba diciendo mentalmente Sweet Flower y entonces el pecho izquierdo empezó a cantar un rock lento como los de Elvis
Abel terminó el cigarrillo escuchando aullar a Annelise y se acurrucó en la silla y levantó la cara hacia el cielorraso. Ya paró de gritar. El hombre prendió otro cigarrillo y lo aplastó por la mitad y se abalanzó con los bronquios silbantes en dirección a la puerta del consultorio. Después que pego el cuarto piñazo la secretaria-enfermera me clava un ojo a través de la rendija.
-Tranquilo, señor -dijo. -Qué quiere.
-Quiero entrar. ¿No se da cuenta?
-Annelise todavía no salió de la sala. Cálmese, por favor.
-¿Qué le pasa al doctor? ¿No le gusta que lo vean en la escena del degüello?
-Los que pagan pueden verlo, señor.
-Es que yo no preciso verlo a él, señorita. Además ya lo conozco. Fijesé que hoy me lo crucé tres veces: dos por la rambla y una en El reenganche.
que decía Lo que nos importa en serio es nada más que la tierra los planetas las estrellas las plantas los animales y los hombres los muertos los que viven y los que no nacieron y entonces me sentí llena de algo dorado y me calmé.
-Ábrale de una vez, Susana -siseó la voz del médico. -Y dígale a la muchacha que ya se puede ir preparando para salir. A ver si el papi se nos calma.
15
Abel pensó que en realidad el Dr. Horacio de María no se parecía demasiado al asesino de la rue Monsieur-le-Prince. Pero la melena la nariz y la forma de encorvar la cabeza son idénticas, coño. El médico terminó de sacarse la túnica y después volvió a ponerse los lentes espejados. Una inofensiva Gárgola de córnea: corrupción poco inteligente o sobre-epidermis compacta de frivolidad.
-Siéntese. ¿Quiere un whisky?
-No. Le agradezco.
Precisaría uno triple, degollador con título.
Flor los acompañó a hacer el aborto y estuvo lado de Gabi todo el tiempo y los invitó a pasar la noche en su casa porque los padres acababan de irse a Europa y Brian trajo un etiqueta negra y Gabi ayudó a Flor a preparar las brochettes y de golpe sentiste una especie de agradecimiento insondable hacia quién sabe qué ángel y te serviste una medida triple con muy poca soda y la apuraste sin comer nada para soñar mejor con la luz de París.
-¿Annelise está bien?
-Perfectamente bien. Ahora puede pasar a verla, en un momento. ¿Sabe que mi mujer y mi hijo son lectores suyos, Rosso?
-No me diga.
-¿Y por casualidad no le prestó atención a la foto de la bailarina que hay en la sala de espera? Me parece que usted sabe mucho más que yo de ese prodigio de la naturaleza. Es Brigitte Bardot. Cuando todavía iba a la escuela.
Viejo sucio.
-¿Así que tiene una foto pasándole el bracito por la cintura a Brigitte Bardot, che? -se entusiasmó el médico: -Che: ¿pero cómo es el negocio con ese libro de París, al final? Yo no lo leí porque soy incapaz de resistir una novela, con toda honestidad. Pero dice mi mujer que es bueno. Se vende poco, ¿no?
-Trato de no venderme nunca, doctor.
-Ah, macho. Venga: pase por aquí, si es tan amable. Así ve al bomboncito sano y salvo.
Y cuando te despertaste estabas en el sofá con las tripas deshechas y te costó recomponer los pedazos de noche que alcanzabas a recordar y te pusiste a buscar a Gabi por todo el caserón y antes de localizarla tuviste que encerrarte a evacuar el hedor de los sueños mal nacidos.
-Vení -dijo Annelise, ya sentada en la camilla. -Abrazame, por favor.
-Curioso -me azuza el médico. -Y pensar que por los cuentos de Marcelo yo me lo hacía un padre de familia ejemplar. Medio pasado de copas, pero tranquilo.
Annelise se paró y abrazó a Abel, temblando. No me interesa lo que pueda pensar ningún degollador.
-¿Podrá llamar un taxi? -se secó la calva Abel.
