TRIGESIMOCUARTA ENTREGA
16 / LA BOCA ES ESPIRITUAL Y PRELUDIANTE (2)
¿Hay antecedentes familiares de buenos conversadores? ¿Qué buenos conversadores escuchó en su niñez y adolescencia?
Mi privilegio me hace privilegiado. Siempre me rodearon conversadores de abolengo: no creí nunca en la aristocracia de la sangre: eso es pamplina. La nobleza no proviene del bolsillo ni del poder ni de los líquidos circulatorios. Viene de otros gérmenes más humanos y conmovedores. Mi padre, a pesar de ser un militar, no era un ser bélico prendido a los galones ni a las jergas caudillistas o de infantería o al verbo ceñudo y encabritado. Podía ser que en los cuarteles su voz de mando se endureciera y pronunciara el sonido hosco y apremiante de las órdenes, pero en el hogar y con los familiares y amigos su ruido se distendía afable, risueño, humorístico, y no dejaba latitudes innombradas, de manera que recuerdo haber oído de su boca las palabras adelfa, torbellino, veleidad, sacrosanto, azor, inmaculado, cornucopia, migajuela, vivaqueo, desnudez, estatuaria, baobab. Mi madre creó una amplia certidumbre de susurros: como un bisbiseo que fuera despacio y manso hacia sus barandales. A veces yo, acodado, ensimismado, era sorprendido por las intuiciones o quizás los acoplamientos telepáticos con mi madre, que llegaba y musitaba en mi oreja la respuesta que le estaba exigiendo el paisaje. Ahí en breve pero intenso, en tú a tú en que ella era el candor inefable y yo la boca asmática, se producía un intercambio consolador y centrípeto o centrifugador por el reverso.
Baldomera, ni se diga: fue una preconciencia parlante, consejera, que sólo veía peligros inmediatos o peligros en salmuera. Su principal preocupación era mi pecho. Su dedo tocando mi costillar fue una primera forma de identidad. Si tengo pecho luego tengo costillas y cosquillas, luego soy vertebrado risueño. Y junto con los miedos, ella me lanzaba dentro, con voz algo estrujada y parpadeos herrumbrosos, su concepto desmesurado y amenazante del mundo. Aunque en ese mundo suyo, los peligros al fin eran superados, conjurados, malogrados y se imponía un colofón alcanforado, una poltrona ennubecida. Sus palabras de consolación eran equivalentes a los ungüentos y bálsamos que untaba a mi pecho. En algún instante de aquellas charlas crepusculares, Baldomera deslizaba verbos o palabras insólitas, que luego con el tiempo iba encontrando sorpresivamente en Góngora, en Quevedo, en Lope de Vega, en Cervantes.
Mis tíos también aportaron lo suyo. Veía léxicos diferentes y superpuestos. Una especie de mosaico de palabras e ideas. Un cosmos suspendido a poca altura, que era posible alcanzar con mano de párvulo.
Vino más tarde el tiempo de la universidad, de los compañeros de estudios. Cuánta charla para ejercitar el músculo verbal. Hubo que esgrimir fuerte la palabra, esquivar, aprender el arte del touché, driblear, ironizar, mantener la calma, dejarse llevar por la iracundia. El terreno se iba preparando a nuestro paso y la hojarasca nos era favorable.
Por ahora sepa usted y créame usted que cualquier historia es más larga que su punto final.
En su novela Paradiso abundan los parlamentos. Diálogos entre éste y aquel, entre aquel y el otro. Y no son diálogos o charlas convencionales de novelas, sino charlas parecidas a estas nuestras. Algunas opiniones se han dejado oír al respecto, entre otras que no son diálogos de novela, sino quiméricos intercambios filosóficos, existenciales, poéticos, metafísicos, entre personajes que dejan de ser personajes y se convierten entelequias pensantes o bocas parlantes de tesis y antítesis. Aun más y más cosas se dirán. Pero usted, ¿qué dice?
