María Inés Castro (Uruguay, 1982) ha publicado hasta el momento algunos textos en revistas literarias, habiendo sido seleccionada además para integrar el libro digital Textura poética (España, 2002).
En una entrevista realizada a Eduardo Milán para Hermes criollo 2007 / 2008, la poeta hablaba de los artistas que han emigrado o que en su “extrañeza” se hallan en algún “no lugar”, confirmando una especie de “proceso paralelo” o contraflujo cultural resistentemente identitario que se remonta, sin la menor duda, al axis mundi celeste (Mircea Eliade dixit) fundado con una irreversible dignidad desmandada en Purificación.
Y Milán terminará reafirmando, al respecto: “Uruguay tiene que ver, para mí, con la dignidad. Diría que se me aparece un horizonte mítico que a veces se vuelve acción de lo real o presentación en la realidad de eso que se llama dignidad que no se me aparece en otros lugares”.
Y ahora que publicamos estos madurísimos textos de María Inés Castro se nos hace evidente que su trabajo siempre transitó por esa bifurcación sagrada y jamás resignada a transar con la autocomplacencia tontovideana (para hablarlo en la jerga imprecatoria del imperator más desdichado de nuestras playas) cargado con aquel “maravilloso silencio” que José Bergamín detectaba en la pintura de Velázquez.
Se capta un evidente parentesco, además, con lo que Pedro Luis Barcia ha señalado a propósito de la enigmática orfebrería de Susana Soca: Lo que queda vedado al asedio crítico, particularmente en su poesía, es lo que Dante llama la secrettissima camera de lo cuore; aquello a lo que san Agustín alude con el adjetivo intimus, que es un superlativo de interior, como ‘lo más profundo de la intimidad’.
A los 30 años, por otra parte, María Inés Castro todavía no ha dado a conocer ningún poemario completo, actitud que también refleja la misma maniática obsesión de exigencia que caracterizó a la capitana de La Licorne.
Y también es completamente aplicable a los seis poemas que hoy presentamos otra abismal apreciación realizada por Barcia: El espíritu de Susana Soca fue, a lo largo de su vida, silenciosamente, ámbito de tensiones sostenidas, un espacio en que disputan sordamente reclamos enfrentados: lo general humano y lo individual de sus obsesiones, la vigilia y el sueño, la memoria que retrae al pasado y la vigencia del presente, la dimensión de la naturaleza y la del espíritu, la angustia existencial y la visión esencial religiosa, lo evidente y lo oculto. La suya no es una poesía de manifestación religiosa. No lo es por sus asuntos, ni por apelaciones a elementos de la liturgia, ni invocaciones a Dios. Su dimensión religiosa se da, básicamente, en la forma que re-liga, articula, lo inmediato y lo trascendente.
Y esta tan inasible como envolvente poiesis de sesgo presocrático -que sólo puede emerger de lo que podría definirse como una púdica vocación de eternidad- es incanjeablemente faccionada en las texturas de Castro por un sistemático manejo de los colores puros como un típico recurso neoplasticista para atmosferizar las crestas de los icebergs conceptuales y emocionales de buceos practicados con el desesperado y único objetivo de acariciarle el lomo a la mismísima Moby Dick (como símbolo irreductible y todopoderoso de la divinidad subyacente en el mar de las almas).
Nos enfrentamos a paisajes inéditos del inconsciente colectivo donde la exploradora que nos guía se juega literalmente la vida.
Hugo Giovanetti Viola
EL CARGADAL
La máscara enlaza la grafía
cuando se enturbia el color de los peces
cuando ha caído un cuerpo liviano
que hila su enlabio cerca del estanque
cuando la máscara construida de hierba
como el posible comienzo
que resplandeció al cargadal,
desde el corazón de las acequias,
delinea al ojo con su negro suceder.
SI QUISIERA VOLVER AL FRESNO
Si quisiera volver al fresno sin luces
olvidaría la aljaba de su mirada entre la lluvia.
Olvidaría a quien desea la llegada del amor
en formas de olvido
olvidaría los pájaros,
la calmante ruina de las alas en el polvo
circundadas por los bosques de hojas púrpuras
que llevan su peso de amor a los claros de luna.
