Capítulo 6
Mucho y Nada
Amado Osho,
¿Puedes decirnos lo que te ha ocurrido desde que nos encontramos aquella hermosa mañana en Creta, hace algunas semanas?
Mucho y nada. Mucho en la periferia y nada a mi ser, nada a mí. La primera cosa de la que tomé consciencia es que quizá el ser humano no ha estado evolucionando, quizá el concepto de evolución esté equivocado, porque durante miles de años ha estado siguiendo la misma pauta de actuación.
Aquella preciosa mañana en la isla de Creta, la gente y los malos tratos recibidos por mí y los amigos que estaban conmigo me recordaron a Sócrates. Eran la misma gente, y extrañamente el crimen imputado a Sócrates también era el mismo: corromper las mentes de los jóvenes, destruir su moralidad. Lo que alegaban contra mí era exactamente eso.
Parece que han pasado veinticinco siglos y el hombre sigue atascado, no evoluciona. Su comportamiento fue brutal, inhumano. Podrían haberme pedido que saliera del país -es su país-, pero no había necesidad de brutalidad, de destruir las ventanas y las puertas de la casa con piedras. Para mí, que venía desde el piso de arriba, era como si estuvieran explotando bombas. Tenían dinamita y amenazaban con dinamitar la casa. Parece como si enviarme fuera del país fuera una excusa para expresar su brutalidad; simplemente podrían haberme dicho que no era bien recibido.
El hombre que me había dado un visado de turista, válido para cuatro semanas, era el jefe de policía y el hombre que lo canceló a los quince días era el comisario jefe. Es algo que parece completamente impropio, que el jefe te dé un permiso y el comisario lo cancele.
En el aeropuerto de Atenas había al menos cuarenta oficiales de policía exclusivamente para un hombre desarmado, y el comisario jefe también estaba presente. Había una enorme multitud de periodistas de todos los medios: periódicos, radio, televisión y docenas de cámaras: todos querían entrevistarme. Y yo dije: «No hay mucho que decir, aparte de que parece que el hombre nunca se va a civilizar, nunca.»
Los periodistas estaban delante de mí y aquellos cuarenta perros policía -todos oficiales de gran tamaño- me rodeaban, y el comisario jefe estaba a mi lado. Entonces dije: «Con este tipo de policía, con este tipo de Gobierno, estáis destruyendo el futuro mismo de la humanidad, en particular el de vuestro propio país. Esta gente son los responsables de la muerte de Sócrates...».
Cuando dije esto señalando al comisario jefe, él quiso intervenir.
Por primera vez en treinta y cinco años aparenté estar enfadado. No lo logré porque por dentro ¡me estaba riendo! Pero le dije a aquel hombre: «Cállate y quédate a un lado, donde debes estar. Y no te acerques a mí.»
Y grité tan alto, «¡Cállate!» que realmente se quedó en silencio y volvió con la muchedumbre. Posteriormente oí sus informes: pensaban que estaba enfurecido, muy enfadado, ¡no lo estaba en absoluto! Pero ese es el único lenguaje que entiende esta gente. Y cuando hablas con alguien tienes que usar un lenguaje que esa persona entienda.
Pero aquello me gustó. Se puede representar el enfado: puedes estar en completo silencio por dentro y enfurecido por fuera. Y no hay contradicción, ¡porque la furia sólo es una puesta en escena!
En el avión me acordé de George Gurdjieff, que fue educado en muchas escuelas sufíes con diferentes métodos. En una de esas escuelas el método empleado era actuar, representar un papel: cuando no estás enfadado, actúa como si lo estuvieras; cuando te sientes muy feliz, actúa como si te sintieras miserablemente. El método tiene implicaciones tremendas.
Implica que cuando te sientas muy desgraciado podrás actuar como si estuvieras feliz; cuando estés enfadado podrás actuar pacíficamente. Y no sólo eso, implica que no eres ni la felicidad ni la desgracia. Son rostros que puedes ponerte, pero tú eres diferente, tu ser no está implicado en ello. Extraños métodos que se han utilizado para la meditación, para descubrir tu ser, para desapegarte de tus emociones, sentimientos, acciones. Y Gurdjieff se convirtió en un gran experto de este método, que aquellas escuelas enseñaban...
Gurdjieff era tan hábil que, si estaba sentado entre dos personas, podía aparecer ante una de ellas como inmensamente pacífico y silencioso; era una mitad de su rostro, un perfil lateral. Y ante la otra como un asesino, alguien peligroso, un criminal; era la otra mitad, el otro perfil. Cuando ambas personas hablaban entre sí de Gurdjieff, ¿cómo podrían llegar a un acuerdo? Forzosamente estarían en desacuerdo: una de las personas había conocido a un hombre muy silencioso y pacífico y la otra a un tipo peligroso, a un criminal.
Cuando se le preguntaba, Gurdjieff decía: «Ambos tienen razón. Me las puedo arreglar no sólo para dividir mi ser y mis acciones, incluso puedo dividir mi cara en dos partes.»
Me regalaron una estatua de Buda japonesa, una estatua preciosa, muy extraña. En una mano sostiene una espada desenvainada y en la otra sostiene una pequeña lámpara. En Oriente se usan lámparas de barro, que son pequeñas tazas de barro llenas de aceite. Son casi como velas, con su pequeña llama, por eso había una llama. La llama brillaba sobre un lado del rostro de la estatua, que estaba iluminado, silencioso y pacífico. Y la espada quedaba reflejada en el otro lado del rostro: un guerrero, un luchador, un rebelde de nacimiento, un revolucionario.
En el aeropuerto de Atenas vi a aquellos cuarenta oficiales de policía... deben haber sido los mejores... menos su jefe, porque no podía reunir el coraje necesario para venir. Yo le hubiera preguntado: «¿Por qué razón ha cancelado su ayudante el visado que usted emitió?», pero él no estaba allí.
Pero los demás... vi una cosa extraña: se estaban comportando de una manera muy inhumana, pero todos eran unos cobardes. Cuando grité: «¡Cállate!», el comisario jefe simplemente se echó atrás como un niño pequeño, temiendo que la televisión filmase mis palabras y a él con todas las medallas policiales en la solapa de su abrigo y la pistola colgando a un lado. Pero dentro de él había un niño, un niño cobarde. Fue toda una experiencia, porque la democracia nació en Atenas.
La democracia es una idea griega, y sin embargo, el hombre que creó el concepto de los valores democráticos fue envenenado por los atenienses; esto es lo que cuenta la historia. Pero aquel día empecé a sospechar de la historia.
Sócrates no fue envenenado por la gente de Atenas, sino por la burocracia de Atenas. Y uno debe distinguir, porque yo fui maltratado por la policía en la isla de Creta. Pero la gente del pueblo donde estaba, San Nicolás, no estaban con la burocracia. Y cuando un periodista me preguntó: «¿Cuál es su mensaje para la gente de San Nicolás?». Yo dije: «Simplemente diles que vengan al aeropuerto para demostrar a la policía que están conmigo y no con ellos.»
Tres mil personas estaban en el aeropuerto de noche, llenaban toda la explanada. Estuvieron esperando allí muchas horas. El pueblo se quedó vacío; los que se retrasaron tuvieron que caminar porque no podían coger un taxi, ni un autobús; todos se habían trasladado al aeropuerto. La gente caminó varios kilómetros hasta el aeropuerto para demostrar un hecho muy simple: que no estaban con la brutalidad y el comportamiento fascista del Gobierno, estaban conmigo.
La gente siempre ha sido culpada por la burocracia y su brutalidad. Yo no creo que la gente de Atenas matara a Sócrates. Era una persona muy amorosa y no tenía la idea egoísta de ser más sagrado que los demás.
Salía por la mañana a comprar verdura y cuando llegaba la noche aún no había regresado, porque en todas partes, en las calles, en la tienda de verdura, en el mercado, hablaba con todo el mundo de cosas que están más allá del hombre ordinario. Era el profesor de toda la ciudad de Atenas.
Un sólo hombre hizo de Atenas una de las ciudades más inteligentes que hayan existido en el mundo, a solas, simplemente moviéndose y encontrándose con la gente. Decirle hola significaba entablar una conversación con él, a pesar de ti mismo. Puede que tú tuvieras prisa, pero Sócrates nunca tenía prisa.
La gente no pudo haberle matado. La burocracia empezó a tener miedo. La experiencia de Creta me hizo reconsiderar la historia. Los libros mienten la gente no mató a aquel hombre. Esa posibilidad ni se les pasaba por la imaginación. Pero el Gobierno...; ¿y por qué le mataría el Gobierno? Porque aquel hombre estaba haciendo a las masas tan inteligentes, tan independientes, tan amantes de la libertad, tan individualistas, que el Gobierno pronto se encontraría en una situación muy delicada. No podría controlar a aquella gente, no podría esclavizarla.
Era mejor matar a Sócrates que dejar que siguiera agudizando la mente de la gente hasta el punto de hacer que los burócratas parecieran estúpidos. Antes de que esto ocurriera era mejor matarlo. Pero los libros de historia siguen contando que la gente de Atenas mató a Sócrates. Sin embargo, yo vi, que la gente de San Nicolás venía corriendo al aeropuerto para demostrar que no estaban con la policía. Incluso después de salir de su país, una representación de San Nicolás, por iniciativa propia, fue a ver al presidente de la nación para protestar por lo que había sucedido en su pueblo.
