sábado

CARSON McCULLERS Y EL GÓTICO SUREÑO




Original caso el de la escritora norteamericana Carson McCullers (1917-1967), nacida en Georgia, tierra de hacendados y esclavos, quien habría permanecido como un personaje más bien anecdótico de la literatura anglosajona si no fuera por la reconocida solidez de su escasa obra narrativa: cinco novelas y veinte cuentos. También escribió algunas piezas de teatro, ensayos y poemas, más una autobiografía inconclusa. El período más productivo de Carson McCullers fue en los años 40. Su juventud estuvo marcada por la decepción de no poder ser una gran pianista, su más sentida ambición, ya que la mala salud le minó la energía necesaria para ese oficio de tanto esfuerzo. Se volcó entonces a la literatura. En el cuento Wunderkind (1936), su primera obra en aparecer en una revista, relata el dolor del fracasado intento por colmar su destino musical. Aquí se vislumbra una constante en la literatura de Carson McCullers: los personajes solitarios y aislados, a menudo disminuidos físicamente. Por esto último su narrativa ha sido calificada de “gótica”. A propósito de ese cuento y otros como Madame Zilensky y el rey de Finlandia o El transeúnte, la autora ha introducido mucho de su conocimiento y amor por la música en sus argumentos, hasta el punto que cuando ella pone a un personaje a hablar de música o a interpretar una pieza, siempre inserta textos justos para referirse a Bach, a Schumann o a Mahler, y los sentimientos que cada uno de estos autores despierta. Son un regalo para los melómanos enterados, y un elemento fundamental para apreciar bien los cuentos. Pero en su literatura se unen a ello la fragilidad vital o la tristeza existencial que agobian a sus personajes, por ejemplo, a los protagonistas de El jockey o de Un árbol. Una roca. Una nube, quienes llevan tras sí las frustraciones del oficio no valorado o del amor no correspondido. Un personaje dice: “El silencio de una habitación, las sombras obsesionantes de una casa vacía… Es preferible caer en manos de nuestro peor enemigo que enfrentarnos con el terror de vivir a solas”.

Vendrá un matrimonio en 1937 con un tal James Reeves McCullers Jr., de Alabama. Fue una relación destructiva, plagada de alcoholismo, inversiones sexuales y envidia del marido por su talento literario, como relatan sus biógrafos. Su novela El corazón es un cazador solitario, que publica teniendo apenas 22 años, refleja este período, que culmina con el divorcio en 1941. Ese año publica otra de sus poderosas novelas, Reflejos en un ojo dorado, una historia de homosexualidad y furia conyugal, que muestra esa experiencia.
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Pero en 1945 vuelven a casarse (“sus manos buscaron la carne inmediata y la pena igualó al deseo en la inmensa complejidad del amor” escribió en el cuento Dilema doméstico), y ambos se enamoran de un músico, un triángulo retorcido y confuso, inspiración del cuento largo (o novela corta) La balada del café triste, una de las obras maestras del relato de todos los tiempos.

En 1950, y viviendo en París, Carson McCullers huye de su marido, quien trata de convencerla de suicidarse juntos. Él terminaría por matarse en un hotel de París un par de años después.

El minicuento que acompaña este artículo es el epílogo de La balada del café triste. Nótese su sensibilidad a la música de los negros.

Continuará desde entonces para Carson McCullers un martirologio de sufrimiento creativo y físico (el horror de la parálisis tras sucesivos ataques cerebrales), que la acompañará hasta su prematura muerte. En esta escritora hay una continuidad entre vida y arte que genera una literatura llena de autorreferencias, de recados a ella misma, de comprensión ante el drama de los perdedores, que llega con una profunda carga emocional al lector, que no necesita saber de la vida de la autora para captar esa descarga de sentimientos. Y todo eso en un entorno concreto, el sur profundo de Estados Unidos. Carson McCullers es una artista, que crea un mundo donde el miedo y la soledad están expresados con autenticidad, sin optimismos ni moralejas; con una comprensión profunda del sufrimiento humano, además. Así lo reconoció la crítica, y también sus pares. “MissMcCullers y tal vez Mr. Faulkner son los únicos escritores desde el deceso de D. H.Lawrence con una sensibilidad poética original. Prefiero a Miss McCullers antes que a Mr. Faulkner porque ella es más clara para escribir; y la prefiero a D. H. Lawrence porque no transmite mensajes", escribió Graham Greene.

“Fue una leyenda americana desde el inicio” afirmó Gore Vidal en una antología de la McCullers que editó en 1953. A propósito de Vidal, un par de anécdotas. En su libro de memorias Palimpsesto muestra su fuerte admiración por la autora (apenas señalada en dos breves aunque contundentes párrafos). En una época Vidal, a pesar de su homosexualismo declarado, era considerado el favorito, e incluso el futuro esposo, de Anaïs Nin (mucho mayor que él). Cuenta haber afirmado en una entrevista que la mejor escritora norteamericana del momento era Carson McCullers, provocando la furia asesina y el odio eterno de la ególatra Nin. Cuenta también Vidal otra discusión, con Truman Capote, sobre quién de los dos es mejor escritor. Capote le demuestra con serios argumentos que es un narrador más dotado e inteligente que él (cosa que Vidal no niega); pero que en represalia acusa a Capote de haberle robado el estilo a Carson McCullers. El dramaturgo Tennessee Williams, presente en la discusión, les ruega que se contengan antes que corra sangre. Varias de las obras de McCullers fueron transformadas en obras de teatro, algunas con gran éxito en Broadway, como el cuento Frankie y la boda, iniciativa impulsada por el propio Tennessee Williams, entrañable amigo suyo. Edward Albee se encargó de dramatizar otras de sus obras. El cine también metió mano allí, con resultados un poco más satisfactorios que el pobre record histórico en materia de adaptaciones literarias.

En general, la obra de Carson McCullers se asocia a autores que expresaron al sur, como Faulkner, Hermingway o Scott Fitzgerald. Tal vez Carson McCullers sea menos importante que todos ellos. La diferencia es que en su obra narrativa no hay pérdida, no hay obras prescindibles, no hay caídas. Es un limpio ejemplo de arquitectura literaria bien construida, presta para una lectura concentrada, fuente de emociones y sorpresas, si queremos ponerlo en palabras nada literarias.

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