Todo lo que se dice me interesa y aun más lo que resta por decir. Algunas cosas ya no oiré o las oiré al estilo de los ángeles curiosos. Lo actual o lo futuro no van a encontrar desmentidos míos, ni ahora cuando soy José ni luego cuando sea un empercudido difunto con alas. Cualquier obra debe ser enjuiciable y criticable, además yo no soy mi propio Ministerio de la Seguridad Personal. Comprendo por otro lado que nada se desplaza mejor hacia su blanco que la nutrida bandada de las aves canoras. Una novela y cualquier obra tiene el destino posterior o inmediato de someterse a la larga intemperie de las miradas. Ser mirado ya es un favor que recibimos. Ser muchas veces mirado durante largo tiempo es la gloria, la única soñada.
Como dice usted, esos diálogos imposibles de mis personajes, sin embargo son reales. En esta sala se producen a diario y desde hace al menos un cuarto de siglo. Yo seré una entelequia y puedo no ser un personaje: eso no me deshonra ni me rebaja ni me abruma. Escapo al fluir anecdótico y soy mi propio espíritu navegando sobre el mísero costillar. Usted, amigo, a veces pierde ribetes y como una nube en movimiento adquiere la forma de un bote, de una campana, de un sátiro, de una flauta. Y eso lo debe alegrar, porque escapó al vaso, a su botella. No estamos tan presos ni somos tan mansos. Estas rebeliones sentadas se harán notar en los cimientos y en las antípodas. Nos fugamos de las manos de los cancerberos. Creían que sólo lográbamos ser fijas gárgolas de piedra y resulta que podemos volar, soltar amarras, confundirnos quiropterológicamente con otras criaturas del atardecer, expandirnos, contraernos y después volver enfriados y a la arquitectónica regularidad del aire.
Es decir, y retornando a los inicios, ¿si hay tanto diálogo metafísico en su Paradiso es porque ya esta salita es previa y los diálogos son previos? ¿Son este par de sillones un laboratorio de imágenes?
En todo caso es una probeta, el laboratorio no tiene límites. Pero hay ensayo, cómo no. ¿Ahora juntos no descubrimos casi que cualquier diálogo es posible o imposible o ambas cosas, que no hay diálogos más reales en Hemingway que en Proust, en Zola que en Kafka, en Shakespeare que en Bradbury? La literatura se alimenta y se inventa a sí misma, a la vez que cualquier recién llegado más temprano que tarde encuentra su osamenta. Sólo dentro del arte nada es imposible, porque al parecer el otro mundo padece por sus demasiadas leyes y prohibiciones. Una de las más misiones quizás más trascendentes del arte sea esa: probar en vuelo todas las potenciales libertades y posibilidades de la imaginación.
La imitación de la realidad, imitación además de una realidad que entonces resulta salcochada, momifiacada, deshilachada, homogeneizada, se va distanciando en los carriles, se va desabrochando de sus patas de cabrito. Mi sala existe a una cuadra de El Prado, a mi puerta toca el cartero, en mi baño hay ducha y un cubito para el agua tibia: ¿es esto metafísico, somos nosotros una página filosófica o quimérica arrancada a la ciudad de La Habana, que aparece siempre y puntual en los mapas? No soy una sopa existencial. Soy todo un sólido cardumen adiposo, una especie de tres en uno. Para mi íntimo, yo soy un realista, aunque por supuesto, je, no es mi interés afirmarlo ni convencer, porque todos esos diálogo los oí previamente. Si no los oí, es igual, porque los imaginé con atributos tan reales como los autobuses o los árboles.
No espero ni deseo que nadie se retracte de sus comentarios, que me honran y exponen y me hacen diverso. Soy de la misma sustancia vulnerable que es todo: ningún poder, ni siquiera el de la poesía, podría situarme fuera del alcance de las saetas críticas. No pueden ni podrían haber perdurables dictaduras intocables. Por el contrario, que todo el mundo toque. Por el contrario, agradezco. Y en esas palabras de otros me conozco y reconozco mejor, como si hubiesen levantado algunas de las cortinas del misterio. Sólo que también dispongo, ¿no? de mi forma de percibir el asunto y además respondo a una pregunta.
La salita me ha sido útil. En esta pequeña jaula aprendí a amar los encierros. Si me decantan del Lezama que he sido sobre todo entre estas cuatro flamantes paredes, apenas quedaría un esmirriado José amputado de sus diálogos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario