LA NOVELA LUMINOSA DE MARIO LEVRERO
Hugo Giovanetti Viola
TERCERA ENTREGA
11 / Deber
Fragmentos del Prefacio histórico de la NL:
No estoy seguro de cuál fue exactamente el origen, el impulso inicial que me llevó a intentar la novela luminosa, aunque el principio del primer capítulo dice expresamente que ese impulso procede de una imagen obsesiva, y la imagen es suficientemente explícita como para que el lector pueda creer en esa declaración inicial.
(…) Yo había narrado a este amigo una experiencia personal que para mí había sido de gran trascendencia, y le explicaba lo difícil que me resultaría hacer con ella un relato. De acuerdo con mi teoría, ciertas experiencias extraordinarias no pueden ser narradas sin que desnaturalicen; es imposible llevarlas al papel. Mi amigo había insistido en que si la escribía tal como yo se la había contado esa noche, tendría un hermoso relato; y que no sólo podría escribirlo, sino que escribirlo era mi deber.
En realidad, estas dos imágenes no son contrapuestas, e incluso están autorizadas por una lectura atenta de las primeras líneas de ese primer capítulo, lectura atenta que acabo de realizar ahora, antes de comenzar este párrafo.
(…) Allí hablo de la imagen obsesiva, que se refiere a una disposición especial de los elementos necesarios para la escritura, y más adelante hablo de un deseo paralelo, como cosa distinta, de escribir sobre ciertas experiencias que catalogo como “luminosas”.
(…) Pero no hay ninguna mención de mi amigo, y eso me parece injusto -por más que ya no sea mi amigo y que, según me han contado, anda por el mundo hablando pestes de mí-. Es muy probable que en aquel momento hubiera olvidado por completo la recomendación, autorización o imposición del amigo y estuviera realmente convencido de que era mi deseo escribir esta historia.
(…) Aunque, desde luego, el deseo era preexistente, ya que por algún motivo le había contado a mi amigo aquello que le había contado; tal vez supiera de un modo secreto y sutil que mi amigo buscaría la forma de obligarme a hacer lo que yo creía imposible. Lo creía imposible y lo sigo creyendo imposible.
(…) Tal vez mi amigo tuviera razón, pero para mí las cosas nunca son simples.
(…) Yo tenía razón: la tarea era y es imposible. Hay cosas que no se pueden narrar. Todo este libro es el testimonio de un gran fracaso.
12 / Arquitectura
Leí el Prefacio histórico de La novela luminosa (del que voy a seguir citando fragmentos imprescindibles) la misma noche que vine de ensayar Los palabristas en la casa de Nogareda, y quedé shockeado por aquel carambolazo divino organizado imprevisiblemente, como siempre, por el universo.
El amigo -considerado ya no amigo en el momento de completarse la escritura de la supuestamente fracasada NL- que había impulsado a Jorge a pegarle palazos a la piñata de lo imposible a lo largo de casi 20 años era yo.
Me refugio en dos citas de Vallejo para situar al lector en el acalambramiento abismal que me produjo aquello.
(…) ¡Tristes son las astillas que le entran / a uno, / exactamente ahí precisamente!
(…) es natural, por lo demás ¡qué hacer! / ¿Y qué dejar de hacer, que es lo peor?
Yo había dejado de ver a Jorge cuando se fue a Buenos Aires y después supe que vivía en Colonia, pero siempre conservé un recuerdo muy luminoso de nuestra amistad.
En 1991 la editorial Belfond parisina co-produjo, junto con la UNESCO, una lujosa Anthologie de la nouvelle latino-américaine realizada por el poeta paraguayo Rubén Bareiro-Saguier y nuestro compatriota Olver Gilberto de León, catedrático de La Sorbonne e invalorable gestor y difusor, a partir de los 80, de lo que pudo llamarse la cultura del posboom latinoamericano.