Sólo había estado allí durante dos semanas y nunca salía de casa; pero podían ver a mi gente: se reunieron al menos quinientos sannyasins de toda Europa. Estaban muy acostumbrados a los turistas, porque es un lugar turístico, pero nunca habían visto gente tan amorosa. Y aunque no podían entenderme -la lengua era una gran barrera-, al conocer a mis sannyasins alguna gente del pueblo comenzó a venir a sentarse conmigo por la mañana, por la tarde. Y eso molestaba a la jerarquía religiosa.
El arzobispo se enfadaba porque nadie iba a su congregación; y en los quince días que estuve allí se reunió una gran congregación a mi alrededor. Su congregación contaba con unas doce ancianas -casi muertas- que solían ir a escucharle.
Tenía miedo y empezó a enviar telegramas al presidente, al primer ministro, a los demás ministros, al jefe de policía, concediendo entrevistas que estaban llenas de mentiras porque no sabía nada de mí. Y su miedo se hizo infeccioso: el Gobierno también empezó a tener miedo.
Una de mis sannyasins, Amrito -que me había invitado a ir a Grecia- era amiga íntima del presidente, del primer ministro. Estaba muy bien conectada con toda la gente de las altas esferas porque veinte años antes había sido elegida reina de la belleza, «Miss Grecia», y se había hecho famosa. Desde entonces era modelo, por eso conocía a los directores de cine, a los hombres de negocios...; se relacionaba con todo tipo de gente. Nunca se le pidió que concertara una cita en casa del presidente o del primer ministro, siempre tenía abierto el acceso.
Pero aquel día fue a casa del presidente y se quedó en la puerta; durante seis horas, no le permitieron entrar. ¿Por qué tenía miedo el presidente de una mujer a la que conoce, que ha estado yendo a su casa y de la que es amigo...? Tenía miedo porque... ¿qué podía decir? No tenía justificación para lo que su Gobierno nos había hecho a mí y a mi gente.
Os vais a quedar sorprendidos: la respuesta llegó por una vía muy peculiar. Me fui de Atenas porque no me dejaban quedarme ni una noche en un hotel bajo supervisión, ni en el aeropuerto.
En cuanto me fui comenzaron a buscar inmediatamente a Amrito. Ella debió haberse enterado por algún medio: «Ahora tú vas a ser la diana: ¿por qué, conociéndole, invitaste a Osho a venir aquí?». Tuvo que escapar del país. Y aún la policía siguió...
Amrito es una persona muy simple y amorosa. No es rica; sólo tiene un bar donde se sirven zumos, una zumería. Sin embargo la policía fue a su bar para inspeccionar cosas extrañas, cosas que no eran de su competencia: dijeron que no estaba limpia.
Por supuesto que no estaba limpia, llevaba tres días fuera del país. Y tampoco estaba limpia porque había estado en Creta quince días conmigo y sólo había estado atendiendo un camarero. Pero eso no es un delito, al menos no un delito del que se ocupe la policía. Quizá podrían haber ido las autoridades municipales encargadas de supervisar la limpieza de los restaurantes, pero no se presentaron; era la policía la que realizaba la inspección.
Yo le he dicho que vuelva y luche, porque no ha hecho nada malo. Lo único malo es lo que ha hecho el Gobierno. Como temiendo las consecuencias a nivel internacional no me podían hacer daño, encontraron un chivo expiatorio: es fácil acosar, es fácil torturar a una mujer divorciada, con un niño pequeño y una madre anciana, y siendo ella la única que gana el sustento. ¿Y que ingresos puede suponer una zumería?
Esta gente siempre lanza sus delitos sobre las masas y las masas son tontas. La historia es pura palabrería: hay más mentiras en los libros de historia que en ninguna otra parte. Fue un incidente menor, pero sus implicaciones son enormes.
Ni siquiera salía de la casa, y no hablo griego. La gente del país no podía entenderme. Todos los que me escuchaban eran de fuera. Decir que estoy corrompiendo las mentes de la juventud, destruyendo la moralidad del país, su tradición, su iglesia, la familia...; ¡pero la gente que me escuchaba no era griega! ¿Cómo podía afectar a su moralidad, a su religión?
Pero parece que la burocracia no piensa; simplemente vive del miedo. Y lo que temen es que alguien pueda cuestionar las raíces mismas de su sociedad. Pero es una tontería porque, esté donde esté, voy a hacer lo mismo, y mi palabra va a llegar a todos los rincones del mundo.
¿Qué puedo hacer si las raíces están podridas? ¿Qué puedo hacer si su moralidad no es moralidad sino pura pretensión? ¿Qué puedo hacer si sus matrimonios son hipocresía y no amor? ¿Qué puedo hacer si la familia ha sido superada y ha de ser sustituida por algo mejor? Ha hecho su trabajo. Ha hecho algunas cosas buenas que pueden hacerse de otra forma. También ha hecho algunas cosas muy peligrosas, muy venenosas, que pueden evitarse.
No puede permitirse la existencia de la familia tal como ha existido a lo largo de los siglos. Y si sigue existiendo, entonces el ser humano morirá. Para salvar al ser humano tenemos que cambiar la estructura que le rodea y producir un nuevo ser humano; porque el antiguo ha sido un fracaso total.
Durante los últimos diez mil años nos hemos estado moviendo a lo largo de las mismas líneas sin llegar a ninguna parte.
Es el momento de entender que hemos tomado un camino equivocado. Está rancio y conduce a la muerte. No permite que la gente esté alegre y se regocije; no permite que la gente cante y baile.
Hace que la gente sea seria, pesada, tanto para sí mismos como para los demás.
En la familia se encuentran las semillas de todas las guerras, de todas las religiones, de todas las naciones. Por eso a la familia se le llama la «unidad de nuestra civilización.»
No hay civilización y la unidad familiar está podrida. Sólo crea un ser humano patológico, que necesita todo tipo de psicoterapias y continúa siendo patológico.
No hemos sido capaces de crear una humanidad sana.
Por eso pensé periféricamente que lo ocurrido en Grecia también podría ocurrir en otros países, porque tienen la misma estructura; y así fue.
De Grecia fuimos a Ginebra, sólo queríamos pasar la noche, y en el momento en que oyeron mi nombre dijeron: «¡De ninguna manera! No podemos permitir su acceso al país.»
Ni siquiera se me permitió bajar del avión.
Nos trasladamos a Suecia pensando que, como dice la gente, Suecia es mucho más progresista que cualquier otro país de Europa o del mundo, Suecia ha dado asilo a muchos terroristas, revolucionarios, políticos expulsados; es muy generosa.
Llegamos a Suecia. Queríamos pasar la noche porque los pilotos se estaban quedando sin tiempo de vuelo. No podían seguir volando sin incurrir en la ilegalidad. Y nos sentimos felices porque el hombre del aeropuerto..., sólo habíamos solicitado pasar una noche, pero nos concedió a todos visados para siete días. Debía estar borracho o medio dormido; era media noche, pasada la media noche.
La persona que había ido a solicitar los visados volvió muy contenta porque nos habían concedido visados para siete días. Pero la policía llegó inmediatamente y los canceló, y nos dijo que nos fuéramos inmediatamente: «No podemos permitir que este hombre entre en el país.»
Permiten la entrada a terroristas, a asesinos, a mafiosos y les dan asilo; pero a mí no me permiten entrar. Y no estaba pidiendo asilo o residencia permanente, sólo era una estancia de una noche.
Volvimos a Londres, porque se trataba de un derecho básico. Y para que nuestra situación fuera doblemente legal, compramos billetes de primera clase para el día siguiente. Nuestro propio avión estaba allí, y a pesar de todo, compramos los billetes para que no nos dijeran: «No tenéis billetes para mañana, no os vamos a permitir pasar la noche en la sala de espera de primera clase.»
Compramos los billetes para todos, sólo para poder quedarnos en la sala de espera, y les dijimos: «Tenemos nuestro propio avión y también tenemos billetes». Pero nos salieron con una ley adicional que regula los aeropuertos y a la que ni el Gobierno ni nadie puede interponerse: «Es una decisión nuestra, y no vamos a permitir que este hombre pase a la sala de espera.»
Mientras estaba allí me preguntaba: ¿Cómo puedo destruir su moralidad, su religión? Para empezar estaré dormido y por la mañana ya nos habremos ido.
Pero no, los países que se llaman civilizados son todo lo bárbaros y primitivos que te puedas imaginar. Nos dijeron: «Lo único que podemos hacer es dejarte pasar la noche en la cárcel.»
Por casualidad uno de nuestros amigos ojeó su informe. Tenían instrucciones muy precisas del Gobierno respecto a cómo tratarme: no debían permitirme la entrada en el país de ninguna manera, ni siquiera para pasar una noche en el hotel o en la sala de espera; lo único que me estaba permitido era quedarme en la cárcel.
Por la mañana nos trasladamos a Irlanda. Quizá el hombre de la aduana no leyó mi nombre entre los de los pasajeros. Sólo habíamos pedido permiso para quedamos dos o tres días, «como mucho siete, si nos lo pueden conceder.» Necesitábamos tiempo porque estábamos pendientes de otra decisión que se iba retrasando y nuestro movimiento dependía de ella.
