NOVENA ENTREGA
V (2)
Toda igualdad de condiciones es en el orden de las sociedades, como toda homogeneidad en el de la Naturaleza, un equilibrio inestable. Desde el momento en que haya realizado la democracia su obra de negación con allanamiento de las superioridades injustas, la igualdad conquistada no puede significar para ella sino un punto de partida. Resta la afirmación. Y lo afirmativo de la democracia y su gloria consistirán en suscitar, por eficaces estímulos, en su seno, la revelación y el dominio de las verdaderas superioridades humanas.
Con relación a las condiciones de la vida de América, adquiere esta necesidad de precisar el verdadero concepto de nuestro régimen social, un doble imperio. El presuroso crecimiento de nuestras democracias por la incesante agregación de una enorme multitud cosmopolita; por la afluencia inmigratoria, que se incorpora a un núcleo aún débil para verificar un activo trabajo de asimilación y encauzar el torrente humano con los medios que ofrecen la solidez secular de la estructura social, el orden político seguro y los elementos de una cultura que haya arraigado íntimamente, nos expone en el porvenir a los peligros de la degeneración democrática, que ahoga bajo la fuerza ciega del número toda noción de calidad; que desvanece en la conciencia de las sociedades todo justo sentimiento del orden; y que, librando u ordenación jerárquica a la torpeza del acaso, conduce forzosamente a hacer triunfar las más injustificadas e innobles de las supremacías.
Es indudable que nuestro interés egoísta debería llevarnos, -a falta de virtud- a ser hospitalarios. Ha tiempo que la suprema necesidad de colmar el vacío moral del desierto, hizo decir a un publicista ilustre que, en América, gobernar es poblar. - Pero esa fórmula famosa encierra una verdad contra cuya estrecha interpretación es necesario prevenirse, porque conduciría a atribuir una incondicional eficacia civilizadora al valor cuantitativo de la muchedumbre. - Gobernar es poblar, asimilando, en primer término; educando y seleccionando, después. - Si la aparición y el florecimiento, en la sociedad, de las más elevadas actividades humanas, de las que determinan la alta cultura, requieren como condición indispensable la existencia de una población cuantiosa y densa, es precisamente porque esa importancia cuantitativa de la población, dando lugar a la más compleja división del trabajo, posibilita la formación de fuertes elementos dirigentes que hagan efectivo el dominio de la calidad sobre el número. - La multitud, la masa anónima, no es nada por sí misma. La multitud será un instrumento de barbarie o de civilización, según carezca o no del coeficiente de una alta dirección moral. Hay una verdad profunda en el fondo de la paradoja de Emerson que exige que cada país del globo sea juzgado según la minoría y no según la mayoría de los habitantes. La civilización de un pueblo adquiere su carácter, no de las manifestaciones de su prosperidad o de su grandeza material, sino de las superiores maneras de pensar y de sentir que dentro de ella son posibles; y ya observaba Comte, para mostrar cómo en cuestiones de intelectualidad, de moralidad, de sentimiento, sería insensato pretender que la calidad pueda ser sustituida en ningún caso por el número, que ni de la acumulación de muchos espíritus vulgares se obtendrá jamás el equivalente cerebral de genio, ni de la acumulación de muchas virtudes mediocres, el equivalente de un rasgo de abnegación o de heroísmo. - Al instituir nuestra democracia la universalidad y la igualdad de derechos, sancionaría, pues, el predominio innoble del número, si no cuidase de mantener muy en alto la noción de las legitimas superioridades humanas, y de hacer, de la autoridad vinculada al voto popular, no la expresión del sofisma de la igualdad absoluta, sino, según las palabras que recuerdo de un joven publicista francés, «la consagración de la jerarquía, emanando de la libertad».
La oposición entre el régimen de la democracia y la alta vida del espíritu es una realidad fatal cuando aquel régimen significa el desconocimiento de las desigualdades legítimas y la sustitución de la fe en el heroísmo -en el sentido de Carlyle- por una concepción mecánica de gobierno. Todo lo que en la civilización es algo más que un elemento de superioridad material y de prosperidad económica, constituye un relieve que no tarda en ser allanado cuando la autoridad moral pertenece al espíritu de la medianía. - En ausencia de la barbarie irruptora que desata sus hordas sobre los faros luminosos de la civilización, con heroica, y a veces generadora grandeza, la alta cultura de las sociedades debe precaverse contra la obra mansa y disolvente de esas otras hordas pacíficas, acaso acicaladas, las hordas inevitables de la vulgaridad -cuyo Atila podría personificarse en Mr. Homais; cuyo heroísmo es la astucia puesta al servicio de una repugnancia instintiva hacia lo grande; cuyo atributo es el rasero nivelador. - Siendo la indiferencia inconmovible y la superioridad cuantitativa, las manifestaciones normales de su fuerza no son por eso incapaces de llegar a la ira épica y de ceder a los impulsos de la acometividad. Charles Morice las llama entonces «falanges de Prudhommes feroces que tienen por lema la palabra Mediocridad y marchan animadas por el odio de lo extraordinario».
Encumbrados, esos Prudhommes harán de su voluntad triunfante una partida de caza organizada contra todo lo que manifieste la aptitud y el atrevimiento del vuelo. Su fórmula social será una democracia que conduzca a la consagración del pontífice «Cualquiera», a la coronación del monarca «Uno de tantos». Odiarán en el mérito una rebeldía. En sus dominios toda noble superioridad se hallará en las condiciones de la estatua de mármol colocada a la orilla de un camino fangoso, desde el cual le envía un latigazo de cieno el carro que pasa. Ellos llamarán al dogmatismo del sentido vulgar, sabiduría; gravedad a la mezquina aridez de corazón; criterio sano, a la adaptación perfecta a lo mediocre; y despreocupación viril, al mal gusto. - Su concepción de la justicia lo llevaría a sustituir, en la historia, la inmortalidad del grande hombre, bien con la identidad de todos en el olvido común, bien con la memoria igualitaria de Mitrídates, de quien se cuenta que conservaba en el recuerdo los nombres de todos sus soldados. Su manera de republicanismo se satisfaría dando autoridad decisiva al procedimiento probatorio de Fox, que acostumbraba experimentar sus proyectos en el criterio del diputado que le parecía más perfecta personificación del country-gentleman, por la limitación de sus facultades y la rudeza de sus gustos. Con ellos se estará en las fronteras de la zoocracia de que habló una vez Baudelaire. La Titania de Shakespeare, poniendo un beso en la cabeza asinina, podría ser el emblema de la Libertad que otorga su amor a los mediocres. ¡Jamás, por medio de una conquista más fecunda, podrá llegarse a un resultado más fatal!
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