jueves

OSHO / MÁS ALLÁ DE LA PSICOLOGÍA - CHARLAS DADAS EN URUGUAY (PUNTA DEL ESTE)


Capítulo 22


La Libertad no Escoge; Descubre

Amado Osho,
¿Qué significa cuando dices, «simplemente sé tu mismo»? ¿Cómo puedo ser yo mismo cuando no se quién soy? Conozco muchas de mis preferencias, gustos, disgustos y tendencias, que parecen ser el resultado de un bioordenador programado llamado mente. ¿Ser uno mismo significa que uno viva todo el contenido de su mente de la forma menos implicada posible?

Si, significa eso exactamente, vivir como una consciencia: consciencia de todos los programas para los que la mente ha sido programada, consciencia de todos los impulsos, deseos, recuerdos, imaginacio-nes…, todo lo que la mente puede hacer. Uno no tiene que ser parte de ello sino separarse -tiene que verlo pero sin ser parte de ello-, observarlo.

Y ésta es una de las cosas más esenciales a recordar, que no puedes observar tu capacidad de observación. Si observas tu capacidad de observar, entonces tú eres el observador, no lo observado. Por eso no puedes ir más allá de la observación. El punto que no puedes trascender es tu ser. El punto del que no puedes ir más allá eres tú. Puedes observar fácilmente cualquier pensamiento, cualquier emoción, cualquier sentimiento. Sólo hay una cosa que no puedes observar: tu capacidad de observación. Y si te las arreglas para observarla, eso significa que has hecho un cambio: la primera observación se ha convertido en un pensamiento y ahora eres el segundo observador.

Puedes seguir yendo hacia atrás, pero no puedes salir de la observación, porque eso eres tú: no puedes ser de otra forma.

Por eso cuando digo: «Simplemente se tú mismo», te estoy diciendo: «Simplemente sé consciencia no condicionada, no programada.» Así es como viniste al mundo y así es como la persona iluminada deja el mundo. Vive en el mundo pero permanece totalmente separada.

Uno de los grandes místicos, Kabir, tiene un poema muy hermoso al respecto. Todos sus poemas son simplemente perfectos: nada puede mejorar. Uno de sus poemas dice: «Yo devolveré el alma que se me dio en el momento de nacer tan pura, tan limpia, como me fue dada. Yo la devolveré así cuando muera.» Está hablando de la consciencia, que ha permanecido impoluta. Todo el mundo estaba allí para polucionarla, pero él ha permanecido en la observación.

Todo lo que necesitas es simplemente observar, y nada te afectará. El hecho de que nada te afecte mantendrá tu pureza y la pureza ciertamente tiene la frescura de la vida, la alegría de la existencia; todos los tesoros de los que estás dotado.

Pero te apegas a las pequeñas cosas que te rodean y olvidas lo que eres. Es el mayor descubrimiento de la vida y la peregrinación más extática hacia la verdad.

Y no te hace falta ser un asceta, no tienes que ser antivida; no tienes que renunciar al mundo e irte a las montañas. Puedes estar donde estás, puedes seguir haciendo lo que haces.

Sólo hace falta añadir una cosa más: hagas lo que hagas, hazlo con consciencia -incluso el más pequeño acto del cuerpo o de la mente- y con cada acto de consciencia te harás consciente de la belleza y del tesoro y de la gloria y de la eternidad de tu ser.

Amado Osho,
Dices que la libertad es el mayor valor para Ti. También dices que tu actitud ante la vida es el abandono. Me parece que has usado tu libertad para escoger renunciar a la libertad de elegir y dejar que la existencia se haga cargo de Ti.
¿Es la libertad última en realidad una esclavitud total?

No, yo no he elegido nada. Yo no he elegido -desde mi libertad- permitir que la existencia se haga cargo de mí. La libertad es sin elección. En libertad, yo he descubierto, no he elegido.

Con los ojos libres, con la consciencia libre, he descubierto que la forma de funcionar que tiene la existencia es abandonarse. No ha sido una cuestión de elección, de si estar en la existencia o no. No fue una disyuntiva entre una cosa y otra, sino la toma de consciencia de que ésta es la única forma de funcionar que tiene la existencia. Yo me relajé en ello.

