jueves

OSHO / MÁS ALLÁ DE LA PSICOLOGÍA - CHARLAS DADAS EN URUGUAY (PUNTA DEL ESTE)


Capítulo 43
La Lógica Debe Servir al Amor


Amado Osho,
Contaste una historia hace unos diez años que no he podido comprender:
Un buscador se pierde en las montañas; está cansado y tiene sed. Es de noche y ve un cuenco de plata con un agua transparente como el cristal, la bebe, y a continuación se queda dormido. Por la mañana ve que el cuenco era en realidad una calavera vieja y sucia.
Se rió y se iluminó.                                                   
¿Qué es lo que vio, Osho?

La historia es simple, pero tiene un significado tremendo. El busca­dor vio en la calavera la realidad tal como es y nuestras ilusiones res­pecto a ella. Vio lo que pensamos que es y lo que es en realidad, y la diferencia es tremenda.                                                                                  

No hubiera tomado esa agua, no se la hubiera bebido si hubiera sabido que se trataba de una vieja y sucia calavera. Pensó que era un pre­cioso cuenco con agua cristalina.        

Vivimos nuestra vida en medio de ilusiones de agua clara como el cristal, pero la realidad es totalmente diferente. Viendo la diferencia, se rió de sí mismo. Y ser capaz de reírse de uno mismo puede llegar a ser un gran descubrimiento, uno se puede iluminar.                     

Las personas se ríen de los demás, y si alguien se ríe de ellas se sien­ten heridas, pero llegar a entender que puedes ver tu propia estupidez... y toda tu vida está llena de estupidez. Vivimos sueños, ilusiones, aluci­naciones. No corresponden a la realidad en absoluto. La realidad es la vieja calavera sucia. Se rió de sí mismo y en esa misma risa le convirtió en un hombre diferente. Ahora vivirá la realidad, sea la que sea. Ya no harán falta ilusiones, no harán falta alucinaciones para encubrirla, para ocultarla.

Ha visto el punto.

La historia es simple, pero es la historia de todo el peregrinaje de la oscuridad a la luz, de las ilusiones a la realidad.

Simplemente observa tu mente, cómo crea ilusiones respecto a todo y a continuación se queda desilusionada y alterada. Amas a un hombre, amas a una mujer; creas una cierta ilusión respecto a ese hombre o mujer. En lo profundo de ti lo sabes, estás imponiendo una imagen. Pronto se hará añicos, porque ante la realidad, ninguna ilusión puede durar mucho tiempo. Pronto te encontrarás con la vieja calavera.

Entonces lo más normal es que te sientas decepcionado, desgracia­do y que no entiendas lo sucedido. Si te hubieras podido reír, lo habrías entendido.

Incluso cuando comprendes que las cosas no son como te las ima­ginabas, vuelcas toda la responsabilidad en la otra persona. Una mujer que te parecía preciosa acaba siendo insoportable. Un hombre que creías un héroe acaba siendo un marido dominado. No os vais a reír de voso­tros mismos. Pondréis toda la responsabilidad en la otra persona: os ha engañado, aparentaba ser algo que no es, no era tan hermosa, sólo apa­rentaba: logró engañarte con todo su maquillaje. Pero no hace falta maquillaje. Vuestras ilusiones, vuestras alucinaciones, vuestra ansia es suficiente: son el mayor maquillaje del mundo.

Cualquiera cosa que quieras, cualquier cosa que desees, la proyec­tas y cuando esa proyección resulta estar equivocada, hay dos posibili­dades. Una es volcar toda la culpa en la otra persona, que simplemente es inocente de lo que estabas viendo en ella.

De hecho cuando dices a una mujer: «Eres preciosa...» y esto y lo otro, se queda maravillada porque cuando se mira en el espejo no encuentra nada de lo que le dices. ¿Pero por qué corregirte? ¿Por qué no disfrutar? Eso satisface su ego. Ni la mujer más fea pondrá objecio­nes no dirá que estás equivocado. Sonreirá y aceptará tus cumplidos. Y cuando se ponga frente a un espejo quizá piense que era ella la que esta­ba equivocada. ¿Cómo podría equivocarse ese hombre? ¿Por qué habría de estar equivocado?

