DECIMOCUARTA ENTREGA
Capítulo 14
Eran ya las cinco menos diez cuando aparqué cerca de la entrada de la casa de apartamentos de Randall Place. Se veía luz en algunas ventanas y se oían varias radios. Subí en el ascensor al cuarto piso y seguí por un amplio pasillo alfombrado de verde y con paneles color marfil. Una brisa fresca, que entraba por la puerta abierta de la escalera de incendios, soplaba en el pasillo.
Había un timbre color marfil junto a la puerta marcada con el 405. Apreté el botón y esperé. Me pareció que transcurría un tiempo larguísimo. La puerta se abrió silenciosamente, apenas unos centímetros. Había algo de furtivo en la forma en que fue abierta. El hombre era de piernas largas, cintura ancha, hombros altos y ojos castaños en un rostro moreno e inexpresivo, habituado desde hacía tiempo a dominar sus gestos. El cabello, como lana de acero, crecía bastante apartado de la frente, lo que hacía que ésta, de un tamaño desmesurado, pareciese, al mirarla de pronto, una habitación para el cerebro. Sus ojos oscuros me examinaron de forma impersonal. Unos dedos largos y delgados sostenían el borde de la puerta. No dijo nada.
-¿Geiger? -pregunté.
Ningún cambio perceptible se operó en la expresión del hombre. Sacó un cigarrillo de detrás de la puerta, se lo puso en los labios y le dio una chupada. El humo vino hacia mí en lentas y despectivas bocanadas, y tras él, palabras pronunciadas con voz fría y lenta, sin mayor inflexión que la del guardián de un faro.
-¿Cómo ha dicho?
-Geiger, Arthur Gwynn Geiger. El tipo que tiene lo de los libros.
Me examinó de arriba abajo, sin prisa. Miró la punta del cigarrillo y la mano, que había estado sosteniendo la puerta, se perdió de vista. Por la posición del hombre parecía como si la mano oculta estuviera moviéndose.
-No conozco a nadie con ese nombre. ¿Vive por aquí?
Sonreí. No le gustó mi sonrisa y sus ojos se tornaron desagradables.
-¿Es usted Joe Brody? -pregunté.
El moreno rostro pareció enmudecer.
-¿Y qué? ¿Lo hace por puro capricho, hermano, o sólo por entretenerse?
-Así que es usted Joe Brody -dije- y no conoce a nadie llamado Geiger. Eso resulta muy gracioso.
-¿Sí? Tiene un sentido muy especial del humor. A ver si lo emplea en otro sitio.
Me recosté contra la puerta y le dirigí una sonrisa soñadora.
-Usted tiene los libros, Joe, y yo tengo la lista de los candidatos. Deberíamos ponernos de acuerdo.
No apartó los ojos de mi rostro. Percibí un débil ruido en la habitación, detrás de él, como si las anillas metálicas de una cortina tintinearan en una barra de metal. Miró de reojo hacia el interior.
-¿Por qué no? Si usted cree que tenemos algo de que hablar -contestó fríamente.
Se apartó a un lado y entré. Era una habitación alegre, con buenos muebles, aunque no muy abundantes. Las ventanas francesas de la pared del fondo daban a un porche de piedra y por ellas se veía, a través del crepúsculo, el pie de las colinas. Cerca de la ventana, en la pared del oeste, había una puerta cerrada y, próxima a la puerta de entrada, otra en la misma pared. Esta última estaba cubierta por una cortina de felpa que colgaba de una barra de metal debajo del dintel.
Eso dejaba libre la pared este, que no tenía ninguna puerta. Apoyado contra aquélla había un sofá-cama en el que me senté. Brody cerró la puerta y fue andando como un cangrejo hacia un alto escritorio de roble adornado con clavos cuadrados. Una caja de madera de cedro con bisagras doradas descansaba en la parte baja del escritorio. Llevó la caja a una butaca que había entre las dos puertas y se dejó caer en ella. Yo dejé mi sombrero en el sofá y esperé.
