DEVOCIONES
(versión y prólogo de Alberto Girri)
DÉCIMA ENTREGA
XI
Nobilibusque trahunt, a cincto Corde, venemum, Succis et Gemmis, et quae generosa, Ministrant Ars, et Natura, instillant
Apelan al cordial, para preservar al corazón del veneno y la virulencia de la enfermedad
¿De dónde extraeremos un argumento mejor, una demostración más clara, de que toda la grandeza de este mundo está fundada sobre la opinión ajena, y no tiene en sí ser real, ni facultad de existir, sino del corazón del hombre? Siempre está en acción, y en movimiento, aun ocupado, aun pretendiendo hacerlo todo, supliendo todos los poderes y facultades con todo lo que éstos suponen; pero si un enemigo se atreve a levantarse en contra de él, él es el que más prontamente está en peligro, el que más pronto es derrotado. El cerebro resistirá más que él, y el hígado más que éste; ambos soportaran un asedio, pero una calentura innatural, una calentura rebelde, hará estallar el corazón, como una mina, en un minuto. Pero como quiera que sea, puesto que el corazón tiene el mayorazgo y la primogenitura, y es de nosotros el hijo mayor de la naturaleza, la parte que primero nace a la vida en el hombre, y puesto que las demás partes, como hermanos menores y sirvientes en esta familia, dependerán de él, esa es la razón por la cual el principal cuidado ha de ser para él, ya que no es el órgano más fuerte, así como el mayor no es a menudo el más vigoroso de la familia. Y puesto que el cerebro, y el hígado, y el corazón, no constituyen un triunvirato en el hombre, una soberanía igualmente distribuida entre ellos, para su bienestar, como lo hacen los cuatro elementos para su propio existir, sino que sólo el corazón es el soberano, y está en el trono, como un rey, los otros como súbditos, aunque en lugar y cargos eminentes, deben cooperar con aquél, como los hijos con sus padres, como las personas de toda condición con sus superiores, aunque a menudo esos padres, o esos superiores, no sean más fuertes que quienes les sirven y obedecen; ni recae esta obligación sobre nosotros por idénticos dictados de la naturaleza, o derivadas de las naturaleza, por raciocinio (así como muchas nos obligan aun por la ley de la naturaleza, pero no por la ley primera de la naturaleza; como todas las leyes de propiedad sobre lo que poseemos están en la ley de la naturaleza, que consiste en dar a cada cual lo suyo, no obstante que en la ley primera de la naturaleza no había propiedad, ni mío ni tuyo, sino una universal comunidad sobre todo; así, la obediencia a los superiores está en la ley de la naturaleza, y sin embargo en la ley primera de la naturaleza no había ni superioridad ni magistratura); pero esta cuota de asistencia de todos al soberano, de todas las partes al corazón, emana de los primerísimos dictados de la naturaleza; que son, en primer lugar, cuidar de nuestra propia conservación, ocuparnos ante todo de nosotros mismos, y en consecuencia el médico debe interrumpir el cuidado presente del cerebro, o del hígado, porque existe una posibilidad de que subsistan aunque no se tenga un presente y particular cuidado de ellos, pero no hay posibilidad de que subsistan si el corazón perece; y así, cuando parece que comenzamos por los otros en tal asistencia, en realidad comenzamos por nosotros, y nosotros somos nuestra principal contemplación; y así, todas estas oficiosas y mutuas asistencias no son sino complementarias para con los demás, y nosotros mismos es nuestro verdadero fin. Y esta es la recompensa de las penas de los reyes; a veces necesitan el poder de la ley para ser obedecidos, y cuando parece que son obedecidos voluntariamente, quienes lo hacen, lo hacen por ellos mismos. ¡Oh, que poca cosa es la grandeza del hombre, y mediante qué falsos cristales la tergiversa para multiplicarla y aumentarla ante sí mismo! Y sin embargo, esta es otra miseria de ese rey del hombre, el corazón, aplicable también a los reyes de este mundo, grandes hombres: el veneno y la virulencia de toda enfermedad maligna se dirige al corazón, lo afecta (perniciosa afección), y la malignidad de los malvados se dirige también en contra de los más grandes, y de los mejores; y no sólo la grandeza, sino la bondad, pierden el poder de ser un antídoto, o un cordial, en contra de ello. Y así como los más nobles, y más generosos cordiales de la naturaleza o el arte pueden proporcionar, o preparar, si se toman a menudo, y se vuelven familiares, dejan de ser cordiales, no producen ningún efecto especial, así el cordial más grande del corazón, la paciencia, si se ejerce demasiado exalta el veneno y la virulencia del enemigo, y cuanto más sufrimos, más somos injuriados. Cuando Dios hizo esta tierra de la nada, poca ayuda fue que tuviera que hacer las otras cosas con esta tierra: nada está más cerca de la nada que esta tierra; y sin embargo, ¡qué poco de esta tierra es el más grande de los hombres! Él piensa que pisa esta tierra, que ésta se halla bajo sus pies, y el cerebro que así piensa no es sino tierra; su región más alta, la carne que la cubre, no es sino tierra; y aun el coronamiento de aquélla, del que tantos Absalones se enorgullecen, no es más que un arbusto creciendo sobre ese césped de tierra. ¡Qué poco es la tierra en el mundo!, y sin embargo es todo aquello por lo cual es; y está continuamente sujeto, no sólo a venenos extraños, trasmitidos por otros, pero también a venenos internos, engendrados en nosotros por las enfermedades malignas. ¿Oh, quién, si ante sí tuviera un ser, y tuviera sentido de esta miseria, compraría un ser aquí, en esas condiciones?

























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