En cada relación amorosa ambas personas son inocentes respecto a sí mismas, pero, ambas son responsables de proyectar en la otra persona algo que no es…

Una historia sufí cuenta que Mulla Nasruddin tenía una casa pre­ciosa en las montañas y solía ir a ella de vez en cuando. Solía decir que estaría descansando dos, tres o cuatro semanas, pero nunca podía mantener la fecha que daba para su regreso; siempre regresaba antes. Si se iba para tres semanas, regresaba en dos.       

Sus amigos empezaron a preguntarle: «Planeas irte tres semanas y vuelves en dos, a veces incluso en una. ¿Qué te ocurre?»
                                                                                  
Él dijo: «No lo sabéis. Tengo una vieja sirvienta.»

Ellos le preguntaron: «¿Qué tiene eso que ver con quedarte a des­cansar en las montañas?»         

Él respondió: «Primero escuchadlo todo. Es muy fea. Por eso la he elegido, ese es mi criterio. Cuando empieza a parecerme guapa, enton­ces escapo porque pienso: "Vete ya, Mulla, éste no es un lugar seguro, te estás volviendo loco." Voy para tres semanas, pero ¿qué puedo hacer? En tres días empieza a parecerme guapa. Y si me quedara un día más podría empezar a proponerle... Y es muy fea. Es difícil tolerar su fealdad, pero la he mantenido a mi servicio especialmente para este propó­sito, así se que estoy empezando a volverme loco y es el momento exac­to de irme y regresar a casa, de volver al mundo.»

Proyectas, la proyección fracasa. Si pudieras reírte de ti mismo... Ese es el mensaje de la historia.          

El hombre tenía sed, era de noche. Era una proyección. Incluso bajo la luz de la luna una calavera es una calavera y el agua sucia es agua sucia. Pero él tenía sed; fue su sed la que proyectó un agua cristalina en un precioso cuenco. Y bebió alegremente. Por la mañana no tenía sed y era de día. Miró el cuenco; era una vieja calavera sucia y ¡él había bebi­do de ella! Si hubiera sabido que era una calavera llena de agua sucia, habría preferido seguir pasando sed que beber de ella. Pero su sed pro­yectó una ilusión.       

Lo hacemos a cada momento de nuestra vida, proyectamos ilusio­nes -sobre la gente, sobre las cosas- y constantemente nos sentimos frustrados, disgustados.       

La historia te está diciendo: ese es el momento; si puedes entender que eran proyecciones tuyas... Ese es el momento de reírte de ti mismo, de tu propia estupidez, de tu propia necedad. Eso sería un acto de una gran inteligencia. Y te liberaría de la constante proyección y frustración, de todo ese círculo vicioso.

Un viejo monje atravesaba el bosque con su discípulo, iban hacia otra ciudad. Pero el joven se sentía muy confuso, porque el anciano nunca había caminado así, iba casi corriendo y llevaba su bolsa agarra­da. Y de vez en cuando palpaba algo dentro de la bolsa. El joven no podía imaginar qué tendría en aquella bolsa. Y el anciano no dejaba de preguntar una y otra vez: «¿Podremos llegar a la ciudad antes del atar­decer?»

El joven decía: «Aunque no lleguemos, no tenemos nada que temer. Podemos quedarnos en el bosque. Lo hemos hecho muchas veces, no es nada nuevo. Pero hoy parece que te pasa algo, estás muy extraño.»

El anciano dijo: «Eso ya lo discutiremos después. Primero, vayamos rápido. No quiero quedarme en el bosque esta noche.»

Encontraron un pozo al lado del camino y el sol ya se estaba ocul­tando. Antes de que el sol se ocultara, se lavaron. Estaban muy cansa­dos. Bebieron y mientras el anciano se lavaba la cara, pasó la bolsa al joven y le dijo: «Ten cuidado.»

El joven se dijo a sí mismo: «Nunca antes ha estado así.» Y miró dentro de la bolsa por curiosidad. Había dos lingotes de oro. Ahora estaba muy claro por qué no quería quedarse en el bosque y por qué tenía tanto miedo.

