HUGO GIOVANETTI VIOLA
DECIMOCUARTA ENTREGA
DOS: COMO UN JAZMÍN DEL PAÍS
PRIMERO
Dijo el muchacho a la moza:
“Desde el comienzo te vi
en el sueño, en la vigilia
como un jazmín del país.
Perfume de la alta noche
pequeña flor constelada
en el patio con aljibe
y en mi corazón guardada”.
CUANDO Pablo Regusci desembocó en la plaza y observó unos segundos la blanca Torre del Vigía (desde donde alguno de sus antepasados pudo haber avistado un siglo y medio atrás la terrible invasión de los ingleses) tuvo la escandalosa certidumbre de no entender la vida. Había salido del caserón de su tía segunda -Natacha Regusci Tomillo- cerca de una hora antes, para tomar un ómnibus que lo trajera desde Punta del Este a Maldonado. Eran casi las siete de la tarde. Había subido hasta Gorlero por la cuadra en declive haciendo bambolear su guitarra enfundada y sintiéndose solo, pegajoso y ridículo entre el corso de turistas de principios de enero. Entonces tuve la tentación de abandonarlo todo y bajar hasta el muelle que hay más allá del puerto para fumar mirando atardecer sobre la isla Gorriti, pero me aguanté firme en la parada: eran ganas cobardes. Desde la esquina donde estaba esperando veía brillar el puerto como una maravilla inalcanzable. Las muchachas turistas pasaban en sus coches, motos o bicicletas -o caminando en barra abrazadas o solas- alrededor de mí, que era un muchacho virgen de diecisiete años incapaz de aceptar las alegrías tribales. Escuché el vuelo de If I fell desde una máquina tragamonedas y me dolió otra vez tener que renunciar a un conjunto beatlero para ser concertista. Y al cruzar por la ex-Plaza del Recreo casi una hora más tarde (viendo la blanca Torre del Vigía sobredorarse en luz horizontal) supe que dudaba mucho más del sentido de todo que de la utilidad de ser un guitarrista clásico. Ahora veía la casa de la vieja que iba a visitar a pedido de Natacha y sentía oscilar el temor y la curiosidad por conocer a mi remota recontraparienta, aunque definitivamente no tenía las más mínimas ganas de tocar para nadie.
La casa estaba repintada con un fresco rosado colonial: dos ventanas con rejas daban hacia la plaza. Una de las ventanas de vidrios cuadrados estaba toda abierta, y el muchacho miró su propia sombra transitando la luz polvorienta que atravesaba en barras un cuarto embaldosado para lamer los fondos del patio español. Pablo no vio el aljibe pero lo imaginó debajo de la pérgola, cuando la brisa lo refrescó al pasar con un sesgo impoluto: era el viejo perfume del jazmín del país, estancado en el tiempo. Dobló la esquina y golpeó un par de veces con la aldaba de bronce. Lo atendió una mujer que no prestó atención a sus explicaciones, aunque lo hizo pasar con un fijo recelo. Era gorda y madura, y tenía una expresión de aburrimiento en bruto que no me cayó bien: daba la sensación de que la pobre vieja podía comunicarse mejor con algún gato que con aquella dama de compañía. Magdalena Tomillo entró al zaguán levantando los brazos, casi doblada en dos por sus noventa años. Vi que no me veía. Me adelanté a besar el pergamino de su rostro ascendiendo en contraluz, bajo el fulgor lunar de la escasa melena. Después me hizo pasar al patio, donde el aljibe estaba justamente debajo de una pérgola. También estaba el gato -un enorme barcino- simulando dormir sobre la mecedora. Lo que empezó a desconcertar al muchacho fue una televisión funcionando en completo silencio bajo la galería radiante de azulejos. Magdalena Tomillo recogió al gato y se sentó con él y se puso los lentes para observar mejor a Pablo. Yo me senté en un banco azulejado que había empotrado a la pared lindera y apoyé la guitarra contra los arabescos de una de las columnas de la pérgola. Devolví una sonrisa y aspiré hasta el embrujo aquel denso perfume que me rozó en la calle: el jazmín del país se enredaba en la pérgola como constelaciones de fragantes estrellas sobrevolando el hierro. Ahora la luz del patio era tenue y dorada. “Bueno, una no termina nunca de conocer a todos sus parientes. Tú no eres feo” me dijo Magdalena con una risita. Le costaba fijar los ojos en un punto. “¿Qué vas a tomar: vino? Yo tomo vino blanco cuando estoy contenta” dijo con un acento que parecía español. Le contesté que sí moviendo la cabeza. No me di cuenta de su sordera hasta que la mujer le preguntó a los gritos si nos cortaba queso. “Córtale un salamín, también” le ordenó Magdalena sin dejar de mirarme: “Yo soy vegetariana desde hace muchos años pero a ti ha de gustarte”. Entonces me di cuenta que la respiración se le hacía pedregosa con cada frase larga. “Pero fumo” agregó: “Muy poco, pero fumo”.
