domingo

GUSTAVO ESPINOSA - UN BLUESMAN DE PROVINCIA


por María José Olivera Mazzini
  
(diciembre de 2012)
  
Los libros de Gustavo Espinosa están siendo muy leídos y comentados. Recientemente Las arañas de Marte recibió el Bartolomé Hidalgo. María José Olivera Mazzini, quien ya tenía trabajos sobre la obra de Espinosa, lo entrevistó en Treinta y Tres. Esta es la primera parte de la charla.

Un fin de semana en Treinta y Tres. Allí, generosamente, esperaba Gustavo Espinosa. Su casa, cerca del “único quiosco azul” que además se convertía en punto de reunión para vecinos con silla playera, fue el lugar acordado. Cierto aire de su perfil outsider contrastaba sin conflicto con la cámara que acompañaba.

Lamentablemente la entrevista que leerán deja afuera las imágenes, los mates y las risas cómplices. Con una gran disposición y honestidad Espinosa responde a mucho más de lo que se le pregunta; instala el diálogo y transita por los premios, su obra, su generación, la crítica literaria uruguaya y la educación. Un escritor que se ha vuelto ineludible en el panorama literario actual, que plantea desafíos desde la impactante certeza del lenguaje y de la duda. Se define como un bluesman. Yo le creo.
 ¿Qué te significó recibir el Premio Bartolomé Hidalgo?
 Un poco de ruido y poquísimas nueces, en ese momento ya lo sospechaba. El formato de esas ceremonias sabemos cuál es, en este contexto me hace acordar al artículo de Sandino Núñez -del ´93 creo- en La República de Platón “Susana Giménez de Monzón”, sobre un travesti en Melo que replicaba mediante su nombre a la figura de aquel momento. Este tipo de ceremonias es una réplica así. Pero lo bueno es que cuando me dan el Hidalgo estaba “el elenco”, digamos. Mis primas y amigos que formaron parte del episodio del ´75 -que sirve como hilo argumental de Las arañas de Marte- estaban allí, y pude dedicarles el premio a ellos, como el director le dedica a sus actores, o en este caso a sus personajes. Después nos fuimos al Mercado de la Abundancia sin tener idea que era el día del patrimonio, por lo cual había una gala de Tango donde estaba Olga DelgrossiHabía un tipo con un traje rosado, cantor de tango y maestro de ceremonia, Néstor Espíndola. Una de mis primas me dice “ese es el hijo de la tía Zulma”. Las primeras veces que fuimos a Montevideo lo conocimos y siempre se dedicó a eso. El único que se animó a decirle “vos sos el hijo de la tía Zulma” fue Amir Hamed -que no sabía quién era la tía Zulma-.
  
Estuviste recientemente en Guadalajara. ¿A qué se debió ese viaje?
  
Eso fue una invitación que surgió por parte del MEC en mayo, para ir a la feria del libro de Guadalajara. Una de las ferias más grandes de habla hispana, al menos así se promocionan ellos y no es muy difícil de creerlesFuimos Magdalena Helguera, Carlos Liscano, Claudia Amengual, Gabriel Lagos -como periodista- y yo. Además estaba la Cámara del libro con un stand allá y Victoria Estol que fue designada como agente literario para algunos escritores uruguayos que carecían de agente, donde por Hum estamos por ejemplo Polleri y yo.
La impresión que me dio es que es muy difícil salir de la invisibilidad de Uruguay dadas sus dimensiones. El país central invitado era Chile, con un gran despliegue, además de su variada oferta editorial tenía todo un armado “para-literario” si querés, con actividades, coloquios y recitales. Nuestras actividades oficiales fueron un encuentro coordinado por Gabriel Lagos “Narrativa uruguaya y contemporaneidad” y luego unas actividades coordinadas por un programa la Feria: Ecos de la FIL. A mí me tocó ir a un municipio que se llama Tonalá para hablar con adolescentes de 16 años. Pensé “¡me traen a Guadalajara a dar clase!” Las penurias de la educación mejicana, que son similares a las nuestras o quizás peores por lo que pude pispear, nos jugaron a favor. El tecnológico al que nos tocó ir (una especie de UTU) estaba sin local, trabajando en contenedores, por lo que me llevaron a un museo. Me trataron como si fuera Vargas Llosa, discurso del político local, de la directora de cultura, regalos. No habían podido conseguir mis libros, cosa que sí habían hecho con otros escritores que tienen distribución a través de multinacionales, pero googlearon todo lo que pudieron. Lo que hice fue contarles Carlota Podrida, se entusiasmaron mucho por el lado de la música y estuvo mejor de lo que pensaba.
  
