PARA LEER DEBAJO DE UN SICOMORO
TRIGÉSIMA ENTREGA
14 / ALGO DE HISTORIA NO VENDRÍA MAL (2)
Quisiera someterlo al largo interrogatorio de una pregunta sobre muy diversos personajes. Y que además usted conteste muy breve. ¿Accede?
Siempre que ustedes se someta a mis lentitudes o rápidas acometidas, no veo inconvenientes. Comience entonces.
¿Gardel? Colocó al arrabal en el centro de Buenos Aires y a Buenos Aires en el corazón del mundo. ¿Faulkner? Un enorme granero sinfónico vinculado al sur. ¿Rulfo? Ese señor nos enseñó una lección imposible: caminar hacia Comala y encontrarla. ¿Beatles? Debemos aprender a tararear de nuevo. ¿Neruda? Cada vez que me acerco al jabón su cándida fragancia me enajena. Pero yo sé de dónde viene el aroma. ¿Lewis Carroll? Quiero ser invitado a todos sus incumpleaños, pero por desgracia los conejos se olvidan de mí. ¿Einstein? Igualó sillón con avión, cuando se trataba de las grandes esenciales distancias. ¿Borges? Con él morirá el misterio que está escrito en los tigres. ¿Guimarâes Rosa? Su continental discurso, con un apoyo infinito de comas, sacó al idioma portugués y al sertón de sus mayores atascos. ¿Mijail Bulgakov? Padre de Margartia, suegro de El Maestro y crítico personal de un tal Poncio Pilatos. También el primero en volar en cueros sobre Moscú. ¿Saint Exupéry? Siete veces príncipe o quizás ocho. Abrió consultorio en un asteroide para curar incrédulos y adultos. ¿Kafka? Quiso vivir una vida humana entre los hombres, pero sólo tuvo oportunidad de respirar: el resto de lo debemos todavía. ¿Picasso? Málaga se adornó la mejilla con tres narices y cuatro ojos y salió a recorrer y enmendar vidas. ¿Marilyn Monroe? La historia le debe un reinvento moderno: los suspiros. ¿Alejo Carpentier? Rey de este mundo durante un siglo de luces. ¿Dostoievsky? Su hacha pudiera ser aquel detector de mierda que aconsejó Hemingway.
¿Podemos dar por cierto que a menudo comete el pecado de la gula?
¿Cenar opíparo de una fuente de pescado, un pecado terrible? Anote usted enseguida el gran pecado imperdonable de todos los tiempos: la despensa bacía, el caldero ocioso.
¿No es el miedo entonces a los aviones su razón principal para no viajar?
Mis peregrinaciones de ser inveterado, mis vertebrados éxodos, mi trasiego mundial, no dejan espacios para asuntos de transportación. Le saco la lengua a las aduanas y a los aduaneros. Y los miedos se reservan para asuntos de mayor densidad.
¿Aceptaría el consejo médico de abandonar tabaco y café?
Me abandonarán ellos a mí.
Creo entonces que se le recordará junto a su persistente tabaco. ¿Le importa?
Siendo yo una especie de novísimo Hatuey sentado en una roca, creo que en su momento necesitaré a un renovado Cucalambé.
¿La gordura le impide demasiados placeres?
El placer de ser gordo quita frío y estrecha el vano de las puertas. Es de mi agrado vivir en días veraniegos y en un mundo que no puede evitar sus roces con mi carne.
¿Una de las preocupaciones suyas es la prisa con que se desplaza el tiempo y se acercan los días del juicio final?
¿Debo responder en mi calidad de poeta o de abogado? Confieso que algunos juicios, ya me los hicieron en vida. Por supuesto, me preocupa un período tan interminable como el que se nos viene encima. Pero incluso hoy, un día de sortilegios y claridades, la certeza de que para partir no me veré en los embrollos de hacer maletas y deshacer compromisos, es un alivio en medio de tanta trivialidad y la penosa fatiga de encanecer en la proximidad renovada y florecida de los balcones. Como ve, no me preocupan tanto mis preocupaciones.
A propósito ¿de qué le sirvió estudiar derecho? ¿Se siente autodidacta en el terreno de la imago?
Para andar derecho hube de estudiar Derecho. Si alguien me tilda de diablo, porque sé que no faltará quien lo haga ni razones para hacerlo, sepa que fui disciplinado en mis albores. El caos llegó cuando me gradué de ángel o el profesor aseguró que eran angelicales mis notas de bachiller, porque la poesía, que venía prendida en el borde de la solapa, salió a rechistar. El caos del autodidacta, si en realidad es un ser caótico y si se toma en serio el autodidactismo, es una pantagruélica epopeya contra la academia y la escolástica. Si estudio Letras, mi troquel hubiese sido quizás idéntico al modelo en uso y yo quién sabe si un poeta sinfónico trasegando en el corral precioso de la santurronería. Pero fui derecho a graduarme de Derecho, lo que me proporcionó un derecho festivo: bailar el baile entre la rumba y el violoncelo, cascar nueces a martillazos o al ritmo de Cascanueces, trepar la palma para ver Palma de Mallorca o las crestas del gallo de Mariano.
¿Algún amor inconfesable?
Algunos amores inconfesables y algunos inconfesados. Arrepentimiento por ninguno.