La sirvienta hizo un gesto de protesta y se fue a la cocina. “Bueno, dice Natacha que eres una promesa: ya hace tiempo que quiero escucharte tocar. Sé que te vas muy pronto para Montevideo”. “El domingo” le dije, y ella se apantalló una oreja contra el hombro. “El domingo” grité: “Voy a vivir a la casa de un tío”. Magdalena me ofreció un cigarrillo mentolado pero yo saqué un negro de los míos, y ella se adelantó a prenderlo con un pulso tan firme que me desconcertó definitivamente. La sirvienta les trajo un botellón y dos copas talladas. Después trajo tres platos con queso salamín y pedazos de pan, mientras Pablo empezaba a servirle a la vieja. “Suficiente” dijo ella dándole un pedacito de salamín al gato: “Ahora yo te propongo un trato. Tú me tocas tu música y yo voy a contarte cosas que nadie sabe, ni siquiera Natacha. Tú estarás enterado de que yo fui la novia de Justo Regusci, el hermano de tu abuelo ¿verdad?”. “Sí” dijo el muchacho escondiéndose detrás de la copa tallada. “Bueno: antes de que te vayas para Montevideo me gustaría contarte lo que él me recitó detrás de una de aquellas rejas que dan a la plaza la última noche que nos pudimos ver” murmuró Magdalena: “Y algunas cosas más, todavía”. Hizo una sola seña para ordenarle a la sirvienta que se llevara la televisión y a Pablo que terminara el cigarrillo. Yo desenfundé la guitarra con un poco de miedo mientras mi desconcierto se transformaba en asombro: tenía la sensación de que aquella mujer estaba despojada hasta la eternidad de palabras o gestos que no expresaran algo desnudamente puro. Sobrehumano, pensé probando la guitarra en la quietud del patio.
