domingo

IDEA VILARIÑO - ESENCIAL Y DESESPERADA




por Elena Poniatowska

(reportaje recuperado de “La Jornada Semanal”, núm. 492, 2004)

PRIMERA ENTREGA

Visité a Idea Vilariño en su casa en Montevideo en 2001 cuando pude conocer Uruguay (apenas dos días) gracias al Premio Alfaguara. Montevideo estaba vacío y frente a las puertas cerradas de casas y edificios, hombres y mujeres veían fijamente el horizonte desde el malecón como si con la fuerza de su mirada imantaran a una nave que llegara a embarcarlos para llevárselos. Montevideo me pareció bello y triste. Anacrónico también. Helena y Eduardo Galeano, ausentes (en España o en Estados Unidos, no sé) mi imaginación los suspendió en el tiempo, como a Uruguay, el más europeo de los países de América Latina, suspendido entre Europa y América Latina, suspendido como una pompa de jabón entre el pasado y el futuro, suspendido como un paraíso perdido.

¡En Montevideo hice dos visitas importantes, una al admirable general Liber Seregni que pasó tantos años en la cárcel, otra a Idea Vilariño a quien Juan Carlos Onetti le dedicó Los adioses y cuya obra conocí porque la actriz Susana Alexander recitaba en escuelas y teatros un poema ("Ya no") que nos hacía llorar:

“Ya no será / ya no / no viviremos juntos / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te besaré al irme / nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros. / No llegaré a saber / por qué / ni cómo / nunca / ni si era de verdad / lo que dijiste que era / ni quién fuiste / ni qué fui para ti / ni cómo hubiera sido / vivir juntos / querernos / esperarnos / estar.   
 
Ya no soy más que yo / para siempre y tú ya no serás / para mí / más que tú. / Ya no estás / en un día futuro / no sabré donde vives / con quién / ni si te acuerdas. / No me abrazarás como esa noche / nunca. / No volveré a tocarte. / No te veré morir”.

Idéntica a su poesía, bella y triste, encontré a Idea Vilariño sola en su departamento de Anzani 2129 donde vive con su hermana llamada Poema. Idea y Poema son sus nombres de pila porque así las llamó su padre, el anarquista Leandro Vilariño, poeta injustamente olvidado que tenía una calera en la calle de Justicia en Montevideo. Los cinco hijos se llamaron Alma, Azul, (hermano), Idea, Poema y Numen, el más pequeño y un muy destacado pianista. Además de escuchar música y de adentrarse en la literatura clásica, el padre les leía su propia poesía, la de Almafuerte, Herrera y Reissig, y Darío. Don Leandro tenía un oído infalible y podía reconocer la métrica de un poema aunque la ocultara su composición gráfica. Idea estudió piano pero lo que más le gustó fue el violín al que le dedicó diecisiete años.

Idea se sentó frente a mí, frágil, retraída, delgada, muy bien peinada y supongo que escogió su sillón favorito e iniciamos en la penumbra una entrevista desencantada, quizá la misma que ha dado a lo largo de su vida, la única, la de la única respuesta porque Idea no concede entrevistas ni es protagonista de nada, ni siquiera de sí misma. Su gran amiga Ana Inés Larre Borges (que preparaba un libro hermoso sobre ella) me había contado cómo Idea sobrellevaba los problemas de la vida cotidiana (en Uruguay el salario mínimo es de cuarenta dólares al mes) y los de su creación literaria, es decir, su alta poesía que inició de niña como un servicio a sus compañeras de clase porque al igual que nuestra Rosario Castellanos, Idea hacía poemas de amor que las quinceañeras entregaban a sus enamorados como si fueran propios. Esta Cyrana de Bergerac tempranera nunca se dio cuenta de su talento y tampoco creyó en él. Creyó en cambio en el sinsentido de la vida, en la muerte que crece junto a nosotros, en su mundo sin Dios, en el fracaso del amor y la belleza, la desolada inutilidad de todo esfuerzo. "En la arena caliente, temblante de blancura / cada uno es un fruto madurando su muerte."

La suplicante

Un año antes comimos con el buen amigo argentino Luis Gregorich y su mujer en Buenos Aires y entonces, Idea, de anteojos negros, me pidió que la tuteara y lo hice con temor y respeto. También me explicó que no creía en las anécdotas, no se sabía una sola. "Por eso no concedo entrevistas." Ya Luis Gregorich me había advertido que Idea rechazó premios, se negó hasta a recibir la beca Guggenheim codiciada por todos, no hace apariciones públicas, no da conferencias y se mantiene al margen de la vida literaria. Sólo aceptó un reportaje que le hizo Mario Benedetti hace años. En cambio había escrito un poema a Guatemala a raíz del golpe de Estado contra Arbenz y en su libro “Pobre mundo” de 1988 hablaba de la violencia, la desaparición, la tortura y la muerte en América Latina.

