viernes

KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL - LEON CHESTOV


traducción de José Ferrater Mora

CUADRAGÉSIMOQUINTA ENTREGA

XV

LA VOLUNTAD AVASALLADA (4)

El propio Kierkegaard nos ha dicho que la fe comienza en aquel mismo punto en que se terminan para la razón todas las posibilidades. Pero los hombres no quieren pensar en esto, no quiere ni siquiera echar una mirada a la llama maléfica (según sus convicciones venidas de no se sabe dónde) de la fe que un día abrasará a la razón. Hemos visto que San Buenaventura y Hegel -por lo demás, tan poco parecidos- se hallan completamente de acuerdo en este punto; ambas vinculan a la razón las esperanzas que el uno deposita en la fe y el otro en la filosofía. Muy distinto es el caso de Kierkegaard: siente con todo su ser que, a causa de su misma naturaleza, la razón tiende a desarmar la fe, a absorber toda su savia vital. Ha podido convencerse de que la fe comienza en el punto en que la razón no puede prestar ya ningún servicio al hombre. Sabe, es cierto, que los hombres se niegan a aventurarse en esas regiones donde la razón no puede ya servirles de guíaL la medianía no pueden soportar lo que le dicen la locura y la muerte. Mas justamente por esto nos invita Kierkegaard a abandonar la filosofía especulativa y a allegarse a la filosofía existencial, como si quisiera empujar a nuestro pensamiento hacia donde menos deseos tiene de dirigirse. No basta decir que el sabio será dichoso aun en el toro de Falaris: hay que organizar la vida entera de modo que esta felicidad agote su contenido.

Recordamos que Kierkegaard no solamente descartaba a Hegel y a la filosofía especulativa, sino que desconfiaba también de los místicos, y me parece que no erraremos si decimos que lo que le repelía sobre todo en los místicos es lo mismo que, por lo demás, los hace, aun en esta época, tan cautivadores para la mayor parte de los hombres cultivados: sus himnos a la felicidad que puede obtenerse aquí mismo, en esta tierra. Kierkegaard no lo dice abiertamente en ninguna parte, pero se pone sombrío e impaciente cuando el místico expresa con tono solemne e inspirado la alegría de que goza en su unión con Dios. El místico ha recibido ya su recompensa; se la ha procurado a sí mismo por sus propios medios. ¿No encontramos aquí nuestro viejo conocimiento acerca de la “soberbia diabólica” tras la cual se oculta siempre la impotencia humana? En otros términos, ¿no sustituyeron los místicos, lo mismo que antaño los sabios, los frutos del árbol de la vida, que no pueden alcanzar, por los frutos del árbol de la ciencia, al alcance de todo el mundo? Pero si los frutos del árbol de la ciencia son realmente más preciosos que los del árbol de la vida, ¿por qué evitan los místicos tan cuidadosamente hablar de los horrores del ser? Saben que, según Sócrates y Platón, no existe ningún principio superior a la razón y que, como consecuencia de esto, se ha dicho que no hay para el hombre mayor desdicha que la de llegar a menospreciar la razón. Y saben también que no todo es posible para la razón, que ésta se reparte el poder con la Necesidad. Mas, ¿por qué guardan entonces silencio sobre las abominaciones que lanza la Necesidad sobre el mundo y siguen cantando sus himnos como si la Necesidad no hubiera jamás existido? Los místicos cantan la felicidad del hombre que ha renunciado a lo finito. Kierkegaard insiste en los horrores que implica uan tal existencia. Los místicos -lo mismo que la filosofía especulativa- dan una respuesta definitiva a todas las cuestiones que plantea el hombre entregado a sí mismo y a su razón. La filosofía existencial somete esta respuesta y su carácter definitivo a una nueva prueba. La virtud y el amor -la mayor de las virtudes humanas y divinas- son confrontadas con los horrores de la existencia terrenal: ¿resistirá la beatitud filosófica o mística semejante prueba? ¿No transparece el antiguo eritis sicut dii scientes bonum et malum a través de la beatitud mística, así como a través de la beatitudo non est proemiun virtutis sed ipsa virtus, dee Spinoza?

El misticismo cristiano y la filosofía, enemiga de la fe, son incapaces de escuchar los que les “dicen la locura y la muerte”. La “beatitud” que prometen no es sino la expresión de la “soberbia diabólica”, soberbia suficiente para elevar a alturas vertiginosas la inspiración poética, pero impotente, incapaz de proporcionar ninguna ayuda a Job aplastado por el martillo de Dios. Y quienes, como los amigos de Job, se atreven a presentarse con sus ideas razonables y humanas ante el hombre a quien el Señor induce a tentación abrumándole de males y de horrores, no son más que “fastidiosos consoladores” que no saben ni siquiera lo que dicen.

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