Las personas que no viven una vida de abandono son electores porque van contra la naturaleza, contra la existencia; tienen que elegir. El ego es el elector. Cuando estás completamente libre del ego, del yo, cuando simplemente eres libertad, compruebas que lo que ocurre es que la lucha desaparece y el abandono toma su lugar. No eres más que un observador. Si lo eliges, entonces no te estás abandonando. ¿Cómo puede ser un abandono si lo estás eligiendo?

Ocurrió que un hombre vino a Gautama Buda y quería rendirse a sus pies. Buda le miró y le dijo; «no puedes rendirte.»

Él preguntó: «¿Por qué? Se le permite a todo el mundo menos a mi, ¿por qué me descalificas?».

Buda se rió y dijo: «No se trata de una descalificación. La naturaleza de la rendición es tal que tú no puedes hacerlo; es algo que ocurre. Si lo haces, es un hacer; no es una rendición. Y si lo haces, lo puedes retirar. Nunca es total; no estás fuera de ello. Fue tu acción, y puedes decidir lo contrario en cualquier momento: ¡no más rendición! Pero si ocurre, entonces se lleva la totalidad de ti, todo tú, sin dejar nada atrás que pueda hacer algo contra ello.»

Cosas simples..., pero se complican porque nuestra mente está acostumbrada únicamente a hacer. Y éstas no son cosas de la mente. Rendición, abandono: no son cosas de la mente. Para la mente es imposible pensar en ellas. Puede estar de acuerdo en rendirse, puede estar de acuerdo en soltar, pero tiene que ser la maestra, la que lo hace, y tiene que ser un acto; y ahí es donde todo va mal.

La rendición se hace de una vez y para siempre; soltar es de una vez para siempre, de la misma forma que la muerte es de una vez para siempre, porque no queda nada que pueda cambiar el curso de las cosas. Todo ha quedado incluido. Tú ya no estás allí para cambiar de opinión.

El otro día me mostraron una afirmación de Rajen, uno de mis terapeutas, que está haciendo todo el daño que puede. Su afirmación era: «Hasta ahora estaba ayudando a Osho en su trabajo por medio de la rendición; ahora él me ha dado la libertad. Seguiré haciendo su trabajo, pero mi labor será diferente. Mi trabajo será ayudar a la gente a liberarse de Osho.»

Para empezar, si realmente se hubiera rendido, no habría vuelta atrás: ya no puedes hacer nada al respecto. Ha ocurrido, te has disuelto.

En segundo lugar, yo no puedo darte la libertad, porque si pudiera dártela, también podría quitártela. La libertad tiene que ser un logro tuyo; y tiene que llegar por sí misma, a través de la rendición.

La rendición florece en la libertad, porque en la rendición el yo se va, y todo el infierno que el yo crea desaparece. Entonces toda tu energía está disponible para florecer.

Yo no puedo darle la libertad a nadie.

La libertad no es un bien que yo pueda hacerte llegar; tiene que ocurrir en el núcleo más interno de tu ser. La rendición sólo aparta los impedimentos. Sólo rindes aquello que bloquea el camino e impide que la libertad llegue hasta ti.

Por eso, también se equivoca en el segundo punto. Y en el tercero se muestra muy estúpido, diciendo que ahora su trabajo será ayudar a la gente a liberarse de Osho.

Todo el mundo está libre de mí, ¡eso no es ayudarles!

Pero lo que quiere decir... Él ahora persuade a los sannyasins de que no sean sannyasins. Y cree que ayuda a la gente a conseguir un estado de libertad.

Hay cosas que sencillamente ocurren.

-Soltar no es una acción de tu parte, sino sólo una comprensión del hecho de que el Universo sólo funciona de esta forma, y si tú no funcionas así, te vas a sentir miserable. No estás siendo castigado, simplemente estás siendo estúpido. Las viejas religiones han transmitido a la gente la idea de que si haces algo equivocado, serás castigado, y si haces lo correcto, serás recompensado; porque dependen del hacer, esa es su falacia básica.

