EDUCACIÓN Y ACCIÓN CULTURAL
(Antología de 5 artículos del pedagogo brasileño)DÉCIMA ENTREGA
A PROPÓSITO DEL TEMA GENERADOR Y DEL UNIVERSO TEMÁTICO (I)
El objetivo básico de este trabajo es la tentativa de aclaración de los conceptos centrales del texto básico (1), que redactamos sobre la investigación y la metodología de la investigación temática. Los conceptos de “tema generador” y de “universo mínimo temático-significativo”.
Sin embargo, antes de preguntarnos qué es un tema generador, cuya respuesta nos aclararía lo que es el universo mínimo temático-significativo, nos parece interesante desarrollar algunas reflexiones.
En verdad, el concepto de tema generador, que no aclaramos en el texto básico y cuya inteligencia se encuentra más o menos dispersa o diluida en todo aquel texto, no es una creación arbitraria, ni tampoco una hipótesis que debe ser comprobada. Si el tema generador fuera una hipótesis que debiera ser comprobada, la investigación no sería su investigación, sino la investigación de su existencia o no.
En este caso, antes de buscar aprehenderlo en su riqueza, en su significación, en su pluralidad, en su devenir, en su constitución histórica, tendríamos que constatar primero su objetividad. Sólo después, podríamos entonces intentar su captación.
Aunque esta postura, la de una duda crítica sea legítima, nos parece que la constatación del tema generador, como una concretización es algo al cual llegamos a través, no sólo de la propia experiencia existencial, sino también de una reflexión crítica sobre las relaciones hombre-mundo y hombres-hombres, implícitos en las primeras.
Detengámonos en este punto. Aunque pueda parecer un lugar común, nunca será demasiado hablar en torno al hombre, nunca será demasiado reflexionar sobre el hombre como el único ser, entre los inconclusos, sino a sí mismo, como objeto de su conciencia, lo que lo distingue del animal, incapaz de separarse de su actividad.
En esta distinción, aparentemente superficial, vamos a encontrar las líneas que demarcan los campos del hombre y del animal, desde el punto de vista de la actividad de ambos en el espacio en que se encuentran.
Al no poder separarse de su propia actividad, sobre la cual, por ello mismo, no puede ejercer un acto reflexivo, el animal no consigue impregnar la transformación que realiza en el mundo de una significación que vaya más allá de sí mismo.
En la medida en que su actividad es una adherencia de él, los resultados de la transformación operada por su actividad no lo sobrepasan. No se separan de él tanto como su actividad. De ahí que la actividad animal carezca de finalidades que fuesen propuestas por él. Por un lado, el animal no se separa de su actividad, que a él se encuentra adherida; de otro, el punto de decisión de su actividad se halla fuera de él: en la especie a la que pertenece. Por el hecho de que su actividad sea él y él se su actividad, no pudiendo de ella separarse, mientras el punto de decisión de la actividad “sale” de él para ubicarse en su especie, todo ello constituye fundamentalmente el animal como “ser en sí”.
Al no tener este punto de decisión en sí; al no poder objetivarse ni a su actividad; al carecer de finalidades que se proponga y que proponga; al vivir inmerso en un “mundo” al que no consigue dar sentido; al no tener un mañana ni un ayer, por vivir en un presente aplastante, el animal, este “ser en sí” es ahistórico. Su vida ahistórica se da no en el mundo tomado en sentido riguroso, puesto que el mundo no se constituye en un “no-yo” para él, que fuera capaz de constituirlo como un yo.
El mundo humano, que es histórico, se hace, para el “ser en sí”, mero soporte. Su contorno no le es problemático, sino estimulante. Su vida no es un correr riesgos, puesto que no se sabe corriéndolos. Estos, porque no son desafíos perceptibles reflexivamente, sino que puramente “notados” por las señales que los apuntan, no exigen contestaciones que impliquen acciones decisivas. El animal, por ello mismo, no puede comprometerse.
Su condición de ahistórico no le permite asumir la vida. Y, porque no la asume, no puede construirla. Y, si no la construye, no puede transformar su contorno. No puede tampoco saberse destruido en vida, puesto que no consigue prolongar el “soporte” en que ella se da, en un mundo significativo y simbólico, el mundo comprensivo de la cultura y de la historia. Esta es la razón por la cual el animal no animaliza su contorno para animalizarse, ni tampoco se desanimaliza. En el bosque como en el zoológico sigue un “ser en sí” tan animal acá como allá.