-Bien, escucho -dijo Joe Brody.
Abrió la caja de puros; dejó caer la colilla en un cenicero que había a su lado y se puso en la boca un puro largo y delgado.
-¿Un purito? -preguntó y me tiró uno.
Lo cogí en el aire. Brody cogió una pistola de la caja y apuntó hacia mi nariz. Miré el revólver. Era un calibre 38, perteneciente a la policía. Por el momento, yo no tenía ningún argumento que oponer a ella.
-Limpio, ¿eh? -me dijo-. Tenga la amabilidad de levantarse un minuto y acérquese un poco. Puede usted tomar un poco de aire, mientras.
Su voz era la que suelen tener los matones de las películas. En el cine siempre son así.
-¡Pchs, pchs...! -musité sin moverme-. Tantas pistolas rodando por la ciudad y tan pocos cerebros. Es usted el segundo individuo que he encontrado, en cuestión de unas horas, que parece creer que un revólver en la mano significa tener el mundo agarrado por el cuello. Déjelo y no sea tonto, Joe.
Frunció el entrecejo y levantó la barbilla. Su mirada se tornó sórdida.
-El nombre del otro individuo es Eddie Mars -dije-. ¿Ha oído hablar de él?
-No.
Brody seguía apuntándome con la pistola.
-Pues si se entera dónde estuvo usted anoche, bajo la lluvia, le quitará de en medio con la misma facilidad con que un potentado extiende un cheque.
-¿Y qué sería yo para Eddie Mars? -preguntó Brody fríamente al tiempo que bajaba el revólver.
-Ni siquiera un recuerdo.
Nos mirábamos a la cara, por lo que no podía dirigir mis ojos hacia la picuda babucha negra que asomaba por debajo de la cortina de la puerta que había a mi izquierda. Brody dijo pausadamente:
-No me tenga en mal concepto. No soy un matón; tan sólo un poco cauteloso. No sé quién diablos es usted. Podría ser un pistolero.
-No es usted bastante cauteloso -dije-; esa jugada con los libros de Geiger fue terrible.
Hizo una lenta y honda aspiración y expulsó el aire silenciosamente. Se echó hacia atrás y cruzó sus largas piernas, poniendo la pistola en sus rodillas.
-No se imagine que no usaré este cachivache si me veo obligado a ello -dijo-. ¿Qué tiene usted que contar?
-Dígale a su amiga, la de las babuchas picudas, que salga. Ya debe de estar cansada de aguantar la respiración.
Brody, sin quitar sus ojos de mi estómago, dijo:
-Agnes, ven aquí.
La cortina se hizo a un lado y la ondulante rubia de ojos verdes de la tienda de Geiger se unió a nosotros. Me miró con odio. Tenía las aletas de la nariz contraídas y sus ojos se habían oscurecido. Parecía muy disgustada.
-Estaba endemoniadamente segura de que era usted un estorbo -me dijo ella irritada-. Le advertí a Joe que vigilara sus pasos.
-Y usted... no son sus pasos lo que debería vigilar, sino la parte inferior de su espalda -dije.
-Supongo que eso es muy gracioso -dijo la rubia.
-Lo ha sido -dije-, pero probablemente ya no lo es.
-Ahórrese sus chistes -me advirtió Brody-. Ande con mucho cuidado. Enciende una luz para que pueda echarle un vistazo a este tipo.
