PROFETIZAR EN TU TIERRA
H.G.V.
(reportaje recuperado de La Hora Popular, 1989)
Maldonado, entre Paullier y Requena. Y una casa del 900 transformada en un móvil de irradiación mediterránea, con un estudio de grabación profesional enclavado en su vientre. Casi nada aquí es lujo. Casi todo es belleza.
La casa de Washington Carrasco y Cristina Fernández está recién terminada, pero el cansancio de sus habitantes parece recién empezado. No se puede (ni se quiere) parar de componer, ensayar, grabar y recorrer el Uruguay pastito por pastito. El Uruguay y el mundo, ya que en octubre los espera una gira por el Japón, donde registrarán un CD de difusión continental.
Mientras tanto, un domingo se abre un hueco para este reportaje que estará centrado -a pedido de la directora del Suplemento Dominical- fundamentalmente en “la Gallega”.
Washington graba la conversación y cada tanto mete la cuchara, y una hermandad de años nos sumerje a los tres en la mágica ebriedad del tiempo recobrado. ¿Saben lo que le grita un chiquilín de la cuadra a Cristina, cada vez que la ve salir a hacer los mandados? “Adiós, ídola” le grita.
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LA INFANCIA DE LA ÍDOLA O EL FANTASMITA Y LA ORESTÍADA
¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con el canto, Cristina?
Yo canté desde muy niña, porque en mi casa cantaba todo el mundo. Mi padre es hombre de teatro y de radio, además. Pero el primer recuerdo relacionado con el canto frente al público, es el del solo del himno en la escuela.
¿Y en el liceo también cantabas?
En el liceo cantábamos en algunas fiestas con Siboney Montaldo, una compañera. Pero no era lo mismo que en la escuela, donde hacíamos el solo en todas las fiestas y teníamos canto tres veces por semana. Además, yo nunca me sentí “cantante” ni soñé con serlo.
Pero tenía que haber momentos donde cantaras con otra necesidad.
Bueno, siempre fui bastante triste y bastante solitaria. En mi casa me decían “fantasmita”, porque nunca sabían dónde estaba. Yo me iba a arriba, a mi cuarto, y me quedaba sola y cantaba sola. Y como me gustaba tanto el teatro -que fue algo que desde chica quise estudiar- cuando en el liceo estábamos dando La Orestíada, por ejemplo, hacía todos los personajes. Y me los aprendía así. También cantábamos mucho con mi hermana, que es completamente distinta a mí: es una mujer muy alegre, muy chispeante, muy “arriba”. En cambio yo…
Pero no es para tanto…
Sí, eso puede parecer ahora. Pero en la adolescencia…
Washington: Lo que pasa es que después me conoció a mí, viejo.
Cristina: No, en serio. Yo creo que ahora es distinto porque es como si hubiese terminado de encontrar mi verdadero ser. Tanto en el canto como en la pareja.
CIEN PESOS EN LA BOCA DE UN ELEFANTE O EL ÁNGEL QUE BAJÓ A TOCAR EL TIMBRE
¿A qué edad te recibiste de profesora de Educación Física”
A los veintitrés.
¿Esa carrera te gustaba mucho? ¿Seguías cantando?
A mí siempre me gustó mucho todo lo relacionado con el deporte. Tenía facilidad. Pero el canto nunca lo dejé. En una época participamos con mi hermana y Yeyé Montaldo en Guitarreada y ganamos tantas veces que no quedó nadie contra quien concursar. Después hicimos un ciclo en televisión (en Canal 10) y una persona que nos vio dijo que teníamos que cantar como profesionales. Bueno, algo nos pagaron. Fueron cien pesitos que nos pasábamos mirando sin poderlo creer. Yeyé no los tocaba: los puso en la boca de un elefante de juguete que tenía y nunca los gastó.
¿Eso fue mientras estudiabas, todavía?
