domingo

TARIK CARSON


“LA ESPECIE HUMANA ES SOCIALISTA CON EL DINERO AJENO”

por H. G. V.

En 1969 mandé una larguísima y conmovedora carta a Marcha exponiendo una prospectiva de renovación estética integral y llamando a una nueva generación de escritores.

Así nos conocimos con Tarik Carson da Silva (Uruguay, 1946) y en poco tiempo fundamos, junto a Daniel Bentancourt, Hugo Bervejillo, Guillermo Chaparro y el plástico Mario Platero, el Grupo Universo, que editaba su propia revista y llegó a organizar concursos donde figuraron como jurados Juan Carlos Onetti, Saúl Ibargoyen, Jorge Medina Vidal y Armonía Somers.

Desde el comienzo también nos acompañaron Ingrid Tempel y Francisco Graells, sumándose luego trabajos de Alfredo Fressia y Álvaro Pierri.

Tarik Carson ya había ganado un concurso narrativo organizado por la revista Brecha, y en 1973 publicó su primer cuentario, El hombre olvidado, al que seguiría muchos años más tarde El corazón reversible y tres novelas: Una pequeña soledad, Ganadores y Océanos de néctar.

Antes de su radicación definitiva en la Argentina en 1975 también fundamos, junto a Manuel Espínola Gómez, Juan Carlos Macedo, Saúl Ibargoyen, Laura Oreggioni, Leonidas Spatakis y Ricardo Grasso, una preciosa revista cultural -Palabra- que merece el premio Guiness en poca duración: su primer número, ya en galeras, fue secuestrado por la dictadura y no llegó a existir públicamente.

La narrativa de nuestro entrevistado ha obtenido -ya hace décadas- un amplio reconocimiento internacional, y convive actualmente con una potente expresión plástica surrealista y cantadora de explosiones luminosas.

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¿Cuáles pensás que fueron las lecturas que ya desde muy joven te indujeron a incursionar en la ficción fantástica?

Fundamentalmente lo que leí en los años sesenta. Por ejemplo, Swift, Voltaire, Bierce, Chejov, Kipling, Wells, Saki, Kafka, Felisberto Hernández, Quiroga, Borges. Supongo que la Antología de la Literatura Fantástica de este último, mayormente, me sedujo hacia ese tipo de literatura con mucha inventiva, con la mira puesta en la página original y sorprendente y no exenta de emoción. Esas lecturas me sacaron del aburrimiento de la literatura existencial, de canon común, repetidas.

Hay que ver que en el siglo XIX casi se agotó el tema y el arte de la gran novela, aunque en el XX, hasta los años sesenta aun hubo una renovación existencial. Y punto. Después no hubo mucho más que la gran novela latinoamericana, y sólo eso, que también se agotó. Y por otro lado, como se ve por aquellos cuentistas, siempre he preferido el sistema breve para contar y leer, además del sistema despojado de ripios y ágil que caracteriza a todos esos autores, y en especial las novelas del género negro, que son mis preferidas por su dinámica y su observación y crítica social.

Pienso que la lectura tiene que ser un placer, y un placer sorprendente en algún momento, y no una obra filosófica, un catastro descriptivo o una ayuda espiritual lacrimosa sobre los pobres incas y los viles españoles. Debo agregar que en los ochenta descubrí a tres grandes escritores, arrumbados por la crítica oficial en el ghetto maldito de la “ciencia ficción”; hablo de Philip Dick, Cordwainer Smith y JG Ballard, que para mí tienen una categoría excepcional por la imaginación y sus mundos personales.

Ya hay quien te ha calificado como nuestro Lautréamont narrativo, y sin embargo en la última parte de tu novela Océanos de néctar aparecen unas maravillosas criaturas ultraterrenas empecinadas en redimir el caos universal. ¿Sentís que la tan castigada y asfixiada pureza humana está misteriosamente destinada a durar?

