EL MITO DEL ETERNO RETORNO:
ARQUETIPOS Y REPETICIÓN
TERCERA ENTREGA
1. Arquetipos y repetición (3)
Modelos divinos de los rituales
Todo ritual tiene un modelo divino, un arquetipo: el hecho es suficientemente conocido para que nos baste con recordar algunos ejemplos: “Debemos hacer lo que los demás hicieron al principio”. “Así hicieron los dioses; así hacen los hombres”. Este adagio hindú resume toda la teoría subyacente en los ritos de todos los países. Encontramos esta teoría tanto en los pueblos llamados “primitivos” como en las culturas evolucionadas. Los aborígenes del sudeste de Australia, por ejemplo, practican la circuncisión con un cuchillo de piedra, porque así se lo enseñaron sus antepasados míticos; los negros amazulúes hacen lo mismo, porque Unkulunkulu (héroe civilizador) decretó “in illo tempore”: “Los hombres deben estar circuncisos para no ser semejantes a los niños”. La ceremonia Hako de los indios paunis fue revelada a los sacerdotes por Tirawa, el Dios supremo, al principio de los tiempos. Entre los sajalaves de Madagascar, “todas las costumbres y ceremonias familiares, sociales, nacionales, religiosas, deben ser observadas conforme al “lilindraza”, es decir, a las costumbres establecidas y a las leyes no escritas heredadas de los antepasados…”. Es inútil multiplicar los ejemplos: se considera que los actos religiosos han sido fundados por los dioses, héroes civilizados o antepasados míticos. Dicho sea de paso, entre los “primitivos” no sólo los rituales tienen su modelo mítico, sino que cualquier acción humana adquiere su eficacia en la medida en que “repite” exactamente una acción llevada a cabo en el comienzo de los tiempos por un dios, un héroe o un antepasado. Al final del presente capítulo volveremos sobre esas acciones ejemplares que los hombres no hacen más que repetir sin cesar.
Decíamos, no obstante, que semejante “teoría” no justifica el ritual solamente en las culturas “primitivas”. En el Egipto de los últimos siglos, por ejemplo, el poder del rito y del verbo que poseían los sacerdotes se debía a que aquellos eran imitación de la hazaña primordial del dios Thor, que había creado el mundo por la fuerza del Verbo. La tradición irania sabe que las fiestas religiosas fueron instauradas por Ormuz para conmemorar los actos de la Creación del Cosmos, la cual duró un año. Al final de cada período, que representaba respectivamente la creación del cielo, de las aguas, de la tierra, de las plantas, de los animales y del hombre, Ormuz descansaba cinco días, instaurando así las principales fiestas mazdeanas. El hombre no hace más que repetir el acto de la creación; su calendario religioso conmemora en el espacio de un año todas las fases cosmogónicas que ocurrieron “ab origine”. De hecho, el año sagrado repite sin cesar la creación, el hombre es contemporáneo de la cosmogonía y de la antropogonía, porque el ritual lo proyecta a la época mítica del comienzo. Una bacante imita mediante sus ritos orgiásticos el drama patético de Dionysos: un órfico repite a través de su ceremonial de iniciación las hazañas originales de Orfeo, etc. El sabat judeocristiano es también una “imitatio Dei”. El descanso del sabat repite el acto primordial del Señor, pues el séptimo día de la creación fue cuando Dios “reposó de todas las cosas que había hecho”. El mensaje del Salvador es en primer lugar un ejemplo que debe ser imitado. Después de lavar los pies a los apóstoles, Jesús les dice: “Porque ejemplo os he dado para que como yo he hecho a vosotros, vosotros también hagáis”. La humildad no es sino una virtud; pero la humildad que se ejerce siguiendo el ejemplo del Salvador es un acto religioso y un medio de salvación: “…Que os améis los unos a los otros, así como yo os he amado…”. Ese amor cristiano está consagrado por el ejemplo de Jesús. Su práctica actual anula el pecado de la condición humana y diviniza al hombre. El que “cree” en Jesús puede “hacer” lo que Él hizo; sus límites y sus impotencias quedan abolidos. “…El que en mí cree, él también hará las obras que yo hago”. La liturgia es precisamente una conmemoración de la vida y de la Pasión del Salvador. Más adelante veremos que esa conmemoración es, de hecho, una reactualización de “aquel tiempo”.