La religión empieza cuando cruzas la frontera del hacer y entras en el mundo del ocurrir. Entonces ocurre el abandono, porque ves que es así como funcionan las cosas. Si vas en contra de ello, te sentirás miserable.

Nadie te está castigando; simplemente estás siendo estúpido. Si intentas salir por la pared y te das un golpe en la cabeza, ¿crees que ha sido un castigo? La puerta está ahí, siempre disponible para que puedas salir por ella. Sabiendo que hay una puerta, intentas salir por la pared y te rompes la cara. Las antiguas religiones lo llaman castigo. No es un castigo, es simple estupidez. Y la persona que sale por la puerta al jardín, al sol, al aire, no está siendo premiada; simplemente está siendo inteligente.

Por eso, si me preguntas a mí, te diré que la recompensa es la inteligencia; la falta de inteligencia es el castigo. En su forma última, la falta de inteligencia es el infierno, la inteligencia es el cielo.

Amado Osho,
Parece fácil vivir con decisión y saber lo que uno quiere. Sin embargo, mi realidad es que nunca puedo tomar ninguna decisión respecto a nada. Siempre puedo ver los dos lados en una discusión y nunca puedo decidir cuál es el correcto. Por eso me quedo a medias entre ambos. Una parte de mí, al escucl1arte, se siente bien, pero me hace sentirme estático, como si sólo estuviera parcialmente vivo. Por favor comenta.

La mente nunca es decidida. La cuestión no reside en si es tu mente o de la de cualquier otra persona; la mente es indecisión. El funcionamiento mental es vacilar entre dos opuestos polares y tratar de encontrar cuál de ellos tiene razón.

La mente es la cosa equivocada, y a través de la cosa equivocada estás tratando de encontrar el camino correcto. Es como si estuvieras intentando encontrar la puerta cerrando los ojos. Ciertamente te sentirás suspendido entre los dos: entre ir por un camino o por el otro; siempre estarás en la situación de elegir entre una cosa o la otra. Esa es la naturaleza de la mente.

Soren Kierkegaard fue un gran filósofo danés. Escribió un libro, Either/Or. Era su propia experiencia: nunca podía tomar una decisión respecto a nada. Las cosas eran de tal manera que si tomaba una decisión en un sentido, lo otro parecía ser lo correcto. Y si se decidía por lo otro, entonces era lo primero lo que parecía ser correcto. Permanecía indeciso.

Aunque había una mujer que estaba muy enamorada de él y quería casarse con él, se quedó soltero. Dijo: «Tendré que pensármelo; el matrimonio es algo importante y no puedo decir sí o no inmediatamente.» Y murió con la duda, sin casarse. Vivió mucho tiempo -unos setenta años- y siempre estaba discutiendo, argumentando. Pero no encontró una respuesta que pudiera ser la definitiva, que no tuviera una opuesta igual a ella.

Nunca pudo llegar a ser profesor universitario. Había rellenado los impresos, tenía todas las cualificaciones necesarias -las mejores posibles-, tenía muchos libros que le avalaban, libros de tanta importancia que siguen siendo contemporáneos un siglo después, aún no se han quedado viejos ni desfasados. Rellenó el impreso pero no pudo firmarlo, debido a la «duda»..., ¿unirse al cuerpo docente o no? Cuando murió, se encontró el impreso en la pequeña habitación donde vivía.

Su padre vio la situación -era hijo único-, vio que incluso cuando estaba yendo a algún sitio se paraba en un cruce para decidir si tomar un camino u otro, ¡y se pasaba dos horas decidiendo...! Todo Copenhague se dio cuenta de lo extraño que era este hombre, y los pilluelos le pusieron el apodo de «o... o», y se lo gritaban cuando le seguían por la calle. ..

Antes de morir, su padre liquidó todos sus negocios, reunió el dinero, lo depositó en una cuenta bancaria y dispuso que cada primero de mes Kierkegaard recibiera cierta cantidad, así al menos podría sobrevivir el resto de su vida. Y te vas a quedar sorprendido: cuando volvía a casa un primero de mes, después de llevarse la última asignación de dinero -ya se le había acabado todo-, se cayó muerto en la calle. ¡Con la última asignación! Era lo que tenía que hacer. ¿Qué otra cosa podía haber hecho? ¿Qué haría después de ese mes?

