lunes

ENTREVISTAS CON JOSÉ LEZAMA LIMA - FÉLIX GUERRA




VIGESIMOCTAVA ENTREGA


13 / UNA VENTANA POR ABRIR (2)

¿Le convence el mito del lobo?

Como animal, el lobo me resulta fascinante: por su estilo de correr con el ojo dilatado por el hilo de la noche. ¿No estaremos entrando al tema de los corderos por la puerta del fondo? Se dice que los lobos son símbolos del principio del mal y amparados en ese pretexto desde hace siglos, asomamos ballestas y perdigones. ¿Criaturas endemoniadas vinculadas al aniquilamiento final? Posiblemente. Pero ¿aniquilamiento de quién? Por supuesto, sabemos lo que tragan los lobos y a quiénes pertenecen las pieles que se ofertan al contado o a plazos: los escaparates rebosan, en el valle las víctimas aúllan escandalizadas a la luna. El gran loco caza con escopetas. El lobo mayor hace prevalecer su sueño y se enfunda en una piyama antes de ir a sus reposos. Apenas amanezca recargará cartuchos. ¿Cómo creer en la crueldad del lobo si lo vemos famélico languidecer en la cruz? Entretanto, alguien desayuna y sale temprano a probar puntería. ¿Cómo creer en la crueldad del lobo si apenas quedan siluetas a contraluz intentando borrar la huella esparrancada y ocultarse en la nieve remota de los sueños?

Noto que usted no las tiene todas con los sistemas, poéticos o filosóficos. Sin embargo habla de un sistema poético propio.

Toda superficie cóncava tiene una espiritualidad convexa y viceversa. Por su exterior, la copa resulta el objeto más inútil para contener líquidos y asesorar sabores. Yo, como usted habrá notado, me abrocho botones sobre las tripas del abdomen y guardo lápices y bolígrafos en el bolsillo que resiste las trepidantes diástoles y sístoles. Nunca podría tenerlas todas con los sistemas, porque no ignoro que vendrán sin paliativas otros reversos y versiones que sucederán nuevos envoltorios: sin reinventarse no hay extramuros. Las adelgazadas pero sucesivas capas generacionales, biológicamente descendiendo, terminan por cambiar incluso el paisaje mental de los relojes. La eternidad por ningún concepto incluye a los temporales de aguas o a los sistemas de ideas o imágenes. Y cuanto más aspire el sistema en ese sentido, con más trastabilleos lo interrumpe la historia, que hilvana con diez mil hilos de colores la primera pulgada de su trama. Sin embargo, creo, el sistema que presienta sus vulnerables paredes desde ya caer en el estrépito del viento, que reconozca su falta crónica de zapatos y todos los agujeros del follaje, siquiera por simpatía o caridad todavía podrá bailar mambo en la otra orilla de las lluvias.

Es necesario tener un sistema y un paraguas: sabemos que esta agua moja. Sabemos que el paraguas es perecedero y que los aguaceros se repiten. La lluvia de mañana no la podré pasar con el paraguas que murió. Pero sin duda todo paraguas tiene su loable y doble utilidad: la de mantenernos a flote mientras lo deseamos y podemos. La inutilidad de la camisa ante el flujo de los tiempos, sólo nos tienta a la desnudez del baño. Si me presento sin pantalones al público, ni siquiera querrán oír el parte meteorológico. Pero el sistema incluso, como prenda de vestir, resulta la más útil y bella, la más esponjosa y táctil, porque permite la estancia, constituye un ángulo poroso de respiración, un techo para los regresos eventuales, un botón cuando el de la camisa es puro hueco y la soberana guarnición de la sombrilla primigenia y magistral que se adorna con todo el estampado de los sueños.

¿Entonces su sistema como…?

Me refiero siempre y ahora a un sistema hambriento y devorador, abierto. No al sistema cerrado y normalmente sitiado. Un sistema imán, alimentado con cualquier aterrizaje o aproximación. Un sistema siempre en construcción. Un sistema confeccionado con sistemas, donde se puedan desprender astillas o ramas y cada fragmento arder con su propia combustión. Un sistema no con puertas de par en par sino sin puertas, para evitar los cierres. Una especie de catedral múltiple, impregnada de incesantes llamaradas y parpadeos. Como si en las tinieblas ardiera un gentío de cirios y alguien llegara con sus velas y sumara otras hogueras al resplandor. Por supuesto que yo deseara cualquier adición y que no fuera un sistema de alguna manera limitado por el tope de mis interpretaciones e imágenes. Podría incluso, sí, invitar a que se agregue, porque es un sistema laboriosamente improvisado con vanos, rendijas, entradas, aberturas, escotillas. Un sistema que tal vez se congelaría sin los recién llegados y las aportaciones. Si alguien acarrea en esta dirección, contribuye tanto a su posteridad como a la mía, sin miramientos ni avaricias: y por eso es un sistema que podría engullir y ampliarse, un sistema, ahora que viene a cuento, desinteresado y calculador, que no se complace con complacencias ni sólo con mis celulitis y balanceos. Es decir, aspira a las esporas, espera nuevos paradisos.

¿Entonces Lezama aspira a sus epígonos?

Los epígonos son colas etéreas de cometas, aunque no se les niegan sus propias fosforecencias e imantaciones. Hablo de aportadores que aportan, que arrimen una lámpara o dos mil, que hablen con lenguajes estelares y fumen sus propios tabacos. No me agrada la inconmovible pirámide de piedra, visible en la lejanía, pero inmutable y callada en el trasiego de los milenios. Es preferible una ristra incallable de voces pregonando en el misterio del tiempo, un hormigueo incandescente de individuos que rueden por los abismos y suban a las crestas sin que el fuego de sus antorchas ceda o reblandezca. Que mi invitación no ofenda a nadie, que nadie lo tome como un pistoletazo a bocacalle. No me considero anfitrión: mi deseo es ser siempre huésped que llega, recién llegado que se hospeda, alguien que para tocar a la puerta todavía sabe convocar a los incendios. El gran fuego congenia como el agua con el agua, sin que nadie note las costuras. Cada cual, pues, traiga la cantidad de llamas que pueda o logre o desee cargar en sus anafes.

Arribando a los límites de mis posibilidades, entreveo la posibilidad de nuevos límites. Límites ilimitados, posibilidades imposibles: ese buir está en mis conjuros y campanadas, cuando me resta sólo una ventana por abrir.

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