¿Ahora que Paradiso le trajo la celebridad se siente más novelista que poeta?
El poeta se cierra el capote para soñar con una estampida de catedrales, un ángel que se afeita en el espejo o una golondrina bilingüe que abre la puerta a los demonios. Lo fastuoso del sueño no obstante nunca supera al ojo soñador. Digámoslo en otras palabras: el poeta trasnocha incluso durante el día, no se despega de las ventanillas, duerme solo al final de la jornada. Ocasionalmente entrevé un cerro despejado de nubes que altera los contraluces y ritmos del desplazamiento.
¿Qué quita y aporta nacer y vivir en una isla?
Ciertos designios de Dios coinciden con las teorías de las masas continentales a la deriva. Un solo gran continente hubiera sido una locura de codo con codo, un signo aritmético quitándole conchas a la panoplia de la diversidad. Las islas le restan marcialidad a los continentes, lo que viene a parar en un agregado de similitudes y variantes. Restando se suma, de la misma manera que a veces la suma rompe el saco de las ambiciones. Que seamos islas tiene un sentido múltiple, estelar, comenzando por el hecho de la voluntad divina de aislar y obligar a tejer puentes en múltiples direcciones. Creo también que si todas las fronteras en todas las partes fueran de agua, la insularidad podría llegar a ser fanatismo o un entretenimiento peligroso. Distribución de volúmenes y dimensiones sobre los océanos antes de comenzar el gran juego de las aventuras: algunos pasean en transatlánticos y yo paseo en bote o sillón. El del barco suspira por mis remos, yo a veces por una litera en tercera y por el humo clamoroso de las chimeneas. Y de esa apacible retención de líquidos, emana una cantidad hechizada de ambiciones y complacencias. Como si en la feria estuvieran vendiendo cucuruchos de maní cuando uno sorpresivamente sueña con la avellana importada de los inviernos.
¿Logra usted sentirse insular y continental, cubano y americano servido en el mismo plato?
Es una pregunta curiosa e insólita, como interrogante existencial, cuando sabe uno que tiene el mar, es decir, la frontera líquida, a menos de media milla de las incoherencias. Yo me rindo semanalmente a algunas perplejidades dirigidas a ese macuto de ser árbol y ser bosque. Sin dudas, es un tema al que debemos acercarnos sin prisa y sin boquetes en las mangas. La tentación de sentir primero el roce de la propia luz sufre un renuevo cotidiano: es que el día parece llegar cuando llega a nosotros. Al que vive entre montañas, le amanece más tarde. Pero los mapas, la historia, la cultura, el miriñaque en la cintura remota, esa capacidad ígnea del astro solar para iluminar de golpe una gran faja septentrional-ecuatorial-meridional, las distancias sufriendo las contracciones del radio, la prensa escrita, el cine y la TV, los narcos y los aviones en el trasiego, la antigua comunidad de orígenes, los destinos complementarios y dependientes, una actualidad que habla de tifones azotando o amenazando a un tiempo cuatro docenas de naciones, la lengua repartida, la vena repartida, el azar destapando metáforas semejantes, apuntando en la dirección contraria. Uno termina siendo un cubano que ama sobre todo a su gran patria americana y un americano cabal que sufre flaquezas particulares por una isla de amores. Esos dos enigmas de las transparencias te unen y te despedazan y engendran una gran tradición americana: el impulso gravitatorio y festivo hacia lo que desconocemos.
Le vi temblar el día que cumplió sus 65.
Si captó mi temblor, yo vi su angustia. Como ni los caminos ni los caminantes se detienen, es posible precisar el origen que recibió en el oro de las fiebres los venenosos consejos de la luna. Hablemos de pelota y no de parábolas, porque cuando alguien se encuentra urgido en el conteo de tres y dos no vale papelonear: mejor cortar el cono con una navaja embustera.
Si me amenaza con mi edad futura, aclaro que no fue mi intención ofender un atemorizar.
Disculpe que parezca amenaza. Me permito, para dirimir ambigüedades, traer a colación al jinete que se asomó delirante con las innovaciones verbales y fue al mismo tiempo el señor amable que nos regaló espejos con la nueva imagen del ser y de la muerte. Siempre, si él nos antecede, podemos ampararnos en su amplia llave, que promete abrir de par en par el castillo de los encantamientos. No hay fin: no hay cántiga ni cántaros rotos irreparables. Si vine regreso, si regreso ya estoy aquí de nuevo. Y todo al estilo radiante quevediano del polvo enamorado.
En ese último día, ¿volverá a pensar en Martí y en Quevedo?
En esta especie de tobogán sin ojos por donde nos deslizamos absortos, de pronto las palabras de ellos mezcladas con las nuestras se apoderan del tiempo histórico. Siento que la charla alcanzó eclosión, poder, altura. Merecemos algo más que disculpas, porque nos hemos colocado en el devenir incesante. Con las innovaciones del verbo, Martí nos trajo además maneras sencillas del ser, la altivez resonante cuando el aceite hervía contra la isla, así como un modo límpido de pasar a difunto, abrazando la tarde con una constancia que ni las noches enmudecen. Si parpadeo no sospeche. Si me acodo, sosténgame un segundo. Hay tres plenitudes: nacer, crear y caer lento y manso al reposo prolongado de la memoria.
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