Y como los chiquillos y otra gente le acosaban y le insultaban, sólo salía una vez al mes, el primero de cada mes, para ir a la oficina de correos. Pero ahora que no le quedaba nada, el mes siguiente no habría tenido dónde ir.

Escribía libros pero no tenía la decisión necesaria para publicarlos; dejó todos sus libros sin publicar. Son de un valor tremendo. Cada libro demuestra su profunda penetración intelectual en las cosas. Ha ido a la raíz, a cada pequeño detalle de cada tema sobre el que ha escrito...; un genio, pero un genio de la mente.

Éste es el problema que presenta la mente: que no es tu problema, y cuanto mejor sea tu mente, mayor será tu problema. Las mentes menores no se encuentran con tantos problemas. La mente del genio es la que descubre los polos opuestos y no puede elegir. Se siente en un limbo.

Lo que yo os he estado diciendo es que la naturaleza de la mente es estar en un limbo. La naturaleza de la mente es estar en medio de los opuestos polares. A menos que te alejes de la mente y te hagas testigo de todos sus juegos, nunca serás una persona decidida. Incluso si a veces decides -a pesar de la mente-, te arrepentirás, porque la mitad por la que no te hayas decidido te perseguirá: quizá aquello estaba bien y lo que has elegido está equivocado. Ahora no hay forma de saberlo. Quizá la opción que dejaste de lado era mejor.


Pero aunque la hubieras elegido, la situación no habría sido diferente; entonces te inquietaría la otra mitad.

La mente es básicamente el principio de la locura.

Y si estás demasiado en ella, te volverá loco.

Os he contado que en mi pueblo solía vivir junto a un orfebre. Yo me di cuenta primero y poco a poco toda la ciudad se dio cuenta..., y su vida se convirtió en un infierno. Yo solía sentarme frente a su casa y me di cuenta de que tenía un hábito curioso: cerraba la puerta de su taller con pestillo y después comprobaba dos o tres veces que estaba bien cerrado.

Un día yo venía del río y él acababa de cerrar el taller y se iba a casa.

Le dije: «¡Pero no lo has comprobado!»

Él dijo: «¿El qué?»

Yo añadí: «¡No has echado el pestillo!» Lo había comprobado, yo le había visto hacerlo varias veces, pero ahora había creado la sospecha en él, y la mente siempre está dispuesta...

Por eso me dijo; «Quizá lo haya olvidado, debo volver.» Volvió y lo comprobó de nuevo. Esto se convirtió en una alegría para mí: allí donde iba...

Podía estar comprando verduras en el mercado, entonces yo me acercaba y le decía: «¿Qué haces aquí? ¡Te has olvidado de echar el cerrojo!»

Soltaba las verduras y decía: «Luego vuelvo; primero tengo que comprobar el cerrojo.»

Incluso estando en la estación de tren... Estaba comprando un billete para desplazarse a alguna parte; entonces me acerqué a él y le dije: «¿Qué estás haciendo? ¡El cerrojo!»

Él dijo: «Por Dios, ¿no lo he comprobado?»

Yo le dije: «¡No!»

Y él dijo: «Ya no puedo ir a la boda.» Devolvió el billete, fue a casa, y comprobó el cerrojo. Pero ya era demasiado tarde para volver a la estación, el tren se había ido. Y confiaba en mí porque yo siempre estaba sentado frente a su casa. Poco a poco se fue enterando todo el mundo, y allí donde iba, la gente le decía: «¿Dónde vas? ¿Has comprobado el cerrojo?»

Finalmente se enfadó conmigo. Dijo: «Debes estar extendiéndolo porque, vaya donde vaya, la gente me habla del cerrojo y cada vez tengo que volver a casa, ¡en ocasiones tengo que volver tantas veces que me olvido de para qué había ido al mercado! ¡He estado todo el día comprobando el cerrojo!»

Yo le dije: «No les escuches. Déjales...»

Él dijo: «¿Qué quieres decir con "no les escuches"? Si tuvieran razón estaría perdido para siempre. No puedo permitírmelo. Por eso, aunque sepa perfectamente que la persona puede estar mintiendo, tengo que volver compulsivamente a comprobar el cerrojo. En alguna parte se que lo he comprobado, pero ¿quién puede estar seguro?».