Mientras el anciano se lavaba la cara y rezaba su oración nocturna, el joven tiró los dos lingotes al bosque, encontró dos piedras que pesa­ban casi lo mismo y las metió en la bolsa. El anciano terminó su oración en la mitad del tiempo habitual, ¡tenía tanta prisa! Arrebató inmediata­mente la bolsa al joven y su peso le mostró que todo estaba en orden. Continuaron a toda prisa. Un kilómetro más adelante, empezó a oscu­recer. El anciano dijo: «Parece difícil que podamos llegar a la ciudad y este lugar es peligroso.»

Pero el joven dijo: «No temas. He dejado el peligro junto al pozo.»

Él dijo: «¿Qué quieres decir con que has dejado e! peligro junto al pozo?»

El joven respondió: «Mira dentro de la bolsa y lo sabrás.»

Miró dentro de la bolsa y dijo: «¡Dios mío!» El anciano se rió, tiró la bolsa y se sentó debajo de un árbol; no podía parar de reír.

El joven le preguntó: «¿Por qué te ríes tanto?

El anciano respondió: «Me río porque has hecho lo adecuado, y durante casi un kilómetro he pensado que esas piedras eran el oro. Ahora podemos quedarnos a dormir tranquilamente debajo de este árbol. Está bien. Y a no hay miedo ni prisa.» Podría haberse enfadado con el joven y; entonces no habría entendido nada. Pero se rió, se rió locamente, porque pudo ver el sentido: «Fue tan estúpido de mi parte. El joven ha demostrado ser mucho más inteligente que yo. Mi propio discípulo tuvo que enseñarme esta lección.»

Estuvieron durmiendo durante toda la noche y por la mañana el anciano tocó los pies del joven en señal de agradecimiento y le dijo: «Aunque soy tu maestro, me has ayudado a liberarme de una ilusión. He dormido profundamente toda la noche. Llevaba varios días sin dormir por esa bolsa; los lingotes de oro no me dejaban dormir. Los palpaba a tientas por la noche para asegurarme de que seguían allí. Se habían hecho tan importantes que había perdido mi alegría, incluso abreviaba mis plegarias, acortaba mi meditación.»

Para la existencia, el oro y las rocas no son muy distintos: es una ilu­sión humana, lo hemos proyectado. Si el ser humano deja de estar en este mundo, el oro ya no será oro; aunque seguirá siendo lo que es, no habrá diferencia entre su valoración y la de una piedra. La valoración y la diferencia la proyectamos nosotros, y después sufrimos.

Por eso la enseñanza de esta pequeña anécdota en inmensa. Si te puedes reír de ti mismo cuando tus ilusiones se caen, pronto podrás vivir sin ilusiones, vivir sin alucinaciones, vivir sin proyecciones. Y vivir sin todo esto significa vivir en paz, en silencio, y celebrar las pequeñas cosas de la vida.  

Amado Osho,                                                           
Recuerdo que una vez nos dijiste que Buda dio una definición de la verdad: verdad es aquello que funciona.
Me sorprendió por su audacia y al mismo tiempo por su total pragmatismo, y me encantó por ambas razones. 
Mi comprensión es que Tu definición de verdad probablemente es la misma, que tú harás y dirás cualquier cosa, en nombre de la verdad, que nos pueda estimular en la dirección adecuada.
Me encantaría oírte hablarnos de esto.                    

Es verdad. Puedo deciros cualquier cosa si os dirige hacia la verdad.

Por supuesto la verdad no puede ser dicha, solo puede ser señalada. Quizá hagan falta distintos señalizadores para personas distintas. A mí no me importa lo que digo. Lo que me importa es si os lleva en la dirección adecuada, hacia la iluminación.                                                          

Sí, mi definición es exactamente la misma: la verdad es aquello que funciona. Es pragmática, y Buda era un hombre muy pragmático, muy científico. Esta definición también puede considerarse científica.

Todas las definiciones científicas no hacen más que corroborar esta definición. No sabemos qué es la electricidad, sólo sabemos cómo fun­ciona. No sabemos nada de la energía atómica, de lo que es, pero sabe­mos cómo funciona. Y toda la ciencia consiste en este conocimiento del funcionamiento de las cosas.