Los ritos matrimoniales tienen también un modelo divino, y el casamiento humano reproduce la hierogamia, más particularmente la unión entre el cielo y la tierra. “Yo soy el cielo -dice el marido-, tú eres la tierra” (“dyaur aham, pritivî tvam; Brhadararanyaka Upanishad”, Vi, 4, 20). En el “Atharva Veda” (XIV, 2, 71) el casado y la casada se asimilan al cielo y la tierra, mientras que en otro himno cada acción nupcial está justificada por un prototipo de los tiempos míticos: “Como Agni tomó la mano derecha de esta tierra, así te tomo la mano… que el dios Savitar te coja de la mano… Tvashtar ha dispuesto su ropa, para estar hermosa, según la instrucción de Brhaspati y de los Poetas. Quieran Savitar y Bhaga adornar a esta mujer de hijos, como hicieron con la Hija del Sol!”. En el ritual de la procreación, transmitido por la “Brhadararanyaka Upanishad”, el acto generador se convierte en una hierogamia de proporciones cósmicas que moviliza a todo un grupo de dioses: “Que Visnu prepare la matriz, que Tvashtar prepare las formas, que Prajapati vierta, que Dhatar deposite en ti el germen” (VI, 4, 21). Dido celebra el casamiento con Eneas en medio de una violenta tempestad; la unión de estos coincide con la de los elementos; el cielo abraza a su esposa, dispensando la lluvia fertilizante. En Grecia los ritos matrimoniales imitaban el ejemplo de Zeus, que se unió secretamente con Hera. Diodoro de Sicilia (V, 72, 4) nos asegura que la hierogamia cretense era imitada por los habitantes de la isla; en otros términos, la unión matrimonial hallaba justificación en un acontecimiento primordial que ocurrió “en aquel tiempo”.
Lo que interesa destacar es la estructura cosmogónica de todos estos ritos matrimoniales; no se trata tan sólo de imitar un modelo ejemplar, la hierogamia entre el cielo y la tierra; se tienen en cuenta sobre todo los resultados de esta hierogamia, es decir, “la creación cósmica”, Por eso, cuando en Polinesia una mujer estéril desea ser fecundada, imita el gesto ejemplar de la Madre Primordial, que, “in illo tempore”, fue tendida en la tierra por el Gran Dios, Io. En esta ocasión se relata también el mito cosmogónico. Por el contrario, cuando se trata del divorcio, se entona una encantación, en la cual se invoca la “separación del cielo y de la tierra”. La narración ritual del mito cosmogónico, con ocasión de los casamientos, continúa utilizándose en numerosos pueblos; más tarde volveremos sobre ellos. Precisemos ahora que el mito cosmogónico sirve de modelo ejemplar no sólo en las ceremonias matrimoniales, sino también en cualquier otra ceremonia que tenga como finalidad la restauración de la “plenitud integral”; por eso se narra el mito de la creación del mundo cuando se trata de curaciones, fecundidad, alumbramiento, trabajos agrícolas, etc. La cosmogonía representa la creación por excelencia.
Deméter se unió a Jasón sobre la tierra recientemente sembrada, al principio de la primavera. El sentido de esa unión es claro: contribuye a promover la fertilidad del suelo, el prodigioso impulso de las fuerzas de creación telúrica. Esta era una costumbre bastante frecuente, hasta el siglo pasado, en el norte y el centro de Europa (testigo de ello son las costumbres de unión simbólica de las parejas en los campos). En China, las jóvenes parejas iban en primavera a unirse sobre el césped, para estimular la “regeneración cósmica” y la “germinación universal”: en efecto, toda unión humana encuentra su modelo y su justificación en la hierogamia, la unión cósmica de los elementos. El libro IV de “Li Chi”, el “Yue Ling” (libro de las prescripciones mensuales), establecen que las esposas deben presentarse al emperador para cohabitar con él el primer mes de la primavera, cuando se oye el trueno. El ejemplo cósmico es seguido también por el soberano y por todo el pueblo. La unión marital es un rito incorporado al rito cósmico, que adquiere su validez gracias a dicha integración.