La mente no está segura de nada.

Si estás entre las polaridades de la mente, en un limbo –siempre entre el hacer o el no hacer- te volverás loco. iEstás loco! Antes de que esto ocurra, da el salto y echa una mirada a la mente desde fuera..., esto es lo que te digo continuamente.

Sé consciente de la mente: de su lado brillante, de su lado oscuro, de su aspecto correcto, de su aspecto equivocado. Sea cual sea la polaridad, simplemente toma consciencia de ella. De esa consciencia saldrán dos conclusiones: una, que tú no eres la mente, y dos, que la consciencia tiene una decisión que la mente nunca tiene.

La mente es básicamente indecisa, y la consciencia es básicamente decidida. Por eso cualquier acto consciente es total, pleno, sin arrepentimiento.

En mi vida nunca he dudado de nada, nunca he pensado que otra opción habría sido mejor. Nunca me he arrepentido. Nunca he pensado que había cometido un error porque no queda nadie que pueda decir estas cosas. Yo he actuado desde mi consciencia, desde todo mi ser. Ahora, ocurra lo que ocurra, es lo único que puede ocurrir.

El mundo puede decir que esto es correcto o que está equivocado, pero eso es asunto suyo, no es mi problema.

Por eso la consciencia te sacará del limbo. En lugar de quedarte suspendido entre las dos polaridades de la mente, saltarás más allá de ambas y verás que las dos polaridades sólo son polaridades si estás en la mente. Si estás fuera de ella, te sorprenderá ver que son las dos caras de la misma moneda; no se trataba de tomar una decisión.

Con la consciencia tienes claridad, totalidad, abandono: la existencia decide dentro de ti. No tienes que pensar lo que está bien o lo que está mal; la existencia te toma de la mano y te mueves relajadamente. Es el único camino, el camino correcto. Y esa es la única forma de mantenerte sano; de otro modo seguirás embrollado.

Soren Kierkegaard era una gran mente, pero como era cristiano, no tenía ni idea de la consciencia. Podía pensar, y pensaba con gran profundidad, pero no podía quedarse en silencio y observar. El pobre hombre nunca había oído hablar de cosas como observar, ser testigo, consciencia. De lo único que había oído hablar era de pensar, y puso todo su genio en ello. Produjo grandes libros, pero no pudo producir una buena vida para sí mismo. Vivió en una miseria completa.

Amado Osho,
Hablaste la otra noche de la honesta verdad. Los místicos han hablado a menudo de la «verdad última o definitiva». ¿Puede la verdad ser otra cosa que definitiva?

La verdad no puede ser más que definitiva.

Pero los místicos han tenido que hablar de la «verdad última» por cierta razón. La razón era que los filósofos han hablado de la «verdad relativa», y han resaltado el hecho de que cada verdad es relativa. En este siglo, Albert Einstein llevó el concepto de relatividad a las verdades científicas que antes se consideraban definitivas: devinieron relativas. Y tenía razón. Mahavira, Gautama Buda, todos ellos hablaron de la relatividad.

Una de las cosas que faltan es que nadie distingue entre verdad y hecho. Los hechos son relativos y la verdad es definitiva, pero si te confundes y empiezas a pensar que los hechos son la verdad, entonces será relativa.

En primer lugar dos cosas: los hechos son relativos y tienes que entender exactamente lo que quiere decir relativo. Significa que algo puede ser verdad en cierta situación y lo mismo puede no ser verdad en otra.

Se dice que cuando vivía Albert Einstein sólo había doce personas en el mundo que entendían a qué se refería cuando hablaba de relatividad. Es una explicación muy delicada y sutil sobre el Universo. Cuando iba a algún club o restaurante, fuera donde fuera, la gente le preguntaba: «Dinos algo sobre la relatividad y dilo de tal forma que el hombre de la calle lo pueda entender.»

Finalmente encontró la forma de hacerlo: dijo que si estás sentado sobre una estufa caliente, te parecerá que el tiempo pasa muy despacio; un sólo minuto te parecerán horas porque estás sentado sobre esa estufa. Tu estado cambia la concepción que tienes del tiempo.