En general la pureza es como la honestidad, para los intelectuales que dan importancia a tal sutileza. Es decir, debe ejercerse, pero no mencionarse. Tengo la impresión que la pureza es de capital importancia para la vida. Y, además, ¿cómo podría haber oscuridad sin claridad? Por otro lado, me inclino a pensar que en Océanos de néctar, esas criaturas no tratan de redimir el caos (que, como tal, es irredimible), sino de pasarla lo mejor posible, con sentido común y mucha tolerancia ante lo inmodificable como es el hecho de nacer sin pedirlo para después vivir horrores sin chistar. Me parece, modestamente, que no debemos preocuparnos por la pérdida de la honestidad (para mí la palabra pureza, insisto, significa honestidad), porque la naturaleza, con cada nueva criatura humana, la vuelve a implantar. El perro de hoy, por ejemplo, es el mismo que observó Sócrates o Cristo o Buda. Todo intento de modificar esa pureza original (como lo intentaron los totalitarismos más atroces que asolaron el siglo XX, de cuya atroz caída fuimos testigos) ha sido inútil, la criatura sigue naciendo “inocente”, sigue naciendo sin viveza criolla, sin mayores envidias, sin el arte refinado del engaño y la hipocresía, etc.

Pensaría también, y más firmemente, que si los delirantes de la utopía, los ideólogos en sistemas absolutos y excluyentes, y los políticos demagogos e irresponsables, sectarios de toda crin, y resentidos del ejército de militantes derrotados por su incapacidad para emprender cambios verdaderos llegaran (por medio de los científicos) a modificar la genética humana, bien, entonces sí, sí, habría que preocuparse. Por ahora solamente se les ve las intenciones apoyando el cambio de los sexos humanos, el engorde de animales de corral en bien de ganancias, la modificación de granos, fomentando el caos en las calles, la revancha y el resentimiento, etc, además de proseguir creando miseria, la promulgación demagógica de leyes bastante discutibles, inútiles e irracionales que son ahora la bandera de cierto “progresismo”. Así que, cuando puedan con la genética, bueno, ajustémonos el cinturón. Por ahora no saben ni crear riqueza ni sacar a la gente de la miseria más abyecta. Lo único que saben es cobrar impuestos para regalar subsidios a su tropa. Pero el peligro está en la genética, un tema de literatura fantástica, sin duda.

La modernidad se ha caracterizado, precisamente, por prospectivizar núcleos utópicos que al poco tiempo de concretarse terrenalmente se degradaron hasta el hundimiento. ¿No te parece que lo que estuvo mal planteado teóricamente fue lo imprescindible de la salvación personal interior para poder obtener convivencias espirituales?

Es un tema para un libro. En primer lugar el término Modernidad que tanto se usa es una contradicción absurda. El presente siempre ha sido moderno. No puede ser de otra forma, y el Hombre es totalmente económico por naturaleza. Ahora una forma de ver este avispero sería así: en el siglo XX hubo un gigantesco experimento social, de fraternidad -supuestamente- y de tipo hormiguero, o avispero, con un zar o un líder arriba, que falló en absoluto porque los humanos están incapacitados genéticamente para ser abejas o termitas.

Además es imposible prescindir del capital para crear más riqueza, desde que los trogloditas descubrieron que se podían intercambiar objetos, bienes, y así obtener beneficios y un qué hacer. Simplificando, tampoco hay otra forma de crear capital sin trabajar, y que no sea con sobrantes de trabajo que un determinado alfa de la especie junta para sí, y que después se transforma en más acumulación (por su interés de más y más capital), pero que a su vez crea más trabajo. Y al procrearse más y más gente más necesidad hay de trabajo, y más necesidad de acumulación de trabajo. Este proceso inevitable y circular creó inenarrables sufrimientos e injusticias. Pero se subsanó bastante con la cultura y su historia. Y por el uso de razón se frenó el abuso de los explotadores, y la pereza y procreación de los explotados en los países nórdicos, por ejemplo, y hoy se está resolviendo en otros países de Asia. Y lo mismo en China y en EEUU, en Japón, Alemania, etc.

Ahora, es una rueda que gira, una rueda de miles de millones de personas, que quieren procrearse constantemente todo el tiempo, y quieren bienes de consumo cada vez mayores, o sea, vida burguesa fácil, lisa y llanamente. Las células somos nosotros, individuos, y la espiritualidad depende de cada célula. Nadie la da y nadie la quita. Es así. Ocurre así. Depende de uno. Independientemente del imaginario de las masas, de las infinitas fabulaciones de los hombres alfas en busca de dominio y poder y figuración, movidos por la envidia y la competencia maligna. Al fin, la salvación personal interior es algo tan personal como arreglárselas uno mismo, sin flaquear en exceso, con la decadencia biológica, la enfermedad y la muerte, y todos los sentimientos que suscitan, en este fenomenal océano de cosas sobre las que no tenemos el menor dominio. Y nadie sabe nada más allá de esta barrera, la de la muerte. Por supuesto, siempre se puede tener fe, lo que parece ser la herramienta más formidable para reducir el sufrimiento. Yo, para contestarte algo concreto, soy partidario de la fe, de tener fe en algo porque le permite al ser resistir, moralmente, ante las más adversas desgracias. E incluso, dejar de sufrir por lo espantoso, inevitable y por encima sin la menor explicación.