Olvidaría a la mujer de azul que revisando
su delicada caligrafía sobre la arena
me impide traspasar el límite del imperio
y su roncha de mosquitos nocturnos.
Olvidaría la tenue luz de un aspirante a la guerra santa
que en la rueda sin centro se arrastra a la niebla espesa.
En bastidores Bartleby,
el humilde copiador
que no repite su fatiga frente al espejo,
que no sospecha y se marchita
en papel y palabras esparcidas en un lugar de la espera,
en la frontera del ruido me transcribe,
si quisiera volver, preferiría no hacerlo.
EN LA POSADA DEL JABALÍ, ISMAEL
Tener en cuenta las palabras del mejor perdedor
es sentarse frente al espejo de un cuervo
en la medianoche de pimienta molida,
en lo mismo que se sirve noche y día de finales,
de todo aquello que no deja su hermosura
sobre las sábanas blancas del mediodía.
Tener en cuenta a quien pierde el objeto de la pérdida
reescribiendo el pasado hasta que pierda sentido
es como en barca de hastío ir a tu casa, un breve tesoro.
SAVIA DEL SUEÑO
Y el posible amor debe cuidarse de la música en la mañana
y caminar respirando la sustancia del dolor
sin desear los costados marchitos de la rosa,
sin recibir un nombre como talismán
en el lugar de la misa blanca cuando abre la lluvia.
Y el posible amor cerca, duerme
bajo la amarga sustancia testigo
de los segundos asmáticos,
de la savia del sueño, el tiempo
que se nombra no seguir al tigre en su encierro.
NO BESÉ A MARÍA EN EL ESPEJO
“...Cuando nos marchábamos María volvía a quedarse sola,
sentada en el mismo sitio, inmóvil con los ojos cerrados,
apoyada la cabeza en la roca, quizá soñaba...”
F. Dostoiewski
Besé a María. Luego de algunas tardes,
los niños de la aldea le decían je vous aime, Marie.
Su piel se asemeja demasiado
al posible cielo del último día
mientras el sol brilla en su rostro.
En el atajo del camino de la noche azul
su mirada gris persigue al rebaño.
Bonne Marie, contigo sueño aún.
De ti hablo con ricas señoras que toman té por la tarde,
por tu misma tarde de cenizas y silencio.
Para que descanses de morir
y de tu palidez -que dice el río como maldición-
yo te beso, María, y toco tu pelo.
La aldea y el espejo borran al mar.
Por eso me fui, María, cuando los pájaros.
EL MOBILIARIO DE FLÉMALLE
Si el límite presiente al sueño
despierta la lira de quien mal duerme,
su insomnio de abrigo, enfermo pensamiento.
Sabrá que no persigue, humillado
ante el hierro, la dulzura del tigre
Sabrá si pasa como olvidó el espacio
el miniaturista cuando la luz bárbara del día se incline
ante el mobiliario de Flémalle,
dando la dimensión dorada e irreal
a su sufrimiento.
6
De camino, la Iglesia de la Transfiguración.
Un velo de niebla persiste en la boca-nada de aire:
es el suspiro del idiota.
-Es un niño. Es inocente -dice alguien que mira fijo un cartel de PARE-
Salvados los peldaños de la escalera del cuarto de alquiler
quedaba la avenida Nevski para atravesar
y el rostro de Nastasia.
Desde el grito ahogado del silencio no aparece el texto:
ese hálito que sosiega el punto singular donde todo comienza por primera vez.
Como un juego de niños,
girar el dado, dar, doblar la apuesta
en la esquina, en la próxima y la lejana
incluso haciendo trampas
al solitario,
con el sentido marcado por la brújula rota
que no se mueve del Norte
pero se mueve.
Atmósfera de ceína en sus ojos, Aglaya en el balcón.
Felisberto inventa una melodía que sólo él entiende
se acerca al piano,
blancas y negras, negras y blancas
los paraguas abiertos en el corredor.
Un balcón espera, la inocencia no se cura.
En la habitación de la pureza, la locura no existe.
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