Pero si estás sentado con tu novia, pueden pasar horas y parecerte que sólo han pasado segundos.

Él decía: «Esto es a lo que me refiero cuando hablo de relatividad: el tiempo es relativo a cada situación particular. No hay un tiempo definitivo; así que hagas lo que hagas, el tiempo es el mismo. Siempre se ha sabido que cuando eres feliz el tiempo pasa deprisa y cuando eres desgraciado, el tiempo pasa muy despacio.»

Einstein estableció la relatividad de una manera tan profunda que ahora está entretejida con todos los descubrimientos científicos. Sólo quiero que recordéis una cosa: él habla de hechos y les llama verdad. Y por eso los místicos tuvieron que usar términos como última o definitiva. Quieren expresar que hay una experiencia que está más allá de la relatividad. Eso es lo que quieren decir: la verdad es definitiva.

Por ejemplo, lo que yo he experimentado en estos últimos treinta y cinco años en distintas situaciones ha sido lo mismo, y sé que ni siquiera en el momento de mi muerte será diferente. Esto es la verdad: lo que permanece igual, pase lo que pase a su alrededor..., el centro del ciclón.

Pero el mundo está lleno de hechos y los hechos son relativos. Tiene que quedar muy claro para los científicos que Einstein no estaba hablando de la verdad sino de hechos. Pero para la ciencia no hay otra verdad que la que ellos descubren. No aceptan la verdad del místico, porque el místico no puede ponerla delante del científico para que éste pueda diseccionarla y descubrir de qué está constituida: sus medidas, su peso y cosas así.

Es una experiencia, y es totalmente subjetiva. No puede hacerse objetiva.

Por eso, si insisten en llamar verdad a los hechos, tenemos que decirlo de esta forma: las verdades objetivas son relativas y la verdad subjetiva es siempre definitiva. Pero para no mezclar las cosas, los místicos le han llamado verdad última.

Toda verdad es definitiva. Pero hay verdades científicas que sólo son hechos. Por ejemplo: si estás sentado sobre una estufa caliente, la experiencia de que el tiempo pasa muy lentamente es un hecho de tu psicología; no tiene nada que ver con el tiempo. Pero nadie le dijo esto a Albert Einstein. Cuando estás sentado con tu novia y el tiempo pasa deprisa, eso tampoco tiene nada que ver con el tiempo; tiene que ver con tu mente.

El tiempo tiene su propia velocidad, no cambia; si no su medición crearía una enorme dificultad. Alguien está sentado en la estufa caliente y alguien está sentado con su novia, ¿qué va a hacer el pobre tiempo? ¿Ir deprisa o ir despacio? El tiempo sigue siendo el mismo; es tu mente, tu concepto de tiempo lo que es relativo.

Todas las verdades objetivas son relativas. No puedes decir que alguien es alto; esa afirmación no será correcta, porque la altura de la persona es relativa. ¿Alto en comparación con quién? Tienes que completarlo. Alguien es gordo, pero eso sólo no es correcto ni es completo. Tienes que dejar claro que es más gordo que Avirbhaba, o más delgado que Anando. No puedes usar términos relativos a menos que hagas una comparación.

Pero solemos usarlos. Como la gente usa palabras relativas, los místicos se han visto obligados a decir verdad «Última»; de otro modo con decir «verdad» sería suficiente, porque su naturaleza intrínseca es definitiva o última. Pero este término ha de repetirse porque de otro modo hay gente que se equivocará, que se confundirá: han oído hablar de verdades relativas y harán de tu verdad también una verdad relativa. Por eso hay que hacer una distinción. Para marcar esa diferencia se usa la palabra «Última»; involuntariamente.

Me gustaría no utilizarla porque es una repetición, una tautología.

«Lo último o definitivo» y “la verdad” significan lo mismo. Puedes usar cualquier de estos dos términos, pero usar ambos es una repetición innecesaria.

