martes

YO EL PROTECTOR / MEMORIAL PERSONAL DE PEPE ARTIGAS





HUGO GIOVANETTI VIOLA

POEMA ÉPICO DIVIDIDO EN 100 CAPÍTULOS
Y FRACCIONADO EN 20 ENTREGAS


para Olver Gilberto De León
que me enseñó a dar todo sin pedir nada

para Diego Forlán
que le pintó la cara al mundo de celeste

para Álvaro Moure Clouzet
que escribió la última frase de este libro


SEÑAL DE AJUSTE

Este relato ucrónico (ficcionado a partir de bases históricas sobre cuya exactitud se seguirá polemizando muchísimo tiempo) intertextualiza (o sea: baraja) sistémicamente fragmentos de numerosos autores que aparecen citados con letra itálica, aunque en su gran mayoría no son nombrados.

Le corresponderá al lector hacer girar esa media vuelta de tuerca, operación no muy difícil de realizar actualmente, dadas las facilidades que ofrecen los recursos tecnológicos.

H. G. V.

La Trinchera Estrellada de la calle Grito de Gloria, octubre de 2010 / Cuartel General de la calle Lepanto, abril de 2011.


PRIMERA ENTREGA (CAPÍTULOS 1 AL 5)


Quiero tener una calavera honorable cuando me muera.
J. D. Salinger


Los de afuera son de palo.
Obdulio Jacinto Varela



UNO: LAS ALAS DEL INFIERNO


1 / ESTRELLAS

Lo único que me importó más que la felicidad de los pueblos fue la conversación conmigo mismo.

Aquella noche yo tenía cuatro años y no sé cómo atiné a engolfarme en la hamaca paraguaya de mi abuela Ignacia, la que me aportó sangre de Tupac Yupanqui.

Fue el primer baño de estrellas que me di en este infierno.

Dizque esa tarde me había pasado comiendo tierra del cantero y que Aurora Bendita me desembuchó cuatro albondigones cuando ya estaba a un punto de expirar.

Pero no era mi hora.

Y enseguida del Ángelus me le perdí a Pascasio y entonces se me ocurrió esconderme en el colgadero de la abuela.

Me acuerdo que encontré el poncho blanco y la perla barroca que ella vivía sobando y empezamos a lambetearla con los cuzcos, hasta que hubo virazón y les armé un entoldado de lana.

Los cuzcos siempre supieron sufrirme las picardías mejor que los cristianos.

Yo había escuchado a madre contar que Remigio Arnal se quedó ciego la noche del naufragio de Nuestra Señora de la Luz, cuando en casa terminaron atando hasta a las vacas porque volaba todo. Pero la gata se les remolineó en un repelús y mi tío tuvo que estirarse agarrado a las rejas como si fuera una piel de tigre para proteger a las crías y al amanecer le quedaron los ojos juídos de tanto pispar relámpagos.

Y los gatitos igual se murieron.

Ahora se me hace que fue Pérez Castellano el que le labró a padre dos sentencias que todavía me abrigan: Muerto cualquiera pelea y El mejor triunfo es una derrota santa.

José Nicolás y Martina cuentan que aquella noche la familia recorrió toda la plaza buscándome a los gritos mientras yo les acariciaba los hocicos a mis protegidos, sordo por la felicidad.

Y pensé que lo mejor que se puede tener en la vida son collares de estrellas.

Pensaba mucho, ya. Y cuando Ignacia vino a buscar el poncho y me encontró chupando la perla rara y se puso a llorar ya debo haber sentido que la familia nunca iba a comprenderme y nadie llevaba culpa.

Ninguno había abandonado a ninguno y se armó un tole-tole peor que en la fiesta del San Baltasar.

Al final Pérez Castellano y padre me sermonearon en la biblioteca y yo lo único que podía explicar era que estaba conversando conmigo mismo.

Los pueblos no son felices.

Pasaron casi cuarenta años antes de que volviera a manducar barro cuando se me hundió el bote al volver de Buenos Aires.

Y desde aquella noche sé que tuito es terrible y dulce como una hamaca engolfada en lo altísimo y llevo en llaga el desvelo de acariciarle la espalda a cualquier hijo pródigo que se acerque a mendigarme sobras para los chanchos.

La miseria de amor.


2 / PERROS

En el convento San Bernardino tuve por honda estima al maestro Juan Garafales, que siempre andaba sucio pero miraba en miel.

Yo había empezado tarde la escuela por la expulsión jesuítica y apenas emborronaba cuando la adoración de las mujeres que chuceaban al cura en el confesionario me hizo alucinar judeadas.

La Nuestra Perra de la parroquia era Niki, que ya ni podía correr.

Y un día Pedro Martínez, el otro maestro franciscano, adoptó a un cachorrón tan salvaje que hubo que atarlo unos meses a la higuera para que no nos rajara la ropa en saludándonos.

Lo bautizaron Pepe.

Yo andaba enamoradísimo de una señora niña que no usaba tirabuzones bananeros ni peinetón pero se maquillaba igual que las boleras de la Casa de Comedias y tenía una naricita más linda que el escote.