Sí. Después que me recibí y me casé, se disolvió el dúo. Pero yo igual me pasaba cantando sola, y un día un vecino -Ángel Uía- bajó a casa, tocó el timbre y me preguntó: “Señora, ¿usted nunca cantó en público?”. Entonces yo le conté lo que había hecho y me dijo: “Lo que usted tiene que hacer es ir a la radio y grabar”. Yo me reía, pero al final me convenció. Entonces llamé a Yeyé -porque sola no quería ir de ninguna manera- y empezamos a ensayar y a ponernos en onda y nos largamos.
LA BATUTA DE CARRASCO Y LA POLENTA DE CARUSO
¿Cómo conociste a Washington?
Yo a Washington lo venía viendo en espectáculos de canto desde hacía años. No lo conocía, por supuesto. Y me gustaba cómo cantaba, sin ser algo que me deslumbrara, digamos. Pero un día lo vi en Quererte como te quiero, que era una recopilación de Lorca que hacían con Juan Gentile y Leonor Álvarez, y me impactó. Lo encontré tan medido. Tan equilibrado…
Washington: Mentira, mentira / yo quise decirle…
Callate. Lo que pasa es que en el tema de la música española yo me sentía capacitada para juzgar. Y lo que él hacía era tan justo, tan sobrio -o sea: tenía sabor, pero sin caer en la “españoleida”- que me dieron ganas de ir a saludarlo. Pero no me animé, al final. Saludé a Leonor y a él lo vi de lejos -rodeado de mujeres- y me fui. Una semana después, estábamos grabando en la Radio Sarandí y apareció Washington a hacer una nota sobre su espectáculo. Y allí surgió la idea de integrarnos en un grupo.
Washington: En realidad, los que me entusiasmaron y manijearon para que formara un grupo con repertorio latinoamericano fueron Néber Araújo -que en esa época ya tenía En vivo y en directo- y Jaurés Lamarque Pons. Entonces nos juntamos con Cristina, Siboney Montaldo y Daniel Queirós, y preparamos Inticanto.
Y para vos, Cristina, Inticanto –que inauguró una serie de memorables espectáculos- debe haber significado un abrupto “ajuste” profesional, supongo. ¿Te bajoneaba esa responsabilidad?
No. Para mí, en ese momento, cantar era una gloria. Y cantar al lado de Washington, además, que te enseñaba cómo recepcionar a un público, cómo enfrentar las “malas ondas” que pudieran tirarte y esos miles de detalles fundamentales para el trabajo de un profesional. Me acuerdo que nos juntábamos antes de salir y él decía: “Bueno, ustedes hagan de cuenta que están cantando para una sola persona, aunque sea. Y si no, para nosotros mismos. Pero con todo”. Y yo ponía todo lo mío, te puedo asegurar: salía a escena sintiendo que tenía más polenta que Caruso.
CON CENSURA PERO CON PIPA
Y a partir del 77 -cuando se concreta el dúo- hubo que atravesar un período bravo. Contá lo de Rivera.
Uh, lo de Rivera. Esa vez recién nos enteramos que Washington estaba prohibido recién cuando llegamos allá. Imaginate. Empezamos a recorrer todo Rivera buscando un músico que me pudiera acompañar -porque había que subir a escena de cualquier manera, justamente para que la censura no se saliera con la suya- y probamos con un pianista y con otro que hacía jazz y ninguno servía, hasta que apareció un músico sensacional, Alejandro Bentancur. En tres horas de ensayo se aprendió todo el repertorio y hasta me acompañó cantando a dúo.
¿Y Washington dónde estaba?
Atrás del escenario, con unos nervios que volaba. Además hicimos una bruta misa en escena, porque yo salí a cantar Como un pájaro libre y estaba la silla de Washington vacía y toda iluminada. Ahí el aplauso fue impresionante: se transformó en un acto político, aquello. Y Washington se quedó atrás (fumando esta misma pipa que ahora nos está matando) y hubo un momento en que el humo formó una especie de aro entre las luces, y yo sentía como si nos estuviese abrazando. Casi no se podía cantar, te juro. Pero rompimos todo.
