VIGESIMOSÉPTIMA ENTREGA
13 / UNA VENTANA POR ABRIR (1)
Usted habló de catedrales en el futuro. ¿Puede ampliar el concepto?
¿Es más asombroso el titánico acoplamiento de los elefantes que el abrazo amoroso de las lagartijas? Con igual tijera erótica fueron silueteados los coitos del jubo y la anaconda. Los seres orgásmicos sólo inauguran lo mismo: historia. La historia eyaculada o escrita de nosotros se erigió con un pie encima, foráneo y férreo, y entre ajenos y alternados bisbiseos y estornudos. Otros comenzaron por nosotros en los lugares que iban a ser nuestros. Nosotros adoptábamos en nombre de lo que íbamos siendo, tanto los vicios como las virtudes de los que no pudieron dejar de ser los aquellos. Similar a lo inaudito: que de la manga el mago se saque otra manga, o que la garra invada el pecho vecino para dejar a la fuerza el regalo de una gran calabaza. Arrasadores por ambición y excluyentes por vía de los escrúpulos, fueron reducidos por el tiempo a la condición de la semilla espermática. Lo que aquí constituía virtud allá era vicio, el vicio de aquí alabada virtud allá. No hay simetrías perfectas ni entre los círculos ni en los gemifloros. La ilusión de la perfección le viene pisando los talones a la utopía desde el comienzo bíblico de los mazapanes.
Los que arribaron a estas ínsulas, penínsulas y territorios continentales, de no haber llegado se hubieran quedado obrando en la propia santidad, sin el resolutivo poder de reimaginar, sólo imaginando por otro tiempo el repetitivo líquido feudal y el Fausto renacentista. El estallido de imágenes universalizadas fluctuó alrededor del choque, con las consecuentes ondas expansivas en distintas latitudes. Pero en semejante colisión, ¿quiénes forzosamente aportaron el mayor caudal de sangre, más escapatorias, naufragios, nostalgias, quiénes el virgo para que los desvirgaran, quiénes la mano para que la cortaran? ¿Quién imaginó más imágenes entre las muchas imaginadas y dejó ahí resollando sus potencialidades cósmicas? ¿Qué y cómo colocó cada cual en sus altares? Hablemos de dioses derruidos y suplantados, de ceniza fertilizada en el baile de las oraciones, de perniles de cultura cortados para zanjar el hambre de un solo almuerzo, del espejito repartido para que más tarde la víctima admirara sus propias cicatrices. Me tapan la boca para que no se sienta el grito, pero el grito sigue adentro. El conquistador actuaba en minoría, y eso era su gran desventaja para apreciar la curvatura de los espejos y el claroscuro móvil de las vitrinas, atesoraba mirando a su puerto de origen, y eso era un estorbo enorme para volar raudo sobre la orquesta y el festín de los instrumentos. El conquistado resultaba una multitud inmolando la posibilidad inagotable de su propio polvo y por lo general una mayoría obligada a resistir con boca de rana y a temblar con pata de cocodrilo. Aquel metía monedas en su bolsa, el nosotros reptaba por los farallones. Y fuimos nosotros, los aquellos nosotros, los mutilados, los aglomerados en bulto bajo los aguaceros y donando enseguida todo ese sudor al cielo, quienes fulgíamos como las catedrales en el futuro del Viejo Mundo. Con los asaltos a mano armada en los callejones de América, se costeó una buena parte del postín europeo y su reiterado protagonismo.