El hombre, por el contrario, al tener conciencia de su actividad y del mundo en que está; al actuar en función de finalidades que él mismo se propone y propone; al tener, por ello mismo, el punto de decisión de su búsqueda en sí, en sus relaciones con el mundo; al impregnar su mundo de su presencia creadora a través de la transformación que realiza en él, en la medida en que de él pudo separarse y, separándose pudo con él quedar; el hombre, al contrario del animal, no solamente vive, sino que existe, y su existencia es histórica.
Si la vida del animal se da en un “soporte” atemporal, unilineal, plano, igual, la existencia del hombre se da en el mundo que él recrea y transforma incesantemente. Si, en la vida del animal, el aquí no es más que un “habitat” al cual él contacta, en la existencia del hombre el aquí no es solamente un espacio físico, sino también un espacio histórico.
Para el animal, no hay propiamente un aquí, un ahora, un allá, un mañana, un ayer, puesto que, careciendo de la conciencia de sí, su vivir es una determinación total. No es posible al animal sobrepasar los límites impuestos por el aquí, por el ahora, por el allá. El hombre por el contrario, porque es “conciencia de sí” y conciencia del mundo, porque es un cuerpo consciente, vive una relación dialéctica entre la determinación de los límites y ser libertad.
Al separarse del mundo, que objetiva, al separar su actividad de sí mismo, al internalizar el punto de decisión de su actividad en sí en sus relaciones con el mundo y con los otros, el hombre sobrepasa estas “situaciones límites”, que no deben ser tomadas como si fueran barreras insuperables, más allá de las cuales nada existiera. (2) En el momento mismo en que el hombre las aprehende como frenos, en que ellas se configuran como obstáculos a su humanización, se transforman en “percibidos destacados” en su “visión de fondo”. (3) Se le revelan entonces como realmente son: dimensiones concretas históricas de una realidad dada. Dimensiones desafiadoras del hombre que incide sobre ella a través de acciones que Vieira Pinto llama “actos límites”, aquellos que se encauzan hacia la superación y la negación del dato, en lugar de su aceptación dócil y pasiva a él.
Esta es la razón por la cual no es la “situación límite” en sí misma, generadora de un clima de desesperanza (4), sino su percepción por los hombres, en un momento histórico dado, como un freno capaz de ser negado y superado por ellos. En el momento en que esta percepción crítica se instaura y no hay en estas afirmaciones ninguna manifestación idealista, con ella de desarrolla un clima de esperanza y confianza que empuja a los hombres a la superación de la “situación límite”. Esta superación, que no existe fuera de las relaciones hombre mundo, sólo puede verificarse -repitamos- a través de la acción del hombre sobre la realidad concreta en que se dan las “situaciones límites”.
Superadas estas, con la transformación de la realidad, nuevas surgirán, provocando otros “actos-límites” del hombre.
De esta forma, lo propio del hombre, como “conciencia de sí” y conciencia del mundo, es estar en relación de enfrentamiento con su realidad en que, históricamente, se dan las “situaciones límites”. Y este enfrentamiento con la realidad para la superación de los obstáculos sólo puede ser hecho históricamente, como históricamente se objetivan las “situaciones límites”.
En el “mundo” del animal, que no siendo rigurosamente mundo, sino “soporte” en que está, no hay “situaciones límites”, por el carácter ahistórico del primero que se extiende hacia el segundo.
No siendo el animal un “ser para sí”, carece de la posibilidad de ejercer “actos límites”, que implican una postura decisiva frente al mundo del cual el ser separa y, objetivándolo, lo transforma con su acción. Preso orgánicamente a su “soporte” el animal no se distingue de él.
De esta forma, en lugar de “situaciones límites”, que son históricas, es el “soporte” mismo, macizamente, lo que limita. Lo propio del animal por lo tanto, no es estar en relación de enfrentamiento con su “soporte” -si estuviera, el soporte sería mundo- sino adaptado a él. De ahí que, como un “ser en sí”, al “producir” un nido, una colmena, un hueco donde viva no esté realmente creando productos que resultarán de “actos límites” y que constituirán en nuevos desafíos que exigirán nuevos “actos límites” -respuestas transformadoras. Su actividad “productora” está sometida la satisfacción de una necesidad física, puramente estimulante y no desafiadora. De ahí que sus productos, fuera de duda, “pertenezcan directamente a sus cuerpos físicos, mientras el hombre es libre frente a su producto” (5).