Se llamaba Celeste y se hincaba en una alfombra de las que traen de Persia.

Un día Pedro desató a Pepe y nadie pudo entender cómo Niki se enceló igual que Isabel la del Bautista y había que sacarle de adentro los carajos a patadas y se armaban unos berrinches piores que en las corridas.

Celeste se confesaba los domingos a mediodía con las crenchas untadas con pomada de caracú y los ojazos azabache posados en Garafales igual que si lo lambiera desde el estrellerío.

Ya no se podía más con la perrada y según fray Martínez Niki no podía preñarse so riesgo de reventar, pero una madrugada el cachorrón saltó la verja y después de espachurrar a todos los pretendientes apareció abotonado con nuestra Isabel y hubo que decir vale.

Esa tarde fray Juan la acomodó en un butacón y Pepe se le echó a los pies a vigilarla con la mirada en flor y mordido hasta las pelotas.

Nunca entendí por qué, pero tuve que escaparme al huerto a llorar a escondidas.

Y el domingo me animé a acuclillarme atrás de una pilastra y escuchar la confesión de Celeste y casi me meo arriba.

Porque la regalona de quince años le contó al apolíneo que el viejo que la trocó en Maldonado por una estancia la usaba de guitarra y ella tenía que desgranar tonadillas mientras le metían uña y ya no podía sufrir un pecado tan sucio.

Entonces Garafales le confesó que él nunca había podido entender por qué le llamaban la Inmaculada a la estatua que presidía el altar existiendo zagalas como ella y Celeste declaró que prefería retirarse y el padre la atajó explicándole que desde que la contempló titilando entre los miserables lo abrigaba el perfume de Venus y que no dejara nunca de asistir a lavarle la vida en el nombre del Señor.

Después escuché el ruido del vestido y los pasos taconeantes mientras el muchacho se cambiaba de sitio en el confesionario y me animé a vichar.

Mi maestro estaba besando la alfombra persa que ella se dejó olvidada por el susto.


3 / MANUELES

Cuando ejecutaron a los Manueles entuavía faltaban veinte años para que la maldita Cédula Real transformara a Montevideo en el único punto de introducción de esclavos en estos Virreinatos.

Una vergüenza pingüe.

Padre fue limosnero mayor de la Hermandad de San José y Caridad, un nidal franciscano donde ya empollaban las logias lautarinas que pregonaron tanto el credo de la revolución y al final terminaron por cagarme el País como una caballada corriendo atrás de un rey.

Pero nadie le pudo poner el grito en el cielo a la sentencia de Joaquín de Viana después que Damián Luis violó y estranguló a una pimpolla de seis años y ya se vivía temblando hasta entre las murallas.

Dizque que ahora hay Guerra Grande y el odio no se vira.

Y son capaces de pasearte la cabeza en una jaula con las constituciones que soñó Juan Jacobo igual que si los instruyera Torquemada, carajo.

A los negros que mataron a Massens los arrastraron por la calle antes de llegar a la horca y después los descuartizaron y clavaron pedazos en el camino que va a Santa Lucía pa escarmentar mejor a la indiada y al malevaje.

Madre nos dejó verlos pasar por la esquina de San Benito aherrojados a una carretilla y escoltados por una guardia que espantaba a las ratas. Pero ya tenían los pies pelados como marlos.

Esa horca fue construida gobernando Agustín de la Rosa, el año que yo nací.

Pero la cofradía donde se inició padre todavía no existía y me parece que a estos Guineas no les concedieron ni tres días en capilla. Fue recién al fundarse la Orden Masónica que los Hermanos salían con el distintivo de la beca blanca y la cruz encarnada a llenar un tazón con limosnas para financiar los entierros de los reos.

Y pedían por sus almas, también.

Cuando cumplí catorce años y ya había decidido juirme a la chacra de Carrasco vi un ahorcamiento preparado para que la cabeza de un negro sarniculoso se desprendiera del cuerpo y quedara colgando igual que una sandía.

Y mucha gente se entusiasmó lo mismo que al pispar las orejas ofrecidas en las corridas y a mí me entró maldá.

Los humanos demoramos mucho en perder esa clase de maldá vacunada.

Y hay quien se vuelve diablo en un repelús y santas pascuas, oxte. Eso le pasó a Ramírez, aunque cuentan que si hubiera llegado al manantial de la mirada mora de su hembra se purgaba.

Pueyrredón ni con la Virgen.

La tarde de los Manueles nos fuimos a volar pandorgas a las Bóvedas y mientras se escuchaba el jolgorio de la plaza apareció una garza rosada y se quedó haciendo equilibrio contra el sudeste.

Y yo recién entonces entendí que los negros despedazados eran el Corpus Christi.


4 / CONFIRMACIÓN

Al otro año nos confirmamos en el oratorio de la estanzuela de mi padrino don Melchor de Viana y el día anterior cabalgamos con padre y mis tres hermanos y mis cuatro primas hasta la hacienda de abuelo Juan Antonio, que ya andaba por los ochenta.