¿Idea, cómo has vivido la poesía a lo largo de tu vida?”

En el único reportaje que consentí en publicar hasta ahora, le recuerdo a Mario Benedetti que hacía versos antes de saber escribirlos, antes de mis seis años. En esa casa se oía música, mucha ópera; mi padre, un fino poeta, nos decía a menudo -aunque supongo que esto fue algo después- poemas suyos o de otros. Pero lo que yo hice hasta la adolescencia no se parecía a nada de lo que escuché. No se me ocurría remedar, no asimilaba nada de aquello, no aprendía ni siquiera de los que más me gustaban: Juan Ramón, Darío, José Asunción Silva. Las pocas cosas que recuerdo de aquella niña analfabeta eran estrofas breves e ingenuas, que no decían nada mío; malas, pero perfectamente medidas y rimadas, aunque yo no supiera qué era eso. No las decía. Tampoco mostraba las de mis diez, doce años, aunque en casa ya sabían que "escribía". Creo que las cosas cambiaron a mis quince o dieciséis años.

“¿Por qué?”

A los once años me quedé mirando en un espejo mis ojos serios, adultos. Fue una conmoción profunda saber que estaba ahí, persona, no niña. Como estoy hoy. Los ojos siguen estando. Simplemente, hubo zonas que al ser tocadas se pusieron a vivir. Pero siempre supe todo. Se fueron sumando vida, madurez; el mundo fue cambiando.

¿Tu padre?”

Mi padre era un poeta y un gran conocedor de formas y de ritmos. Y tal vez el mejor lector de poemas que conocí: hacía oír también el sonido, los acentos. Ambas condiciones fueron una buena escuela desde temprano. Por otra parte diría que tengo algo de eso que llaman "espíritu científico" porque pensaba dedicarme a la investigación científica. Quise saber qué pasaba con los versos. Perdí mucho tiempo leyendo acerca de sáficos y anapésticos, de rimas femeninas y masculinas. Luego di con Servien y su método y, aunque él mismo no lo había desarrollado, fue lo que yo estaba buscando. Permite un estudio de los ritmos casi infinito y para mí apasionante. Es lo que sé hacer mejor. Alguna vez le dije a Ruffinelli que, si hoy no hubiera otras cosas más urgentes en qué trabajar, habría que pagarme para que me encerrara a trabajar en eso. Tal vez no importa demasiado; hoy importan más, y con sobradas razones, otras zonas del quehacer artístico. Sea como sea, a mí la poesía me interesa sobremanera.

Habría que decir que Idea Vilariño es considerada según Natalia Gianini como la voz de toda una generación de resistencia a la dictadura. Escribió la canción de protesta más querida, "Los Orientales", y a menudo sale reseñada en programas televisivos y en periódicos con Mario Benedetti, sobre todo por su poesía de carácter político. Sin embargo, ella misma ha dicho que la poesía no tiene nada que ver con la política. En el documental "Idea" de 1997, dirigido por Mario Jacob, Idea Vilariño comenta que detesta gran parte de lo que se llama poesía y declara que "Dios es un problema que no existe". Para ella la verdad última se encuentra en uno de sus poemas titulado: "Es negro". "Es negro para siempre / las estrellas, los soles y las lunas / y pingajos de luz diversos / con pequeños errores / suciedad pasajera / en la negrura espléndida / sin tiempo / silenciosa." Su actitud recalcitrante le ha dado su fuerza pero también su debilidad. 

“¿Y la poesía, Idea?”, pregunto por no dejar y porque en 1994 Cal y Canto publicó su “Poesía completa” con sus poemas de los veinte años que tienen la misma visión sombría de sus “Nocturnos” y de “No” y contienen ya la esencia de su poesía adulta. "El amor no es más que un pozo de agua oscura, / los astros sólo son barro que brilla, / el amor, sueño, glándulas, locura, / la noche no es azul, es amarilla."

Atada al mástil

La poesía, Elena, fue una conmigo siempre. La viví naturalmente, como algo inevitable, privado, que no me daba ningún realce y la hacía sin deliberación, sin proponérmelo, como lo hice después, como lo he hecho siempre. Creo que nunca supe cómo iba a terminar un poema y hasta ahora es así. Necesito decir algo; eso es compulsivo. Pero no sé cómo lo diré, aunque al escribir tenga un dominio absoluto de lo que hago, pero desde la primera línea el poema, su ritmo, eso que es imperativo decir me lleva hasta el final, hasta el cierre inevitable. Sé que parece contradictorio. Bueno, es así.

"Mi poesía soy yo"

“¿Entonces qué es para ti la poesía?”

