(OCTAVA ENTREGA)
16 EL VESTIDO / ENTENDERSE Y DESPEDIRSE
Isabelino Pena esperó que los obreros se fueran en el camión aullando La internacional y le explicó a la hermana de Tito Perotti:
-La mujer de la novela se prostituyó para darle de comer a Jerónimo, el cabrón que terminó llevando Jorge al cementerio.
-Sí, Rita: la sirvienta de los Malabia -recupera una indiferencia blindada la B.B. de Villa Petrus: -La conocí hace siglos. Lo que no entiendo es cómo puede importarles tanto ese libro, aunque a mi pobre ahijada también le hayan metido en la cabeza mendigar con un chivito. Y nadie podrá decir que Lux no es un peluche divino. Allá viene Díaz Grey.
El doctor los saludó alzando el bastón y se sentó a tomar café frente a la primera gradación del crepúsculo que anaranjaba el velerío y las circunvalaciones de las gaviotas pescando en el arroyo.
-Yo me voy a dormir una siesta, señores -pone un billete abajo del cenicero Marcos Bergner después de una sobremesa completamente muda: -¿Cómo pensás volver al centro, Bogart?
-Me parece que Díaz Grey me está esperando. Gracias.
Los hombres disfrazados de capitanes y la muchacha semidesnuda también volvieron a su yate, y el detective se acercó al doctor tratando de sonreír:
-Una tarde complicada.
-¿Sabe que me preocupa Linacero? Podríamos ir a verlo un rato. Tengo Mahler en la valija.
-Él prefiere a Tchaicovski.
-No. Sería peligrosísimo. Ya se empezaron a armar líos con mi crónica y estoy seguro que mi defecto fue el mismo que el de Tchaicovski: no trasmití mi paz. O los demás la odian.
-Eso nos pasa a todos. Remember Nazaret: lo quiso matar la familia antes que los fariseos.
-¿Usted escribe?
-Thrillers. Mis aventuras.
Y cuando aceleramos por el camino que bordea la fábrica y torcemos hacia la plaza el Renault derrapa y casi vuelca para no aplastar a una sombra arrodillada entre la polvareda lila que termina por ser el Hugo: tenemos que destrenzarle las manos y arrastrarlo a la cuneta pero sigue llorando con estertores y chillidos de perro hasta que desembucha:
-Hoy malicié que se lo quieren comer asado al Lux. Y yo prefiero morder la palangre antes que ver a Anita sin pajarío.
-¿Quién te lastimó, mijo? -usó el pañuelo del traje para limpiarle una oreja amorcillada Díaz Grey.
-Doña Glyde no quiere que me coma los jazmines de la Virgen y me cose a fustazos. Pero eso no da frío.
El doctor y el detective llevaron al ex-quintero de Jorge Malabia hasta el fondo de la obra y escucharon eructar a doña Glyde en el cuchitril que olía a puchero rancio:
-La chalana también se vende y al chivo hay que cebarlo con caña, lo mismo. Pero a los comunistas yo los conozco peor que a Perón: si te quieren sacar el jugo que no sueñen con abotonarse en la cola de tu entierro.
Y entonces veo la cuerda de la ropa donde cuelga el vestido de comunión azulado por el ágata y siento como si llovieran estrellas y el dolor nos lavara.
-¿Es verdad que Marcos Bergner quiere apostar a que Jerónimo no está enterrado en el jardín de los Malabia? -rompió la mudez mutua el hombre de mechón albino cuando estacionó frente al edificio Montserrat.
-Es verdad.
-¿Y usted qué piensa?
-Ya se lo dije hoy. Que lo que había en los ojos del cabrón no se puede enterrar. Lo demás es literatura. Pura.
-Perdone que me divierta sin malignidad: ¿pero piensa escribir su thriller sanmariano a partir de mi crónica y cree que alguien se pueda tomar el trabajo de entenderlo?
-Lo único que me importa es entender mi vida, colega. Y despedirme en paz. El maestro Linacero sabe de lo que hablo.
-Lástima que Linacero crea en Rimbaud y en Tchaicovski.
