
EL TESTAMENTO DE FRANCISCA
Ricardo Arocena
Francisca Vera fue una humilde paisana de tantas que allá por 1815 se benefició con la promulgación, por parte de Artigas, del "Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el Fomento de la Campaña y Seguridad de sus hacendados", verdadera reforma agraria impulsada por el prócer hace exactamente 195 años.
Enterada aquella mujer de la resolución por la cual el gobierno revolucionario de Purificación se disponía a repartir tierras, con el objetivo de que los "más infelices fueran los más privilegiados", y consciente de que se tendría especial consideración para con las "viudas con hijos", escribió a las autoridades solicitando terrenos en el latifundio de "los Haedos", con los cuales poder subsistir, junto con su numerosa familia.
Francisca estaba sola, su marido había muerto, tal vez en los campos de batalla adonde las fuerzas artiguistas luchaban por la independencia. Se definía a sí misma como una "vecina antiquísima" a cargo de una numerosa prole, que soportaba "viudez, desamparo y pobreza". Después de mucho haberle dado a la patria, según ella misma lo cuenta, como a tantos otros orientales, prácticamente nada le había quedado, por lo cual pedía ser considerada en el marco del Reglamento, sin que ello significara perjuicio para "ningún otro vecino patriota".
Una comisión artiguista, secundada por testigos, con presteza recorrió el campo solicitado por aquella humilde mujer, entregándole parte del mismo. Los documentos de la época testimonian de la alegría de Doña Francisca, quien quedó "satisfecha y contenta", dando gracias "a Dios" y "a Artigas", por el cumplimiento de su solicitud.
Al igual que Francisca, millares de "negros libres, zambos de esta clase, indios y criollos pobres", con la aplicación del Reglamento Provisorio, pasaron a ser agraciados con "suertes de estancia". Durante gran parte del siglo XX cundió la idea de que el reparto de tierras había contado con "pocos interesados" y que solamente se había concretado en unas pocas zonas de Montevideo y Canelones, pero pacientes estudios permitieron comprobar que el reglamento verdaderamente sacudió, tanto por su profundidad, como por la cantidad de los beneficiados, al territorio oriental.
UTOPÍAS
Intentemos imaginar lo ocurrido durante el escaso año de paz durante el cual utopías largamente acariciadas se transformaron en realidad.
Divididas las grandes estancias pertenecientes a los "malos extranjeros y peores americanos" en pequeñas partes, los paisanos comenzaron a poblar los campos y a gustar del trabajo honrado que los afincaba junto a sus familias, como quería Artigas, a la tierra. A partir de la primavera de 1815, por todo el territorio oriental y para disgusto de los antiguos terratenientes, comenzaron a proliferar ranchos y corrales, en tanto se plantaban las primeras sementeras.
Todos los terrenos fueron repartidos por igual, contaban con legua y media de frente y dos de fondo y aguadas y linderos fijos, lo que evitó desavenencias entre los vecinos.
Los desheredados de la tierra, los eternamente postergados, como Francisca y tantos otros patriotas de aquellos tiempos, cuyos nombres apenas registra la historia, fueron los grandes beneficiados de la revolución, una gesta a la que acompañaron en momentos de gloria, y a la que no abandonaron cuando la derrota condujo a otros a la denigrante claudicación.
Derrotado Artigas, los grandes propietarios que se habían visto perjudicados con la aplicación del Reglamento y que por lo general volvieron a afincarse en las que habían sido sus propiedades apoyados por el invasor extranjero, intentaron borrar de la memoria colectiva lo ocurrido con sus recobrados dominios.
Ricardo Arocena
Francisca Vera fue una humilde paisana de tantas que allá por 1815 se benefició con la promulgación, por parte de Artigas, del "Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el Fomento de la Campaña y Seguridad de sus hacendados", verdadera reforma agraria impulsada por el prócer hace exactamente 195 años.