La verdad última no es diferente. La función del maestro es llevar­te, dirigirte, empujarte en la dirección en que encontrarás la verdad. No puede dártela, pero puede crear dispositivos que te llevan hasta ella. Sutilmente, lo que dice el maestro no tiene el fin de ser comprendido; su fin es ser bebido, para que pueda llegarte a la sangre, a los huesos, al tué­tano, y puedas empezar a moverte en cierta dirección: aunque tú no sepas en qué dirección vas, el maestro sí lo sabe.

Si sigues el camino correcto, encontrarás que te bendice y derrama su amor sobre ti. Esa será la única indicación de que estás siguiendo el camino adecuado. Un día encontrarás la verdad y entonces te reirás, porque lo que se decía no tenía nada que ver con ella. Pero ciertamente orientó tu atención hacia ella.

He contado esta historia muchas veces: hay una casa en llamas y unos niños pequeños están jugando dentro de ella. Están tan enfrasca­dos en sus juegos que todo el vecindario les grita: «¡Salid! ¡La casa está ardiendo!» Pero a los niños esos gritos les parecen divertidos. Están en mitad de la casa y las llamas les rodean totalmente, nunca han visto unos fuegos artificiales semejantes.

Y no escuchan a la multitud. Entonces llega el padre que había ido al mercado y la gente le dice: «Haz algo. Todos tus hijos morirán. La casa está a punto de colapsar.»

El padre se acerca mucho y les grita: «Os he traído juguetes, todos lo que juguetes que me habíais pedido. Salid.» La puerta de atrás de la casa era la único que aún no estaba en llamas.

Los niños corrieron afuera y preguntaron a su padre: «¿Dónde están los juguetes?»

Y el padre dijo: «Tendréis que perdonarme. Hoy no pude traerlos, pero mañana los traeré sin falta.»

Ellos dijeron: «¿Por qué has interrumpido nuestros juegos?»

El padre respondió: «Yo no he interrumpido vuestro juego. No entendéis. La casa se está quemando; os habrías muerto. Simplemente os mentí respecto a los juguetes porque sabía que eran lo único que os podía sacar de ¡casa.»

Ahora bien, no parece haber conexión entre los juguetes y el fuego, pero en esa situación concreta el padre hizo la función del maestro. Dio a los niños una indicación que les salvó la vida. Aunque ahora saben que les mintió, no se quejarán por ello. Mintió por compasión. Mintió porque les quería; mintió porque quería salvarles la vida.

La verdad no puede decirse, por eso cualquier cosa que se diga será un mentira preciosa, una mentira preciosa que te puede llevar hacia la verdad. Por eso yo hago una demarcación entre las mentiras: mentiras hermosas y mentiras feas. Las mentiras feas son las que te alejan de la verdad y las hermosas son las que te acercan a ella. Pero su cualidad es la misma, ambas son mentiras. Las mentiras hermosas funcionan; por eso, de alguna forma, tienen el sabor de la verdad.           


Amado Osho,        
Una pregunta que he tenido desde que era niño y comencé a ver cómo funciona el mundo es: ¿Por qué la gente se trata de la forma que lo hace? ¿Dónde están el amor, la compasión y el respeto mutuo? Pienso que todo el mundo desea vivir en paz y armonía consigo mismo y con todos los seres humanos que le rodean. Y no creo que nadie anhele la violencia, el odio, y el poder sobre los demás, sin embargo eso es lo que veo ocurrir.
¿Qué es lo que hace que la gente viva esta vida antinatural y miserable? ¿Es todo ello condicionamiento, o hay algo en el hombre que le hace desear seguir el mal camino?

Ambas cosas. En primer lugar, hay algo en el hombre que le hace seguir el mal camino. Y en segundo lugar hay gente interesada en guiar a los demás por el mal camino. Ambas cosas, en conjunto, crean un ser humano falso, engañoso. Su corazón anhela el amor, pero su mente condicionada le impide amar.

Te sorprenderá saber que Adolf Hitler nunca permitió a sus novias dormir en la misma habitación que él por una razón muy simple: no podía confiar en ellas. La mujer podría dispararle por la noche, ponerle veneno en el agua. ¿Qué garantías tenía? Ellas podrían estar aparentan­do que lo querían. Podía tratarse de una conspiración. No había forma de averiguar si se trataba de una conspiración o si sentían verdadero amor por él. Para estar seguro nunca permitió que ninguna mujer con la que hubiera estado en contacto durmiera en su habitación.