Y DALE CON LOS GALLEGOS
¿Desde cuándo cantás en gallego?
Desde que era muy chica, porque en mi casa se cantaba mucho en gallego y siempre estuvimos ligados a la colectividad. Pero a los dieciséis años, más o menos, empecé a hacer el relleno -con mi guitarrita- en los espectáculos del ballet Alborada.
¿Y cómo surgió la idea de hacer un espectáculo en gallego?
Primero fue Washington el que tuvo la idea de incorporar una o dos canciones, por lo menos, a los programas nuestros. Y yo no quería, porque acá lamentablemente está tan manoseado el tema de los gallegos, que pensaba que la gente se iba a reír.
¿Qué pensás de los chistes de gallegos?
Que son horribles. Yo no los soporto. A veces me río y todo cuando me los hacen, para no quedar mal. Pero no los soporto. Pienso que existiendo una tradición cultural tan rica -y tan poco conocida- como la gallega, es una lástima que se machaque con ese tipo de ridiculización.
Pero lo que cantás rompe todo.
Sí. Es increíble. Hasta en los pueblitos más aislados que te puedas imaginar, la respuesta es emocionante. Y hay que aclarar -en compensación por lo que dije antes- que he recibido más satisfacciones del público en general, digamos, que de la propia colectividad. Yo creo que lo que se produce es una verdadera consustanciación en todos los sentidos. Eso le comenté a Serrat la última vez que vino, cuando me preguntó a qué se debía el éxito de las canciones gallegas.
¿Y qué me decís de ese “tinte” español que parece impregnar todo lo que cantás? ¿Sos consciente de eso?
Hasta cierto punto, nomás. Porque yo siempre canté así. Y hay casos muy parecidos al mío, como el de Zitarrosa. Cuidado, que lo digo sin querer compararme para nada con él, porque lo considero el máximo. Pero Zitarrosa, que canta en uruguayo, realmente tiene una tremenda influencia española, flamenca. Y nunca nadie le cuestionó eso. En cambio a mí hubo críticos que me lo han cuestionado. Pero volviendo a tu pregunta, te diría que hay un “algo español” que influye fundamentalmente en la elección de los temas.
¿Y qué sería, más concretamente, ese “algo español”?
Es como una “cercanía”, no sabría definirlo mejor. A veces está en las palabras cuando podés hacerles una vueltita, un rulo. Es lo que pasa en La Carmela, por ejemplo, que pertenece al folklore venezolano pero que tiene una tremenda influencia española. O en Barlovento mismo.
DE TOMÁS GOMENSORO A TOKIO
Cambio de tema brusco, para terminar. ¿Qué significa para ustedes un contrato que los llevará a actuar y a registrar nada menos que un “láser” en Tokio?
Washington: Significa, en primer lugar, la satisfacción enorme de poder introducirse en el llamado “gran mercado” haciendo lo que nosotros queremos, sin que ninguna multinacional te condicione estilísticamente. Vamos a cantar y a tocar como en el más humilde de los pueblitos del interior, donde en los últimos tiempos llevamos recorridos un promedio aproximado de 22 mil quilómetros anuales. Lo que pasa es que después que vos vivís de la música -y para la música- todas las actuaciones te importan. Y de todas salís literalmente molido, aunque no hayas cantado ni una hora.
Cristina: Uh, cuando bajás del escenario te duele pedacito por pedacito.
Washington: Sí. Porque diste todo lo tuyo. Pero te puedo asegurar que el cansancio es muy distinto, si podés vivir haciendo lo que te gusta. Nosotros nos jugamos al “puro canto” y bueno, nos salió.
Y les salió profetizando en la tierra de ustedes.
Cristina: Eso es lo que no tiene precio.
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