Pero pasado el acorralamiento que nos unificó conmovedoramente (y lo digo sin ironía) durante el fascismo, la inmensa mayoría de nuestros intelectuales demostró que no tenía el menor interés en proyectar una cuajadura identitaria con alcance continental.
En la antología co-producida por Belfond y UNESCO el Uruguay estaba representado por Fernando Ainsa, Matilde Bianchi, Tarik Carson, Mario Levrero y un servidor.
Y ya cerca de 2000 mi agente me encargó la búsqueda de algunos relatos que integrarían el segundo tomo de Menaces / Anthologie de la nouvelle noire et policière latino-américaine (publicado por L’Atalante publicado en el 93 con muchísimo éxito) y enseguida conseguí el nuevo teléfono de Jorge en Montevideo y primero se alegró sinceramente cuando le conté que me había hecho una terapia junguiana y después ladró que no pensaba cederle los derechos de ningún texto suyo a un editor ladrón.
Pero en ningún momento tuve la sensación de que ya no me considerase su amigo.
13 / Toponomizar
El centellograma que me hicieron el martes 2 de abril delató dos posibles metástasis: una lumbar y otra en una costilla.
Ahora hay que “toponimizar” (otra hermosa recurrencia del discurso científico a la poiesis metafórica) con total precisión la cualidad de las manchas, que podrían ser artrósicas o degenerativas y no necesariamente cancerígenas, aunque la chance es poca.
Ayer tuvieron que posponerme una tomografía contrastante por un error administrativo y terminé soñando voladoramente con el desafío esencial que me propone este libro: toponimizar con total precisión el desarrollo del proceso salvífico que hizo zafar a mi amigo de la única, eterna madrugada en la que quedó cadaverizado después que lo operaron de la vesícula.
Estoy seguro de que la única y última vez que nos vimos con Jorge fue en noviembre de 2000 en una librería de Pocitos donde se inauguraba una exposición de su anciana amiga Georgette (así es como él la cita, con grosera irritación, en la pág. 388 de la NL, a propósito de una llamada que ella le hizo desde París cuando murió Tola Invernizzi).
Yo acababa de conocer a esta excelente plástica devota de mi maestro Manuel Espínola Gómez, y no tenía cómo saber que Levrero estaba lidiando atascadamente con el cumplimiento del proyecto que le financió la Guggenheim Foundation.
Lo noté más ceroso que seboso, y después de un rato fui a saludarlo y siguió fingiendo no conocerme.
-Ah, sos vos -terminó por roncar concediéndome una mano que parecía literalmente embalsamada, y de golpe murmuró: -Estás más lindo.
Y no es raro que después de 15 años de distanciamiento haya podido captar tan al vuelo el resplandor emergente de mi terapia junguiana, porque los videntes son así.
Lo cierto es que ahí pudo haber habido otro carambolazo divino, si tomamos en cuenta que en el prólogo de la NL aparece anotado el sábado 2 de diciembre:
Releí las poquitas páginas que había escrito en enero de este año, las que podrían ser el comienzo de mi proyecto, a saber la segunda parte de la “novela luminosa”. No están mal.
¿Habrá sido nuestro forzadísimo reencuentro lo que lo motivó a reengancharse con el cumplimiento de su deber?
14 / Peste
Pero todavía queda por resolver la tajante y difusamente histérica afirmación que hace Jorge en el prefacio a propósito de nuestro distanciamiento afectivo.
Me pasé semanas pensando de dónde carajo podría haberle llegado la infame información de que yo andaba por el mundo hablando pestes sobre él, hasta que al llegar a la página 298 de la NL encontré esta descripción de una antigua amiga identificada como T: Por alguna clase de locura particular, en cierto momento se dedicó a propalar vertiginosamente todo tipo de chismes, y todos sus conocidos terminamos poco menos que peleados todos con todos; chismes elegidos con especial malignidad y no siempre basados en la realidad de los hechos aunque sí siempre con algún hecho real, por lo general distorsionado, como punto de partida. (…) Del mismo modo me llegaban versiones intolerables de mí mismo forjadas por X, Y y Z, siempre bajo la visión distorsionada de T, de modo que nuestra pequeña familia de amigos había comenzado a sufrir una serie de conmociones incomprensibles -porque no siempre se sabía que había mediado T; a menudo la víctima de la calumnia se limitaba a interrumpir las relaciones y guardar un ofendido silencio, y no me fue fácil ir desenredando la madeja hasta encontrar la causa.