Enterada aquella mujer de la resolución por la cual el gobierno revolucionario de Purificación se disponía a repartir tierras, con el objetivo de que los "más infelices fueran los más privilegiados", y consciente de que se tendría especial consideración para con las "viudas con hijos", escribió a las autoridades solicitando terrenos en el latifundio de "los Haedos", con los cuales poder subsistir, junto con su numerosa familia.
Francisca estaba sola, su marido había muerto, tal vez en los campos de batalla adonde las fuerzas artiguistas luchaban por la independencia. Se definía a sí misma como una "vecina antiquísima" a cargo de una numerosa prole, que soportaba "viudez, desamparo y pobreza". Después de mucho haberle dado a la patria, según ella misma lo cuenta, como a tantos otros orientales, prácticamente nada le había quedado, por lo cual pedía ser considerada en el marco del Reglamento, sin que ello significara perjuicio para "ningún otro vecino patriota".
Una comisión artiguista, secundada por testigos, con presteza recorrió el campo solicitado por aquella humilde mujer, entregándole parte del mismo. Los documentos de la época testimonian de la alegría de Doña Francisca, quien quedó "satisfecha y contenta", dando gracias "a Dios" y "a Artigas", por el cumplimiento de su solicitud.
Al igual que Francisca, millares de "negros libres, zambos de esta clase, indios y criollos pobres", con la aplicación del Reglamento Provisorio, pasaron a ser agraciados con "suertes de estancia". Durante gran parte del siglo XX cundió la idea de que el reparto de tierras había contado con "pocos interesados" y que solamente se había concretado en unas pocas zonas de Montevideo y Canelones, pero pacientes estudios permitieron comprobar que el reglamento verdaderamente sacudió, tanto por su profundidad, como por la cantidad de los beneficiados, al territorio oriental.
UTOPÍAS
Intentemos imaginar lo ocurrido durante el escaso año de paz durante el cual utopías largamente acariciadas se transformaron en realidad.
Divididas las grandes estancias pertenecientes a los "malos extranjeros y peores americanos" en pequeñas partes, los paisanos comenzaron a poblar los campos y a gustar del trabajo honrado que los afincaba junto a sus familias, como quería Artigas, a la tierra. A partir de la primavera de 1815, por todo el territorio oriental y para disgusto de los antiguos terratenientes, comenzaron a proliferar ranchos y corrales, en tanto se plantaban las primeras sementeras.
Todos los terrenos fueron repartidos por igual, contaban con legua y media de frente y dos de fondo y aguadas y linderos fijos, lo que evitó desavenencias entre los vecinos.
Los desheredados de la tierra, los eternamente postergados, como Francisca y tantos otros patriotas de aquellos tiempos, cuyos nombres apenas registra la historia, fueron los grandes beneficiados de la revolución, una gesta a la que acompañaron en momentos de gloria, y a la que no abandonaron cuando la derrota condujo a otros a la denigrante claudicación.
Derrotado Artigas, los grandes propietarios que se habían visto perjudicados con la aplicación del Reglamento y que por lo general volvieron a afincarse en las que habían sido sus propiedades apoyados por el invasor extranjero, intentaron borrar de la memoria colectiva lo ocurrido con sus recobrados dominios.
El peor de los silencios terminó rodeando una de las más hermosas páginas de nuestra historia, que hablaba de justicia para las grandes mayorías, y Artigas, expresión máxima de la revolución, terminó siendo envuelto en una malintencionada leyenda negra.
LA HISTORIA OFICIAL
Por encargo porteño, Cavia, procurando desprestigiar al prócer ante los comisionados norteamericanos Graham y Bland, no había vacilado en calificarlo de "lobo devorador y sangriento, azote de su patria... oprobio del siglo XIX, afrenta del género humano, origen de todos los desastres".
Durante todo el ciclo artiguista, epítetos como éstos se escucharon por doquier, eran parte de la muchas veces impotente reacción de poderosos intereses, que veían preocupados los alcances de la revolución.