MAGDALENA te dijo que ya no se oían dianas pero no se besaron por segunda vez montaste en el tordillo y levantaste un brazo y saliste al galope viendo aquella silueta apoyada en las rejas como la flor lunar del sueño y la vigilia y al doblar galopando hacia la plaza grande con la guitarra en bandolera llevabas un jazmín del país prendido en la solapa y aquel silencio fúnebre que adensaba la noche del primero de año te curvaba la boca en un terco festejo que te hacía contemplar hasta con alegría la masculinidad vaciada de las casas Porque en el caserón rosado frente a la Torre del Vigía también me está esperando una mujer pensaste recordando maravilladamente la mirada sin lágrimas que te ofrendó en silencio a través de las rejas: Habían quedado de verse con Lucas en el Café y Billar de Juan Stuart pero al desembocar en la plaza no encontraste a los hombres de la divisa blanca Ya se fueron carajo pensaste enderezando sin ninguna razón hacia el Billar de Stuart donde viste al gigante que parecía esperarte en la vereda revoleando el chambergo en reconocimiento desmontaste asombrado porque lo conocías nada más que de vista y hasta tuviste miedo porque unos días atrás lo habías visto agarrar a latigazos a la media docena de náufragos del Santander que se atrevieron a timbear justo frente a la Iglesia de la Virgen del Carmen en plena Nochebuena pero después pensaste Fue amigo de Sabino y te tranquilizó la mirada aljibosa de aquel sueco que los peones llamaban el Cristo Amarillo Mucho gusto te dijo Lucas dejó un mensaje para usted Soy Jonás Erik Jönson y te obligó a tomar la copa del estribo tranquilizándote con la noticia de que Bethencourt había telegrafiado a Montevideo para pedirle explicaciones a Batlle sobre los telegramas interceptados a Vázquez y a Ruprecht Tiene tiempo de sobra te aseguró y tomaron una caña de La Habana hablando de Sabino pero no de la guerra hasta que sugeriste lo de Magdalena y en la segunda copa empezaste a dudar escandalosamente de tu fibra guerrera y eludiste los ojos empozados del surco que te estaban tentando a no entrar al ejército de la divisa blanca Me voy con Aparicio le dijiste de golpe Falté el año pasado pero esta vez me toca y Jonás terminó la caña y no volvió a decir una palabra hasta que desataste el tordillo-sabino Dios lo acompañe mijo murmuró con acento de gringo redomón: Al contornear la plaza mudamente apagada viste cadáveres de serpentinas de la noche anterior bajo la bosta fresca que humeó toda la tarde entre dianas que no te horrorizaron salvo hasta ese momento en que la sucia garra de la guerra emergió para desamarrarte del amor y empujarte contra la soledad de los primeros médanos y las primeras chacras y los postes de haciendas de alambrada invisible y los pueblos de ratas desde donde zarpaban las siluetas a pie para ir con Aparicio Vamos con Aparicio le decías al tordillo que jadeaba chasqueando a contraviento Hermano le decías al caballo Estrellero varón vamos a defender la tierra con los dientes y aquel viento nocturno era una irreflexión que borraba palabras pensamientos palabras A lo mejor no hay guerra se te ocurrió soñar ya cerca de San Carlos y aflojaste las riendas antes de una cañada y el tordillo espumó los belfos contra el barro durante tanto tiempo que al final permitiste desmontar a tu cuerpo y acuclillarse en posición fetal No me quiero morir Magdalena rezaste pero quiero ser hombre y al escuchar las dianas arreciando en San Carlos te paraste amparado por la deflagración de los ojos del flete y montaste diciéndole Ahora hay que relincharle al coronel Muñoz hermanito estrellero relinchar sin cagarse y decirle Presente: Pero al llegar al pueblo ya había sonado el toque de reposo y un centinela amigo te contó que Campisteguy había citado a Bethencourt a una conferencia telefónica donde le aseguró que el país estaba en calma y le ordenó que disolviera las milicias y volviera a la capital del departamento aunque el Jefe Político le contestó que en Rocha circulaban partidas coloradas que perseguían a los nacionalistas hasta obligarlos a buscar refugio en Maldonado y el Ministro insistió con lo del país tranquilo Pero nadie es tan zonzo terminó el centinela Estamos en batalla hasta que el general nos ordene otra cosa y vos te desinflaste y bordeaste la plaza hacia lo de tu hermano Florián