Nunca permitió que nadie fuera amistoso con él, ni Goebbels ni ningún otro de sus colaboradores cercanos. Siempre les mantenía a distancia. Se decía que no había ni una sola persona que le pudiera poner la mano sobre el hombro en un gesto de amistad. El exceso de amistad es un peligro, ese era su condicionamiento. El otro puede hacerte daño. Puede averiguar algo de ti que podría usarse en tu contra. Es mejor mantenerle a distancia. Y todo el mundo era ambicioso, todo el mundo quería estar en su lugar, por eso aunque parecieran muy amistosos, en el fondo todos eran competidores, enemigos; podían matarle. No tenía amigos. Y qué tipo de amor era ese que no le permitía confiar en que la mujer durmiera en su habitación.

Una de sus mujeres estuvo enamorada de él durante muchos años y no tenía ninguna razón para sospechar de ella. Pero la sospecha no necesita razones. Un día quiso visitar a su madre enferma, en la misma ciudad. Y Adolf Hitler le dijo que no. Le costaba mucho decir sí a cualquier cosa.

Esto tiene significado psicológico muy profundo. El no da poder. El sí no da ningún poder. Cuando dices que no, puedes sentir tu poder; cuando dices que sí, puedes sentir amor, compasión, pero no poder. Las palabras tienen sus propias cualidades. Cualidades que no puedes encontrar en el diccionario. Pero en realidad si entras en la psicología de las palabras, cada palabra tiene su individualidad única. El «no» no es una simple negación; es una confirmación del propio poder.

No había necesidad de decirle que no. Sólo iba a ver a su madre enferma y estaría de vuelta cuando él regresara del despacho. Pero el sí no era su palabra. Sólo sabía dar órdenes y rechazar las ideas de los demás. Incluso en cosas tan pequeñas que no tenían nada que ver con el poder...

Él se fue al despacho; la mujer creyó que podría ingeniárselas: podía ir ver a su madre y regresar; él aún no habría vuelto. Fue y regresó; cier­tamente se las ingenió. Pero lo primero que él preguntó al guardia al lle­gar a casa fue: «¿Ha salido? ¿Cuánto tiempo ha estado fuera?»

Hitler cargó su arma, entró en casa y le disparó: ni siquiera pregun­tó, no le dio la oportunidad de decir nada. Ya era suficiente. Aquello tuvo que ser una prueba para todos los demás de que no seguir sus órde­nes significaba morir.

Hitler deseaba amor, pero su mente anhelaba el poder, y no puedes pedir ambas cosas a la vez.

Este es el problema. El niño nace con un corazón que anhela el amor, pero también nace con un cerebro que puede ser condicionado. Y la sociedad tiene que condicionarlo en contra del corazón, porque el corazón siempre será rebelde a la sociedad, siempre seguirá su propio camino. No puede convertirse en un soldado. Puede convertirse en un poeta, puede convertirse en un cantante, puede convertirse en un baila­rín, pero no puede convertirse en soldado.

Puede sufrir por su individualidad, puede morir por su individuali­dad y por su libertad, pero no puede ser esclavizado. Ese es el estado del corazón…
                                                                                   
Pero la mente... El niño llega con un cerebro vacío, sólo es un meca­nismo del que puedes disponer como quieras. Aprenderá el idioma que le enseñes, aprenderá la religión que le enseñes, la moralidad que el enseñes. Sólo es un ordenador; tú le vas proporcionando la información.

Y cada sociedad se encarga de fortalecer la mente cada vez más, de forma que si hay algún conflicto entre la mente y el corazón, la mente ganará. Pero cada victoria de la mente sobre el corazón supone más miseria. Es una victoria de los demás sobre tu naturaleza, sobre tu ser: sobre ti. Y ellos han cultivado tu mente para servir a sus propósitos.