Aquel hombre fue muy generoso... debía haber tomado demasiada cerveza: nos dio veintiún días a todos. Nos trasladamos al hotel y la policía llegó inmediatamente para cancelar los visados, diciendo: «El hombre de la aduana está loco, no sabe nada.»
Cancelaron los visados pero estaban en una situación difícil: ¿Qué hacer con nosotros?
Ya estábamos en el país, ya estábamos en el hotel; habíamos pasado algunas horas en el hotel. Nos habían concedido veintiún días en los pasaportes. Ahora los habían cancelado, pero aún no estábamos preparados para irnos. Teníamos que esperar unos días más.
Podéis ver que la burocracia encubre sus propios errores. Dijeron: «Podéis quedaros aquí pero sin que nadie se entere, nada de prensa, nadie debe enterarse de que Osho está aquí porque si no vamos a tener problemas. Y por supuesto nosotros no podemos hacer nada porque surgirían problemas inmediatamente.
«Si no queréis iros... y os hemos dado un permiso para veintiún días... ¿Por qué razón lo estamos cancelando? No habéis hecho nada -sólo habéis pasado la noche aquí- a menos que dormir sea un crimen. Tenemos un problema. La única posibilidad es que guardéis silencio y os quedéis completamente ocultos.»
Era completamente ilegal estar sin visado; la policía nos sugirió que nos mantuviéramos en silencio para que nadie supiera que estábamos allí y que nos fuéramos en silencio. Iban a mantener a la prensa alejada; les iban a dar pistas falsas para que buscaran por otras zonas.
Pero lo más extraño era que esta gente estaba en comunicación directa con el Gobierno.
La pregunta surgió en el parlamento: «¿Qué ha ocurrido? Su avión está en el aeropuerto. Han entrado en el país, ¿cómo es que han desaparecido?». Y el ministro simplemente mintió diciendo: «Vinieron y se fueron.» Estábamos en el país y al parlamento se le dijo que nos habíamos ido...
En todo este viaje hemos estado expuestos a las burocracias.
Y ahora mismo acabo de recibir la información de que todos los países de Europa, en unión, están decidiendo que mi avión no puede aterrizar en ningún aeropuerto.
¿Cómo puede el hecho de repostar combustible afectar a su moralidad? Pero lo que quieren es simplemente cortarme el acceso a la humanidad. Por eso tuve que irme de India. Sus condiciones estaban muy claras: querían que me quedara en India, naturalmente no me lo pueden negar, es mi país de nacimiento. «Puedes quedarte», dijeron, «pero no podemos permitir que ningún discípulo extranjero, ni ningún medio de comunicación llegue hasta ti.»
Esa era la forma de separarme del mundo, de mi gente, incluso de los medios de comunicación, para que nadie supiera si estoy vivo o muerto. Era una estrategia para hacer como si estuviera muerto aunque esté vivo; cortarme la comunicación con todo el mundo.
Me negué a sus condiciones. Nunca he vivido bajo ninguna condición y menos bajo unas condiciones tan espantosas. Salí de India y fui a Nepal, porque es el único país al que puedo viajar sin visado; por otra parte, el Gobierno indio había alertado a todas las embajadas para que no me concedieran visado y así no pudiera salir de India. Existe un tratado con Nepal por el que no se necesita visado.
Pero Nepal es un país pequeño y muy pobre -el más pobre- y está sometido a una gran presión por parte de India... India puede invadirlo en cualquier momento. No tiene un ejército que merezca ese nombre.
Cuando fuentes fiables me dejaron totalmente claro que obligarían al Gobierno nepalí a arrestarme o a devolverme a India. Tuve que salir de Nepal.
No supone ninguna diferencia para mi ser.
Pero supone una gran diferencia en mi actitud hacia la sociedad en que vivimos. Es absolutamente horrible, bárbara, inculta, incivilizada.
Por eso he dicho: «Mucho, y nada.»
Amado Osho,
La historia que nos has contado de cuando Mahavira iba mendigando me ha resultado muy extraña. El hecho de que estipulara cómo tenía la existencia que ofrecerle su alimento diario me parece más un falso viaje que la actitud de alguien que está totalmente disponible a -y acepta- los caminos de la vida. Probablemente he malinterpretado todo este tema.
Tú nos has dicho que no tenemos que apresuramos en nuestra búsqueda; pero a tu alrededor siempre siento la sensación de lo precioso que es el tiempo, por eso quiero sacarle el máximo partido. Y para mí eso significa plantear todas las preguntas que antes habría retenido por temor a parecer un estúpido. Realmente quiero estar frente a ti «desnudo, vacío y solo.»
La historia de Mahavira siempre ha sido malinterpretada -no sólo por ti-, porque entendemos las cosas según nuestra mente. Si tú estuvieras en el lugar de Mahavira, quizá eso sería poner condiciones a la existencia, pero para Mahavira no era así; no era estipular la existencia.
En cuanto a Mahavira, él sólo quiere una señal de la existencia; saber si tiene que seguir adelante o si ya no es necesario. Él nunca se queja. A veces ha ayunado durante tres meses seguidos, pero sin una palabra de queja.
Si estuviera estipulando entonces se sentiría frustrado, se quejaría. Si estuviera tratando de manipular la existencia, entonces tendría una sensación de fracaso. No ha tomado nada durante tres meses, pero no se queja. Era uno de los seres más pacíficos, más amorosos y silenciosos.
¿Por qué tomó esta decisión? Simplemente para no ser una carga para la existencia. Que la existencia decida. Él no está imponiendo condiciones a la existencia; está permitiendo que la existencia se encargue totalmente de su vida, incluso de su respiración, de su alimento. Está dejándolo todo en manos de la existencia.
¿Pero cómo va a saberlo? Entre tú y la existencia no hay comunicación lingüística; sólo puede haber una comunicación simbólica, y lo que hacía no era más que una comunicación simbólica. Él quería un símbolo.
Hay que recordar una cosa, que esta gente como Mahavira, Parsunatha, Buda, son seres únicos. Tienes sus propias formas de hacer las cosas que encajan perfectamente con su personalidad.
Yo nunca haría algo así. Yo soy una persona totalmente diferente, pero no malinterpreto a Mahavira. Acepto su unicidad, y respeto su forma de vivir la vida, sin ninguna demanda. Lo que él hacía no era una demanda -no se trataba de que la existencia cumpliera una condición-, era simplemente un acuerdo: «Como no podemos hablar, elegiré cierto símbolo, y después depende de la existencia». Se está rindiendo tan totalmente en manos de la existencia que no quiere ni tomar una respiración por sí mismo.
Pero yo soy una persona completamente diferente, soy casi lo contrario de Mahavira. Yo nunca pediría algo así a la existencia. Mi forma de actuar es soltar y a continuación, ¿para qué preocuparme? Déjaselo a la existencia de una vez por todas y cuando la existencia ya no te necesite, serás absorbido por el Universo. No hace falta preguntarlo una y otra vez, cada día; llega a ser molesto. Yo la hice de una vez por todas. No lo haré dos veces porque eso significaría que la primera vez no fui total; pero como no es así, ¿quién lo estaría haciendo esta segunda vez?
Soltar es algo que sólo se puede hacer una vez.
Cuando era niño solíamos tener muchas preguntas y acertijos, y solíamos planteárselas a un profesor que era un poco tonto y se ponía muy nervioso.
Por ejemplo, solíamos preguntarle: «Un hombre intentó suicidarse cuatro veces. ¿Puede decirnos en cual de ellas tuvo éxito? En la primera vez, en la segunda... ¿Qué vez tuvo éxito?».
Y se ponía a pensar en ello. Decía: «¿Cómo voy a saberlo?» ¡Si el hombre lo consigue, la última vez es en realidad la primera!
Tal como yo lo entiendo, basta con soltar una vez. Si tienes que volver a hacerlo, eso significa que la primera vez..., ¿a quién estabas engañando? ¿Y que garantía hay de que la segunda vez no sea como la primera?
Soltar es una comprensión.
No es algo que tengas que hacer.
No es algo que tengas que decirle a la existencia; simplemente es una comprensión: «No nadaré contra corriente porque eso sencillamente es estúpido.» Te cansarás muy pronto, nunca puedes vencer a la corriente. Cuando entiendes esto, aceptas que el camino de la corriente es tu camino.
Eso es soltar.
Pero no hace falta que mires cada día a dónde te lleva el río; simplemente vas con él. Algún día, cualquier día, puedes llegar al océano y desaparecer.
Por eso no sugeriré a nadie que haga lo que hacía Mahavira, porque Mahavira tiene su propio ser que es único.
Su verdadero nombre no era Mahavira; Mahavira significa «gran guerrero». Su verdadero nombre era Vardhmana, pero nadie lo recuerda por la simple razón de que su planteamiento es el de un guerrero, el de un luchador. Está en una lucha constante incluso con la existencia. Está diciendo: «Sólo puedo vivir si se me da la bienvenida. No quiero vivir ni un minuto más si no se me da la bienvenida.»
En lo profundo estaba luchando, pero su lucha tiene una belleza peculiar. Era total en ella, esa es su belleza. No era una guerra parcial, era una guerra total. Y el secreto es que cualquier cosa total te transforma; tu soltar, si es total, te transformará; tu lucha, si es total, te transformará.
Lo que transforma no es luchar ni soltar, sino tu totalidad.