De más estaría decir que la fe depende de la persona y su calidad. La mayoría cree en un dios personal, otros creen en la quiniela o la lotería, otros creen en un líder, otros en un creador imaginario, otros creen en sus hijos, otros creen que no creen en nada, y cada uno con su crucecita. Aún el suicida se juega a un mundo mejor. Pero lo concreto es que no se sabe, tan simple como esto.

Tanto tu maestría en el ajedrez como tu actual dedicación al discurso plástico -además de tu oficio de joyero artesanal- demuestran que no podés vivir sin contemplar y generar belleza. ¿Pensás que las derivaciones del consumismo salvaje que nos ahoga puede llegar a aniquilar ese subsuelo sagrado de la especie humana? ¿Cómo se percibe esa amenaza en el gran Buenos Aires?

Creo que yo podría vivir de otra forma si tuviera herencia o dinero, porque estoy viejo y cada día se me reduce el sueldo por la inflación y falta de trabajo. Leer, por ejemplo, también es una forma de creación. Y cuando uno se envejece se cansa de querer y de que no te quieran. Yo opinaría que casi todas las cosas se dan, casi por azar, y uno puede o no aprovecharlas, y desarrollarlas, como una supuesta belleza o el trabajo en ese campo.

Ahora, para mí discutible visión del mundo, no hay ningún subsuelo sagrado en la especie, y pienso que la misma palabra, “sagrado”, sacro, del corazón y eso, al hombre común ni lo toca (si fuera un derivado verbal de tripa, sería otra cosa). La especie humana es totalmente burguesa en su esencia, y mejora solamente por su interés. Es una especie caída por naturaleza, y que por otro lado, pensándolo bien, da lástima. Casualmente, Goethe pintó así al hombre: Es un borracho, que cabalga a la deriva en medio de la noche y bajo la tormenta. Imaginemos esta imagen por unos segundos (vale más que infinidad de bibliotecas). Habría que agregar que ha nacido totalmente abandonado, sin saber de dónde viene y adónde va, y sin ningún sentido instrumental para averiguarlo. Yo creería que en el bolsillo solamente tiene la razón y la moral (lo que tanto explicitó Kant), y quizá tiene también una infinita capacidad para imaginar y fabular mitos y matarse por esos mitos y creencias. Admito también que pueda tener una inexplicable caridad, y que es misterioso el sentimiento moral y el fenómeno dado de la razón. Así que no creo para nada que el consumismo salvaje venga de los ingleses o americanos, a los que se les carga todo lo malo del mundo (aunque todos quieren viajar en aviones, fornicar como conejos sin condones y vivir a cuerpo de rey sin esfuerzo ni trabajo), ni creo en esos libros de versos sobre víctimas y victimarios, de pobres indiecitos o negritos sufrientes, y otros delirios, historieta lacrimosa y autoindulgente que ha hecho millonario a más de un escritor patriota.

Sobre esto opino también que la especie humana es socialista con el dinero ajeno, y capitalista rigurosa cuando tiene que repartir de su bolsillo. La vida que queremos es la del burgués yanqui antedicho. Hacemos cualquier desastre como especie y sociedad, y pretendemos obtener excelentes resultados. Siempre ocurre lo mismo. Por encima de estas opiniones personales (probablemente erróneas en todo) uno es su experiencia, producto de lo que ha vivido. Yo me exilié buscando una vida mejor, y un país sin despotismos políticos torturadores y criminales. Pero me equivoqué, caí mal, elegí terriblemente mal. Como millones de pobres personas he perdido la vida y mi poco patrimonio, en las sucesivas quiebras económicas y siempre bajo la casi hiperinflación. Ahora solamente tengo fe en poder terminar de corregir varios libros inéditos, y volver (por algún milagro) a Montevideo. También, y no sé si hago bien en decirlo, tengo fe en el camino, aún lleno de zancadillas internas, que ha tomado nuestro país, considerando lo que es la materia prima. Un día podría llegar a ser como Finlandia (que conociste), como Suiza, Noruega, Suecia o Dinamarca u Holanda, donde, a pesar de la madera, han hecho que el mero vivir sea algo menos mezquino y vil.

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