-No pide nada, che. LLAMÁ UN TAXI PARA DENTRO DE QUINCE MINUTOS, SUSANA.
Y cuando empezamos a avanzar lastimosamente por la sala de espera el ballenero no se conforma y me sigue arponeando:
-Esta intervención va por cuenta de Marcelo, no se preocupe. Le va a venir fenómeno al botija: por un lado pierde para siempre la ingenuidad y por otro estoy seguro que queda contentísimo de haber ayudado a un ídolo indigente.
Hasta que encontraste a Flor y a Gabi en una cama de matrimonio y la muchacha de ojos amarillo-fuego saltó como una muñeca de resorte y te arrastró de un brazo y te dijo con odio La próxima vez que lleves a abortar a una mina no te emborraches como un cerdo y sufrí con ella macho.
Abel vio abrirse la puerta que daba al pasillo y trató de sonreírle a la secretaria-enfermera-amante.
-Gracias -inclino la cabeza.
-De nada, señor con fe -responde la mujer.
16
En el ascensor venía bajando una mujer opulenta y artificialmente embellecida, que los midió con ojos de víbora vieja: Annelise tenía casi la misma altura que Abel y debía contorsionarle para seguir apoyándole la cabeza en el hombro. Después suben dos pibes de la edad de ella y la cosa empieza a ponerse insostenible.
-Chiquita -dijo Abel mientras esperaban el taxi en la vereda. -No me abraces así, por favor.
Ella observa la nieve perfumada que se acordona bajo el frescor de las acacias y tarda en reaccionar.
Al mes de separarse con Gabi hubo un último intento serio de reconciliación en el que Flor participó prestándoles el auto y fueron a cenar al Náutico y tomaron mucho vino y se desearon con un fervor nostálgico y al salir decidieron ir a un motel de la interbalnearia y Gabi te pidió para manejar aunque no tenía libreta y cuando pisó el acelerador bajo la satinación lunar de la rambla desierta te erizaste.
-¿Vos te acostarías conmigo? -preguntó Annelise.
-Yo me acuesto nada más que con mi mujer, hermana.
-Yo sabía. Porque en los ensayos siento que me miras, pero bien.
-Me alegro. Ahí viene el taxi.
El taximetrista era muy joven, y usaba cola de caballo y un arito en la oreja izquierda. A mitad de camino Annelise empieza a hacer arcadas y le pido al muchacho que estacione un momento. Abel se bajó a abrir la portezuela y ella se reclinó sobre un cordón para seguir vomitando nada.
-Qué asco -lagrimeó. -Dale, vámonos.
-Perdoná, pero vos ibas al Liceo 31 -le pregunta el taximetrista al cruzar Comercio.
-Más bien que sigo yendo -contestó la muchacha.
-Ya me parecía. Y trabajaste en Secos & Mojados, ¿no?
Annelise se reincorpora para seguir charlando con el melenudo sobre un espectáculo teatral que hicieron con Matías en el festival de la Juventud: ahora resplandece débilmente, y el alivio me hace aflojar hacia atrás la cabeza empapada.
Gabi no sacaba el pie del acelerador y sentiste que no tenías derecho a hacer ni decir nada y pasaron la zona de los moteles y el Parque Roosevelt y los lagos y los balnearios-dormitorio y recién con el perfil recortado sobre la palidez de El Pinar ella te preguntó fabricando una vocecita en falsete Por qué me mataron papá y fue disminuyendo la velocidad hasta que estacionó frente al arroyo hinchado por la luna y sus lágrimas terminaron rodando sobre tu piel como las de alguien que besa una bombilla tristísimamente.
-Así que el viejo todavía se pensó que fuiste vos el que me dejó embarazada -roncó Annelise al derrumbarse perniabierta sobre una silla de la cocina. -Qué salado es el mundo, loco.
Pongo a calentar agua para el termo y la bolsa.
-Es que no creen en nada. Ni en nadie -chistó Abel. -No entienden absolutamente nada.
Y al volver a lo de Flor Gabi se bajó del auto y manoteó un puñado de pétalos de acacia y se lo dejó caer sobre el pelo muy revuelto y gritó Mi marido el poeta dice que esta basura es nieve perfumada.
-Yo tampoco -cabecea Annelise.
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