Por ejemplo, el Gobierno británico gobernó en India durante tres-cientos años y puso en marcha cierto tipo de educación que sólo produ­cía empleados, carteros, jefes de estación... El programa era tal que no producía grandes intelectuales, genios, científicos; no. Por tanto, la per­sona estudiaba durante un tercio de su vida y salía de la fábrica univer­sitaria siendo sólo un empleado. Pero lo que el Gobierno británico ne­cesitaba eran empleados.     

Como la capital de India en los comienzos del Imperio Británico era Calcuta, los bengalíes fueron los primeros en ser adoctrinados por el sis­tema educativo británico. Fueron los primeros en ejercer de mediadores entre la tierra y su gente por un lado, y los gobernantes por otro. Los gobernantes no conocían el idioma popular; la gente no conocía el idio­ma de los gobernantes. Los mediadores conocían ambos idiomas.

Eran respetados por las masas porque estaban muy cerca de los gobernantes, era a los únicos que debían obediencia. Crear un ejército de mediadores era una necesidad; de otro modo no podrían gobernar un país tan grande, no habría entendimiento, no habría comunicación. Pero los gobernantes les detestaban.

Detestaban a esta gente y como ejemplo os voy a contar... Llamaban a estos bengalíes babus y la palabra babu llegó a ser respetada en toda la India. Como los gobernantes llamaban a los bengalíes babus, la palabra babu llegó a ser muy significativa, tanto que el primer presidente de India se llamó Babu Rajendra Prasad. Y nadie pensó nunca en lo que significaba aquella palabra.                                        

Yo dije a Rajendra Prasad: «Deberías retirar esa palabra de tu nombre e informar al país de que nadie debe usarla, porque es condenatoria.» Indica que un hombre huele mal. Los bengalíes comen pescado -pes­cado y arroz, esa es su única comida- y huelen a pescado. Como comen pescado continuamente...          

Bengala es un lugar muy bello donde encontrarás una cosa preciosa: al lado de cada casa hay un pequeño lago. La gente más rica tiene grandes lagos junto a sus palacios. Esos lagos sirven únicamente para produ­cir pescado. Esos lagos sólo sirven para tener pescado fresco, tal como le gusta a la gente. Cada casa, incluso las más pobres, tiene su peque­ño lago; y es muy hermoso, porque los pequeños lagos están rodeados de palmeras... aunque se trate de una pequeña cabaña.

Pero el olor es demasiado. Sólo he viajado por Bengala en una oca­sión y dije: «No puedo ir más allá de Calcuta.» Apesta, todo apesta a pescado, cada casa apesta a pescado. Es la base de su dieta.

Babu es una palabra persa. Ba significa «con» y bu significa «olor». Los británicos arrebataron India a los musulmanes, cuyas lenguas eran el persa, el árabe y el urdu, y la palabra babu procede de ellos. Era conde­natoria, pero entre las masas se convirtió en una palabra muy respetada.

India debe tener más universidades que ningún otro país -cien universidades y miles de colegios universitarios- y su único propósito es servir al imperio. Toda la educación consiste en ser obediente, en no ser rebelde: está absolutamente en contra de cualquier idea revolucio­naria.

India habría seguido siendo un país esclavo durante siglos, pero Gran Bretaña cometió un error: permitió que los hijos de unos cuantos ricos fueran educados en Inglaterra; y de ahí vino el problema. Esta gente trajo la idea de libertad a India. Ningún indio educado en India pensaba en la libertad, pero unos cuantos ricos enviaron a sus hijos e hijas a Inglaterra para que fueran educados allí: si eran educados en Inglaterra se les daría los puestos más altos al regresar a India. Un indio que hubiera obtenido el mismo título en una universidad india nunca alcanzaría un puesto así, pero los que venían de Inglaterra estaban cua­lificados para los puestos más elevados.           

Gran Bretaña se creó sus propios enemigos sin saberlo. Esta gente encontró en Gran Bretaña otro tipo de educación, aprendieron las for­mas democráticas, aprendieron a ser libres, aprendieron a tener dere­chos individuales, aprendieron la libertad de expresión. Y volvieron a su país llenos de ideas utópicas a favor de la independencia de India.

Por eso los luchadores contra el régimen británico fueron educados fundamentalmente en Inglaterra. Y no creo ni que los británicos se hayan dado cuenta de este hecho, porque nadie lo menciona en ningu­na parte.