Incluso hoy en día hay monjes seguidores de Mahavira que hacen lo mismo que él. No quedan muchos porque, en cuanto Mahavira murió, hubo una división entre sus seguidores. Había gente que no estaba preparada para semejante lucha, y esa es la división que tienen muchos monjes. Han transigido en muchas cosas en las que Mahavira no transigía. Por ejemplo, van vestidos; Mahavira iba desnudo. Esta gente se queda en su casa; Mahavira nunca estaba bajo techo. Lloviera, hiciera frío o calor, siempre estaba debajo de un árbol. Por eso la gente que quería transigir no podía hacerlo mientras él estaba vivo. Era un hombre tremendamente poderoso. Pero el día que murió, sus seguidores se dividieron.
Por eso los ortodoxos que aún siguen a Mahavira... Sólo son veintidós, eran veintidós cuando yo estaba en India; algunos pueden haber muerto, porque todos eran ancianos. Y cuando un monje muere, es muy difícil reemplazarlo.
Los otros, los que transigieron, casi tienen cinco mil monjes y siguen creciendo. Y siguen transigiendo.
Primero empezaron a utilizar vestidos; después comenzaron a quedarse en las casas de la gente. Ahora incluso viajan en avión. Mahavira caminó toda su vida, nunca utilizó ningún vehículo. He visto a estos transigentes esconder pasta de dientes; Mahavira nunca se lavó los dientes.
Conozco a esos monjes y en cuanto pueden, toman una ducha. Mahavira nunca se duchaba a menos que lloviera y se encontrara debajo de un árbol. Estuve con un monje, en el lugar donde residía... se mostró muy amigable conmigo y no le preocupaba que le delatara.
Me dijo: «¿Qué quieres tomar? ¿Fanta o Coca-cola?» Yo le dije: «¿Qué estás diciendo?».
Y él respondió: «¡No se lo digas a nadie!» Abrió el armario y tenía escondidas latas de Coca-cola y de Fanta. La transigencia no conoce límites. ¿Pero que hay de malo en ello? Son bebidas absolutamente no violentas, puedes tomarlas.
Pero los seguidores de Mahavira son cada vez menos y cuando uno muere no le reemplazan. Incluso ellos han transigido de manera soterrada. Es muy difícil ser exactamente como Mahavira; esto es lo que digo, seguir a otro es imposible.
Estos monjes, después de su meditación matinal, también se proponen una condición que debe satisfacerse. Pero las condiciones están muy limitadas -son seis u ocho- y todo el mundo las conoce, y por eso cuando están en una ciudad van a todas las casas de los jainas, que son las que cumplen las condiciones. Y las condiciones que eligen son muy simples.
Por ejemplo, si hay dos plátanos colgando en la puerta de la casa, aceptan alimento. Y eso es algo que se sabe, por eso los jainas cuelgan en las puertas de sus casas dos plátanos; entonces los monjes vienen y aceptan el alimento porque la condición se ha cumplido. Sólo se ponen este tipo de pequeñas condiciones que ya se saben y que deben haber sido dadas a conocer por los propios monjes.
Sólo pueden recibir alimento de una familia jaina y por eso es sorprendente que hayan renunciado a su familia, una familia, pero cuando se mueven... Y se mueven constantemente. No pueden quedarse más de tres días en el mismo lugar, porque según entendía Mahavira, y yo creo que tenía razón, después de tres días surge algún tipo de apego.
Por ejemplo, el primer día que llegas a un lugar, el lugar no te encaja. Quizá no duermas bien, quizá sientas cierta tensión por dentro. Pero después del tercer día las cosas comienzan a asentarse; y después de veintiún días te acostumbras al lugar, es como si hubieras nacido en él.
Se necesita cierto tiempo para adaptarse, por eso Mahavira no permitía más de tres días. En India hay muy pocos jainas, por eso hay muchos, muchísimos lugares donde no hay jainas; entonces, ¿qué hacen los monjes? Hay veinte familias que les siguen con sus autobuses, sus coches y sus tiendas, y donde no hay familias jainas hacen un pequeño campamento con sus tiendas, cuelgan plátanos... y las ocho condiciones conocidas se cumplen. Cada familia prepara comida -y como el monje tiene que cumplir una condición de las ocho- consigue su alimento.
Formalmente es un seguidor de Mahavira, pero eso no es lo que Mahavira hacía. Es algo completamente diferente. Él nunca transigía, no era un hombre que se abandonase, era un guerrero.
Según él, la verdad tiene que ser conquistada y para ello tienes que luchar con totalidad. Y la historia que os he contado es parte de esta lucha. Toda su vida es una vía de guerrero.
Os voy a contar otra historia.
Se quedó doce años en silencio, hasta que se iluminó. Aquellos doce años estuvieron llenos de incidentes. Un día, mientras meditaba... -y su meditación tampoco seguía la vía de la relajación. Normalmente, en Oriente, se medita en la posición de loto porque es la posición que permite más relajación psicológica una vez que la aprendes; se tiene la columna recta y el tirón gravitacional es mínimo, eso hace que el cuerpo cuelgue de la columna como si fuera una ropa suelta.
Mahavira meditaba de pie. En esta misma actitud se comprueba que era un guerrero. Hay gente que medita con los ojos cerrados, es más relajante. También hay gente que medita con los ojos abiertos y parpadea de manera natural. Eso tampoco es una lucha. Mahavira meditaba con los ojos medio abiertos y medio cerrados, y no parpadeaba.
A lo largo de aquellos doce años, en una ocasión se encontraba meditando de pie junto a un río y en eso llegó un hombre que le dijo: «Como estás aquí de pie, cuida de mis vacas. Yo me voy, tengo que irme urgentemente a casa; mi madre está enferma y han venido a avisarme de que se está muriendo. Volveré pronto, pero entre tanto... tú sueles estar aquí de pie todo el día: simplemente vigila mis vacas para que no se pierdan en la jungla.»
Y Mahavira, como no podía hablar, se quedó en silencio. Y el hombre tenía tanta prisa, su madre se estaba muriendo, no le importó que no le respondiera. Simplemente interpretó su silencio como un sí.
Cuando volvió después de una o dos horas, Mahavira seguía de pie en el mismo sitio, pero todas las vacas habían desaparecido. El hombre se puso furioso. Y dijo: «Pareces un tipo artero. Has estado aquí todo el día de pie cuidando de mis vacas. ¿Dónde están?».
Y como no le respondía, el hombre se iba poniendo cada vez más furioso: «¡Estás intentando hacerme el tonto! ¡Yo te voy a hacer hablar!». Tomó dos piezas de madera, se las metió a Mahavira por las orejas y las golpeó muy fuerte con una piedra, dejándole sordo para toda la vida. Pero él seguía sin hablar y sin pestañear.
El hombre pensó: «Parece que está loco. Cualquier otro habría hablado...». Y se fue a buscar sus vacas por el bosque. Por la noche las vacas volvieron, y cuando el hombre regresó, las vio sentadas alrededor de Mahavira tal como las había dejado al irse la primera vez.
El dijo: «¡Hay que ver como eres! ¡Te he destrozado los oídos y no has hablado! iHe estado buscando por todo el bosque y las vacas están aquí! ¿Dónde las habías escondido?». Y le pegó. Mahavira estaba desnudo y seguía allí de pie.
El hombre pensó que estaba realmente loco, ni siquiera pegarle le causaba efecto... no le podía hacer nada, no iba a reaccionar. Eso es el silencio total: ocurra lo que ocurra, él seguirá centrado y sin reaccionar. No es sólo cuestión de no hablar.
La historia es muy hermosa. Hasta este punto es real, pero tiene un final mitológico. En India hay muchos dioses. India no cree en un solo dios, creer en un sólo dios sería como creer en un dictador; no sería democrático. India cree en muchos dioses, de hecho, en treinta y tres millones de dioses. Esa era la población de la India cuando se inventaron los dioses: un dios para cada uno. Eso parece ser lo justo y lo correcto.
Entonces Indra, uno de los dioses, se sintió terriblemente dolido y molesto por lo que le había ocurrido a Mahavira, un hombre silencioso que no había hecho nada. Las vacas se habían ido, habían vuelto y él era completamente inocente.
Indra vino -y como los dioses pueden hablar sin palabras- le dijo a Mahavira: «Puedo darte dos dioses para que sean tus guardaespaldas, porque lo que ha ocurrido es impensable, ¡increíble! No debería haber ocurrido.» Aunque no hables a los dioses, ellos pueden leerte el pensamiento.
Indra leyó el pensamiento de Mahavira: «Déjame en paz. No quiero la ayuda de nadie; quiero luchar solo. No quiero tener deudas con nadie, perdóname. Pase lo que pase, voy a luchar esta guerra solo hasta conseguir la victoria.»
Esta victoria le sonará extraña a cualquiera que haya oído hablar de abandonarse, de rendirse a la existencia. Pero éste es un buen lugar para recordaros: sed compasivos con los demás, con sus peculiaridades. Esto no significa que tengáis que seguir su camino; simplemente me refiero a comprender en profundidad que las personas son únicas; y si las personas son únicas, sus vías de actuación también lo serán. A veces caminos opuestos llevan al mismo objetivo.
Es muy fácil malinterpretar, pero me gustaría que entendieseis distintos caminos, distinta gente, diferentes unicidades. Os ayudará a ampliar vuestro corazón, vuestra compasión, vuestra comprensión. Y sigáis el camino que sigáis, será una buena ayuda.