Entonces recordé que mientras Jorge vivía en Buenos Aires una de sus antiguas amigas -no muy veterana pero sí muy loca- me localizó para pedirme un ensayito sobre el canto popu que yo había escrito a principios de los 80 y charlamos largamente en un boliche de la Plaza Independencia.
Esa noche se me ocurrió comparar el aislamiento selectivo de Levrero con el que practicaba Onetti, a quien siempre había que ir a ver y muchas veces -cuando la orfandad edípica lo privaba de todo tipo de ilusión o consuelo religioso- idolatrar.
Y aunque la pestosa del caso no fuera T, debe haberme embarrado con el estilo de ella.
En la página 168 de la NL Jorge acusa rabiosamente a su caótico diario prologal de no ser nada más que un monólogo narcisista que atenta contra su proyecto. Y si bien en la 170 se propone no rechazarlo como patología pura, porque donde no hay narcisismo, no hay arte posible, ni artista, mi apreciación -tergiversada por la Mrs. Macbeth de turno- debe haberle caído horrible.
Las psicóticas revoloteadores de adolescentes retardados no descansan jamás.
15 / Chucho
Ya cité algunos párrafos de la laboriosa nota que publicó Elvio E. Gandolfo en 2005 sobre la NL, en El País Cultural Nº 828.
Para mí, que ya hace muchos años que ni miro las llamadas páginas literarias de nuestra prensa, la aparentemente casual lectura de aquella especie de obituario crítico fue fatídica.
Yo ya había entreabierto con avidez el tan esperado testamento de Levrero en una librería, y hasta le juné las secciones de la estrambótica estructura y le sonreí convexamente (para hablarlo en Paco Espínola) a la hermosa foto de la solapa, sintiendo (implosión estomacal mediante) que mi amigo me estaba saludando.
La foto irradia esa especie de terciopelo soñador que baña los poemas de Eluard, por ejemplo.
Y no estoy seguro de haber postergado la compra del novelón porque saliera caro y uno haya vivido siempre aceptando (y no en forma de voto monacal sino más bien por indolencia constitutiva, como le pasó a mi siamés místico) ser un eterno pobre.
Ahora estoy convencido de que ya en ese primer momento me atacó el chucho de no encontrar lo que estaba profetizado.
(Lo terrible es que en cualquier momento y a cualquier edad uno puede transformarse en uno de esos hurgadores con poca fe a los que nos divierte despreciar pedantemente cuando nos estraga el sindrome del sabiondo resentido.)
Gandolfo hizo una disección tan ampulosa y al mismo tiempo desconcertante de la NL, que a mi juicio termina por convencer subliminalmente al posible lector de que en realidad no le conviene demasiado invertir tiempo, paciencia y plata en esta obra impar, monumental y ágil de su queridísimo cofrade.
Y no tengo más remedio que reconocer, tan humillada como avergonzadamente, que a mí logró hacerme entrever, incluso (y aquí radica el clic) que aquella megavaloración del texto se debía más a la grandeza de alma del crítico que al milagro logrado por un autor que supo alquimizar su petrificación neurótica y transfigurarse en un hombre muerto comulgando.
Si habrá sido fuerte el embrujo, que pasaron 7 años antes de que Eduardo Nogareda tuviera que incrustar compulsivamente el libraco sobre mi mano escéptica.

























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