Las masas de desheredados que insurgían junto al prócer los ponía nerviosos y llevaron a Alvear a manifestar: "el feroz Artigas... fue el primero que entre nosotros conoció el partido que se podía sacar de la bruta imbecilidad de las clases bajas, haciéndolas servir, en apoyo de su poder, para esclavizar las clases superiores"
Derrotada la revolución, lejos de acallarse, las descalificaciones continuaron. Mitre por ejemplo dijo del héroe que "tenía los instintos feroces... la hipocresía solapada del gaucho malo", Vicente López lo trató de "bandolero" y Sarmiento lo definió como "el patriarca de los caudillos del degüello y la barbarie". Incluso hubo quienes, como Lombroso, quisieron descubrir en su rostro, basándose en el conocido y cuestionado cuadro de Blanes, "rasgos de criminalidad".
Durante todo el siglo XIX las vituperaciones no cesaron: los hijos, nietos y biznietos de los poderosos terratenientes que se habían visto afectados por los repartos de tierras, muchos de ellos prominentes figuras políticas del país independiente, continuaron con la virulenta "leyenda negra". Por ejemplo, Carlos María Ramírez y Alberto Palomeque contaban que sus mayores "no podían oír hablar de Artigas".
Ecos de tanto odio llegaron hasta mediados del siglo pasado: en una colección de historia publicada por Cambridge en 1949, Artigas fue presentado como "un degollador".
CIELITO, CIELO QUE SÍ
El invasor portugués impulsó una verdadera contrarreforma agraria, con el objetivo de que las tierras repartidas por Artigas volvieran a su antiguo estatus colonial, pero temeroso de desencadenar una nueva insurgencia popular, no tuvo otra alternativa que establecer una política gradual contra los beneficiados por el Reglamento de tierras.
Rivera, que llegó a tratar a Artigas de "sanguinario perseguidor" en una carta enviada a Ramírez en 1820 y que además fuera colaborador activo del invasor, al punto de que fue nombrado por los portugueses "Barón de Tacuarembó", una vez comenzada en el país la etapa independiente e instalado en el gobierno, continuó desconociendo los títulos otorgados por el Prócer.
La política de Oribe fue similar, aunque tal vez más descarnada, debido a las presiones de grandes hacendados y a su alianza con poderosos terratenientes argentinos como Félix de Azara, Domingo Roguin y otros. Los donatarios artiguistas fueron reprimidos militarmente, expulsados de sus propiedades, sus ranchos quemados y las sementeras destruidas.
"Se presentaron (...) con una fuerza armada, invocando orden del gobierno, procedieron violentamente, sin acordarse que la casa del ciudadano era inviolable conforme a la Constitución, a demoler las poblaciones de los que se hallan establecidos en dichos terrenos, sin consideración de la edad ni a los grandes sacrificios en filas de la patria", denunciaban en junio de 1835 treinta familias expulsadas de sus tierras.
Como consecuencia de todo esto, hacia fines del siglo XIX los pocos que aún mantenían algún terreno entregado por el prócer, terminaron perdiéndolo, aún cuando la figura de Artigas hacía tiempo había empezado a sonar por servir de unificadora de la joven nación oriental.
LA HISTORIA OFICIAL
Por encargo porteño, Cavia, procurando desprestigiar al prócer ante los comisionados norteamericanos Graham y Bland, no había vacilado en calificarlo de "lobo devorador y sangriento, azote de su patria... oprobio del siglo XIX, afrenta del género humano, origen de todos los desastres".
Durante todo el ciclo artiguista, epítetos como éstos se escucharon por doquier, eran parte de la muchas veces impotente reacción de poderosos intereses, que veían preocupados los alcances de la revolución.