Mucho y Nada
Amado Osho,
¿Puedes decirnos lo que te ha ocurrido desde que nos encontramos aquella hermosa mañana en Creta, hace algunas semanas?
Mucho y nada. Mucho en la periferia y nada a mi ser, nada a mí. La primera cosa de la que tomé consciencia es que quizá el ser humano no ha estado evolucionando, quizá el concepto de evolución esté equivocado, porque durante miles de años ha estado siguiendo la misma pauta de actuación.
Aquella preciosa mañana en la isla de Creta, la gente y los malos tratos recibidos por mí y los amigos que estaban conmigo me recordaron a Sócrates. Eran la misma gente, y extrañamente el crimen imputado a Sócrates también era el mismo: corromper las mentes de los jóvenes, destruir su moralidad. Lo que alegaban contra mí era exactamente eso.
Parece que han pasado veinticinco siglos y el hombre sigue atascado, no evoluciona. Su comportamiento fue brutal, inhumano. Podrían haberme pedido que saliera del país -es su país-, pero no había necesidad de brutalidad, de destruir las ventanas y las puertas de la casa con piedras. Para mí, que venía desde el piso de arriba, era como si estuvieran explotando bombas. Tenían dinamita y amenazaban con dinamitar la casa. Parece como si enviarme fuera del país fuera una excusa para expresar su brutalidad; simplemente podrían haberme dicho que no era bien recibido.
El hombre que me había dado un visado de turista, válido para cuatro semanas, era el jefe de policía y el hombre que lo canceló a los quince días era el comisario jefe. Es algo que parece completamente impropio, que el jefe te dé un permiso y el comisario lo cancele.
En el aeropuerto de Atenas había al menos cuarenta oficiales de policía exclusivamente para un hombre desarmado, y el comisario jefe también estaba presente. Había una enorme multitud de periodistas de todos los medios: periódicos, radio, televisión y docenas de cámaras: todos querían entrevistarme. Y yo dije: «No hay mucho que decir, aparte de que parece que el hombre nunca se va a civilizar, nunca.»
Los periodistas estaban delante de mí y aquellos cuarenta perros policía -todos oficiales de gran tamaño- me rodeaban, y el comisario jefe estaba a mi lado. Entonces dije: «Con este tipo de policía, con este tipo de Gobierno, estáis destruyendo el futuro mismo de la humanidad, en particular el de vuestro propio país. Esta gente son los responsables de la muerte de Sócrates...».
Cuando dije esto señalando al comisario jefe, él quiso intervenir.
Por primera vez en treinta y cinco años aparenté estar enfadado. No lo logré porque por dentro ¡me estaba riendo! Pero le dije a aquel hombre: «Cállate y quédate a un lado, donde debes estar. Y no te acerques a mí.»
Y grité tan alto, «¡Cállate!» que realmente se quedó en silencio y volvió con la muchedumbre. Posteriormente oí sus informes: pensaban que estaba enfurecido, muy enfadado, ¡no lo estaba en absoluto! Pero ese es el único lenguaje que entiende esta gente. Y cuando hablas con alguien tienes que usar un lenguaje que esa persona entienda.
Pero aquello me gustó. Se puede representar el enfado: puedes estar en completo silencio por dentro y enfurecido por fuera. Y no hay contradicción, ¡porque la furia sólo es una puesta en escena!
En el avión me acordé de George Gurdjieff, que fue educado en muchas escuelas sufíes con diferentes métodos. En una de esas escuelas el método empleado era actuar, representar un papel: cuando no estás enfadado, actúa como si lo estuvieras; cuando te sientes muy feliz, actúa como si te sintieras miserablemente. El método tiene implicaciones tremendas.
Implica que cuando te sientas muy desgraciado podrás actuar como si estuvieras feliz; cuando estés enfadado podrás actuar pacíficamente. Y no sólo eso, implica que no eres ni la felicidad ni la desgracia. Son rostros que puedes ponerte, pero tú eres diferente, tu ser no está implicado en ello. Extraños métodos que se han utilizado para la meditación, para descubrir tu ser, para desapegarte de tus emociones, sentimientos, acciones. Y Gurdjieff se convirtió en un gran experto de este método, que aquellas escuelas enseñaban...
Gurdjieff era tan hábil que, si estaba sentado entre dos personas, podía aparecer ante una de ellas como inmensamente pacífico y silencioso; era una mitad de su rostro, un perfil lateral. Y ante la otra como un asesino, alguien peligroso, un criminal; era la otra mitad, el otro perfil. Cuando ambas personas hablaban entre sí de Gurdjieff, ¿cómo podrían llegar a un acuerdo? Forzosamente estarían en desacuerdo: una de las personas había conocido a un hombre muy silencioso y pacífico y la otra a un tipo peligroso, a un criminal.
Cuando se le preguntaba, Gurdjieff decía: «Ambos tienen razón. Me las puedo arreglar no sólo para dividir mi ser y mis acciones, incluso puedo dividir mi cara en dos partes.»
Me regalaron una estatua de Buda japonesa, una estatua preciosa, muy extraña. En una mano sostiene una espada desenvainada y en la otra sostiene una pequeña lámpara. En Oriente se usan lámparas de barro, que son pequeñas tazas de barro llenas de aceite. Son casi como velas, con su pequeña llama, por eso había una llama. La llama brillaba sobre un lado del rostro de la estatua, que estaba iluminado, silencioso y pacífico. Y la espada quedaba reflejada en el otro lado del rostro: un guerrero, un luchador, un rebelde de nacimiento, un revolucionario.
En el aeropuerto de Atenas vi a aquellos cuarenta oficiales de policía... deben haber sido los mejores... menos su jefe, porque no podía reunir el coraje necesario para venir. Yo le hubiera preguntado: «¿Por qué razón ha cancelado su ayudante el visado que usted emitió?», pero él no estaba allí.
Pero los demás... vi una cosa extraña: se estaban comportando de una manera muy inhumana, pero todos eran unos cobardes. Cuando grité: «¡Cállate!», el comisario jefe simplemente se echó atrás como un niño pequeño, temiendo que la televisión filmase mis palabras y a él con todas las medallas policiales en la solapa de su abrigo y la pistola colgando a un lado. Pero dentro de él había un niño, un niño cobarde. Fue toda una experiencia, porque la democracia nació en Atenas.
La democracia es una idea griega, y sin embargo, el hombre que creó el concepto de los valores democráticos fue envenenado por los atenienses; esto es lo que cuenta la historia. Pero aquel día empecé a sospechar de la historia.
Sócrates no fue envenenado por la gente de Atenas, sino por la burocracia de Atenas. Y uno debe distinguir, porque yo fui maltratado por la policía en la isla de Creta. Pero la gente del pueblo donde estaba, San Nicolás, no estaban con la burocracia. Y cuando un periodista me preguntó: «¿Cuál es su mensaje para la gente de San Nicolás?». Yo dije: «Simplemente diles que vengan al aeropuerto para demostrar a la policía que están conmigo y no con ellos.»
Tres mil personas estaban en el aeropuerto de noche, llenaban toda la explanada. Estuvieron esperando allí muchas horas. El pueblo se quedó vacío; los que se retrasaron tuvieron que caminar porque no podían coger un taxi, ni un autobús; todos se habían trasladado al aeropuerto. La gente caminó varios kilómetros hasta el aeropuerto para demostrar un hecho muy simple: que no estaban con la brutalidad y el comportamiento fascista del Gobierno, estaban conmigo.
La gente siempre ha sido culpada por la burocracia y su brutalidad. Yo no creo que la gente de Atenas matara a Sócrates. Era una persona muy amorosa y no tenía la idea egoísta de ser más sagrado que los demás.
Salía por la mañana a comprar verdura y cuando llegaba la noche aún no había regresado, porque en todas partes, en las calles, en la tienda de verdura, en el mercado, hablaba con todo el mundo de cosas que están más allá del hombre ordinario. Era el profesor de toda la ciudad de Atenas.
Un sólo hombre hizo de Atenas una de las ciudades más inteligentes que hayan existido en el mundo, a solas, simplemente moviéndose y encontrándose con la gente. Decirle hola significaba entablar una conversación con él, a pesar de ti mismo. Puede que tú tuvieras prisa, pero Sócrates nunca tenía prisa.
La gente no pudo haberle matado. La burocracia empezó a tener miedo. La experiencia de Creta me hizo reconsiderar la historia. Los libros mienten la gente no mató a aquel hombre. Esa posibilidad ni se les pasaba por la imaginación. Pero el Gobierno...; ¿y por qué le mataría el Gobierno? Porque aquel hombre estaba haciendo a las masas tan inteligentes, tan independientes, tan amantes de la libertad, tan individualistas, que el Gobierno pronto se encontraría en una situación muy delicada. No podría controlar a aquella gente, no podría esclavizarla.
Era mejor matar a Sócrates que dejar que siguiera agudizando la mente de la gente hasta el punto de hacer que los burócratas parecieran estúpidos. Antes de que esto ocurriera era mejor matarlo. Pero los libros de historia siguen contando que la gente de Atenas mató a Sócrates. Sin embargo, yo vi, que la gente de San Nicolás venía corriendo al aeropuerto para demostrar que no estaban con la policía. Incluso después de salir de su país, una representación de San Nicolás, por iniciativa propia, fue a ver al presidente de la nación para protestar por lo que había sucedido en su pueblo.
Sólo había estado allí durante dos semanas y nunca salía de casa; pero podían ver a mi gente: se reunieron al menos quinientos sannyasins de toda Europa. Estaban muy acostumbrados a los turistas, porque es un lugar turístico, pero nunca habían visto gente tan amorosa. Y aunque no podían entenderme -la lengua era una gran barrera-, al conocer a mis sannyasins alguna gente del pueblo comenzó a venir a sentarse conmigo por la mañana, por la tarde. Y eso molestaba a la jerarquía religiosa.
El arzobispo se enfadaba porque nadie iba a su congregación; y en los quince días que estuve allí se reunió una gran congregación a mi alrededor. Su congregación contaba con unas doce ancianas -casi muertas- que solían ir a escucharle.
Tenía miedo y empezó a enviar telegramas al presidente, al primer ministro, a los demás ministros, al jefe de policía, concediendo entrevistas que estaban llenas de mentiras porque no sabía nada de mí. Y su miedo se hizo infeccioso: el Gobierno también empezó a tener miedo.
Una de mis sannyasins, Amrito -que me había invitado a ir a Grecia- era amiga íntima del presidente, del primer ministro. Estaba muy bien conectada con toda la gente de las altas esferas porque veinte años antes había sido elegida reina de la belleza, «Miss Grecia», y se había hecho famosa. Desde entonces era modelo, por eso conocía a los directores de cine, a los hombres de negocios...; se relacionaba con todo tipo de gente. Nunca se le pidió que concertara una cita en casa del presidente o del primer ministro, siempre tenía abierto el acceso.
Pero aquel día fue a casa del presidente y se quedó en la puerta; durante seis horas, no le permitieron entrar. ¿Por qué tenía miedo el presidente de una mujer a la que conoce, que ha estado yendo a su casa y de la que es amigo...? Tenía miedo porque... ¿qué podía decir? No tenía justificación para lo que su Gobierno nos había hecho a mí y a mi gente.
Os vais a quedar sorprendidos: la respuesta llegó por una vía muy peculiar. Me fui de Atenas porque no me dejaban quedarme ni una noche en un hotel bajo supervisión, ni en el aeropuerto.
En cuanto me fui comenzaron a buscar inmediatamente a Amrito. Ella debió haberse enterado por algún medio: «Ahora tú vas a ser la diana: ¿por qué, conociéndole, invitaste a Osho a venir aquí?». Tuvo que escapar del país. Y aún la policía siguió...
Amrito es una persona muy simple y amorosa. No es rica; sólo tiene un bar donde se sirven zumos, una zumería. Sin embargo la policía fue a su bar para inspeccionar cosas extrañas, cosas que no eran de su competencia: dijeron que no estaba limpia.
Por supuesto que no estaba limpia, llevaba tres días fuera del país. Y tampoco estaba limpia porque había estado en Creta quince días conmigo y sólo había estado atendiendo un camarero. Pero eso no es un delito, al menos no un delito del que se ocupe la policía. Quizá podrían haber ido las autoridades municipales encargadas de supervisar la limpieza de los restaurantes, pero no se presentaron; era la policía la que realizaba la inspección.
Yo le he dicho que vuelva y luche, porque no ha hecho nada malo. Lo único malo es lo que ha hecho el Gobierno. Como temiendo las consecuencias a nivel internacional no me podían hacer daño, encontraron un chivo expiatorio: es fácil acosar, es fácil torturar a una mujer divorciada, con un niño pequeño y una madre anciana, y siendo ella la única que gana el sustento. ¿Y que ingresos puede suponer una zumería?
Esta gente siempre lanza sus delitos sobre las masas y las masas son tontas. La historia es pura palabrería: hay más mentiras en los libros de historia que en ninguna otra parte. Fue un incidente menor, pero sus implicaciones son enormes.
Ni siquiera salía de la casa, y no hablo griego. La gente del país no podía entenderme. Todos los que me escuchaban eran de fuera. Decir que estoy corrompiendo las mentes de la juventud, destruyendo la moralidad del país, su tradición, su iglesia, la familia...; ¡pero la gente que me escuchaba no era griega! ¿Cómo podía afectar a su moralidad, a su religión?
Pero parece que la burocracia no piensa; simplemente vive del miedo. Y lo que temen es que alguien pueda cuestionar las raíces mismas de su sociedad. Pero es una tontería porque, esté donde esté, voy a hacer lo mismo, y mi palabra va a llegar a todos los rincones del mundo.
¿Qué puedo hacer si las raíces están podridas? ¿Qué puedo hacer si su moralidad no es moralidad sino pura pretensión? ¿Qué puedo hacer si sus matrimonios son hipocresía y no amor? ¿Qué puedo hacer si la familia ha sido superada y ha de ser sustituida por algo mejor? Ha hecho su trabajo. Ha hecho algunas cosas buenas que pueden hacerse de otra forma. También ha hecho algunas cosas muy peligrosas, muy venenosas, que pueden evitarse.
No puede permitirse la existencia de la familia tal como ha existido a lo largo de los siglos. Y si sigue existiendo, entonces el ser humano morirá. Para salvar al ser humano tenemos que cambiar la estructura que le rodea y producir un nuevo ser humano; porque el antiguo ha sido un fracaso total.
Durante los últimos diez mil años nos hemos estado moviendo a lo largo de las mismas líneas sin llegar a ninguna parte.
Es el momento de entender que hemos tomado un camino equivocado. Está rancio y conduce a la muerte. No permite que la gente esté alegre y se regocije; no permite que la gente cante y baile.
Hace que la gente sea seria, pesada, tanto para sí mismos como para los demás.
En la familia se encuentran las semillas de todas las guerras, de todas las religiones, de todas las naciones. Por eso a la familia se le llama la «unidad de nuestra civilización.»
No hay civilización y la unidad familiar está podrida. Sólo crea un ser humano patológico, que necesita todo tipo de psicoterapias y continúa siendo patológico.
No hemos sido capaces de crear una humanidad sana.
Por eso pensé periféricamente que lo ocurrido en Grecia también podría ocurrir en otros países, porque tienen la misma estructura; y así fue.
De Grecia fuimos a Ginebra, sólo queríamos pasar la noche, y en el momento en que oyeron mi nombre dijeron: «¡De ninguna manera! No podemos permitir su acceso al país.»
Ni siquiera se me permitió bajar del avión.
Nos trasladamos a Suecia pensando que, como dice la gente, Suecia es mucho más progresista que cualquier otro país de Europa o del mundo, Suecia ha dado asilo a muchos terroristas, revolucionarios, políticos expulsados; es muy generosa.
Llegamos a Suecia. Queríamos pasar la noche porque los pilotos se estaban quedando sin tiempo de vuelo. No podían seguir volando sin incurrir en la ilegalidad. Y nos sentimos felices porque el hombre del aeropuerto..., sólo habíamos solicitado pasar una noche, pero nos concedió a todos visados para siete días. Debía estar borracho o medio dormido; era media noche, pasada la media noche.
La persona que había ido a solicitar los visados volvió muy contenta porque nos habían concedido visados para siete días. Pero la policía llegó inmediatamente y los canceló, y nos dijo que nos fuéramos inmediatamente: «No podemos permitir que este hombre entre en el país.»
Permiten la entrada a terroristas, a asesinos, a mafiosos y les dan asilo; pero a mí no me permiten entrar. Y no estaba pidiendo asilo o residencia permanente, sólo era una estancia de una noche.
Volvimos a Londres, porque se trataba de un derecho básico. Y para que nuestra situación fuera doblemente legal, compramos billetes de primera clase para el día siguiente. Nuestro propio avión estaba allí, y a pesar de todo, compramos los billetes para que no nos dijeran: «No tenéis billetes para mañana, no os vamos a permitir pasar la noche en la sala de espera de primera clase.»
Compramos los billetes para todos, sólo para poder quedarnos en la sala de espera, y les dijimos: «Tenemos nuestro propio avión y también tenemos billetes». Pero nos salieron con una ley adicional que regula los aeropuertos y a la que ni el Gobierno ni nadie puede interponerse: «Es una decisión nuestra, y no vamos a permitir que este hombre pase a la sala de espera.»
Mientras estaba allí me preguntaba: ¿Cómo puedo destruir su moralidad, su religión? Para empezar estaré dormido y por la mañana ya nos habremos ido.
Pero no, los países que se llaman civilizados son todo lo bárbaros y primitivos que te puedas imaginar. Nos dijeron: «Lo único que podemos hacer es dejarte pasar la noche en la cárcel.»
Por casualidad uno de nuestros amigos ojeó su informe. Tenían instrucciones muy precisas del Gobierno respecto a cómo tratarme: no debían permitirme la entrada en el país de ninguna manera, ni siquiera para pasar una noche en el hotel o en la sala de espera; lo único que me estaba permitido era quedarme en la cárcel.
Por la mañana nos trasladamos a Irlanda. Quizá el hombre de la aduana no leyó mi nombre entre los de los pasajeros. Sólo habíamos pedido permiso para quedamos dos o tres días, «como mucho siete, si nos lo pueden conceder.» Necesitábamos tiempo porque estábamos pendientes de otra decisión que se iba retrasando y nuestro movimiento dependía de ella.
Aquel hombre fue muy generoso... debía haber tomado demasiada cerveza: nos dio veintiún días a todos. Nos trasladamos al hotel y la policía llegó inmediatamente para cancelar los visados, diciendo: «El hombre de la aduana está loco, no sabe nada.»
Cancelaron los visados pero estaban en una situación difícil: ¿Qué hacer con nosotros?
Ya estábamos en el país, ya estábamos en el hotel; habíamos pasado algunas horas en el hotel. Nos habían concedido veintiún días en los pasaportes. Ahora los habían cancelado, pero aún no estábamos preparados para irnos. Teníamos que esperar unos días más.
Podéis ver que la burocracia encubre sus propios errores. Dijeron: «Podéis quedaros aquí pero sin que nadie se entere, nada de prensa, nadie debe enterarse de que Osho está aquí porque si no vamos a tener problemas. Y por supuesto nosotros no podemos hacer nada porque surgirían problemas inmediatamente.
«Si no queréis iros... y os hemos dado un permiso para veintiún días... ¿Por qué razón lo estamos cancelando? No habéis hecho nada -sólo habéis pasado la noche aquí- a menos que dormir sea un crimen. Tenemos un problema. La única posibilidad es que guardéis silencio y os quedéis completamente ocultos.»
Era completamente ilegal estar sin visado; la policía nos sugirió que nos mantuviéramos en silencio para que nadie supiera que estábamos allí y que nos fuéramos en silencio. Iban a mantener a la prensa alejada; les iban a dar pistas falsas para que buscaran por otras zonas.
Pero lo más extraño era que esta gente estaba en comunicación directa con el Gobierno.
La pregunta surgió en el parlamento: «¿Qué ha ocurrido? Su avión está en el aeropuerto. Han entrado en el país, ¿cómo es que han desaparecido?». Y el ministro simplemente mintió diciendo: «Vinieron y se fueron.» Estábamos en el país y al parlamento se le dijo que nos habíamos ido...
En todo este viaje hemos estado expuestos a las burocracias.
Y ahora mismo acabo de recibir la información de que todos los países de Europa, en unión, están decidiendo que mi avión no puede aterrizar en ningún aeropuerto.
¿Cómo puede el hecho de repostar combustible afectar a su moralidad? Pero lo que quieren es simplemente cortarme el acceso a la humanidad. Por eso tuve que irme de India. Sus condiciones estaban muy claras: querían que me quedara en India, naturalmente no me lo pueden negar, es mi país de nacimiento. «Puedes quedarte», dijeron, «pero no podemos permitir que ningún discípulo extranjero, ni ningún medio de comunicación llegue hasta ti.»
Esa era la forma de separarme del mundo, de mi gente, incluso de los medios de comunicación, para que nadie supiera si estoy vivo o muerto. Era una estrategia para hacer como si estuviera muerto aunque esté vivo; cortarme la comunicación con todo el mundo.
Me negué a sus condiciones. Nunca he vivido bajo ninguna condición y menos bajo unas condiciones tan espantosas. Salí de India y fui a Nepal, porque es el único país al que puedo viajar sin visado; por otra parte, el Gobierno indio había alertado a todas las embajadas para que no me concedieran visado y así no pudiera salir de India. Existe un tratado con Nepal por el que no se necesita visado.
Pero Nepal es un país pequeño y muy pobre -el más pobre- y está sometido a una gran presión por parte de India... India puede invadirlo en cualquier momento. No tiene un ejército que merezca ese nombre.
Cuando fuentes fiables me dejaron totalmente claro que obligarían al Gobierno nepalí a arrestarme o a devolverme a India. Tuve que salir de Nepal.
No supone ninguna diferencia para mi ser.
Pero supone una gran diferencia en mi actitud hacia la sociedad en que vivimos. Es absolutamente horrible, bárbara, inculta, incivilizada.
Por eso he dicho: «Mucho, y nada.»
Amado Osho,
La historia que nos has contado de cuando Mahavira iba mendigando me ha resultado muy extraña. El hecho de que estipulara cómo tenía la existencia que ofrecerle su alimento diario me parece más un falso viaje que la actitud de alguien que está totalmente disponible a -y acepta- los caminos de la vida. Probablemente he malinterpretado todo este tema.
Tú nos has dicho que no tenemos que apresuramos en nuestra búsqueda; pero a tu alrededor siempre siento la sensación de lo precioso que es el tiempo, por eso quiero sacarle el máximo partido. Y para mí eso significa plantear todas las preguntas que antes habría retenido por temor a parecer un estúpido. Realmente quiero estar frente a ti «desnudo, vacío y solo.»
La historia de Mahavira siempre ha sido malinterpretada -no sólo por ti-, porque entendemos las cosas según nuestra mente. Si tú estuvieras en el lugar de Mahavira, quizá eso sería poner condiciones a la existencia, pero para Mahavira no era así; no era estipular la existencia.
En cuanto a Mahavira, él sólo quiere una señal de la existencia; saber si tiene que seguir adelante o si ya no es necesario. Él nunca se queja. A veces ha ayunado durante tres meses seguidos, pero sin una palabra de queja.
Si estuviera estipulando entonces se sentiría frustrado, se quejaría. Si estuviera tratando de manipular la existencia, entonces tendría una sensación de fracaso. No ha tomado nada durante tres meses, pero no se queja. Era uno de los seres más pacíficos, más amorosos y silenciosos.
¿Por qué tomó esta decisión? Simplemente para no ser una carga para la existencia. Que la existencia decida. Él no está imponiendo condiciones a la existencia; está permitiendo que la existencia se encargue totalmente de su vida, incluso de su respiración, de su alimento. Está dejándolo todo en manos de la existencia.
¿Pero cómo va a saberlo? Entre tú y la existencia no hay comunicación lingüística; sólo puede haber una comunicación simbólica, y lo que hacía no era más que una comunicación simbólica. Él quería un símbolo.
Hay que recordar una cosa, que esta gente como Mahavira, Parsunatha, Buda, son seres únicos. Tienes sus propias formas de hacer las cosas que encajan perfectamente con su personalidad.
Yo nunca haría algo así. Yo soy una persona totalmente diferente, pero no malinterpreto a Mahavira. Acepto su unicidad, y respeto su forma de vivir la vida, sin ninguna demanda. Lo que él hacía no era una demanda -no se trataba de que la existencia cumpliera una condición-, era simplemente un acuerdo: «Como no podemos hablar, elegiré cierto símbolo, y después depende de la existencia». Se está rindiendo tan totalmente en manos de la existencia que no quiere ni tomar una respiración por sí mismo.
Pero yo soy una persona completamente diferente, soy casi lo contrario de Mahavira. Yo nunca pediría algo así a la existencia. Mi forma de actuar es soltar y a continuación, ¿para qué preocuparme? Déjaselo a la existencia de una vez por todas y cuando la existencia ya no te necesite, serás absorbido por el Universo. No hace falta preguntarlo una y otra vez, cada día; llega a ser molesto. Yo la hice de una vez por todas. No lo haré dos veces porque eso significaría que la primera vez no fui total; pero como no es así, ¿quién lo estaría haciendo esta segunda vez?
Soltar es algo que sólo se puede hacer una vez.
Cuando era niño solíamos tener muchas preguntas y acertijos, y solíamos planteárselas a un profesor que era un poco tonto y se ponía muy nervioso.
Por ejemplo, solíamos preguntarle: «Un hombre intentó suicidarse cuatro veces. ¿Puede decirnos en cual de ellas tuvo éxito? En la primera vez, en la segunda... ¿Qué vez tuvo éxito?».
Y se ponía a pensar en ello. Decía: «¿Cómo voy a saberlo?» ¡Si el hombre lo consigue, la última vez es en realidad la primera!
Tal como yo lo entiendo, basta con soltar una vez. Si tienes que volver a hacerlo, eso significa que la primera vez..., ¿a quién estabas engañando? ¿Y que garantía hay de que la segunda vez no sea como la primera?
Soltar es una comprensión.
No es algo que tengas que hacer.
No es algo que tengas que decirle a la existencia; simplemente es una comprensión: «No nadaré contra corriente porque eso sencillamente es estúpido.» Te cansarás muy pronto, nunca puedes vencer a la corriente. Cuando entiendes esto, aceptas que el camino de la corriente es tu camino.
Eso es soltar.
Pero no hace falta que mires cada día a dónde te lleva el río; simplemente vas con él. Algún día, cualquier día, puedes llegar al océano y desaparecer.
Por eso no sugeriré a nadie que haga lo que hacía Mahavira, porque Mahavira tiene su propio ser que es único.
Su verdadero nombre no era Mahavira; Mahavira significa «gran guerrero». Su verdadero nombre era Vardhmana, pero nadie lo recuerda por la simple razón de que su planteamiento es el de un guerrero, el de un luchador. Está en una lucha constante incluso con la existencia. Está diciendo: «Sólo puedo vivir si se me da la bienvenida. No quiero vivir ni un minuto más si no se me da la bienvenida.»
En lo profundo estaba luchando, pero su lucha tiene una belleza peculiar. Era total en ella, esa es su belleza. No era una guerra parcial, era una guerra total. Y el secreto es que cualquier cosa total te transforma; tu soltar, si es total, te transformará; tu lucha, si es total, te transformará.
Lo que transforma no es luchar ni soltar, sino tu totalidad.
Incluso hoy en día hay monjes seguidores de Mahavira que hacen lo mismo que él. No quedan muchos porque, en cuanto Mahavira murió, hubo una división entre sus seguidores. Había gente que no estaba preparada para semejante lucha, y esa es la división que tienen muchos monjes. Han transigido en muchas cosas en las que Mahavira no transigía. Por ejemplo, van vestidos; Mahavira iba desnudo. Esta gente se queda en su casa; Mahavira nunca estaba bajo techo. Lloviera, hiciera frío o calor, siempre estaba debajo de un árbol. Por eso la gente que quería transigir no podía hacerlo mientras él estaba vivo. Era un hombre tremendamente poderoso. Pero el día que murió, sus seguidores se dividieron.
Por eso los ortodoxos que aún siguen a Mahavira... Sólo son veintidós, eran veintidós cuando yo estaba en India; algunos pueden haber muerto, porque todos eran ancianos. Y cuando un monje muere, es muy difícil reemplazarlo.
Los otros, los que transigieron, casi tienen cinco mil monjes y siguen creciendo. Y siguen transigiendo.
Primero empezaron a utilizar vestidos; después comenzaron a quedarse en las casas de la gente. Ahora incluso viajan en avión. Mahavira caminó toda su vida, nunca utilizó ningún vehículo. He visto a estos transigentes esconder pasta de dientes; Mahavira nunca se lavó los dientes.
Conozco a esos monjes y en cuanto pueden, toman una ducha. Mahavira nunca se duchaba a menos que lloviera y se encontrara debajo de un árbol. Estuve con un monje, en el lugar donde residía... se mostró muy amigable conmigo y no le preocupaba que le delatara.
Me dijo: «¿Qué quieres tomar? ¿Fanta o Coca-cola?» Yo le dije: «¿Qué estás diciendo?».
Y él respondió: «¡No se lo digas a nadie!» Abrió el armario y tenía escondidas latas de Coca-cola y de Fanta. La transigencia no conoce límites. ¿Pero que hay de malo en ello? Son bebidas absolutamente no violentas, puedes tomarlas.
Pero los seguidores de Mahavira son cada vez menos y cuando uno muere no le reemplazan. Incluso ellos han transigido de manera soterrada. Es muy difícil ser exactamente como Mahavira; esto es lo que digo, seguir a otro es imposible.
Estos monjes, después de su meditación matinal, también se proponen una condición que debe satisfacerse. Pero las condiciones están muy limitadas -son seis u ocho- y todo el mundo las conoce, y por eso cuando están en una ciudad van a todas las casas de los jainas, que son las que cumplen las condiciones. Y las condiciones que eligen son muy simples.
Por ejemplo, si hay dos plátanos colgando en la puerta de la casa, aceptan alimento. Y eso es algo que se sabe, por eso los jainas cuelgan en las puertas de sus casas dos plátanos; entonces los monjes vienen y aceptan el alimento porque la condición se ha cumplido. Sólo se ponen este tipo de pequeñas condiciones que ya se saben y que deben haber sido dadas a conocer por los propios monjes.
Sólo pueden recibir alimento de una familia jaina y por eso es sorprendente que hayan renunciado a su familia, una familia, pero cuando se mueven... Y se mueven constantemente. No pueden quedarse más de tres días en el mismo lugar, porque según entendía Mahavira, y yo creo que tenía razón, después de tres días surge algún tipo de apego.
Por ejemplo, el primer día que llegas a un lugar, el lugar no te encaja. Quizá no duermas bien, quizá sientas cierta tensión por dentro. Pero después del tercer día las cosas comienzan a asentarse; y después de veintiún días te acostumbras al lugar, es como si hubieras nacido en él.
Se necesita cierto tiempo para adaptarse, por eso Mahavira no permitía más de tres días. En India hay muy pocos jainas, por eso hay muchos, muchísimos lugares donde no hay jainas; entonces, ¿qué hacen los monjes? Hay veinte familias que les siguen con sus autobuses, sus coches y sus tiendas, y donde no hay familias jainas hacen un pequeño campamento con sus tiendas, cuelgan plátanos... y las ocho condiciones conocidas se cumplen. Cada familia prepara comida -y como el monje tiene que cumplir una condición de las ocho- consigue su alimento.
Formalmente es un seguidor de Mahavira, pero eso no es lo que Mahavira hacía. Es algo completamente diferente. Él nunca transigía, no era un hombre que se abandonase, era un guerrero.
Según él, la verdad tiene que ser conquistada y para ello tienes que luchar con totalidad. Y la historia que os he contado es parte de esta lucha. Toda su vida es una vía de guerrero.
Os voy a contar otra historia.
Se quedó doce años en silencio, hasta que se iluminó. Aquellos doce años estuvieron llenos de incidentes. Un día, mientras meditaba... -y su meditación tampoco seguía la vía de la relajación. Normalmente, en Oriente, se medita en la posición de loto porque es la posición que permite más relajación psicológica una vez que la aprendes; se tiene la columna recta y el tirón gravitacional es mínimo, eso hace que el cuerpo cuelgue de la columna como si fuera una ropa suelta.
Mahavira meditaba de pie. En esta misma actitud se comprueba que era un guerrero. Hay gente que medita con los ojos cerrados, es más relajante. También hay gente que medita con los ojos abiertos y parpadea de manera natural. Eso tampoco es una lucha. Mahavira meditaba con los ojos medio abiertos y medio cerrados, y no parpadeaba.
A lo largo de aquellos doce años, en una ocasión se encontraba meditando de pie junto a un río y en eso llegó un hombre que le dijo: «Como estás aquí de pie, cuida de mis vacas. Yo me voy, tengo que irme urgentemente a casa; mi madre está enferma y han venido a avisarme de que se está muriendo. Volveré pronto, pero entre tanto... tú sueles estar aquí de pie todo el día: simplemente vigila mis vacas para que no se pierdan en la jungla.»
Y Mahavira, como no podía hablar, se quedó en silencio. Y el hombre tenía tanta prisa, su madre se estaba muriendo, no le importó que no le respondiera. Simplemente interpretó su silencio como un sí.
Cuando volvió después de una o dos horas, Mahavira seguía de pie en el mismo sitio, pero todas las vacas habían desaparecido. El hombre se puso furioso. Y dijo: «Pareces un tipo artero. Has estado aquí todo el día de pie cuidando de mis vacas. ¿Dónde están?».
Y como no le respondía, el hombre se iba poniendo cada vez más furioso: «¡Estás intentando hacerme el tonto! ¡Yo te voy a hacer hablar!». Tomó dos piezas de madera, se las metió a Mahavira por las orejas y las golpeó muy fuerte con una piedra, dejándole sordo para toda la vida. Pero él seguía sin hablar y sin pestañear.
El hombre pensó: «Parece que está loco. Cualquier otro habría hablado...». Y se fue a buscar sus vacas por el bosque. Por la noche las vacas volvieron, y cuando el hombre regresó, las vio sentadas alrededor de Mahavira tal como las había dejado al irse la primera vez.
El dijo: «¡Hay que ver como eres! ¡Te he destrozado los oídos y no has hablado! iHe estado buscando por todo el bosque y las vacas están aquí! ¿Dónde las habías escondido?». Y le pegó. Mahavira estaba desnudo y seguía allí de pie.
El hombre pensó que estaba realmente loco, ni siquiera pegarle le causaba efecto... no le podía hacer nada, no iba a reaccionar. Eso es el silencio total: ocurra lo que ocurra, él seguirá centrado y sin reaccionar. No es sólo cuestión de no hablar.
La historia es muy hermosa. Hasta este punto es real, pero tiene un final mitológico. En India hay muchos dioses. India no cree en un solo dios, creer en un sólo dios sería como creer en un dictador; no sería democrático. India cree en muchos dioses, de hecho, en treinta y tres millones de dioses. Esa era la población de la India cuando se inventaron los dioses: un dios para cada uno. Eso parece ser lo justo y lo correcto.
Entonces Indra, uno de los dioses, se sintió terriblemente dolido y molesto por lo que le había ocurrido a Mahavira, un hombre silencioso que no había hecho nada. Las vacas se habían ido, habían vuelto y él era completamente inocente.
Indra vino -y como los dioses pueden hablar sin palabras- le dijo a Mahavira: «Puedo darte dos dioses para que sean tus guardaespaldas, porque lo que ha ocurrido es impensable, ¡increíble! No debería haber ocurrido.» Aunque no hables a los dioses, ellos pueden leerte el pensamiento.
Indra leyó el pensamiento de Mahavira: «Déjame en paz. No quiero la ayuda de nadie; quiero luchar solo. No quiero tener deudas con nadie, perdóname. Pase lo que pase, voy a luchar esta guerra solo hasta conseguir la victoria.»
Esta victoria le sonará extraña a cualquiera que haya oído hablar de abandonarse, de rendirse a la existencia. Pero éste es un buen lugar para recordaros: sed compasivos con los demás, con sus peculiaridades. Esto no significa que tengáis que seguir su camino; simplemente me refiero a comprender en profundidad que las personas son únicas; y si las personas son únicas, sus vías de actuación también lo serán. A veces caminos opuestos llevan al mismo objetivo.
Es muy fácil malinterpretar, pero me gustaría que entendieseis distintos caminos, distinta gente, diferentes unicidades. Os ayudará a ampliar vuestro corazón, vuestra compasión, vuestra comprensión. Y sigáis el camino que sigáis, será una buena ayuda.
Esto es amplitud: la capacidad de contener las contradicciones.
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