HOTEL VITORIA
Hace casi cincuenta años, la clase de cuarto año del liceo de Malvín festejamos con un viaje a Porto Alegre el fin del ciclo secundario. Allí iban en un ómnibus, dieciocho alumnos y tres madres vigilantes rumbo al Hotel Vitoria. En esa semana ocurrieron algunos sucesos interesantes, como cuando los varones se escaparon una noche al barrio viejo para tener su primera experiencia sexual, y donde uno de ellos se quedó dormido sobre su amante interesada. Es muy normal quedarse dormido luego de la séptima semana de matrimonio, pero no tanto cuando se inaugura la carrera amatoria. Sin embargo, debo reconocer sin rubor, que a mí me hubiese gustado haberme dormido y soñar con alguna fantasía, antes que quedarme despierto asustado, como fue lo que me pasó, temeroso por lo tenebroso del lugar y frente a un cuerpo que estaba lejos de parecerse a las modelos de las revistas de relajo adolescentes a las que estábamos acostumbrados. No sabría describir muy bien lo que llegué hacer, si es que hice algo, donde el único placer llegaría con un atraso de varios días, cuando a la vuelta avisaba en mi barrio, con mucho orgullo, que yo ya era todo un hombre. Otro suceso, fue una noche de farra en una de las habitaciones del hotel, donde se presentó el director alemán, muy ebrio y enojado por la falta de silencio nocturno, pero al único que encontró, fue a un gordo con pijama corto, blanco con círculos verdes y rosados, que aprovechaba su anchura para esconder el ropero que se balanceaba, también ebrio, por las risas de todos los que estábamos dentro.
Pero el motivo de ésta crónica no es contar batallitas adolescentes, sino de escribir sobre una historia de amor de un compañero amigo mío. Su pasión, que había nacido por una hermosa compañera de clase, en los bailes, en las excursiones, finalmente en el Hotel Vitoria tomó cuerpo. Quiero que se me entienda, su historia de amor tomó cuerpo, no que mi amigo haya tomado el cuerpo de su enamorada. En realidad el grupo no eran nueve varones, nueve muchachas y tres madres, sino que estaba integrado por una Belleza llamada Alba, un Poeta llamado Hugo y diecinueve actores secundarios. Como argumento, la película está ya muy vista: poeta que es rechazado por la belleza, pero no del todo, sólo lo suficiente para enloquecerlo aún más. Ya sabemos que los poetas cuando se enamoran se enamoran de verdad con un romanticismo apasionado que los lleva a alejarse del planeta. Al contrario, la belleza, que se sabe muy bella, deja de ser mujer para convertirse en diosa pero sin moverse de este mundo, por lo que el desencuentro está cantado. Pero el rechazo de la belleza no fue una negativa absoluta como ya decía, sino que llegó aparecer hasta un sí, muy dubitativo, que sólo duró tres días, luego de una declaración de amor de Hugo hecha con un poema en inglés, I´m sorry, sobre canción de Brenda Lee. En principio sorprende que el sí ansiado no llegara en un momento nocturno, cuando la luna besa un beso interminable, sino que fuera después de pensarlo toda la noche y en pleno desayuno, con las bocas marrones de pandeleches y caféconleches. Sorprende también el idioma inglés, más propio de los negocios, pero así son los poetas y sus bellezas. Pero antes, cuando comienza el film, ella se escapa una noche y no a la hora del desayuno, quizás por razones parecidas a la fuga de sus compañeros de clase varones, con el portero del hotel, con todas las sospechas de que éste no se quedó dormido sobre ella. Cuando Hugo se entera, mira hacia abajo y ve caer, sobre el parket que con tanto esfuerzo había puesto el dueño alemán, la sangre de su corazón perforado por la herida del diablo disfrazado de portero. Y entonces la cámara muestra, para dar una sensación de desesperación infinita, nuestra habitación con Hugo, toda pintada de rojo chillón por la savia del amor que no terminaba de emanar de unas venas rotas por la pérfida vida. Un