Un hombre muy influyente en India, Subash Chandra, fue educado en Inglaterra. Cualquiera que fuera educado en Inglaterra era inmedia­tamente absorbido en la élite del funcionariado: el Indian Civil Service, I.C.S. Todo estudiante que volviera de Inglaterra mantenía una entre­vista con el gobernador de su estado. Y Subash llegó con un gran deseo de luchar contra el Imperio Británico, no de servirlo.          

Pero a pesar de todo acudió a su entrevista. Y los bengalíes tienen cierto hábito: siempre llevan consigo el paraguas. Nadie sabe por qué. Se lo he preguntado a mucha gente porque no llueve, hace calor… Pero es algo que forma parte de su tradición. Sin paraguas, el bengalí no es un bengalí completo; para él, el paraguas es algo imprescindible.

Ellos exponen sus razones porque son personas intelectuales, dicen: «La lluvia puede aparecer en cualquier momento, es impredecible. Uno siempre tiene que estar preparado para todo. Ahora mismo está nublado, pero puede salir el sol y hará calor. Y, además, puedes usar el paraguas para esto y para aquello. Incluso es muy útil para pelearse con los demás.»

Por eso Subash entró con su paraguas y su sombrero en el despa­cho del gobernador y al gobernador le molestaba mucho que los indios se comportaran así. Debía haberse quitado el sombrero y mostrarse res­petuoso; había venido a tener una entrevista. El gobernador le dijo: «Primero quítate el sombrero. No sabes mostrar el debido respeto.»

El gobernador estaba frente a Subash, sentado al otro lado de la mesa. Subash sacó el paraguas, se lo puso al cuello y dijo: «Si quieres res­peto, tú mismo deberías ser respetuoso. Deberías haberme recibido de pie. Si no te pones de pie, no puedes esperar de mí ningún respeto. Y no me interesa tu I.C.S.; sólo he venido a ver cómo te portas con la gente. Pero no creas que puedes pasarte conmigo. La gente como tú solía cepillarme los zapatos en Inglaterra» -naturalmente en Inglaterra eran hombres blancos los que cepillaban los zapatos-, «o sea, que el hecho de que seas blanco no significa nada. Quédate con tu servicio.»

Estas fueron las personas que crearon todo el movimiento de la libertad. El Gobierno británico lo olvidó completamente: si has creado cierto sistema educativo en India para producir únicamente empleados, sirvientes, esclavos, entonces no deberías permitir que los indios se edu­casen en Inglaterra, porque esa gente se volverá peligrosa para el imperio. Y resultaron ser peligrosos -destruyeron el imperio- pero todo el mérito pertenece a las universidades británicas.

Por tanto la mente está vacía, es un cerebro; puedes ponerle cual­quier cosa dentro. Y tras veinticinco años de educación estará tan forta­lecida que te hará olvidarte de tu corazón; así siempre te sentirás mise­rable. La miseria se debe a que tu corazón sólo puede darte alegría, sólo puede darte felicidad, sólo puede hacerte bailar. La mente puede estudiar aritmética, pero no puede cantar una canción. Sencillamente la alegría, la felicidad y el baile no forman parte de las capacidades mentales. Entonces te sientes desgarrado entre tu naturaleza, que es tu corazón, y los valo­res sociales que te han inculcado en la cabeza. Y ciertamente has nacido -todo el mundo nace- con estos dos centros. Ahí reside la dificultad.

Uno de los dos centros está vacío. Cuando la sociedad sea mejor se usará en concordancia con el corazón, para servir al corazón. Y enton­ces la vida será estupenda, estará llena de alegrías. Pero hasta ahora hemos estado viviendo en una sociedad horrible, llena de ideas podri­das, que ha utilizado la mente. Y esa vulnerabilidad está presente: la mente puede ser usada.

Ahora bien, los comunistas la usan de una manera; los fascistas alemanes la usaron de otra; todas las demás religiones la usan cada una a su manera. Pero esa vulnerabilidad está en cada individuo: vienes con una mente vacía.