Mi padre insistía mucho en recibir una carta mía cada lunes mientras estuviera en la universidad. Yo le dije: «Si algo va mal, si hay algún problema, si caigo enfermo, te informaré. Pero no hace falta escribir lo mismo una y otra vez, no tiene ninguna justificación.»

Él dijo: «Justificación o no, no voy a entrar en tus argumentos. Después de esperar siete días me voy sintiendo preocupado por ti. No me preocupo por que estés enfermo; me preocupo por lo que haces, por lo que está pasando. Puedes meterte en problemas en cualquier momento. Por eso cada sábado tienes que enviar una carta para que yo pueda recibida el lunes. Si no la recibo el lunes, entonces tendré que recorrer doscientas millas para ir a la universidad sin que haga ninguna falta.»

Entonces lo que hice fue...; tenía una carta escrita: «Todo me va bien por aquí. No tengo ningún problema. No tienes que preocuparte.» Y en las demás cartas sólo añadí la palabra «ídem». Se enfadó mucho. Cuando me vio, me dijo: «¡Tengo ganas de darte una paliza! ¡Escribir "ídem" en las cartas!»

Yo le dije: «Esa es exactamente la situación, porque tengo que escribir lo mismo cada vez. ¿Y crees que escribo cada sábado? He pedido a una mecanógrafa que escriba la primera carta y otras cien con el «ídem». Se las he dado a un compañero muy particular -porque yo podría olvidarme, y para que no vengas innecesariamente- y le he dicho: "Tienes que enviar una de estas cartas 'ídem' cada sábado." Y es una persona tan particular que cuando le dices que haga algo, lo hace.» Era un estudiante que vivía en la misma residencia.

Pero mi padre se enfadó mucho: «¿Has oído de alguien que escriba en la carta solamente "ídem"? ¡Espero ocho días y acabo recibiendo una carta cuyo único mensaje es "ídem"! Ni siquiera la firma, porque la palabra “ídem" implica que todo es igual a la primera carta: véase la pri¬mera carta. Cuando te llega una carta ídem tienes que volver a leer la primera.»

La vida no es matemática; no es lógica, no es ciencia. Es algo más, y ese algo más es lo más valioso.

Los místicos han llamado a ese algo más «verdad última.» Se les puede perdonar por llamarla «Última.» Pero tienes que entender que le llaman última porque hay gente que dice que todas las verdades son relativas; no sólo los científicos, no sólo la gente que trabaja con la materia.

Mahavira dice que la verdad misma es relativa: no propone una verdad última. Buda tampoco propone una verdad última. De nuevo, la dificultad reside en que Buda y Mahavira pueden ser malinterpretados cuando dicen que no hay verdad última sino que cada verdad es relativa: puede ser una cosa en una situación y otra cosa en otra situación, y como la verdad está relacionada con las situaciones, no puede ser definitiva. Esto va en contra de todos los grandes místicos.

Sólo Mahavira y Buda, dos personas... Pero conozco a ambos y les entiendo mejor que sus propios seguidores, porque ninguno de sus seguidores ha sido capaz de encontrar el sentido de su mensaje: ¡O todos los místicos están equivocados o Buda y Mahavira están equivocados!

Yo digo que nadie se equivoca. Mahavira dice es que la verdad tiene siete aspectos y Buda dice que la verdad tiene cuatro aspectos. En realidad ellos se están refiriendo a la expresión de la verdad. La verdad, según Mahavira, puede decirse de siete formas distintas. Mahavira es verdaderamente un lógico. Pero lo que dice no se refiere a la verdad; ha sido malinterpretado. Lo que dice se refiere a la verdad expresada, no a la verdad experimentada. Cuando la experimentas, la verdad siempre es definitiva, pero en el momento en que la expresas, se hace relativa. En el momento que la llevas al lenguaje se hace relativa, porque en el lenguaje nada puede ser absoluto. Toda la construcción del lenguaje es relativa. Buda no es un gran lógico, por eso se detiene en cuatro, pero la situación es la misma.

No están hablando de la verdad que se experimenta en el silencio, más allá de la mente. Sobre ella nada puede decirse. En el momento en que dices algo sobre ella, la arrastras al mundo de la relatividad y entonces todas las leyes de la relatividad le serán aplicables.