Ahora yo estoy mucho más encorvado que aquel viejito.

Fue la primera vez que lo escuché contar lo del convenio de paz con los minuanes cuando ya lo habían nombrado Alférez Real de Montevideo sin saber ni una letra.

Dijo que hasta los caciques que traían facultá de otras tribus pa pedir perdón por yerros y proponer enmiendas vivían en un sopor de borrachera mansa y por eso los trataron de hermanos sin pensar.

Los indios no usan política, aunque conozcan todo.

La pureza de dones nunca es vieja ni joven, y en eso no se asemeja ni a la progresión santa. A lo menos se podría emparejar a lo místico por los arrobamientos. Y tampoco es quijotismo.

Yo ya tocaba un poco la cordeón y Garafales me había enseñado la copla que fue capaz de envidiarme hasta Ansina: Si a los reyes da nobleza / el sentarse sobre el trono / puedo también darme el tono / yo a pesar de mi nobleza / y no agachar la cabeza / de hombre libre y vagabundo / pues hay un sentir profundo / que me sirve de consuelo / y es que al sentarme en el suelo / yo me siento sobre el mundo.

A padre le gustó mucho.

Y después del churrasco nos largamos a los bañados donde me iba a tocar peinar los pajonales y fogatear la costa con la guardia costera que mandó establecer Sobremonte después que apareció el velero carbonizado y pudimos prender nada más que a cinco ingleses.

Me acuerdo que nos quedamos una semana al raso esperando el botín y las olas empujaron sesenta pipas de vino y aguardiente.

Emborracharse es bobo.

Entonces el abuelo se empezó a poner más mozo que en Puebla de Albortón y enseguida que vadeamos aquellos tembladerales florecidos de aves y llegamos a la barra del arroyo de Pando desató un ahijuneo y volamos por la arena lustrosa hasta la Punta Gorda.

Era igual a una aventura de las que me hacían soñar los muchachos del Chantre cuando podía escaparme a la pulpería del Hacha.

Menos mal que ninguna de las hijas de Esteban se animó a repechar los médanos rocosos de aquel Tabor infestado de tunas, porque antes de que lo coronáramos apareció un jaguar.

Lo único que hizo mi abuelo fue quedarse mirándolo durante una eternidad y al final el rayao reculó, resbalándose.

Eso es tener cultura.

El mujerío ni se enteró de lo que había pasado y el viejo volvió pálido y miraba las olas como si agradeciera.


5 / REMBRANDT

Un día padre me llamó a la biblioteca para que le cantara la copla a Pérez Castellano y los encontré tomando jerez y hablando del hijo pródigo.

Ahí paré bien la oreja.

Y lo que llegué a entender fue que un pintor holandés había muerto después de retablar una tela hazañosa sobre la parábola de Jesús y que Catalina la Grande acababa de adquirirla pa colgarla en palacio.

Es hermoso pensar desde donde me ahogo ahora, porque se ve lo hermoso que respira en el mundo.

Que no es mucho ni poco.

Y el que quiere solaz y cruz al mismo tiempo no sabe lo que hace. Alcanza con un mate dulce a la sombra y vigilar la ánima con vellón de mujer que se emperra en lastimársenos contra cada recuerdo.

Ansina ni me entiende, pero sabe contemplarme como Charrúa y el Morito. Lo que es harto decir.

Josef María está seco y no vino a conocer mi bodega de tesoros.

Y si hay algo que no habré menester de excusarle al Altísimo es un solo enarbolamiento de espada con desamor de causa.

El cura puso malicia al celebrarme la copla y después padre me notició a bocarrajo que el abuelo Felipe había proveído testamentariamente que un quinto de sus bienes se aplicara a fundarme una capellanía.

Ni apenas contesté.

Castellano me adobó en alvirtiendo que mi desaplicación en el Convento jamás podría obstruir el majestuoso destino de servir a la Iglesia y entonces me atragantó el balbuceo de los flojos aunque terminé por declarar que mi iglesia iba a ser el campo abierto, siempre.

Padre rellenó las copas al desgaire y yo me acuclillé a encajonar la cordeón y supe que se estaban mirando igual que si desembolsaran la semilla de un menosprecio ortigador sin vuelta.

Y no es que desagradezca el perlerío de los pueblos que me abarrocó el reino emplumado del País.

Pero lo protegido no es prenda del caudillo.

Yo nací en mala luna y después de cagar fuego ordenando los paisajes tuve que arrodillarme a mendigar alfalfa igual que el hijo pródigo.

Y para colmo padre apostilló que en tiempos de changadores de violencia tiránica y con levantamientos de minuanes y charrúas como el que hubo en Yapeyú íbamos a terminar en las garras del crédito y la deuda.

Eso quería decir que si no me ensotanaba me convenía alistarme con los encharretados que defendían los campos.

No le faltó razón.

Aunque mi esclavatura la elegí por piedá y eso ni lo discuto.

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