No sé cómo decirte qué es la poesía para mí. Es una forma de ser, de mi ser. Todo lo demás de mi vida son accidentes. Pude ser profesora o no. Sola o no. Música o no. Traductora de Shakespeare o no. Estudiosa de la prosodia o no. Todas las cosas que amé y que realicé en la medida que pude. La poesía no fue accidental. Mi poesía soy yo. Por eso no me interesaba publicar; es más, deseé no haber publicado nunca (hay poemas que jamás mostré). Escribir era otro asunto. Era, como te decía, compulsivo. Salvo las   cosas políticas, y alguna carta, nunca escribí pensando que alguien lo leyera. Lo que decía era privadísimo y no buscaba llegar a otro, comunicar. Publicar fue tan contradictorio, tan poco coherente como seguir viviendo cuando sabía, y cómo, cuando pensaba lo que pensaba del hecho de vivir. Esas incoherencias fueron difíciles de sobrellevar. A esta altura ya nada importa.

Empecé a hacer versos antes de saber escribir. Tonterías, pero muy cantables. Me parecían admirables los poemas de mi padre. De sobremesa le pedíamos que dijese nuestros favoritos. Julio Herrera: "Junio, el rey   más blanco, blanco néctar bebe / bebe blanca nieve; nieve blanca harina..." ¡Almafuerte! Darío: "El olímpico cisne de nieve...", "Margarita, está linda la mar..." A los diez años ya me sabía de memoria el larguísimo "Los motivos del lobo", de Darío, pero por mi timidez jamás me habría atrevido a decirlo en público. Pero no creo que hubiera muchos rastros de todo eso en mis malos poemas de entonces ni en los de mi primera adolescencia. Escribir era un acto privado y ni se me ocurría decir lo de otros o mejorar las cosas acordándome de lo que hacían. Si no tal vez lo hubiera hecho mejor.

Tampoco vi en otras admiraciones que vinieron después ejemplos sino coincidencias en las vivencias. Verlaine: "Qu´as tu fait, ó toi que voilá, / pleurant sans cesse, / dis, qu´as tu fait, toi que voilá / de ta jeunesse?". Zonas de Hugo, de Mallarmé, de Leconte de L´Isle: "Moi, je t´envie au fond du tombeau calme et noir / d´etre affranchi de vivre et de ne plus avoir / la honte de penser ni l´horreur d´être un homme." Y Aleixandre y Neruda y Jorge Guillén y los descubrimientos de Quevedo y Yeats y de Vallejo, que leí muy tarde. Y no habría que hablar sólo de los poetas. Supongo que es la historia de todos; supongo que todos nos modifican en alguna medida pero en zonas poco detectables. Tal vez rompen los ojos, pero no veo en mis cosas influencias claras de lo que más me importó. Escribir siguió lo más privado, auténtico, desgarrado mío, desligado, por otra parte, como acto creador, de toda voluntad o actitud "literaria". Lo que sabía y lo que hubiera incorporado ya eran yo. ¿Yo?

Hubo cuatro libros que seguramente me hicieron algo, y son cuatro antologías que llegaron, me parece ahora, en un momento clave: las de poesía española de Domenchina, y las de poesía uruguaya de Zum Felde y de Brughetti. De esta última recuerdo ahora los impactos de Vicente Basso Maglio y del primer Juan Cunha.

"Uruguay y América Latina me importan entrañablemente"

“¿Qué América Latina? ¿Qué Uruguay?”

Qué América Latina, qué Uruguay. Están entre las cosas que me importan entrañablemente, como aquellas de publicar sin querer publicar, de vivir sin querer vivir. Están por un lado el amor, la congoja, la esperanza a veces, cuánta, el imperativo moral que me llevan a ayudar, a actuar y, por otro, el escepticismo, el descreimiento. Uno de mis poemas comienza así: "Por qué no volará en cien mil pedazos / esta escoria volante este puñado / de tierra y de dolor / aire y basura." Otro termina así: "este amor desgarrado por el mundo / esta diaria constante despedida." Y ambos son verdad. ¿Cómo puedo explicarte estas contradicciones?

“Antonio Muñoz Molina escribió que ‘Poemas de amor’ es un libro con argumento, con principio y fin, con episodios. "No creo que una novela con toda su retórica, pueda ofrecer una imagen más completa de una pasión. ¿Cómo definirías tu propia poesía dentro del contexto de América Latina?”
.
Definirla no sé. Es una pregunta extraordinariamente difícil. Soy una cruel lectora. A veces pienso que detesto la poesía, por lo menos cuando no se trata de los grandes fulgores de belleza, del canto serio. Tengo un implacable rigor conmigo misma cuando escribo, tal vez por eso no tengo que corregir después. Y lo tengo para los otros. Puedo equivocarme como el que más, aunque no lo creo; piso con tanta seguridad en ese terreno.

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