que te abrazó asombrado Pensás ir a la guerra te preguntó en la mesa Pienso dijiste vos y estuvieron callados hasta que el otro habló sin mirarte a los ojos Batlle defiende tanto las libertades cívicas como todos ustedes Yo voy por otra cosa retrucaste rabioso y escuchando berrear a un chiquilín en el fondo El campo está pudriéndose y ese Batlle no entiende un carajo del campo Pero vos sos muy joven argumentó Florián Tengo la misma edad pa pelear que pal voto compadreaste impostando la carcajada célebre de los Saravia: Muñoz te miró fijo bajo el sopor solar que entumecía la plaza en la tarde del dos Así que usté es hermano de Sabino Regusci preguntó masticando regocijadamente un habano jediondo Me honro mi coronel respondiste sin rabia al notar que un relámpago de admiración azul refrescaba los ojos del hombrecito rubio Yo no escuché hablar bien de tu hermano te dijo Pero espero que usté sea valiente como él y te alcanzó un cintillo mitad blanco y celeste que anudaste al sombrero en la casa de Lucas donde tomaron mate con rosquetes volados Lucas te vio poner el jazmín del país debajo del cintillo y recién se acordó de preguntar por ella Voy a pedir su mano dijiste sin poder espantar el rubor Y sabés si los hermanos ya se fueron con Dutra preguntó tu amigo No quiero ni saberlo contestaste agregando un salivazo verde Muñoz está en un brete dijo Lucas entonces para cambiar de tema Salió una comisión con bases pacificadoras desde Montevideo a ver al General A lo mejor no hay guerra resoñaste en voz alta No sé Justo No sé me parece que quieren librarse del caudillo y acariciaba un Winchester que su padre garreó en el desarme en la Cruz en el 97 vos mirabas el rifle con simulada envidia porque no le habías hecho un miserable espacio a la idea de matar justo en ese momento sonó el toque a revista de armamento y municiones y al llegar a la plaza encontraron más hombres de los que se esperaban Somos más de quinientos dijo Lucas frotándose las manos y hay buena caballada y aquel atardecer hasta disfrutaste del carnaval tristísimo que poblaba la plaza de harapientos mezclados con policías puebleros y hasta con hacendados de cinturón repleto mientras la gurisada corría inocentemente de fogón en fogón y otro ejército blanco de mujeres flotantes desgranaba rosarios dentro y fuera del templo y sonaban acordeones mezclados con relinchos y voces que no podían cantar la vidalita heroica que rimaba con Acevedo Díaz: Esa noche empezaste a preparar el tordillo asperjado de transparencias rubias Lucas recomendó que llevaras tabaco un pedazo de queso sal y carne fiambre sin cargarte demás No voy a llevar libros porque igual se consiguen pensaste colocando la carta de Sabino que hablaba sobre Darwin dentro de una maleta Cuando termine la revolución me voy a suscribir a La joya literaria pa desasnarme un poco y criar hijos en forma y voy a escribir versos y a cambiar de trabajo pa que nadie me llame mocito mostacilla Florián entró a la caballeriza casi sin hacer ruido Un caballo no aguanta una guerra muchacho te advirtió dulcemente Esta va a durar poco pronosticaste a secas Te hace falta más plata te preguntó Florián sin ganas de porfiar No gracias cobré el último sueldo el veintinueve y tenía algún ahorrito mentiste: Se abrazaron a la noche siguiente cuando se supo lo del telegrama del General Saravia que le ordenó a Muñoz marchar a Treinta y Tres por el camino a Minas evitando cualquier encuentro con el enemigo besaste a tu cuñada y a tus sobrinos al sonar el clarín que ordenaba a caballo y pensaste en tu madre muerta cuando naciste y en tu padre enterrado cuando tenías diez años y en la guitarra nacarada que te dejó Sabino al irse a Buenos Aires y que ahora abandonabas y escuchaste a Muñoz diciéndole a Zeballos Con Ruprecht acaso nos rozaremos el coronel Vergara no me preocupa mayormente el mayor peligro es Basilisio Saravia por la posición que ocupa pero pienso que podré burlarlo al amparo de la rapidez de la marcha que haremos A portarse estrellero pensaste en formación y al contornear la plaza después de haber vivado al Partido Nacional y al General Saravia y escuchar un remedo de marcha militar que hizo la banda lisa manoteaste el jazmín del país debajo del cintillo con la cara torcida en dirección al sur.
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