17 MAHLER / EL RELINCHO
Isabelino Pena y Díaz Grey encontraron a Onetti sustituyendo la segunda inscripción tachuelada en el lambriz por otra que rezaba: Señora: yo no soy digno de entrar en tus huesos / pero una mano tuya bastará para sanarme.
Y siento que me acogotan unas iluminadas ganas de llorar por el Hugo.
-¿Un JB, doctor? -destapó la segunda botella el hombre enamorado del resplandor de Anita: -Dicen que es para mujeres, pero los burros piensan lo mismo de Piotr Ilich Tchaicovski.
-Acepto uno con soda y propongo el Adagietto de la quinta de Mahler -me señala el tocadiscos el domador de la valkiria: -¿Recuperó la pierna que baila, Linacero?
-Salud -aceptó un Chesterfield Onetti y demoró muchísimo en prenderlo y esperó que derramara la música para besar el whisky: -Lo que me maravilló y me curó fue el final del penúltimo capítulo de su historia, doctor. Cuando Jorge Malabia se queda solo con el cabrón en el velorio de Rita y camina por el piso de tablas y las velas se ponen a bailar. Me gustaría conocer a ese muchacho.
-Ese muchacho está muy cambiado -oigo hervir la caldera y vuelvo enseguida de la cocina con un mate espumoso: -Hoy lo vimos en el Yacht Club de la Colonia Piamontesa con la Perotti y el futuro cuñado. Fue una tarde terrible.
-¿Estaba Anita?
-Por supuesto. Los padrinos le regalaron una chalana para pasear por el Arroyo de las Palomas con el chivito pero Lázaro y los fotógrafos de El socialista ensuciaron todo.
-Che, hablando de la revolución: ¿vos te llevaste mi revólver?
-Sí. Y me lo confiscó el sub-comisario Rufianeli.
-Bua. Te habrás puesto histérico.
-Mirá: la próxima vez que a vos te dé un ataque de asco y quieras escupir a los manoseadores de la pureza llamame y yo te calmo con tiempo.
-Hay que tener paciencia con Marlogüe, doctor -alzó burlonamente la trompa el hombre triste: -No sé quién escribió que los que se indigestan con la redención terminan haciendo caca en el yelmo de Mambrino. Así que hubo escandelete. Cuenten. Yo soy muy chusma.
-Me imagino que oyó hablar de la hija de Jeremías Petrus -se suena la nariz con vergüenza Díaz Grey.
-Cómo no. Una belleza digna de Piotr Ilich, según me comentaron. Oh something pernicious and dread! / Something far away from a puny and pious life! / Something unproved! Something in a trance! / Something escaped from the anchorage and driving free.
-Nos pensamos casar a fin de año.
-¿Sabe que ayer soñé que inventaba una mariposa para abrigarle el tercer ojo a esa mujer? Porque la veía como una loba desnuda. Con todo respeto.
El detective y el hombre de mechón albino se mostraron los dientes y recién al final del Adagietto Onetti agregó:
-Che, Marlogüe: ¿no le dirías al doctor que lo quiero?
-Contéstele que yo también lo quiero, por favor -clava la miopía empañada en el lambriz Díaz Grey: -Y que le agradezco mucho la lectura de mi crónica. Aunque siento que no tendría que haberla publicado.
-¿Por qué, hermano? ¿Otra copa?
-No. Para mí está bien.
-Yo me pienso seguir emborrachando. Si no me lo contraindica mi hermano de cabecera, of course.
Y después manoteó la edición de Marcha y usó los lentes como lupas para glosar un párrafo subrayado con muy mal pulso:
-El médico es un buen narrador porque se detiene a querer lo que ama con la dorada lentitud del que está descubriéndose a sí mismo, seguro de que la verdad que importa no está en lo que llaman hechos. Y desinteresado de que yo, el público, pueda ser grosero y frívolo y aburrirme.
-Y además segurísimo de que cualquier lector de este mundo merece recibir el tesoro que le cayó del cielo -se entusiasmó Isabelino Pena.
-Vos callate y chupá agua, ego fálico.
Entonces nos paralizan un galope rabioso y un relincho de agonía adolescente que llega con nitidez desde la calle muerta del domingo:
-Soy Jorge Malabia, doctor. ¿Baja o subo?