La rubia encendió una gran lámpara cuadrada y se dejó caer en una butaca que había junta a ella, quedándose erguida como si la faja le apretase demasiado. Me metí el puro en la boca y le quité la punta con los dientes. El Colt de Brody me siguió cuidadosamente mientras cogí los fósforos. Encendí el puro, di unas cuantas chupadas y dije:
-La lista de candidatos de que le hablé está en clave, y aún no la he descifrado; pero hay unos quinientos nombres. Usted tiene doce cajas de libros, que yo sepa. Debe de tener usted, por lo menos, quinientos libros. Habrá un montón más en préstamos, alquilados, pero digamos que quinientos es la cantidad total, para no pillarnos los dedos. Si la lista está al día y se puede aprovechar de ella por lo menos el cincuenta por ciento, eso haría ciento veinticinco mil alquileres. Su amiga está bien enterada de todo esto. Es sólo una suposición, claro está. Ponga usted el precio de alquiler todo lo bajo que quiera, pero no será menos de un dólar. Esta mercancía cuesta dinero. A un dólar de alquiler, usted coge ciento veinticinco grandes y aún le queda el capital. Es decir, usted tiene el capital de Geiger, lo cual ya es una buena razón para despachar a un tipo.
La rubia intervino.
-¡Está usted loco, superhombre!
Brody le enseñó los dientes de soslayo y gritó:
-¡Cállate, por amor de Dios, cállate!
Ella se hundió en una mezcla de angustia y rabia contenida. Sus uñas plateadas rascaban sus rodillas.
-Este no es negocio para pobretones -dije a Brody casi afectuosamente-. Hace falta una técnica como la de usted, Joe. Debe tener confianza y conservarla. Los individuos que gastan su dinero en placeres sexuales de segunda mano se ponen nerviosos como viejas que no encuentran el baño. Personalmente, creo que los chantajes son una gran equivocación. Soy partidario de dejar todo eso y concentrarnos en ventas y alquileres legales.
La mirada de Brody estudiaba mi rostro de arriba abajo y su revólver seguía amenazando mis órganos vitales.
-Es usted un tipo raro -dijo sin cambiar de tono-. ¿Quién tiene ese precioso negocio?
-Usted casi lo tiene.
La rubia se atragantó y empezó a rascarse la oreja. Brody no dijo nada y siguió mirándome.
-¿Qué? -saltó la rubia-. ¿Está ahí sentado y tratando de decirnos que Geiger tenía esa clase de negocios en la mismísima calle principal? ¡Está usted como una cabra!
La miré de reojo.
-Claro que lo digo. Todo el mundo sabe que el negocio existe. Hollywood está hecho a la medida para eso. Si una cosa así debe existir, pues se pone precisamente en la calle donde los polis prácticos quieren que se ponga. Por el mismo motivo favorecen las zonas con luz roja. Y cuando quieren, saben dónde levantar la presa.
-¡Dios mío! -exclamó la rubia-. Pero, ¿permites que este individuo se siente ahí y me insulte, Joe? ¿Tú con un revólver en la mano y él sin otra cosa que un puro?
-Me gusta -dijo Brody-. Es un tipo con buenas ideas. Cierra el pico y déjalo cerradito o te lo cerraré yo con esto.
Y dio con desenfado una vuelta al revólver.
La rubia dio un respingo y volvió la cara hacia la pared. Brody me miró astutamente y preguntó.
-¿Y cómo he conseguido yo este bonito negocio?
-Despachó a Geiger para conseguirlo. Fue anoche, bajo la lluvia. Hacía un tiempo ideal para eso. Lo malo es que él no estaba solo cuando descargó la metralla. O bien, ni se dio usted cuenta de ello, lo que no es probable, o tuvo que salir pitando. Pero tuvo valor suficiente para volver después, coger la placa de la cámara fotográfica y esconder el cadáver, para poner los libros a buen recaudo antes de que la policía supiera que tenía un asesinato entre manos.
-Sí -dijo Brody despectivamente. El Colt se tambaleó en sus rodillas. Su cara morena estaba rígida como un trozo de madera tallada-. Está usted corriendo un riesgo. Y tiene la condenada suerte de que yo no despaché a Geiger.
-Bueno, es un papel que le va a usted muy bien -dije alegremente-. Está usted hecho a la medida para sufrir las consecuencias.