Las masas de desheredados que insurgían junto al prócer los ponía nerviosos y llevaron a Alvear a manifestar: "el feroz Artigas... fue el primero que entre nosotros conoció el partido que se podía sacar de la bruta imbecilidad de las clases bajas, haciéndolas servir, en apoyo de su poder, para esclavizar las clases superiores"
Derrotada la revolución, lejos de acallarse, las descalificaciones continuaron. Mitre por ejemplo dijo del héroe que "tenía los instintos feroces... la hipocresía solapada del gaucho malo", Vicente López lo trató de "bandolero" y Sarmiento lo definió como "el patriarca de los caudillos del degüello y la barbarie". Incluso hubo quienes, como Lombroso, quisieron descubrir en su rostro, basándose en el conocido y cuestionado cuadro de Blanes, "rasgos de criminalidad".
Durante todo el siglo XIX las vituperaciones no cesaron: los hijos, nietos y biznietos de los poderosos terratenientes que se habían visto afectados por los repartos de tierras, muchos de ellos prominentes figuras políticas del país independiente, continuaron con la virulenta "leyenda negra". Por ejemplo, Carlos María Ramírez y Alberto Palomeque contaban que sus mayores "no podían oír hablar de Artigas".
Ecos de tanto odio llegaron hasta mediados del siglo pasado: en una colección de historia publicada por Cambridge en 1949, Artigas fue presentado como "un degollador".
CIELITO, CIELO QUE SÍ
El invasor portugués impulsó una verdadera contrarreforma agraria, con el objetivo de que las tierras repartidas por Artigas volvieran a su antiguo estatus colonial, pero temeroso de desencadenar una nueva insurgencia popular, no tuvo otra alternativa que establecer una política gradual contra los beneficiados por el Reglamento de tierras.
Rivera, que llegó a tratar a Artigas de "sanguinario perseguidor" en una carta enviada a Ramírez en 1820 y que además fuera colaborador activo del invasor, al punto de que fue nombrado por los portugueses "Barón de Tacuarembó", una vez comenzada en el país la etapa independiente e instalado en el gobierno, continuó desconociendo los títulos otorgados por el Prócer.
La política de Oribe fue similar, aunque tal vez más descarnada, debido a las presiones de grandes hacendados y a su alianza con poderosos terratenientes argentinos como Félix de Azara, Domingo Roguin y otros. Los donatarios artiguistas fueron reprimidos militarmente, expulsados de sus propiedades, sus ranchos quemados y las sementeras destruidas.
"Se presentaron (...) con una fuerza armada, invocando orden del gobierno, procedieron violentamente, sin acordarse que la casa del ciudadano era inviolable conforme a la Constitución, a demoler las poblaciones de los que se hallan establecidos en dichos terrenos, sin consideración de la edad ni a los grandes sacrificios en filas de la patria", denunciaban en junio de 1835 treinta familias expulsadas de sus tierras.
Como consecuencia de todo esto, hacia fines del siglo XIX los pocos que aún mantenían algún terreno entregado por el prócer, terminaron perdiéndolo, aún cuando la figura de Artigas hacía tiempo había empezado a sonar por servir de unificadora de la joven nación oriental.
Casi dos siglos después de aquella epopeya, en nuestro país continúa habiendo demasiado campo sin gente y demasiada gente sin campo. El monopolio de la propiedad de la tierra y formas extensivas de producción son responsables del atraso y la miseria de enormes contingentes sociales y de la despoblación del interior.
Los instrumentos como para poder llevar a la práctica, en la perspectiva del nuevo milenio, las viejas pero más que nunca vigentes consignas artiguistas, existen desde hace mucho tiempo. Solamente hace falta la disposición política de utilizarlos. El día que ello ocurra, los viejos y queridos olvidados, como Francisca y todas las paisanas y paisanos de nuestra historia, marcharán junto a nosotros, rumbo a los siglos venideros.
Los instrumentos como para poder llevar a la práctica, en la perspectiva del nuevo milenio, las viejas pero más que nunca vigentes consignas artiguistas, existen desde hace mucho tiempo. Solamente hace falta la disposición política de utilizarlos. El día que ello ocurra, los viejos y queridos olvidados, como Francisca y todas las paisanas y paisanos de nuestra historia, marcharán junto a nosotros, rumbo a los siglos venideros.
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