Isabelino Pena esperó que los obreros se fueran en el camión aullando La internacional y le explicó a la hermana de Tito Perotti:
-La mujer de la novela se prostituyó para darle de comer a Jerónimo, el cabrón que terminó llevando Jorge al cementerio.
-Sí, Rita: la sirvienta de los Malabia -recupera una indiferencia blindada la B.B. de Villa Petrus: -La conocí hace siglos. Lo que no entiendo es cómo puede importarles tanto ese libro, aunque a mi pobre ahijada también le hayan metido en la cabeza mendigar con un chivito. Y nadie podrá decir que Lux no es un peluche divino. Allá viene Díaz Grey.
El doctor los saludó alzando el bastón y se sentó a tomar café frente a la primera gradación del crepúsculo que anaranjaba el velerío y las circunvalaciones de las gaviotas pescando en el arroyo.
-Yo me voy a dormir una siesta, señores -pone un billete abajo del cenicero Marcos Bergner después de una sobremesa completamente muda: -¿Cómo pensás volver al centro, Bogart?
-Me parece que Díaz Grey me está esperando. Gracias.
Los hombres disfrazados de capitanes y la muchacha semidesnuda también volvieron a su yate, y el detective se acercó al doctor tratando de sonreír:
-Una tarde complicada.
-¿Sabe que me preocupa Linacero? Podríamos ir a verlo un rato. Tengo Mahler en la valija.
-Él prefiere a Tchaicovski.
-No. Sería peligrosísimo. Ya se empezaron a armar líos con mi crónica y estoy seguro que mi defecto fue el mismo que el de Tchaicovski: no trasmití mi paz. O los demás la odian.
-Eso nos pasa a todos. Remember Nazaret: lo quiso matar la familia antes que los fariseos.
-¿Usted escribe?
-Thrillers. Mis aventuras.
Y cuando aceleramos por el camino que bordea la fábrica y torcemos hacia la plaza el Renault derrapa y casi vuelca para no aplastar a una sombra arrodillada entre la polvareda lila que termina por ser el Hugo: tenemos que destrenzarle las manos y arrastrarlo a la cuneta pero sigue llorando con estertores y chillidos de perro hasta que desembucha:
-Hoy malicié que se lo quieren comer asado al Lux. Y yo prefiero morder la palangre antes que ver a Anita sin pajarío.
-¿Quién te lastimó, mijo? -usó el pañuelo del traje para limpiarle una oreja amorcillada Díaz Grey.
-Doña Glyde no quiere que me coma los jazmines de la Virgen y me cose a fustazos. Pero eso no da frío.
El doctor y el detective llevaron al ex-quintero de Jorge Malabia hasta el fondo de la obra y escucharon eructar a doña Glyde en el cuchitril que olía a puchero rancio:
-La chalana también se vende y al chivo hay que cebarlo con caña, lo mismo. Pero a los comunistas yo los conozco peor que a Perón: si te quieren sacar el jugo que no sueñen con abotonarse en la cola de tu entierro.
Y entonces veo la cuerda de la ropa donde cuelga el vestido de comunión azulado por el ágata y siento como si llovieran estrellas y el dolor nos lavara.
-¿Es verdad que Marcos Bergner quiere apostar a que Jerónimo no está enterrado en el jardín de los Malabia? -rompió la mudez mutua el hombre de mechón albino cuando estacionó frente al edificio Montserrat.
-Es verdad.
-¿Y usted qué piensa?
-Ya se lo dije hoy. Que lo que había en los ojos del cabrón no se puede enterrar. Lo demás es literatura. Pura.
-Perdone que me divierta sin malignidad: ¿pero piensa escribir su thriller sanmariano a partir de mi crónica y cree que alguien se pueda tomar el trabajo de entenderlo?
-Lo único que me importa es entender mi vida, colega. Y despedirme en paz. El maestro Linacero sabe de lo que hablo.
-Lástima que Linacero crea en Rimbaud y en Tchaicovski.
17 MAHLER / EL RELINCHO
Isabelino Pena y Díaz Grey encontraron a Onetti sustituyendo la segunda inscripción tachuelada en el lambriz por otra que rezaba: Señora: yo no soy digno de entrar en tus huesos / pero una mano tuya bastará para sanarme.
Y siento que me acogotan unas iluminadas ganas de llorar por el Hugo.
-¿Un JB, doctor? -destapó la segunda botella el hombre enamorado del resplandor de Anita: -Dicen que es para mujeres, pero los burros piensan lo mismo de Piotr Ilich Tchaicovski.
-Acepto uno con soda y propongo el Adagietto de la quinta de Mahler -me señala el tocadiscos el domador de la valkiria: -¿Recuperó la pierna que baila, Linacero?
-Salud -aceptó un Chesterfield Onetti y demoró muchísimo en prenderlo y esperó que derramara la música para besar el whisky: -Lo que me maravilló y me curó fue el final del penúltimo capítulo de su historia, doctor. Cuando Jorge Malabia se queda solo con el cabrón en el velorio de Rita y camina por el piso de tablas y las velas se ponen a bailar. Me gustaría conocer a ese muchacho.
-Ese muchacho está muy cambiado -oigo hervir la caldera y vuelvo enseguida de la cocina con un mate espumoso: -Hoy lo vimos en el Yacht Club de la Colonia Piamontesa con la Perotti y el futuro cuñado. Fue una tarde terrible.
-¿Estaba Anita?
-Por supuesto. Los padrinos le regalaron una chalana para pasear por el Arroyo de las Palomas con el chivito pero Lázaro y los fotógrafos de El socialista ensuciaron todo.
-Che, hablando de la revolución: ¿vos te llevaste mi revólver?
-Sí. Y me lo confiscó el sub-comisario Rufianeli.
-Bua. Te habrás puesto histérico.
-Mirá: la próxima vez que a vos te dé un ataque de asco y quieras escupir a los manoseadores de la pureza llamame y yo te calmo con tiempo.
-Hay que tener paciencia con Marlogüe, doctor -alzó burlonamente la trompa el hombre triste: -No sé quién escribió que los que se indigestan con la redención terminan haciendo caca en el yelmo de Mambrino. Así que hubo escandelete. Cuenten. Yo soy muy chusma.
-Me imagino que oyó hablar de la hija de Jeremías Petrus -se suena la nariz con vergüenza Díaz Grey.
-Cómo no. Una belleza digna de Piotr Ilich, según me comentaron. Oh something pernicious and dread! / Something far away from a puny and pious life! / Something unproved! Something in a trance! / Something escaped from the anchorage and driving free.
-Nos pensamos casar a fin de año.
-¿Sabe que ayer soñé que inventaba una mariposa para abrigarle el tercer ojo a esa mujer? Porque la veía como una loba desnuda. Con todo respeto.
El detective y el hombre de mechón albino se mostraron los dientes y recién al final del Adagietto Onetti agregó:
-Che, Marlogüe: ¿no le dirías al doctor que lo quiero?
-Contéstele que yo también lo quiero, por favor -clava la miopía empañada en el lambriz Díaz Grey: -Y que le agradezco mucho la lectura de mi crónica. Aunque siento que no tendría que haberla publicado.
-¿Por qué, hermano? ¿Otra copa?
-No. Para mí está bien.
-Yo me pienso seguir emborrachando. Si no me lo contraindica mi hermano de cabecera, of course.
Y después manoteó la edición de Marcha y usó los lentes como lupas para glosar un párrafo subrayado con muy mal pulso:
-El médico es un buen narrador porque se detiene a querer lo que ama con la dorada lentitud del que está descubriéndose a sí mismo, seguro de que la verdad que importa no está en lo que llaman hechos. Y desinteresado de que yo, el público, pueda ser grosero y frívolo y aburrirme.
-Y además segurísimo de que cualquier lector de este mundo merece recibir el tesoro que le cayó del cielo -se entusiasmó Isabelino Pena.
-Vos callate y chupá agua, ego fálico.
Entonces nos paralizan un galope rabioso y un relincho de agonía adolescente que llega con nitidez desde la calle muerta del domingo:
-Soy Jorge Malabia, doctor. ¿Baja o subo?
(continúa próximo viernes)
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