jueves

KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL - LEON CHESTOV



traducción de José Ferrater Mora

CUADRAGÉSIMOSÉPTIMA ENTREGA

XVII

DIOS ES EL AMOR (2)

Kierkegaard no ha suscitado jamás el problema de saber si Lutero fue o no un “testigo de la verdad”. Cierto que más de una vez expresó su pena de que Lutero no hubiese terminado como un mártir (1). Cierto también que los Discursos de sobremesa de Lutero le irritaban hasta el extremo, inclusive le indignaban. Y, sin embargo, no se atrevió a decir que Lutero no había sido un testigo de la verdad (como lo dijo del obispo Münster después de su muerte). Y si se le hubiese preguntando quién poseía la verdadera fe -Mucius Scaevola y Regulus, que “habían demostrado” por medio de su martirio voluntario que estaban dispuestos a realizar lo que consideraban deber suyo, o Lutero, a quien la historia no dio ocasión de proporcionar esta clase de “prueba”- Kierkegaard no habría indudablemente vacilado. La fe no puede ser probada ni por el martirio ni por los sacrificios. La fe en general no exige pruebas y no tiene la menor necesidad de ellas. Y la filosofía existencial -tan íntimamente unida a la fe, que no puede realizar su obra si no es por la fe- adquiere en la fe esa nueva dimensión que la desvincula de la filosofía especulativa. La fe subsiste más allá de las pruebas, así como, según la expresión de Kierkegaard, subsiste más allá de la muerte.  En el punto en que terminan para el pensamiento todas las posibilidades “se revelan” para la fe posibilidades nuevas.

La geometría elemental nos proporciona un ejemplo que nos permite concebir hasta cierto punto lo que era para Kierkegaard la fe. Sobre un plano dado no se puede trazar más de una perpendicular a un punto situado en una recta. Y si cualquier línea ocupa el lugar de la perpendicular, esta situación privilegiada queda prohibida para siempre a todas las demás rectas que se hallen errante en el universo: los principios de contradicción, del tercio excluso, etc. protegen a la dichosa privilegiada contra las tenativas de las que pretenden igualarse a ella. Pero lo que es imposible cuando se trata de un plano de dos dimensiones, resulta de repente posible cuando pasamos de la planimetría a la estereometría, cuando, enriquecidos con una nueva dimensión, transformamos el plano en espacio. Entonces podemos trazar desde un punto cualquiera un número infinito de perpendiculares, y la línea más pequeña, la más insignificante, la más inadvertida, iguala en “dignidad” a esa línea “única” que disfrutaba del derecho envidiado y aparentemente exclusivo de formar en un punto dado con una recta dos ángulos adyacente iguales, de ser el lugar geométricos de ciertos puntos, etc. etc. Toda comprensión, todo conocimiento, todo intelligere se desarrolla en el espacio plano, teme por su misma naturaleza toda dimensión nueva y se esfuerza por todos los medios en aplastar, en hacer entrar dentro de tal plano de los ridere, lugere et detestari humanos, según ella demasiado humanos. Y, por el contrario, estos se hallan animados por un solo deseo -el de huir de ese plano donde son aplastados por el intelligere para alcanzar la libertad que no sabe ni puede llegar a ningún acuerdo con el intelligere. Por eso, y como ya hemos visto, la filosofía existencial se ha desviado de Hegel y del Symposium griego para acercarse a Job y a Abraham. Y, sin embargo, o tal vez por esta misma razón, no tenemos ningún derecho para volver la espalda al “duro” cristianismo de Kierkegaard. Y eso a pesar del hecho de que en su revista El Momento -donde aparecieron sus vehementes filípicas contra los pastores cansados, los teólogos dichosos, los laicos que transforman la revelación bíblica en una moral cómoda y hasta útil, donde afirmaba que la humanidad cristiana había suprimido a Cristo- declaró abiertamente, durante el último año de su vida, que tampoco él se consideraba colocado a la altura de las exigencias del cristianismo tal como las había formulado. Tras haber repetido por centésima vez: “ser cristiano quiere decir, en verdad, ser desdichado (humanamente hablando) en esta vida, y tú serás (humanamente hablando) tanto más desdichado, sufrirás tanto más en esta vida cuanto más te entregues a Dios y cuanto más éste te ame”, agrega inmediatamente: “Esta idea es para el hombre débil algo terrible, mortal, casi sobrehumanamente difícil. Lo sé por una doble experiencia: Ante todo, ni yo mismo puedo soportarla, y sólo de lejos alcanzo a presentir esa idea auténticamente cristiana del cristianismo… Por otro lado, las circunstancias de mi propia existencia han atraído particularmente mi atención sobre ella; de no ser así, no me habría jamás adherido a ella y menos aun habría sido capaz de soportar su peso. En una nota al pie de la página da explicaciones todavía más detalladas: “He aquí por qué no me considero aun como un cristiano; muy lejos estoy de ello. Expongo en pleno acuerdo con la verdad lo que es el cristianismo; no me permito, pues, falsear el cristianismo, y proclamo con la misma veracidad mi actitud ante el cristianismo.

Notas

1) Diario, II, 336. En 1854, es decir, un año antes de su muerte, escribe: “Lutero ha causado un daño inconmensurable por el hecho de no haber sido mártir.

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