De hecho es una bendición de la existencia, pero está mal emplea­da, explotada. Te dan una mente vacía para que pueda ser una fiel ser­vidora de tu corazón, de tus anhelos, de tus potenciales. No hay nada malo en ella. Pero los intereses creados del mundo han encontrado en esta situación la oportunidad perfecta para ellos: usar la mente en con­tra del corazón. Así tú sigues sintiéndote desgraciado y ellos pueden usarte como quieran.

Por eso el mundo entero es miserable. Cada persona quiere ser amada, cada persona quiere amar; pero la mente es una barrera tal que no te permite amar ni ser amado. En ambos casos la mente se interpone y comienza a distorsionarlo todo. Y si por causalidad te encuentras con una persona a la que amas y la persona te ama a ti, vuestras mentes serán incompatibles. Han sido formadas por sistemas distintos, religiones dis­tintas, sociedades distintas.

Uno de mis amigos se casó con una muchacha americana. Era pro­fesor de física y mientras estudiaba en América se enamoró de una muchacha muy hermosa y se casó con ella contra la voluntad de sus padres. Se hicieron enemigos. Sus padres no le recibieron en su casa cuando volvieron a India.  

Yo tuve que darles una fiesta, una recepción para celebrar su boda. Pero al mes me di cuenta de que aquello no podría durar. Uno de mis amigos estaba conmigo y es una persona muy hermosa: aprendiz de todo y maestro de nada... pero sabe muchas cosas. Por eso es muy interesan­te e influyente.

Superficialmente puede impresionarte en cualquier tema, sobre cualquier cosa. Más adelante te darás cuenta de que es superficial, pero para entonces ya habrá conseguido lo que le interesa.

Su única dedicación es pedir dinero prestado. Es doctor en filosofía, podría haber sido profesor universitario, pero dice: «Todo eso no me interesa. Prefiero pedir préstamos.»
Yo le dije: «Deberías pensar que no podrás hacerlo siempre.»

Él dijo: «No creas. Nunca tomo dinero prestado dos veces de la misma persona. El mundo es grande y la vida muy corta. Me las inge­niaré.»

Entonces empezó a coquetear con la muchacha americana. Ella se sentía muy impresionada -él es una persona impresionante- y el pro­fesor con el que ella se había casado empezó a sentirse muy celoso. Tenía una mentalidad india. La mentalidad india no puede concebir que una esposa pueda ir con otra persona a la piscina. Para empezar ninguna mujer india irá a una piscina y si lo hace, irá con su marido. Pero estaba yendo con un extraño.

Ella salía con él a dar paseos en bicicleta; jugaban a las cartas. El marido enseñaba en la universidad pero siempre estaba preocupado por su esposa y aquel tipo... que era completamente libre, no hacía nada.

Pronto el matrimonio se separó. Estaban en una disputa continua. Yo les dije: «Os amáis, pero no entendéis la situación. Tenéis mentalida­des muy diferentes. Ella no puede ver nada malo en ir a bañarse a la pis­cina con un amigo. Lo ha estado haciendo desde que era una niña. Tú no puedes ni concebir esa posibilidad. Tu idea es la que has visto en tu casa, en tu sociedad: la esposa ni siquiera debería descubrirse». Las mujeres indias usan sus saris para cubrirse incluso la cara. La mujer no debe des­taparse ante extraños. «Tú has sido criado con este tipo de gente; no pue­des entender que tu esposa le de la mano a un extraño. Están disfrutan­do y jugando al tenis, se van a dar un paseo, mientras tú te quedas senta­do y te pones a hervir innecesariamente. Deberías haberlo pensado. Tus padres tenían razón: este tipo de matrimonio no tendrá éxito.»

Yo no he visto ningún matrimonio entre indios y extranjeros que haya salido bien. Siempre fracasan, por la simple razón de ambas men­tes han sido educadas con ideas diferentes, tienen programas diferentes. Todo el mundo tiene derecho de nacimiento a la felicidad, pero desgraciadamente la sociedad, la gente con la que hemos estado vivien­do y que nos ha traído al mundo, no ha pensado en ello. Los seres huma­nos han estado reproduciéndose como si fueran animales; peor aún, por­que los animales no están condicionados.

Este proceso de condicionamiento debería cambiar completamente. La mente debe ser entrenada para servir al corazón. La lógica debe servir al amor. Y entonces la vida se puede convertir en un festival de luz.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+