La voz de Brody se endureció.
-¿Y cree usted que puede colocarme ese asesinato?
-Desde luego.
-¿Cómo?
-Hay alguien que lo declarará así. Ya le dije que había un testigo. No siga haciéndose el tonto conmigo, Joe.
Entonces estalló:
-¡Esa pequeña... zorra! -gritó-. Tenía que ser ella. ]Maldita sea! ¡Tenía que ser ella!
Me recosté en el respaldo y sonreí.
-Estupendo. Ya sabía yo que usted tenía esa foto de ella en cueros.
Ni él ni la rubia contestaron nada. Dejé que lo digiriesen. La cara de Brody se fue aclarando, con una especie de alivio grisáceo. Dejó el Colt en la mesa, pero mantuvo su mano derecha cerca de ella. Sacudió la ceniza de su puro sobre la alfombra y me miró con ojos que eran un simple brillo entre los párpados casi juntos.
-Me imagino que cree usted que soy tonto.
-Lo normal para un estafador. Busque las fotografías.
-¿Qué fotografías?
Moví la cabeza.
-Mala táctica, Joe. La ingenuidad no le lleva a ninguna parte. Estaba usted allí anoche o consiguió las fotografías por alguien que se encontraba allí. Usted sabe que era ella porque hizo que su amiga amenazara a la señora Regan con una denuncia a la policía. La única manera de que usted supiese lo suficiente para hacerlo sería viendo lo que ocurrió o conservando la fotografía con conocimiento de dónde y cómo se hizo. Sea sensato y desembuche.
-Tendría que darme un poco de pasta -dijo Brody.
Volvió la cabeza un poquito para mirar a la rubia de ojos verdes que ahora ya no los tenía verdes y sólo era rubia artificial. Estaba tan blanda como un conejo muerto.
-No hay pasta -dije.
Gruñó amargamente:
-¿Y por qué motivo?
Saqué la cartera y le invité a contemplar mi insignia.
-Estaba vigilando a Geiger... por encargo de un cliente. Me hallaba afuera anoche, bajo la lluvia. Oí tiros y entré en la casa. No vi al asesino, pero vi todo lo demás.
-Y no soltó prenda -dijo Brody de mal talante.
Me guardé la cartera.
-Sí -admití-, hasta ahora. Qué, ¿me da las fotos?
-¿Y los libros? -dijo Brody-. No comprendo...
-Los seguí desde la tienda de Geiger. Tengo un testigo.
-¿El muchacho de la cazadora de cuero?
-¿Qué muchacho de la cazadora de cuero?
Gruñó un poco.
-El muchacho que trabaja en la tienda. Se escurrió después de que se marchó el camión y Agnes no sabe siquiera por dónde anda.
-Eso ayuda -dije sonriéndole-. Ese punto me estaba preocupando un poquito. ¿Alguno de ustedes estuvo en casa de Geiger anteanoche?
-Ni siquiera anoche -contestó con vehemencia Brody-. Así que ella dice que le agujereé la piel, ¿eh?
-Con las fotos en la mano podría convencerla de que está equivocada. Había bebido un poco.
Brody suspiró.
-No me puede ver. La mandé a paseo una vez. Me pagaron por ello, claro; pero hubiera tenido que hacerlo de todos modos. Es demasiado retorcida para un individuo sencillo como yo -aclaró su voz-. Qué, ¿hay un poco de pasta? Estoy sin una gorda y Agnes y yo tenemos que mudarnos.
-De mi cliente, nada.
-Escuche...
-Consiga las fotos, Brody.
-¡Demonios! -dijo-. Me doy por vencido.
Se levantó y guardó el Colt en el bolsillo. Metió la mano izquierda en la parte interior de la chaqueta y cuando estaba así, con el rostro torcido por el disgusto, empezó a sonar el timbre de la puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario