Capítulo 4
Lúdicamente, desaparece
Amado Osho,
A menudo, cuando estoy profundamente relajado, surge en mí un hondo sentimiento de morir. En esos momentos me siento parte del cosmos todo y quiero desaparecer en él. Por un lado, es un sentimiento muy hermoso, y me siento muy agradecido por él. Por otro lado, desconfío de él: si mi deseo de morir es tan fuerte, quizá no me haya dicho «sí» a mí mismo, a mi ser. ¿Es un deseo suicida?
No es un deseo suicida. Un aspecto básico del suicidio es que sólo surge en gente que se apega mucho a la vida. Y cuando fracasan en el apego, su mente se traslada al polo opuesto. La mente funciona con alternativas, una cosa o la otra: o lo quiere todo o no quiere nada. El deseo de vivir no puede satisfacerse completamente porque la vida en sí es algo temporal; tiene que acabar en algún momento, de la misma forma que comenzó un día en un momento dado. No puede haber una línea que sólo tenga un principio; en uno u otro lugar tiene que acabar.
La gente que se suicida no está en contra de la vida, sólo lo parece. Quieren la vida en su totalidad, quiere abrazarla entera, y cuando fracasan -y van a fracasar-, impulsados por la frustración comienzan a pensar en la muerte. Entonces el suicidio es la única alternativa. No se quedarán satisfechos con cualquier cosa que les dé la vida; quieren más y más y más.
La vida es corta y los deseos de tener cada vez más son infinitos, por eso el fracaso está garantizado. Antes o después llegará el momento en el que se sentirán timados por la vida. Nadie les está timando; son ellos los que se timan a sí mismos. Han estado pidiendo demasiado y no han dejado de pedir, pero no han dado nada, ni siquiera las gracias. Están enfadados, rabiosos, y la revancha mueve el péndulo de la mente hacia el otro lado; allí no saben de quién vengarse. Y se matan a sí mismos porque la venganza no destruye la vida, no destruye la existencia.
Así, esta experiencia no tiene la misma naturaleza que el suicidio. Es algo muy similar, pero a un nivel muy diferente y desde una dimensión distinta. Cuando estás relajado, cuando no hay tensión en ti, cuando no hay deseo, cuando la mente está tan silenciosa como un lago sin ondulaciones, surge en ti un profundo sentimiento de desaparecer en ese momento, porque la vida no te ha dado nada mejor que ese momento. Ha habido momentos de felicidad, de placer, pero esto está mucho más allá del placer y de la felicidad; es pura dicha.
Volver de este estado es muy difícil. Uno quiere profundizar más, y puede ver que profundizar más significa desaparecer. La mayoría de uno ya ha desaparecido en la relajación, en el silencio, en la ausencia de deseo. La mayoría de la personalidad ya ha desaparecido, sólo queda un pequeño hilo del ego. Y a uno le gustaría saltar de ese círculo del ego, porque si relajarse dentro del ego produce tanta bendición, uno no sabe cuál puede ser el resultado de disolverse completamente de forma que pueda decir: «Yo no soy y la existencia es.»
Esto no es un instinto suicida. Esto es lo que significa liberación espiritual: es liberación del ego, del deseo, incluso del deseo de vivir. Es la liberación total, es la libertad absoluta.
Pero en esta situación la pregunta surgirá en cada uno. La pregunta no surge de tu inteligencia, sino de tu cobardía. En realidad quieres una excusa para no disolverte, para no evaporarte en el infinito. La mente te propone inmediatamente la idea de que esto es un suicidio: «No te suicides. El suicidio es pecado, es un delito. ¡Regresa!» Y comienzas a regresar. Pero regresar significa volver a estar tenso, volver a estar lleno de ansiedades, lleno de deseos. Otra vez todo el trágico drama de la vida... Es tu miedo a la disolución total. Pero no quieres aceptar que es un miedo, por eso le das un nombre condenatorio: suicidio. No tiene nada que ver con el suicidio; en realidad es entrar más profundamente en la vida.
La vida tiene dos dimensiones. Una es la horizontal, en la que todos estáis viviendo, en la que todos pedís cada vez más, y más, y más. No es una cuestión de cantidad porque ninguna cantidad os va a satisfacer. La línea horizontal es una línea cuantitativa. Puedes prolongarla indefinida¬mente. Es como el horizonte, a medida que avanzas, el horizonte retrocede. La distancia entre tú y tu objetivo de más y más, el objetivo de tu deseo, sigue siendo exactamente la misma. Te pasaba lo mismo cuando eras niño, cuando eras joven, y te sigue pasando lo mismo ahora que eres mayor. Seguirá igual hasta tu último suspiro.
La línea horizontal no es más que una ilusión. El horizonte no existe, sólo es una apariencia: allí, a unos kilómetros de distancia, el cielo y la Tierra se juntan. No se juntan en ninguna parte. Y del horizonte sale la línea horizontal; no tiene fin porque el objetivo es ilusorio, no puedes hacerlo realidad. Y tu paciencia es limitada, la duración de tu vida es limitada. Un día te das cuenta de que todo parece inútil, sin sentido: «Estoy esforzándome y torturándome innecesariamente, no llego a ninguna parte.» Entonces surge en ti el polo opuesto: destruirte. No merece la pena vivir porque la vida promete, pero no cumple sus promesas.
Pero la vida tiene otra línea, la vertical. La línea vertical se mueve en otra dirección completamente diferente. En una experiencia del tipo que has descrito, giras tu rostro por un momento hacia la vertical.
No estás pidiendo, por eso se te da.
No estás deseando, por eso tienes tantas cosas a tu disposición. No tienes ningún objetivo, por eso estás tan cerca de él.
Como no hay deseo, ni objetivo, ni pregunta, ni petición, no sientes ninguna tensión; estás completamente relajado.
En este estado de relajación uno se encuentra con la existencia. El miedo surge en el momento en que vas a disolver lo último de ti, porque después la situación será irrevocable; no podrás volver.
He contado muchas veces un poema precioso de Rabindranath Tagore. El poeta ha estado buscando a Dios durante millones de vidas. A veces le ha visto, muy lejos, cerca de una estrella, y partía hacia allí; pero para cuando llegaba a la estrella, Dios ya se había ido a otra parte. Pero siguió buscando y buscando, estaba determinado a encontrar el hogar de Dios, y la sorpresa de sorpresas fue que un día llegó a una casa en cuya puerta se leía: «La Casa de Dios.»
Puedes entender el éxtasis que sintió, su alegría. Subió corriendo por las escaleras y en el momento en que iba a llamar a la puerta, de repente, su mano se quedó congelada. Le vino una idea a la cabeza: «Si resulta que ésta es verdaderamente la casa de Dios, entonces se acabó, mi búsqueda se ha terminado. Me he identificado totalmente con mi búsqueda, no sé hacer nada más. Si la puerta se abre y me encuentro frente a Dios, se acabó, la búsqueda habrá terminado. ¿Entonces qué? Me queda por delante una eternidad de aburrimiento, sin diversión, sin descubrimientos, sin nuevos desafíos, porque no puede haber un desafío mayor que Dios.»
Empezó a temblar de miedo, se quitó los zapatos y volvió a bajar los bellos escalones de mármol. Se quitó los zapatos para no hacer ruido, porque temía que si hacía el menor ruido en la escalera..., Dios podría abrir la puerta aunque él no hubiera llamado. A continuación salió disparado, corriendo más deprisa que nunca. Antes pensaba que había estado corriendo todo lo rápido que podía detrás de Dios, pero ese momento, de repente, encontró una energía de la que no disponía anteriormente. Corrió como nunca, sin mirar atrás.
El poema acaba: «Sigo buscando a Dios. Sé donde está su casa, por eso la evito y busco por otros lugares. Es muy divertido, es un gran desafío, y mientras busco, sigo existiendo. Dios es un peligro; yo sería aniquilado. Pero ahora ni siquiera temo a Dios, porque sé dónde vive. Por eso, aparte de en su casa, lo busco por todo el Universo. Y en lo profundo sé que no busco a Dios; la búsqueda es para nutrir mi ego.»
Yo sitúo a Rabindranath Tagore entre los grandes hombres religiosos de nuestro siglo, aunque no se le suele vincular con la religión. Pero sólo un hombre con mucha experiencia religiosa puede escribir este poema. No es poesía ordinaria, contiene una gran verdad. Y esto es lo que plantea tu pregunta. Relajado, llega un momento en el que crees que vas a desaparecer y entonces piensas: «quizá esto sea un instinto suicida», y vuelves a tu viejo mundo miserable. Pero el viejo mundo miserable tiene una cosa: protege tu ego, te permite ser.
Esto es lo extraño de la situación: la dicha no permite un tú; tú tienes que desaparecer. Por eso no se ven muchas personas dichosas en el mundo. Las desgracias nutren al ego y por eso se ve tanta gente desgraciada en el mundo. El punto básico y central es el ego.
Por eso no has llegado a un punto de suicidio. Has llegado a un punto de nirvana, de cesación, de desaparición, de apagar la vela. Ésta es la experiencia definitiva. Si reúnes el coraje necesario, sólo un paso más... La existencia sólo está a un paso de distancia.
No escuches la basura mental que te dice que es un suicidio. No estás bebiendo veneno, ni colgándote de un árbol, ni estás disparándote con un revólver, ¿de qué suicidio hablas? Simplemente te estás haciendo cada vez más y más tenue y llega un momento en el que eres tan tenue y estás tan extendido por toda la existencia que no puedes decir que eres, pero puedes decir que la existencia es.
A esto se le llama iluminación, no suicidio.
A esto le llamamos realizar la verdad última. Pero tienes que pagar el precio. Y el precio no es otro que el de soltar tu ego. Por eso, cuando llegue ese momento, no dudes. Lúdicamente, desaparece... con una gran risa, desaparece; con canciones en los labios, desaparece. No soy un teó¬rico, no hablo de filosofía. Yo he llegado muchas veces a esa línea y me he vuelto atrás. Yo también he encontrado muchas veces la casa de Dios y no he podido llamar a la puerta. Jesús tiene algunos dichos. Uno de ellos es: «Llama y se os abrirá.» Si esta frase tiene un sentido, es el que te estoy indicando ahora.
Así, cuando llegue ese momento, alégrate y fúndete. Es humano, y comprensible, que tengas que volver muchas veces. Pero todas esas veces no cuentan. En una de esas ocasiones, reúne todo el coraje y salta.
Serás, pero de una manera tan nueva que ya no podrás conectar con lo viejo. Habrá una discontinuidad. Lo viejo era tan pequeño, tan reducido, tan mezquino, y lo nuevo es tan vasto. Has pasado de ser una pequeña gota de rocío a convertirte en el océano. Pero hasta la gota de rocío que cae de la hoja del loto tiembla un momento, intenta quedarse colgada un poco más, porque puede ver el océano... y una vez que cae de la hoja, desaparece. Sí, de alguna forma ya no es; ha desaparecido como gota de rocío. Pero no es una pérdida. Ahora es oceánica.
Y todos los demás océanos son limitados.
El océano de la existencia es ilimitado.
Amado Osho,
Cuando cierro los ojos suelo escuchar el sonido de una campanilla que suena dentro de mí.
Por favor, ¿puedes hablarnos de la escucha, la meditación, el sonido y el silencio?
Es posible que el hecho de oír una campanilla dentro de ti cuando entras en meditación esté relacionado con tus vidas pasadas, en particular como tibetano, porque durante siglos el condicionamiento mental en Tíbet ha sido éste: cuando entras en meditación, oyes campanillas. Y si un condicionamiento se prolonga durante demasiado tiempo, se transmite a las vidas futuras.
Pero oír una campanilla no es meditación, sólo es un condicionamiento. Cuando empiezas a entrar en un silencio total, en el que no suena ninguna campana, entonces empieza la meditación. La campanilla suena en la mente y la meditación es un estado de no-mente. Ni pequeña ni grande, allí no puede sonar ninguna campana; hay un silencio total.
Pero muchas religiones, particularmente las orientales... y la más notable por el uso de las campanillas es la tibetana. Es una técnica significativa, pero peligrosa, como lo son todas: puedes acabar apegándote a la técnica. Cuando escuchas una campanilla durante horas tiene un efecto hipnótico sobre tu mente. El pensamiento se detendrá, sólo la campana seguirá sonando. Y aunque se haya detenido en la realidad, seguirá sonando en tu mente. La idea que subyace a la técnica es que, poco a poco, el sonido de la campana desaparecerá en el silencio. Si ocurre así, muy bien. Pero lo más probable es que te apegues al sonido de la campana. Da mucha paz, te dará un gran sentimiento de bienestar porque la mente no estará pensando; no puede hacer dos cosas a la vez.
Esto no sólo ocurre con la campana, en realidad puede usarse cualquier cosa. Lord Tennyson, el gran poeta, se sentía avergonzado de reconocer en su autobiografía que desde niño, sin saber cómo -quizá por dormir en una habitación separada desde que era muy pequeño-, tenía miedo de la oscuridad. Entonces, para sentir que no estaba solo, comenzó a repetir su propio nombre: «Tennyson, Tennyson...». Al repetir su nombre se olvidaba de la oscuridad, de los fantasmas y de todas las cria-turas que la humanidad se ha inventado para torturar a los niños. Solía repetir unas cuantas veces: «Tennyson, Tennyson, Tennyson...», y se quedaba en silencio, cayendo profundamente dormido.
Más adelante, según fue creciendo, esto se convirtió en una práctica habitual. Sin ella no podía dormir, se convirtió en un ritual necesario. Además, comenzó a proporcionarle nuevas comprensiones: no sólo le ayudaba a dormir, sino que cuando repetía su nombre se sentía en paz, en silencio; de alguna forma era más que el cuerpo, se hacía inmaterial. Cuando oyó hablar de la meditación... se dio cuenta de que ya había desarrollado una técnica durante toda su vida. La probó como técnica de meditación y funcionó. De la misma manera que le inducía un profundo sueño, también le podía inducir una profunda relajación, una gran paz.
Por tanto, no es cuestión de qué mantra, qué canto, qué nombre de Dios, o simplemente el sonido de una campana... todo eso no importa. Lo que importa es que te concentres en una sola cosa y que la mente esté tan llena de esa cosa que todos los demás pensamientos se detengan. Y repetir cualquier cosa durante mucho tiempo te va a producir un cierto estado de hipnosis.
Hace unos días Anando me trajo un recorte de prensa. El hombre que lo había escrito era auténtico... pero estaba confuso, no podía entender lo que estaba ocurriendo. Me había escuchado -había venido como periodista, a informar y nunca había oído unos discursos tan largos sobre temas que le eran desconocidos. Por eso dijo de mí: «Lo sorprendente, es que Osho habla muy despacio, con silencios, a veces con los ojos cerrados, y otras veces te mira de manera muy intensa. Habla durante tanto tiempo que uno se siente aburrido, pero lo extraño es que después de ese aburrimiento uno siente una profunda paz, un silencio; lo que es extraño porque normalmente cuando uno está aburrido se siente frustrado, enfadado.»
Él había observado muy bien su propia mente... uno siente cierta serenidad, silencio, paz, y finalmente parece que ha ocurrido un cierto tipo de hipnosis: «Quizá ese sea el método de Osho, hablar despacio, hablar con silencios, para que uno empiece a aburrirse. Pero de ese abu¬rrimiento surge la serenidad.»
Le resultaba extraño -como le resulta extraño a la psicología occidental- que el aburrimiento usado de manera correcta produzca serenidad, paz y un estado hipnótico. Y la hipnosis es saludable. No es meditación, pero de alguna forma la refleja. Es como la luna reflejada en el agua; no es la luna, pero al menos es su reflejo.
Por eso todas las religiones -en particular en Oriente, pero también en Occidente- han utilizado técnicas muy similares. Un monje budista en el Tíbet, en el silencio de los Himalayas, hace sonar la campana durante horas... ningún otro sonido -todo el Universo que le rodea está silencioso-, el único sonido es el de la campana. Naturalmente su mente comienza a aburrirse, empieza a perder interés. No hay nada excitante, sólo es algo repetitivo, pero esa es la cuestión: si se puede detener la campana -y hay que detenerla- la mente seguirá escuchándola un rato más.
El monje se ha acostumbrado tanto a ella que la sigue escuchando. Y el sonido de la campana recede, se hace más tenue, se hace distante, más distante, la mente se queda en cierto silencio. Este silencio puede hipnotizarte... llamamos hipnosis al sueño que creamos deliberadamente. La hipnosis es más profunda que el sueño ordinario, más sana que el sueño ordinario; te rejuvenece en unos minutos, mientras el sueño ordinario necesita ocho horas para conseguirlo. Las cosas pueden seguir esta línea, pero eso no es meditación.
La otra línea es... escuchar la campana dentro de ti; a medida que se va alejando más y más, tienes que estar cada vez más alerta para poder seguir escuchándola.
Ahora, para escucharla, tienes que estar más consciente. Al principio eras inconsciente y la escuchabas; ahora se aleja y tienes que estar muy alerta, ser muy consciente. Y llega un momento en que desaparece el sonido... tienes que ser perfectamente consciente. Has tomado una ruta diferente.
Este estado de consciencia es meditación.
Yo no estoy en contra de la hipnosis; de lo que estoy en contra es…; la hipnosis no debe ser confundida con la meditación. La hipnosis es de la mente, y es buena para la mente y buena para el cuerpo. La meditación no es del cuerpo ni de la mente, sino que pertenece a una tercera parte de ti: a tu ser.
Es buena para tu ser, es el alimento de tu ser.
Es muy posible que si mientras estás sentado en meditación empiezas a oír campanas, hayas practicado esta técnica en tus vidas pasadas. No suelo hablar de las vidas pasadas por el simple hecho de que para ti sólo serían una creencia. Pero tal como estaba planteada esta pregunta tenía que introducirlas, porque no tiene nada que ver con esta vida. Anteriormente no habías practicado meditación con sonido de campanas, entonces, ¿de dónde podía venir a tu mente? Sólo podía venir de un condicionamiento previo, y además de un condicionamiento muy profundo.
No hay nada malo en ello. Disfrútalo, pero recuerda que no has de dirigirte hacia el sueño, sino hacia más consciencia. El sueño es inconsciente; son direcciones diametralmente opuestas. Y llegado a un punto, puedes moverte en cualquier dirección. Ese momento es cuando el sonido de las campanas recede, desaparece. Entonces puedes caer dormido..., lo que es bueno, pero no es meditación y no te va a dar una experiencia espiritual. Si permaneces alerta, consciente, el sonido desaparece; sólo queda el silencio.
Consciencia y silencio juntos, de eso trata la meditación.
Amado Osho,
Una vez hice un dibujo de un flor abriéndose. La flor era simple y
muy hermosa; el capullo se estaba abriendo, liberando una pequeña luz, y las hojas eran fuertes y saludables. Pero las raíces estaban subdesarrolladas y eran débiles, como si no le pertenecieran en absoluto. Esta imagen me simboliza y siento por ella un profundo apego. Pero las raíces me preocupan mucho porque contradicen la promesa del florecimiento.
Tengo muchas preguntas respecto a esta imagen, pero me sentiría muy feliz con que me respondieras de alguna forma.
Esta situación no tiene que ver únicamente contigo. Es la situación de casi todos los seres humanos: sus raíces son débiles, y sin raíces fuertes, la promesa de un florecer saludable es imposible para miles de flores. ¿Por qué son débiles las raíces? Porque se las mantiene así.
En Japón hay árboles que tienen quinientos, seiscientos años, y sólo miden veinte centímetros de altura. Se considera un arte. Para mí sencillamente es un crimen. Los jardineros han estado manteniendo la situación de esos árboles durante generaciones.
Ahora bien, un árbol de quinientos años... Puedes ver que las ramas son viejas, aunque sean pequeñas; es un hombrecito muy pequeño, pero se puede ver la vejez en las hojas, en el tronco, en las ramas. Y la estrategia que utilizan es ésta: plantan un árbol en un tiesto desfondado y le van cortando las raíces. Cuando las raíces salen y tratan de llegar a la tierra, las cortan. No tienen que hacerle nada al árbol; simplemente le van cortando las raíces. El árbol puede vivir durante miles de años, pero nunca florece, nunca llega a dar fruto.
Se ha hecho lo mismo con el ser humano en todo el mundo. Se le han cortado las raíces desde el principio, en relación a todo.
El niño tiene que ser obediente. Le estás cortando las raíces. No le estás dando la oportunidad de decirte sí o de decirte no. No le estás permitiendo pensar, no le estás permitiendo tomar una decisión propia. No le estás dando responsabilidad, le estás quitando la responsabilidad bajo la maravillosa palabra "obediencia". Le estás quitando la libertad, le estás quitando la individualidad, con una estrategia simple: insistes en que es un niño y no sabe nada. Los padres deciden y el niño tiene que ser absolutamente obediente.
El niño obediente es un niño respetado. Pero hay tantas cosas implicadas que lo estás destruyendo completamente. Se hará viejo, pero no crecerá. Se hará viejo, pero no florecerá ni tampoco dará fruto. Vivirá, pero su vida no será un baile, no será una canción, no será un dis¬frute. Has destruido la posibilidad básica de todo aquello que le convierte en un individuo, auténtico, sincero, de todo lo que le da cierta integridad.
En mi infancia... había muchos niños en mi familia. Yo tenía diez hermanos y hermanas, y después estaban los hijos de un tío, y los hijos de otro tío... y vi que ocurría esto: el que obedecía era respetado. Tuve que tomar una decisión para todo el resto de mi vida, no sólo para mi infancia mientras estaba con mi familia; si deseaba respeto, si quería ser respetable, entonces no podía florecer como individuo. Abandoné la idea de ser respetable desde la infancia.
Le dije a mi padre: «Tengo que hacer una declaración ante ti.» Cuando me dirigía a él siempre se sentía preocupado porque sabía que habría problemas. Él me dijo: «un hijo no habla así a su padre, ¿qué es eso de "tengo que hacer una declaración ante ti"?».
Pero yo continué: «Es una declaración que hago a través de ti a todo el mundo. Ahora mismo no puedo acceder a todo el mundo; para mí, tú representas el mundo. No es sólo un asunto entre padre e hijo; es un asunto entre el individuo y la colectividad, la masa. La declaración es que renuncio a la idea de ser respetable, por eso no me pidas nada en su nombre; si lo haces, haré justo lo contrario.
«No puedo ser obediente. Eso no significa que vaya a desobedecer siempre, simplemente significa que elegiré entre obedecer o desobedecer. Puedes pedirme cosas, pero la decisión será mía. Si creo que mi inteligencia apoya tu propuesta, la realizaré; pero no se trata de desobedecerte a ti, sino de obedecer a mi propia inteligencia. Si siento que algo no está bien, voy a negarme a ello. Lo siento, pero tienes que entender algo claramente: a menos que pueda decir no, mi sí no tiene ningún significado.»
¡Y eso es lo que hace la obediencia: te deja inválido, no puedes decir no, tienes que decir sí. Pero cuando una persona es incapaz de decir no, su sí no significa nada; está funcionando como una máquina. Le has convertido en un robot. Por eso le dije: «Ésta es mi declaración. Puedes estar de acuerdo o no, eso depende de ti; pero he tomado una decisión y la voy a seguir, sean cuales sean las consecuencias.»
El mundo es de tal forma que... en este mundo ser libre, tener un pensamiento propio, decidir con tu propia consciencia, actuar en consonancia con tu propia consciencia se ha vuelto casi imposible. En todas partes: en la iglesia, en el templo, en la mezquita, en la escuela, en la uni¬versidad, en la familia, en todas partes esperan que seas obediente.
Recientemente fui detenido en Creta. No me mostraron la orden de arresto. Yo les dije: «Estáis cometiendo un delito.»
Ellos me contestaron: «La tenemos, pero está en griego.»
Y yo les dije: «¿Tenéis otra orden para registrar la casa?». No tenían ninguna orden, ni siquiera habían pensado en ello. Les dije: «Vuestra orden os permitía arrestarme fuera de la casa; pero no os permite entrar dentro de ella. No sólo habéis entrado en la casa sino que Anando, mi secretaria, estaba intentando deciros: "¡Esperad! Osho está dormido, voy a despertarle. Sólo tardaré cinco minutos."». No habéis podido esperar ni esos cinco minutos.
«Habéis tirado a Anando desde el porche, a más de un metro de altura, hasta el suelo -que es de grava y piedra- y os la habéis llevado y arrestado sin la orden correspondiente. Y el único delito que había cometido era el de deciros: "Esperad. Vamos a decir a Osho que baje para que podáis mostrarle vuestros papeles."».
Cuando John me despertó, ya habían empezado a tirar piedras a las ventanas, a las puertas, intentando entrar en la casa desde todas partes. Oí ruidos tan fuertes como si tiraran bombas. Tenían bombas de dinamita y amenazaban con dinamitar la casa.
De camino hacia la estación de policía se detuvieron es un lugar silencioso y deshabitado y me dieron un papel que describía lo ocurrido y que yo debía firmar: Yo les dije: «Me gustaría firmar, pero la descripción no es verdadera. No habéis mencionado nada sobre la rotura de las ventanas y las puertas de la casa, y sobre la amenaza de dinamitarla. No habéis mencionado nada de Anando, de cómo la tirasteis al suelo, y la arrastrasteis por las piedras sin disponer de una orden de arresto. ¡No firmaré! Queréis encubrir lo ocurrido. Si firmo, no podría acudir a los tribunales porque presentaríais este papel firmado. Haced una descripción exacta y acorde con los hechos, contando todo lo ocurrido; entonces estaré dispuesto a firmar.»
Comprendieron que yo no soy una persona que pueda ser amenazada, y retiraron el papel. Y nunca me volvieron a pedir nada parecido porque no estaban en la posición de poder escribir todas las cosas que habían hecho; eso hubiera supuesto su condena inmediata. Querían enviarme a India inmediatamente, por barco, y yo me negué.
Les dije: «No me conviene lo de navegar. Me marearé y ¿quién se hará responsable de ello? Tenéis que darme un documento escrito diciendo que os hacéis responsables de mi mareo y de los daños.» ¡Se olvidaron rápidamente del barco!
Y añadí: «Mi avión está esperando en Atenas. Tenéis que trasladarme en avión a Atenas o autorizar que mi avión viaje hasta aquí. No estoy interesado en vivir en un país como éste ni dos semanas más -porque mi visado era válido para dos semanas más-, en el que el Gobierno se comporta de una forma tan primitiva, desagradable e inhumana.»
Le dije al oficial de policía: «Donde quiera que vaya, el Papa besa el suelo después de aterrizar. Yo debería empezar a escupir en el suelo, porque eso es lo que os merecéis.» El comentario con el que me respondió me ha recordado todo esto. Dijo: «Parece que desde niño nadie te ha enseñado a obedecer.»
Y yo le contesté: «Exactamente, es una observación absolutamente correcta. No estoy en contra de la obediencia, no soy desobediente, pero quiero decidir mi vida a mi manera. No quiero que nadie se inmiscuya en mi vida y tampoco quiero inmiscuirme en la vida de nadie.»
La persona sólo puede ser verdaderamente humana cuando se rige por esta regla. Pero hasta ahora la regla ha sido destruir a la persona, de forma que el resto de su vida se comporte de manera servil, se someta a todo tipo de autoridad; cortar sus raíces de manera que no tenga suficiente chispa para luchar por la libertad, para luchar por la individualidad, para luchar por nada. Entonces la persona sólo tiene un poco de vida que le permite sobrevivir hasta que la muerte le libera de la esclavitud que ha aceptado como vida. Los niños son esclavos de sus padres; las esposas son esclavas, los maridos son esclavos, los ancianos se convierten en esclavos de los jóvenes que tienen todo el poder. Si te fijas, todo el mundo vive en la esclavitud, ocultando sus heridas detrás de bellas palabras.
Por eso, ese dibujo tuyo de una flor con pétalos maravillosos y un aura luminosa, pero con las raíces muy débiles... sientes que te describe; en realidad describe a todos los seres humanos.
Las raíces sólo pueden ser fuertes si dejamos de hacer lo que hemos estado haciendo hasta ahora y hacemos exactamente lo opuesto. Cada niño debería tener la oportunidad de pensar. Deberíamos ayudarle a agudizar su inteligencia. Deberíamos ayudarle proponiéndole situacio¬nes y dándole oportunidades de decidir por sí mismo. Deberíamos partir del principio de no forzar a nadie a ser obediente, y de enseñar a todo el mundo la belleza y la grandeza de la libertad. Entonces las raíces serían fuertes.
Pero cuando hasta Dios ha estado cortando las raíces de sus hijos por no ser obedientes. Su desobediencia se convirtió en el pecado más grande, un pecado tal que después de que hayan pasado cientos de generaciones, el pecado continúa; no lo habéis cometido pero estáis en la línea de cientos de generaciones. Alguien desobedeció a Dios al principio y Dios se pone tan furioso que no sólo castiga a Adán y Eva, sino a todas las generaciones futuras, para siempre.
Éstas son las religiones que han hecho vivir al ser humano sin florecimiento y sin fragancia; en realidad cada individuo tiene la capacidad de ser un Sócrates, de ser un Pitágoras, de ser un Heráclito, de ser un Gautama Buda, de ser un Chuang Tzu. Cada individuo tiene el potencial, pero este potencial no es alimentado suficientemente. Sigue siendo un potencial... hasta que el hombre muere, con lo que nunca llega a realizarse.
Todo mi planteamiento y mis esfuerzos están dirigidos a dar a cada individuo oportunidades de desarrollar su potencial, sea el que sea. Nadie debería malgastar su vida, nadie tiene derecho a hacerlo. Y entonces podremos tener un mundo que sea verdaderamente un jardín de seres humanos. Ahora mismo vivimos en el infierno.
Lúdicamente, desaparece
Amado Osho,
A menudo, cuando estoy profundamente relajado, surge en mí un hondo sentimiento de morir. En esos momentos me siento parte del cosmos todo y quiero desaparecer en él. Por un lado, es un sentimiento muy hermoso, y me siento muy agradecido por él. Por otro lado, desconfío de él: si mi deseo de morir es tan fuerte, quizá no me haya dicho «sí» a mí mismo, a mi ser. ¿Es un deseo suicida?
No es un deseo suicida. Un aspecto básico del suicidio es que sólo surge en gente que se apega mucho a la vida. Y cuando fracasan en el apego, su mente se traslada al polo opuesto. La mente funciona con alternativas, una cosa o la otra: o lo quiere todo o no quiere nada. El deseo de vivir no puede satisfacerse completamente porque la vida en sí es algo temporal; tiene que acabar en algún momento, de la misma forma que comenzó un día en un momento dado. No puede haber una línea que sólo tenga un principio; en uno u otro lugar tiene que acabar.
La gente que se suicida no está en contra de la vida, sólo lo parece. Quieren la vida en su totalidad, quiere abrazarla entera, y cuando fracasan -y van a fracasar-, impulsados por la frustración comienzan a pensar en la muerte. Entonces el suicidio es la única alternativa. No se quedarán satisfechos con cualquier cosa que les dé la vida; quieren más y más y más.
La vida es corta y los deseos de tener cada vez más son infinitos, por eso el fracaso está garantizado. Antes o después llegará el momento en el que se sentirán timados por la vida. Nadie les está timando; son ellos los que se timan a sí mismos. Han estado pidiendo demasiado y no han dejado de pedir, pero no han dado nada, ni siquiera las gracias. Están enfadados, rabiosos, y la revancha mueve el péndulo de la mente hacia el otro lado; allí no saben de quién vengarse. Y se matan a sí mismos porque la venganza no destruye la vida, no destruye la existencia.
Así, esta experiencia no tiene la misma naturaleza que el suicidio. Es algo muy similar, pero a un nivel muy diferente y desde una dimensión distinta. Cuando estás relajado, cuando no hay tensión en ti, cuando no hay deseo, cuando la mente está tan silenciosa como un lago sin ondulaciones, surge en ti un profundo sentimiento de desaparecer en ese momento, porque la vida no te ha dado nada mejor que ese momento. Ha habido momentos de felicidad, de placer, pero esto está mucho más allá del placer y de la felicidad; es pura dicha.
Volver de este estado es muy difícil. Uno quiere profundizar más, y puede ver que profundizar más significa desaparecer. La mayoría de uno ya ha desaparecido en la relajación, en el silencio, en la ausencia de deseo. La mayoría de la personalidad ya ha desaparecido, sólo queda un pequeño hilo del ego. Y a uno le gustaría saltar de ese círculo del ego, porque si relajarse dentro del ego produce tanta bendición, uno no sabe cuál puede ser el resultado de disolverse completamente de forma que pueda decir: «Yo no soy y la existencia es.»
Esto no es un instinto suicida. Esto es lo que significa liberación espiritual: es liberación del ego, del deseo, incluso del deseo de vivir. Es la liberación total, es la libertad absoluta.
Pero en esta situación la pregunta surgirá en cada uno. La pregunta no surge de tu inteligencia, sino de tu cobardía. En realidad quieres una excusa para no disolverte, para no evaporarte en el infinito. La mente te propone inmediatamente la idea de que esto es un suicidio: «No te suicides. El suicidio es pecado, es un delito. ¡Regresa!» Y comienzas a regresar. Pero regresar significa volver a estar tenso, volver a estar lleno de ansiedades, lleno de deseos. Otra vez todo el trágico drama de la vida... Es tu miedo a la disolución total. Pero no quieres aceptar que es un miedo, por eso le das un nombre condenatorio: suicidio. No tiene nada que ver con el suicidio; en realidad es entrar más profundamente en la vida.
La vida tiene dos dimensiones. Una es la horizontal, en la que todos estáis viviendo, en la que todos pedís cada vez más, y más, y más. No es una cuestión de cantidad porque ninguna cantidad os va a satisfacer. La línea horizontal es una línea cuantitativa. Puedes prolongarla indefinida¬mente. Es como el horizonte, a medida que avanzas, el horizonte retrocede. La distancia entre tú y tu objetivo de más y más, el objetivo de tu deseo, sigue siendo exactamente la misma. Te pasaba lo mismo cuando eras niño, cuando eras joven, y te sigue pasando lo mismo ahora que eres mayor. Seguirá igual hasta tu último suspiro.
La línea horizontal no es más que una ilusión. El horizonte no existe, sólo es una apariencia: allí, a unos kilómetros de distancia, el cielo y la Tierra se juntan. No se juntan en ninguna parte. Y del horizonte sale la línea horizontal; no tiene fin porque el objetivo es ilusorio, no puedes hacerlo realidad. Y tu paciencia es limitada, la duración de tu vida es limitada. Un día te das cuenta de que todo parece inútil, sin sentido: «Estoy esforzándome y torturándome innecesariamente, no llego a ninguna parte.» Entonces surge en ti el polo opuesto: destruirte. No merece la pena vivir porque la vida promete, pero no cumple sus promesas.
Pero la vida tiene otra línea, la vertical. La línea vertical se mueve en otra dirección completamente diferente. En una experiencia del tipo que has descrito, giras tu rostro por un momento hacia la vertical.
No estás pidiendo, por eso se te da.
No estás deseando, por eso tienes tantas cosas a tu disposición. No tienes ningún objetivo, por eso estás tan cerca de él.
Como no hay deseo, ni objetivo, ni pregunta, ni petición, no sientes ninguna tensión; estás completamente relajado.
En este estado de relajación uno se encuentra con la existencia. El miedo surge en el momento en que vas a disolver lo último de ti, porque después la situación será irrevocable; no podrás volver.
He contado muchas veces un poema precioso de Rabindranath Tagore. El poeta ha estado buscando a Dios durante millones de vidas. A veces le ha visto, muy lejos, cerca de una estrella, y partía hacia allí; pero para cuando llegaba a la estrella, Dios ya se había ido a otra parte. Pero siguió buscando y buscando, estaba determinado a encontrar el hogar de Dios, y la sorpresa de sorpresas fue que un día llegó a una casa en cuya puerta se leía: «La Casa de Dios.»
Puedes entender el éxtasis que sintió, su alegría. Subió corriendo por las escaleras y en el momento en que iba a llamar a la puerta, de repente, su mano se quedó congelada. Le vino una idea a la cabeza: «Si resulta que ésta es verdaderamente la casa de Dios, entonces se acabó, mi búsqueda se ha terminado. Me he identificado totalmente con mi búsqueda, no sé hacer nada más. Si la puerta se abre y me encuentro frente a Dios, se acabó, la búsqueda habrá terminado. ¿Entonces qué? Me queda por delante una eternidad de aburrimiento, sin diversión, sin descubrimientos, sin nuevos desafíos, porque no puede haber un desafío mayor que Dios.»
Empezó a temblar de miedo, se quitó los zapatos y volvió a bajar los bellos escalones de mármol. Se quitó los zapatos para no hacer ruido, porque temía que si hacía el menor ruido en la escalera..., Dios podría abrir la puerta aunque él no hubiera llamado. A continuación salió disparado, corriendo más deprisa que nunca. Antes pensaba que había estado corriendo todo lo rápido que podía detrás de Dios, pero ese momento, de repente, encontró una energía de la que no disponía anteriormente. Corrió como nunca, sin mirar atrás.
El poema acaba: «Sigo buscando a Dios. Sé donde está su casa, por eso la evito y busco por otros lugares. Es muy divertido, es un gran desafío, y mientras busco, sigo existiendo. Dios es un peligro; yo sería aniquilado. Pero ahora ni siquiera temo a Dios, porque sé dónde vive. Por eso, aparte de en su casa, lo busco por todo el Universo. Y en lo profundo sé que no busco a Dios; la búsqueda es para nutrir mi ego.»
Yo sitúo a Rabindranath Tagore entre los grandes hombres religiosos de nuestro siglo, aunque no se le suele vincular con la religión. Pero sólo un hombre con mucha experiencia religiosa puede escribir este poema. No es poesía ordinaria, contiene una gran verdad. Y esto es lo que plantea tu pregunta. Relajado, llega un momento en el que crees que vas a desaparecer y entonces piensas: «quizá esto sea un instinto suicida», y vuelves a tu viejo mundo miserable. Pero el viejo mundo miserable tiene una cosa: protege tu ego, te permite ser.
Esto es lo extraño de la situación: la dicha no permite un tú; tú tienes que desaparecer. Por eso no se ven muchas personas dichosas en el mundo. Las desgracias nutren al ego y por eso se ve tanta gente desgraciada en el mundo. El punto básico y central es el ego.
Por eso no has llegado a un punto de suicidio. Has llegado a un punto de nirvana, de cesación, de desaparición, de apagar la vela. Ésta es la experiencia definitiva. Si reúnes el coraje necesario, sólo un paso más... La existencia sólo está a un paso de distancia.
No escuches la basura mental que te dice que es un suicidio. No estás bebiendo veneno, ni colgándote de un árbol, ni estás disparándote con un revólver, ¿de qué suicidio hablas? Simplemente te estás haciendo cada vez más y más tenue y llega un momento en el que eres tan tenue y estás tan extendido por toda la existencia que no puedes decir que eres, pero puedes decir que la existencia es.
A esto se le llama iluminación, no suicidio.
A esto le llamamos realizar la verdad última. Pero tienes que pagar el precio. Y el precio no es otro que el de soltar tu ego. Por eso, cuando llegue ese momento, no dudes. Lúdicamente, desaparece... con una gran risa, desaparece; con canciones en los labios, desaparece. No soy un teó¬rico, no hablo de filosofía. Yo he llegado muchas veces a esa línea y me he vuelto atrás. Yo también he encontrado muchas veces la casa de Dios y no he podido llamar a la puerta. Jesús tiene algunos dichos. Uno de ellos es: «Llama y se os abrirá.» Si esta frase tiene un sentido, es el que te estoy indicando ahora.
Así, cuando llegue ese momento, alégrate y fúndete. Es humano, y comprensible, que tengas que volver muchas veces. Pero todas esas veces no cuentan. En una de esas ocasiones, reúne todo el coraje y salta.
Serás, pero de una manera tan nueva que ya no podrás conectar con lo viejo. Habrá una discontinuidad. Lo viejo era tan pequeño, tan reducido, tan mezquino, y lo nuevo es tan vasto. Has pasado de ser una pequeña gota de rocío a convertirte en el océano. Pero hasta la gota de rocío que cae de la hoja del loto tiembla un momento, intenta quedarse colgada un poco más, porque puede ver el océano... y una vez que cae de la hoja, desaparece. Sí, de alguna forma ya no es; ha desaparecido como gota de rocío. Pero no es una pérdida. Ahora es oceánica.
Y todos los demás océanos son limitados.
El océano de la existencia es ilimitado.
Amado Osho,
Cuando cierro los ojos suelo escuchar el sonido de una campanilla que suena dentro de mí.
Por favor, ¿puedes hablarnos de la escucha, la meditación, el sonido y el silencio?
Es posible que el hecho de oír una campanilla dentro de ti cuando entras en meditación esté relacionado con tus vidas pasadas, en particular como tibetano, porque durante siglos el condicionamiento mental en Tíbet ha sido éste: cuando entras en meditación, oyes campanillas. Y si un condicionamiento se prolonga durante demasiado tiempo, se transmite a las vidas futuras.
Pero oír una campanilla no es meditación, sólo es un condicionamiento. Cuando empiezas a entrar en un silencio total, en el que no suena ninguna campana, entonces empieza la meditación. La campanilla suena en la mente y la meditación es un estado de no-mente. Ni pequeña ni grande, allí no puede sonar ninguna campana; hay un silencio total.
Pero muchas religiones, particularmente las orientales... y la más notable por el uso de las campanillas es la tibetana. Es una técnica significativa, pero peligrosa, como lo son todas: puedes acabar apegándote a la técnica. Cuando escuchas una campanilla durante horas tiene un efecto hipnótico sobre tu mente. El pensamiento se detendrá, sólo la campana seguirá sonando. Y aunque se haya detenido en la realidad, seguirá sonando en tu mente. La idea que subyace a la técnica es que, poco a poco, el sonido de la campana desaparecerá en el silencio. Si ocurre así, muy bien. Pero lo más probable es que te apegues al sonido de la campana. Da mucha paz, te dará un gran sentimiento de bienestar porque la mente no estará pensando; no puede hacer dos cosas a la vez.
Esto no sólo ocurre con la campana, en realidad puede usarse cualquier cosa. Lord Tennyson, el gran poeta, se sentía avergonzado de reconocer en su autobiografía que desde niño, sin saber cómo -quizá por dormir en una habitación separada desde que era muy pequeño-, tenía miedo de la oscuridad. Entonces, para sentir que no estaba solo, comenzó a repetir su propio nombre: «Tennyson, Tennyson...». Al repetir su nombre se olvidaba de la oscuridad, de los fantasmas y de todas las cria-turas que la humanidad se ha inventado para torturar a los niños. Solía repetir unas cuantas veces: «Tennyson, Tennyson, Tennyson...», y se quedaba en silencio, cayendo profundamente dormido.
Más adelante, según fue creciendo, esto se convirtió en una práctica habitual. Sin ella no podía dormir, se convirtió en un ritual necesario. Además, comenzó a proporcionarle nuevas comprensiones: no sólo le ayudaba a dormir, sino que cuando repetía su nombre se sentía en paz, en silencio; de alguna forma era más que el cuerpo, se hacía inmaterial. Cuando oyó hablar de la meditación... se dio cuenta de que ya había desarrollado una técnica durante toda su vida. La probó como técnica de meditación y funcionó. De la misma manera que le inducía un profundo sueño, también le podía inducir una profunda relajación, una gran paz.
Por tanto, no es cuestión de qué mantra, qué canto, qué nombre de Dios, o simplemente el sonido de una campana... todo eso no importa. Lo que importa es que te concentres en una sola cosa y que la mente esté tan llena de esa cosa que todos los demás pensamientos se detengan. Y repetir cualquier cosa durante mucho tiempo te va a producir un cierto estado de hipnosis.
Hace unos días Anando me trajo un recorte de prensa. El hombre que lo había escrito era auténtico... pero estaba confuso, no podía entender lo que estaba ocurriendo. Me había escuchado -había venido como periodista, a informar y nunca había oído unos discursos tan largos sobre temas que le eran desconocidos. Por eso dijo de mí: «Lo sorprendente, es que Osho habla muy despacio, con silencios, a veces con los ojos cerrados, y otras veces te mira de manera muy intensa. Habla durante tanto tiempo que uno se siente aburrido, pero lo extraño es que después de ese aburrimiento uno siente una profunda paz, un silencio; lo que es extraño porque normalmente cuando uno está aburrido se siente frustrado, enfadado.»
Él había observado muy bien su propia mente... uno siente cierta serenidad, silencio, paz, y finalmente parece que ha ocurrido un cierto tipo de hipnosis: «Quizá ese sea el método de Osho, hablar despacio, hablar con silencios, para que uno empiece a aburrirse. Pero de ese abu¬rrimiento surge la serenidad.»
Le resultaba extraño -como le resulta extraño a la psicología occidental- que el aburrimiento usado de manera correcta produzca serenidad, paz y un estado hipnótico. Y la hipnosis es saludable. No es meditación, pero de alguna forma la refleja. Es como la luna reflejada en el agua; no es la luna, pero al menos es su reflejo.
Por eso todas las religiones -en particular en Oriente, pero también en Occidente- han utilizado técnicas muy similares. Un monje budista en el Tíbet, en el silencio de los Himalayas, hace sonar la campana durante horas... ningún otro sonido -todo el Universo que le rodea está silencioso-, el único sonido es el de la campana. Naturalmente su mente comienza a aburrirse, empieza a perder interés. No hay nada excitante, sólo es algo repetitivo, pero esa es la cuestión: si se puede detener la campana -y hay que detenerla- la mente seguirá escuchándola un rato más.
El monje se ha acostumbrado tanto a ella que la sigue escuchando. Y el sonido de la campana recede, se hace más tenue, se hace distante, más distante, la mente se queda en cierto silencio. Este silencio puede hipnotizarte... llamamos hipnosis al sueño que creamos deliberadamente. La hipnosis es más profunda que el sueño ordinario, más sana que el sueño ordinario; te rejuvenece en unos minutos, mientras el sueño ordinario necesita ocho horas para conseguirlo. Las cosas pueden seguir esta línea, pero eso no es meditación.
La otra línea es... escuchar la campana dentro de ti; a medida que se va alejando más y más, tienes que estar cada vez más alerta para poder seguir escuchándola.
Ahora, para escucharla, tienes que estar más consciente. Al principio eras inconsciente y la escuchabas; ahora se aleja y tienes que estar muy alerta, ser muy consciente. Y llega un momento en que desaparece el sonido... tienes que ser perfectamente consciente. Has tomado una ruta diferente.
Este estado de consciencia es meditación.
Yo no estoy en contra de la hipnosis; de lo que estoy en contra es…; la hipnosis no debe ser confundida con la meditación. La hipnosis es de la mente, y es buena para la mente y buena para el cuerpo. La meditación no es del cuerpo ni de la mente, sino que pertenece a una tercera parte de ti: a tu ser.
Es buena para tu ser, es el alimento de tu ser.
Es muy posible que si mientras estás sentado en meditación empiezas a oír campanas, hayas practicado esta técnica en tus vidas pasadas. No suelo hablar de las vidas pasadas por el simple hecho de que para ti sólo serían una creencia. Pero tal como estaba planteada esta pregunta tenía que introducirlas, porque no tiene nada que ver con esta vida. Anteriormente no habías practicado meditación con sonido de campanas, entonces, ¿de dónde podía venir a tu mente? Sólo podía venir de un condicionamiento previo, y además de un condicionamiento muy profundo.
No hay nada malo en ello. Disfrútalo, pero recuerda que no has de dirigirte hacia el sueño, sino hacia más consciencia. El sueño es inconsciente; son direcciones diametralmente opuestas. Y llegado a un punto, puedes moverte en cualquier dirección. Ese momento es cuando el sonido de las campanas recede, desaparece. Entonces puedes caer dormido..., lo que es bueno, pero no es meditación y no te va a dar una experiencia espiritual. Si permaneces alerta, consciente, el sonido desaparece; sólo queda el silencio.
Consciencia y silencio juntos, de eso trata la meditación.
Amado Osho,
Una vez hice un dibujo de un flor abriéndose. La flor era simple y
muy hermosa; el capullo se estaba abriendo, liberando una pequeña luz, y las hojas eran fuertes y saludables. Pero las raíces estaban subdesarrolladas y eran débiles, como si no le pertenecieran en absoluto. Esta imagen me simboliza y siento por ella un profundo apego. Pero las raíces me preocupan mucho porque contradicen la promesa del florecimiento.
Tengo muchas preguntas respecto a esta imagen, pero me sentiría muy feliz con que me respondieras de alguna forma.
Esta situación no tiene que ver únicamente contigo. Es la situación de casi todos los seres humanos: sus raíces son débiles, y sin raíces fuertes, la promesa de un florecer saludable es imposible para miles de flores. ¿Por qué son débiles las raíces? Porque se las mantiene así.
En Japón hay árboles que tienen quinientos, seiscientos años, y sólo miden veinte centímetros de altura. Se considera un arte. Para mí sencillamente es un crimen. Los jardineros han estado manteniendo la situación de esos árboles durante generaciones.
Ahora bien, un árbol de quinientos años... Puedes ver que las ramas son viejas, aunque sean pequeñas; es un hombrecito muy pequeño, pero se puede ver la vejez en las hojas, en el tronco, en las ramas. Y la estrategia que utilizan es ésta: plantan un árbol en un tiesto desfondado y le van cortando las raíces. Cuando las raíces salen y tratan de llegar a la tierra, las cortan. No tienen que hacerle nada al árbol; simplemente le van cortando las raíces. El árbol puede vivir durante miles de años, pero nunca florece, nunca llega a dar fruto.
Se ha hecho lo mismo con el ser humano en todo el mundo. Se le han cortado las raíces desde el principio, en relación a todo.
El niño tiene que ser obediente. Le estás cortando las raíces. No le estás dando la oportunidad de decirte sí o de decirte no. No le estás permitiendo pensar, no le estás permitiendo tomar una decisión propia. No le estás dando responsabilidad, le estás quitando la responsabilidad bajo la maravillosa palabra "obediencia". Le estás quitando la libertad, le estás quitando la individualidad, con una estrategia simple: insistes en que es un niño y no sabe nada. Los padres deciden y el niño tiene que ser absolutamente obediente.
El niño obediente es un niño respetado. Pero hay tantas cosas implicadas que lo estás destruyendo completamente. Se hará viejo, pero no crecerá. Se hará viejo, pero no florecerá ni tampoco dará fruto. Vivirá, pero su vida no será un baile, no será una canción, no será un dis¬frute. Has destruido la posibilidad básica de todo aquello que le convierte en un individuo, auténtico, sincero, de todo lo que le da cierta integridad.
En mi infancia... había muchos niños en mi familia. Yo tenía diez hermanos y hermanas, y después estaban los hijos de un tío, y los hijos de otro tío... y vi que ocurría esto: el que obedecía era respetado. Tuve que tomar una decisión para todo el resto de mi vida, no sólo para mi infancia mientras estaba con mi familia; si deseaba respeto, si quería ser respetable, entonces no podía florecer como individuo. Abandoné la idea de ser respetable desde la infancia.
Le dije a mi padre: «Tengo que hacer una declaración ante ti.» Cuando me dirigía a él siempre se sentía preocupado porque sabía que habría problemas. Él me dijo: «un hijo no habla así a su padre, ¿qué es eso de "tengo que hacer una declaración ante ti"?».
Pero yo continué: «Es una declaración que hago a través de ti a todo el mundo. Ahora mismo no puedo acceder a todo el mundo; para mí, tú representas el mundo. No es sólo un asunto entre padre e hijo; es un asunto entre el individuo y la colectividad, la masa. La declaración es que renuncio a la idea de ser respetable, por eso no me pidas nada en su nombre; si lo haces, haré justo lo contrario.
«No puedo ser obediente. Eso no significa que vaya a desobedecer siempre, simplemente significa que elegiré entre obedecer o desobedecer. Puedes pedirme cosas, pero la decisión será mía. Si creo que mi inteligencia apoya tu propuesta, la realizaré; pero no se trata de desobedecerte a ti, sino de obedecer a mi propia inteligencia. Si siento que algo no está bien, voy a negarme a ello. Lo siento, pero tienes que entender algo claramente: a menos que pueda decir no, mi sí no tiene ningún significado.»
¡Y eso es lo que hace la obediencia: te deja inválido, no puedes decir no, tienes que decir sí. Pero cuando una persona es incapaz de decir no, su sí no significa nada; está funcionando como una máquina. Le has convertido en un robot. Por eso le dije: «Ésta es mi declaración. Puedes estar de acuerdo o no, eso depende de ti; pero he tomado una decisión y la voy a seguir, sean cuales sean las consecuencias.»
El mundo es de tal forma que... en este mundo ser libre, tener un pensamiento propio, decidir con tu propia consciencia, actuar en consonancia con tu propia consciencia se ha vuelto casi imposible. En todas partes: en la iglesia, en el templo, en la mezquita, en la escuela, en la uni¬versidad, en la familia, en todas partes esperan que seas obediente.
Recientemente fui detenido en Creta. No me mostraron la orden de arresto. Yo les dije: «Estáis cometiendo un delito.»
Ellos me contestaron: «La tenemos, pero está en griego.»
Y yo les dije: «¿Tenéis otra orden para registrar la casa?». No tenían ninguna orden, ni siquiera habían pensado en ello. Les dije: «Vuestra orden os permitía arrestarme fuera de la casa; pero no os permite entrar dentro de ella. No sólo habéis entrado en la casa sino que Anando, mi secretaria, estaba intentando deciros: "¡Esperad! Osho está dormido, voy a despertarle. Sólo tardaré cinco minutos."». No habéis podido esperar ni esos cinco minutos.
«Habéis tirado a Anando desde el porche, a más de un metro de altura, hasta el suelo -que es de grava y piedra- y os la habéis llevado y arrestado sin la orden correspondiente. Y el único delito que había cometido era el de deciros: "Esperad. Vamos a decir a Osho que baje para que podáis mostrarle vuestros papeles."».
Cuando John me despertó, ya habían empezado a tirar piedras a las ventanas, a las puertas, intentando entrar en la casa desde todas partes. Oí ruidos tan fuertes como si tiraran bombas. Tenían bombas de dinamita y amenazaban con dinamitar la casa.
De camino hacia la estación de policía se detuvieron es un lugar silencioso y deshabitado y me dieron un papel que describía lo ocurrido y que yo debía firmar: Yo les dije: «Me gustaría firmar, pero la descripción no es verdadera. No habéis mencionado nada sobre la rotura de las ventanas y las puertas de la casa, y sobre la amenaza de dinamitarla. No habéis mencionado nada de Anando, de cómo la tirasteis al suelo, y la arrastrasteis por las piedras sin disponer de una orden de arresto. ¡No firmaré! Queréis encubrir lo ocurrido. Si firmo, no podría acudir a los tribunales porque presentaríais este papel firmado. Haced una descripción exacta y acorde con los hechos, contando todo lo ocurrido; entonces estaré dispuesto a firmar.»
Comprendieron que yo no soy una persona que pueda ser amenazada, y retiraron el papel. Y nunca me volvieron a pedir nada parecido porque no estaban en la posición de poder escribir todas las cosas que habían hecho; eso hubiera supuesto su condena inmediata. Querían enviarme a India inmediatamente, por barco, y yo me negué.
Les dije: «No me conviene lo de navegar. Me marearé y ¿quién se hará responsable de ello? Tenéis que darme un documento escrito diciendo que os hacéis responsables de mi mareo y de los daños.» ¡Se olvidaron rápidamente del barco!
Y añadí: «Mi avión está esperando en Atenas. Tenéis que trasladarme en avión a Atenas o autorizar que mi avión viaje hasta aquí. No estoy interesado en vivir en un país como éste ni dos semanas más -porque mi visado era válido para dos semanas más-, en el que el Gobierno se comporta de una forma tan primitiva, desagradable e inhumana.»
Le dije al oficial de policía: «Donde quiera que vaya, el Papa besa el suelo después de aterrizar. Yo debería empezar a escupir en el suelo, porque eso es lo que os merecéis.» El comentario con el que me respondió me ha recordado todo esto. Dijo: «Parece que desde niño nadie te ha enseñado a obedecer.»
Y yo le contesté: «Exactamente, es una observación absolutamente correcta. No estoy en contra de la obediencia, no soy desobediente, pero quiero decidir mi vida a mi manera. No quiero que nadie se inmiscuya en mi vida y tampoco quiero inmiscuirme en la vida de nadie.»
La persona sólo puede ser verdaderamente humana cuando se rige por esta regla. Pero hasta ahora la regla ha sido destruir a la persona, de forma que el resto de su vida se comporte de manera servil, se someta a todo tipo de autoridad; cortar sus raíces de manera que no tenga suficiente chispa para luchar por la libertad, para luchar por la individualidad, para luchar por nada. Entonces la persona sólo tiene un poco de vida que le permite sobrevivir hasta que la muerte le libera de la esclavitud que ha aceptado como vida. Los niños son esclavos de sus padres; las esposas son esclavas, los maridos son esclavos, los ancianos se convierten en esclavos de los jóvenes que tienen todo el poder. Si te fijas, todo el mundo vive en la esclavitud, ocultando sus heridas detrás de bellas palabras.
Por eso, ese dibujo tuyo de una flor con pétalos maravillosos y un aura luminosa, pero con las raíces muy débiles... sientes que te describe; en realidad describe a todos los seres humanos.
Las raíces sólo pueden ser fuertes si dejamos de hacer lo que hemos estado haciendo hasta ahora y hacemos exactamente lo opuesto. Cada niño debería tener la oportunidad de pensar. Deberíamos ayudarle a agudizar su inteligencia. Deberíamos ayudarle proponiéndole situacio¬nes y dándole oportunidades de decidir por sí mismo. Deberíamos partir del principio de no forzar a nadie a ser obediente, y de enseñar a todo el mundo la belleza y la grandeza de la libertad. Entonces las raíces serían fuertes.
Pero cuando hasta Dios ha estado cortando las raíces de sus hijos por no ser obedientes. Su desobediencia se convirtió en el pecado más grande, un pecado tal que después de que hayan pasado cientos de generaciones, el pecado continúa; no lo habéis cometido pero estáis en la línea de cientos de generaciones. Alguien desobedeció a Dios al principio y Dios se pone tan furioso que no sólo castiga a Adán y Eva, sino a todas las generaciones futuras, para siempre.
Éstas son las religiones que han hecho vivir al ser humano sin florecimiento y sin fragancia; en realidad cada individuo tiene la capacidad de ser un Sócrates, de ser un Pitágoras, de ser un Heráclito, de ser un Gautama Buda, de ser un Chuang Tzu. Cada individuo tiene el potencial, pero este potencial no es alimentado suficientemente. Sigue siendo un potencial... hasta que el hombre muere, con lo que nunca llega a realizarse.
Todo mi planteamiento y mis esfuerzos están dirigidos a dar a cada individuo oportunidades de desarrollar su potencial, sea el que sea. Nadie debería malgastar su vida, nadie tiene derecho a hacerlo. Y entonces podremos tener un mundo que sea verdaderamente un jardín de seres humanos. Ahora mismo vivimos en el infierno.
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