Todo el simbolismo paleooriental del casamiento puede explicarse por medio de modelos celestes. Los sumerios celebraban la unión de los elementos el día de Año Nuevo; en todo el Oriente antiguo, ese mismo día es señalado tanto por el mito de la hierogamia como por los ritos de la unión del rey con la diosa. Es en el día de Año Nuevo cuando Ishtar se acuesta en compañía de Tammuz, y cuando el rey reproduce esa hierogamia mítica cumpliendo la unión ritual con la diosa (es decir, con la hieródula que la representa en la tierra), en una cámara secreta del templo, en la que se halla el lecho nupcial de la diosa. La unión divina asegura la fecundidad terrestre; cuando Ninlil se une con Enlil, la lluvia empieza a caer. Esa misma fecundidad queda asegurada por la unión ceremonial del rey, la de las parejas en la tierra, etc. El mundo se regenera cada vez que imita la hierogamia, es decir, cada vez que se lleva a cabo la unión matrimonial. El término alemán “Hochzeit” deriva de “Hochgezit”, fiesta de Año Nuevo. El casamiento regenera al “año” y por consiguiente confiere la fecundidad, la opulencia y la felicidad.
La asimilación del acto sexual y del trabajo de los campos es frecuente en numerosas culturas. En “Cataphata Brahamana”, VII, 2, 2, 5, se asimila la tierra al órgano generador femenino (“yoni”) y la semilla al “semen virile”. “Vuestras mujeres son vuestras como la tierra”.
La mayoría de las orgías colectivas encuentran justificación ritual en la promoción de las fuerzas de la vegetación: se verifican en ciertas épocas críticas del año, cuando las simientes germinan o cuando las cosechas maduran, etc., y siempre tienen una hierogamia por modelo mítico. Tal es, por ejemplo, la orgía practicada por la tribu Ewe (África Occidental) en el momento en que la cebada comienza a germinar; la orgía se legitima por una hierogamia (las jóvenes son ofrecidas al dios Pitón). Volvemos a encontrar esa misma legitimación entre los pueblos Oraon: la orgía de estos se efectúa en mayo, en el momento de la unión del dios Sol con la diosa Tierra. Todos estos excesos orgiásticos hallan de uno u otro modo su justificación en un acto cósmico o biocósmico, regeneración del año, época crítica de la cosecha, etc. Los mozos que desfilan desnudos por las calles de Roma durante las Floralias (27 de abril), o tocaban la mano a las mujeres en ocasión de las Lupercales, con el fin de conjurar la esterilidad de estas, las libertades permitidas con motivo de la fiesta Holi en toda la India, el libertinaje que era regla en Europa central y septentrional cuando se celebraban las fiestas de la cosecha, y que tanto dio que hacer a las autoridades eclesiásticas; todas estas manifestaciones tenían también un motivo suprahumano y tendían a instaurar la fertilidad y la opulencia universales. (Para la significación cosmológica de la “orgía”, véase el cap. II.)
Es indiferente, para el fin que perseguimos con el presente estudio, saber en qué medida los “ritos” matrimoniales y la orgía crearon los “mitos” que los justifican. Lo que importa es el hecho de que tanto la orgía como el casamiento constituían rituales que imitaban actos divinos o ciertos episodios del drama sagrado del cosmos; lo que importa es dicha legitimación de los actos humanos por un modelo extrahumano. El hecho de que comprobemos que el mito ha seguido algunas veces al rito -por ejemplo, las uniones ceremoniales preconyugales fueron anteriores a la aparición del mito de las relaciones preconyugales entre Hera y Zeus, mito que les sirvió de justificación- no hace disminuir en nada el carácter sagrado del ritual. El mito sólo es tardío en cuando “fórmula”: pero en contenido es arcaico y se refiere a sacramentos, es decir, a actos que presuponen una realidad absoluta, extrahumana.
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