En el marco del Proyecto Ya te conté. Si vos tuvieras que pensarte dentro del mapa narrativo uruguayo, ¿dónde te ubicarías?
  
Hace algunos años se presentaron en Montevideo dos antologías -Líneas aéreas y Páginas de espuma- de narrativa latinoamericana. Un amigo me había propuesto que participara de dicha presentación. Luego, algunos de los escritores que llevaban adelante el proyecto no me aceptaron porque yo era un perfecto desconocido. Pero me sirvió para desorientarme, porque más allá del fenómeno MacOndo digamos, me fue muy difícil diseñar un mapa. Estaba eso ya bastante viejo de la reacción frente al realismo mágico, pero después todo se dispersaba. A mí me pasa un poco lo mismo con la narrativa actual uruguaya, a la que estoy accediendo embrionalmente por varios motivos. Al estar en contacto con un editor te llegan más libros, a su vez el hecho de haber publicado y obtener cierta visibilidad hace que también los autores te manden los suyos. Y la experiencia más extrema es la de haber participado como jurado para los premios del Ministerio de Educación y Cultura, es un trance que por momentos te hace detestar la literatura porque tenés que leer demasiado en muy poco tiempo y además juzgar.
  
Construir un panorama y ponerme a mí allí es difícil, recuerdo a Foucault cuando reflexiona sobre el momento en que Velázquez debe ponerse a sí mismo en un cuadro, o a Anderson Imbert, cuando él mismo tiene que dejar un espacio para colocar su obra. Más modestamente, a mi me cuesta muchísimo.
  
Lo que sí puedo decirte es lo que vos ya sabés. Mi educación literaria y también sentimental la hice con Amir Hamed, Sandino Núñez, Gustavo Verdesio y un poco más tardíamente Carlos Rehermann. Son los tipos con los que yo me siento más cercano. Sin embargo si vos ves las cosas que hacemos no sé cuál es la intersección, pero yo lo hice con ellos, aprendí mucho con Amir y creo que su obra merecería adquirir más visibilidad local. Son congéneres, la exigencia de luchar contra algunos lugares comunes por ejemplo. Amir dice que un buen reactivo para calibrar a un buen escritor es ver qué hace con los lugares comunes. La permanente resistencia a la autoindulgencia, participar de una situación siempre contrahegemónica -nuestra formación la hicimos durante la dictadura- pero también el hecho de que la cultura de resistencia contra la dictadura nos resultaba hostil. Anduvimos un tiempo por la literatura fantástica, pensando tramas, tratando de hacernos cargo de la tradición clásica a través de los rudimentos que nos daba la Facultad de Humanidades, y eso no era ni lo usual ni lo políticamente funcional. Creo que esas secuelas las hemos arrastrado, para bien y para mal.
  
¿Por qué tanta distancia en tiempo entre China es un frasco de fetos y la publicación de Carlota Podrida?
  
Ocurrió que China es un frasco de fetos la terminé de escribir en el año ´91 y la pude publicar diez años después. Fue un parto difícil y como sabés tuvo una distribución bastante trabajosa y obstruida. Tal vez todo ese trance me desmotivó bastante para tener algo pronto y publicar. Carlota Podrida fue escrita en dos partes, una primera entre el 2005 -2006, la dejé en suspenso hasta que en tres meses del 2008 la terminé. Tampoco escribí mucho más en ese período salvo algunos poemas. Estaba un poco acobardado por todos esos esfuerzos inútiles.
  
¿Cuál es tu relación hoy con China es un frasco de fetos?
  