Ludwig Wittgenstein, uno de mejores lógicos de esta era, quizá tenía razón cuando dijo: «Lo que no puede ser dicho, no debería ser dicho.» Ésta es una afirmación extraña. Destaca en toda la historia del pensamiento, es única y original: «Lo que no puede ser dicho no debería ser dicho», porque si lo dices, te estás contradiciendo. Primero dices que no puede ser dicho y luego lo dices. A continuación puedes expresar todo tipo de condiciones: «Cuando lo digo ya no es lo mismo; cuando lo digo, se vuelve falso.» Entonces, ¿para qué decirlo?

La afirmación de Wittgenstein aclara que tanto Buda como Mahavira estaban hablando de la verdad expresada, y por tanto relativa. Y los místicos que hablan de la «verdad última» hablan de la verdad experimentada, pero no llevada al mundo del lenguaje y de los objetos. Por eso creo que es mejor permitirles el uso de la palabra «última», aunque sea una repetición, porque la mantiene separada.

Amado Osho,
¿No es cierto que por el hecho de poder formular una pregunta tenemos en alguna parte un indicio de la respuesta, aunque no seamos conscientes de ella?


Me parece una situación paralela a la del doctor que examina a su paciente: el hecho de que el doctor plantee al paciente ciertas preguntas y no otras indica que tiene cierta idea respecto al diagnóstico; otro tanto ocurre con la respuesta.

Es verdad. Cuando planteas una pregunta, en algún lugar, en lo profundo de ti, tienes un indicio de la respuesta, pero está en las partes oscuras de tu consciencia. Por ti mismo no puedes sacarla de allí y traerla a la consciencia.

La pregunta reside en la consciencia y la respuesta está en el inconsciente: es vaga, una sombra, sin certeza, pero el indicio ciertamente está presente.

La función del maestro es exactamente tal como Sócrates la definió: el maestro sólo es una comadrona. Ayuda a traer todo lo que está oculto en ti a la consciencia. Cuando la pregunta desaparece, eso significa que se ha traído la respuesta del inconsciente al consciente.

Hay que recordar que ésta es la diferencia entre el maestro y el profesor: el profesor te dará una respuesta que no traerá tu propia respuesta desde el inconsciente. Forzará una respuesta sobre tu consciencia, reprimiendo la pregunta. Complicará la situación todavía más. En principio sólo tenías una pregunta, y si hubieras esperado en silencio, si hubieras meditado, quizá la respuesta inconsciente habría salido a la superficie y la pregunta habría desaparecido. Y una vez que la pregunta desaparece, la respuesta ya no tiene relevancia; también desaparece, y sólo queda un puro vacío.

Pero el profesor fuerza una respuesta en tu mente y complica más la situación. Ahora tienes una pregunta y una respuesta que no ha sido capaz de disolver la pregunta, sólo la ha reprimido. Y tu respuesta inconsciente aún permanece latente, esperando ser liberada para que puedas descargarte. El profesor te carga, te complica la vida.

El maestro nunca te da una respuesta que te cargue.

Cada una de sus respuestas es una descarga. Él trae tu propia respuesta inconsciente a la superficie, donde primero desaparece la pregunta y después desaparece también la respuesta, tras lo cual no queda ni rastro de ellas.

Esto es la comunión real.

Esta es una vía muy clara, un criterio que permite hacer la distinción entre el profesor y el maestro.

En Occidente no parece haber distinción. En Oriente el profesor simplemente repite un conocimiento heredado; no le importas tú, le importa su propio conocimiento.

El maestro no tiene nada que imponerte; está vacío y silencioso.

Tu pregunta no le da la oportunidad de imponer algo sobre ti, sólo le da la oportunidad de traer tu inconsciente a la superficie. Por eso, simplemente escuchando al maestro, poco a poco irás viendo que tus preguntas desaparecen... y lo curioso es que no tienes respuestas.

La gente suele pensar que cuando desaparece una pregunta la has sustituido por una respuesta. No, cuando la pregunta desaparece realmente, la respuesta no tiene relevancia. También desaparece. Y cuando te quedas sin preguntas y sin respuestas tienes una libertad inmensa..., sin cargas..., cielo abierto.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+