poco cursi el director de la película, pero por lo menos es emocionante porque a Hugo le vienen no sé cuantos cólicos, muchos más que todos los médicos que tenía Porto Alegre. Como amigo, yo estaba más preocupado de la ventana abierta del séptimo piso, desde la cual el portero del hotel se veía como un ser insignificante, que de los cólicos, por lo que me puse frente a ella como un golero al que le van a tirar un penal, (en España a los goleros se les llama porteros). Cuando la Belleza se entera de los cólicos, siente una compasión infinita, pero desgraciadamente para Hugo y para nosotros, esa compasión no es confundida por Alba con el amor, y entonces, lo deja acercarse un poquito, le da ese sí dubitativo y es más, se deja tocar su cintura mientras esperan el verde de los semáforos, lo que para el Poeta ya es el no va más, por la cintura no por los semáforos. Pero lo más sublime se da en el ómnibus de vuelta a Montevideo cuando Ella le toma la mano a Él, acontecimiento mucho más trascendental en el siglo veinte, que el aterrizaje cinco años después en la luna, porque por más lejos que esté nuestro satélite, aquella hazaña fue de un ser humano de carne y hueso, utilizando sus pies, simplemente sus pies forrados de titanio, para caminar sobre aquellas arenas lejanas. Aquí en cambio, son las manos de la Belleza de todas las lunas de todos los universos.
El final es un poco triste y húmedo por la lluvia. Como venganza por no haber correspondido al amor de mi amigo, yo recorté de una foto donde aparece toda la clase del liceo, la figura de la belleza. Es decir, no utilicé tijera, agujereé la foto con una bala de amor y tiré la belleza al tacho de la basura que estaba vacío. Minutos después mi madre tira al mismo tacho unas rosas rojas que estaban marchitas, muy marchitas, y de noche saca la bolsa a la vereda para que la recoja el camión de diosas destronadas. Antes de que esto sucediera, una señora que caminaba por allí, sintió el olor a pólvora del balazo, sospechó un crimen, se acercó a la bolsa y la abrió. Se encontró con un hermoso y floreciente rosal en miniatura, como un bonsai de rosas, por lo que encantada y emocionada se lo llevó para su casa, dejando caer la foto sin darse cuenta. La bolsa vacía se la llevó el viento para ir recogiendo hojas de algún otoña de Herrera y Reissig. Y empezó a llover a cántaros y la foto empezó a navegar por la corriente de la calle Verdi junto a la Plaza de los Olímpicos hacia el Este. Con mucho esfuerzo remontaba las subidas y reponía fuerzas en las bajadas. Dio la vuelta completa a la Plaza Fabini, donde ella le había comunicado a él que tres días le habían bastado para darse cuenta de que no estaba enamorada, pasó luego por la misma casa de Alba, en Rivera y Veracierto, donde su mamá ponía en la ventana su rosal que recién había encontrado, continuó su viaje hacia Malvín Viejo pasando por la Escuela Experimental, continuó por la cancha abierta de Malvín, donde Vendito, Fossa, Moltedo, el gitano Iglesias y el colorado Barbadora estaban practicando, entró en Punta Gorda, giró siete veces con la rueda del Molino de Pérez, para finalmente llegar a la calle Grito de Gloria. La lluvia cesó y la foto se detuvo. El director de la película ordena poner la música con la voz de Brenda Lee. De su casa en esa calle, sale Hugo, ve y levanta la foto. Aunque se le había corrido un poquito el rímel, y aunque parezca imposible, Ella estaba aún más bella. Hoy, la foto está en la puerta de su escritorio desde donde dirige El Montevideano, en su apartamento como le llama Hugo, El cuartel artiguista, junto a la lámina del Entierro del Conde de Orgaz, las fotos de sus hijos, la dirección de Cortázar en Paris escrita por él mismo Cortázar, la foto de Forlán en una revista argentina que reza, “Artiganes o pierdas”. La puerta se está por caer, no aguanta tanto peso.
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