Solamente en la medida que los productos que resultan de la actividad del ser “no pertenezcan directamente a sus cuerpos físicos”, aunque reciban el sello del ser, darán surgimiento a la dimensión significativa del contexto que, así se hace mundo.
De ahí en adelante, este ser, que de esta forma actúa y que necesariamente es un ser “conciencia de sí”, un “ser para sí”, no podría ser si no estuviera siendo en este mundo con lo cual está, como también este mundo no existiría si este ser no existiera.
La diferencia entre los dos, entre el animal de cuya actividad, porque no constituye “actos límites”, no resulta una producción más allá de sí y el hombre que, a través de su acción sobre el mundo, crea el dominio de la historia y de la cultura, está en que, solamente el hombre es un ser de la praxis. Praxis que, siendo reflexión y acción verdaderamente transformadora de la realidad, es fuente de conocimiento y creación. En efecto, mientras la actividad del animal, realizada sin praxis, no implica creación, la transformación ejercida por el hombre la implica, aunque pueda implicar también destrucción (6), manifestación, igualmente de la esfera puramente humana.
Para el animal, en cuanto “ser en sí”, su “soporte” no es mundo porque no puede ser una objetividad en relación con su subjetividad, que no existe. De ahí que meramente el animal lo contacte. El hombre, por el contrario, no puede ser visto ni comprendido fuera de las relaciones subjetividad-objetividad.
A partir de estas relaciones el hombre, como un ser de la praxis, interviene en la realidad objetiva, transformándola y transformándose.
El hombre se constituye en ser histórico-social en estas relaciones en que no se puede borrar, de un lado, la objetividad, de otro, la subjetividad. Y es como ser transformador y creador que el hombre, en sus permanentes relaciones con la realidad concreta, produce no solamente los bienes materiales, las cosas sensibles, los objetos, sino también, las instituciones sociales, sus ideas, sus concepciones (7), etc.
A través de su permanente quehacer transformador de la realidad objetiva, el hombre, simultáneamente crea la historia y se hace un ser histórico-social. Aparece como sujeto de la historia, volviéndose sobre él, lo marca. Porque, al contrario del animal, el hombre puede tridimensionalizar el tiempo -pasado, presente, futuro- que, sin embargo, no son departamentos estancos, su historia, en función de sus mismas creaciones, se va desarrollando en permanente devenir, en que se concretizan sus unidades “epocales”. Estas, como el ayer, el hoy, el mañana, no son secciones cerradas del tiempo que quedarán petrificadas y en las cuales el hombre estuviera encasillado. Si así fuera, desaparecería una condición fundamental de la historia: su continuidad. Las unidades “epocales” están en relación, las unas con las otras, como la subjetividad con la objetividad. (8)
Notas
1) Investigación y metodología de la investigación del tema generador, reducción y codificación temáticas.
2) El profesor Alvaro Vieira Pinto analiza con bastante lucidez el problema de las “situaciones límites”, cuyo concepto aprovecha luego de quitarle la dimensión originariamente pesimista.
Para Vieira Pinto, las “situaciones límites” no son “el contorno infranqueable donde terminan todas las posibilidades”, no son “la frontera entre el ser y la nada, sino la frontera entre el ser y el ser más” (mais ser). “Conciencia e Realidade Nacional”, ISEB, Río, 1960, vol II, pág. 284.
3) A propósito de los conceptos de “percibidos destacados en sí” y “visión de fondo”, ver Edmundo Husserl.
4) A propósito de la desesperanza característica de las sociedades alienadas, en las cuales las “situaciones límites” son tomadas como fatalidad intransponible, ver Paulo Freire: “Educación como práctica de la libertad”, Paz e terra, Río, 67.
5) Marx: “Manuscritos económico-filosóficos”, en Erich Fromm: “Marx y su concepto del hombre”, Fondo de Cultura Económica, Breviarios, 1962, p.111-112.
6) A propósito de actos destructivos, necrofílicos, ver Erich Fromm, “El corazón del hombre”. Fondo de Cultura Económica, México. El animal no destruye en la razón misma en que se construye. Construcción y destrucción solamente se dan en la historia, por lo tanto entre los hombres en sus relaciones con el mundo.
7) Sobre este asunto, ver Karel Kosik: “Dialéctica de lo concreto”. Ed. Grijalbo, México, 1967.
8) A propósito de épocas históricas, ver Hans Freyer: “Teoría de la época actual. Fondo de Cultura. México. Breviarios.
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