Esa es una relación extraña, debo ser yo uno de los que aprecia más eufóricamente esa novela. Casualmente soy el autor y es mi primer libro. Mis amigos lo tratan con bastante condescendencia, me dicen por qué no lo reescribo, me dicen “tiene cosas”. A mí me gusta más de lo que el libro tal vez merece. Es una historia viejísima, que escribí como cuento cuando tenía 14 o 15 años y luego fui trabajando continuamente hasta que llegó ahí y la publiqué. Seguramente tiene algunas cosas de novelista primerizo, demasiado abigarrada, demasiados puntos de vista para un texto tan breve, un poco de exhibicionismo acrobático -toda una parte que está escrita siguiendo el esquema métrico y de rima de una de las Soledades de Góngora, como diciendo “miren lo que soy capaz de hacer”- pero tiene muchas cosas que a mí me siguen convenciendo. Tal vez sea un libro muy ambicioso.
 Ya en China es un frasco de fetos se vislumbra esa voz metarreflexiva que luego se visibiliza en Carlota Podrida y de alguna manera también en Las arañas de Marte, como una presencia recurrente. ¿Esa voz es además una opción a la hora de problematizar la marginalidad, una suerte de punto medio entre esa oscilación centro-periferia?
  
Sí. Yo creo que donde se tematiza esa tensión entre la marginalidad y el centro es en Carlota Podrida, pero ahora que lo decís… Sí, también en China es un frasco de fetos.
No se puede a esta altura escribir una historia realista o en esos márgenes -estoy hablando de las últimas dos novelas, China no sé- sin que esté mediada por esa reflexión crítica. Sería una ingenuidad, yo creo que hay que hacerse cargo de lo que uno sabe. O será porque no tengo la aptitud mimética de crear ciertos artilugios de verosimilitud sin crear también esa distancia, sin mostrar el backstage de la cosa. Te digo que por otro lado me salió bastante espontáneamente, salvo en Carlota Podrida. En ese caso la voz en cursiva es central. Yo tenía miedo de esas cartas que el personaje le escribe a Charlotte Rampling, incluso antes de que ningún lector conociera el texto, porque me recordaba a algunas experiencias infelices como lector. Por ejemplo con los monólogos de Persio en Los premios de Cortázar, que me parecían un plomo y a pesar de que la novela me parecía bárbara estaba deseando que pasaran esos monólogos. Me recordaba mi mujer que lo mismo, y en un grado peor, me pasaba con “El cuaderno de tapas azules” de Marechal en Adán Buenosayres. Yo traté de que eso no ocurriera y de hecho hay algunas partes de ese tono metadiscursivo que se entretejen con la propia trama narrativa, sobre todo hacia el final.
  
En ese sentido, en Las arañas de Marte se provoca a su vez una doble ficcionalización metadiscursiva que incluye al propio acto de escritura…
  
Sí, claro. Ese artilugio tiene como motivación justamente atenuar la no-ficción, darle toda la distancia posible. Y volver un poco más compleja la cosa. Se supone que el encargado de dar la versión definitiva, de producir la enunciación final -que nunca sabemos cuál es- es un tipo al que le va a resultar imposible hacerlo por su perfil de narrador y escritor.
  
Otra presencia importante en tu obra es la música. ¿Cuáles son hoy tus gustos musicales? ¿Qué ha cambiado?
  
Acá en Treinta y Tres hay una relación muy especial con la música. Casi todos los que nacimos de los ´60 para acá y aún antes íbamos a estudiar guitarra, cantábamos las canciones de Los Olimareños. En mi casa y familiarmente hay contacto con los grandes íconos de la música popular. Ya en la adolescencia descubrí el mundo del rock y casi simultáneamente el del blues, siempre he estado en algunas bandas y es una parte muy importante de mi vida.
  
En alguna solapa dice que soy músico, yo me he encargado de decir que no, pero me gustaría mucho. Creo que soy un bluesman muy de provincia, es lo que escucho y es lo que toco. Además es un palo en el que se puede caer con tranquilidad, uno puede engordar, ser viejo ¿y? Mejor todavía. No andar con esas tensiones de parecer un eterno adolescente.

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