Aspirar a nuestras catedrales en el futuro no es una renovación de escarnios ni una apetencia de trufar a la inversa. Tal afán sólo lograría, si lograra algo, construir pírricas catedrales en el pasado. Eso, en el caso de que el consenso de la flor aceptara retroceder a la yema venal. Algunas catedrales en el futuro las imagino como catedrales reales, elevando uno o dos campanarios. Otras como quitatapas sin contrafuertes ni etiquetas: una especie de barro de murano. Alquimista y trasmutable, o una cortina tropical, abierta y solícita, o una yeguada en estampida por valles sembrados de polen puro. Otras son más difíciles de imaginar. Que el libro quizás pase de su sitio en la cabecera a ser la cabecera misma, interiorizando poliespumas y linotipos, sería un mérito catedrático de la nación. El auge del poeta y la poesía, entendidos como ser creador y summum creado, en medio de una escasez crónica de generales y acorazados, sería una catedral mayúscula a la que podrían aspirar todos los países y su concierto. Pero la gran catedral llegaría como un certidumbre: colofón de ritmo gótico, preciosas columnatas y rapsodias y comparsas de rutilar, muchedumbre que se juntaría a reconocer los padres fundadores, sin fanfarrias ni solemnidades y en el implícito concepto de que cualquier ser orgásmico es padre o madre fecundante. En esa fiesta, canto al individuo y a la individualidad plenos, habría, por supuesto, más flores que artillería, más palomas que rencillas, e infinitamente más tolerancias que crucifijos y banderas. O no serían todavía esas catedrales del futuro.
¿Le tienen sin cuidado ciertos símbolos y estaría dispuesto a cancelar algunos?
Resultan frecuentes esos arranques en mí, aunque no los exteriorice a menudo ni los utilice como emblemas. Es un revolverse contra cosas demasiado establecidas. Ocurre que los sedimentos se trasmutan en cieno y el acervo en demacrada tradición. Soy poco fiel a credos cuando me enfrento sobre todo a encurtidos de la cultura. No hay golpe de hacha definitivo, sino un brillo ventral que decapita al ser de su sombrilla y a la sombrilla de la luz que soporta en el tejado. Tomemos el ejemplo significativo de los corderos, ya que antes hablábamos del sabroso sabor de los corderos. ¿Simbolizan la pureza por su lana blanca o por la blancura de su lana? Entre otras cosas, blanca es el arma de Bruto cuando clava estocadas al Imperio. Blanca es la madre de Alberto, vecinos nuestros, que le inculcó al hijo la violencia para sobrevivir efectivamente, ella vive en la violencia de tenerlo lejos y él subsiste entre barrotes y casi tan pálido como la osamenta de la muerte. ¿El cordero simboliza la inocencia porque pasta de una yerba rústica y sobrante? Quien discrimina la yerba ignora su condición de feroz almacén de energía arrebatada al sol. Herbívoro es el elefante y algunos dinosaurios y también usted, Homo sapiens, que traga lechugas y berros tímidas acelgas, aunque de ninguna manera desprecia el sabor del cordero. De uva y caña se hace licor que torna aun más devorante y carnívoro el apetito de nosotros.
¿Cordero quien calla y transcurre con mansedumbre sobre la llama encendida de la vida? ¿Es bandera blanca o corbata de miel que devoran las hormigas? ¿Quién se hinca a implorar miel para la salud de su agrio señor? ¿Quién soporta carretas y carretones y luce un brillo especial en el cuello que atrae el fulgor de los metales? Hay sogas que, por supuesto, reclaman su pescuezo y pescuezos que no viven sin su soga. Pero todo aguarda su redención: pescuezo y soga y soga y pescuezo.
Ah, pero de pronto, resulta que: Vocor agnus sum leo fortis (Me llaman cordero, soy un león fuerte). El Agnus Dei lanzando la moneda al aire, que puede caer por su revés. El débil invierte sus ejércitos y hace correr a los elefantes. El cordero como cordero puro es la degradación vacua del mito. Las briznas del león fueron repartidas y el cordero estaba en el reparto. El más carnívoro lleva cordura y cordero adentro. La despensa de los mansos acumula colmillos de agudo filustre detrás de los cristales de la mansedumbre. Los símbolos simbolizan lo suyo y lo contrario. Como lo imposible es posible, otro ejemplo entra al baile: el león es cordero, el cordero es león. Y la expansión continúa afilándose entre dos tensas debilidades: el miedo a no ser fuerte y el temor a que tu fuerza redoble odio y número de tus enemigos.
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