ISABELINO PENA detective de almas / HUGO GIOVANETTI VIOLA
(PRIMERA ENTREGA)
INSTRUCCCIONES PARA VIAJAR A SANTA MARÍA
La siguiente novela no pertenece al reino de este mundo, sino que fue soñada en el universo ficticio que Juan Carlos Onetti bautizó como Santa María, allá por los años cuarenta.
No tuve más remedio que escribirla y al final publicarla. Perdón, Juan.
Le aseguramos al lector que puede leerla y entenderla sin necesidad de bucear en una sola de las luminosamente infernales historias de pureza y horror que el mayor novelista uruguayo le regaló a la vida.
Pero tenemos que tratar de resolver si se puede o no se puede enterrar a Dios y al Espíritu Santo, hermanos.
Y casarnos con la invencible fe de que la vida está hecha para que reine la inmaculada completud del ánima o someter nuestro cielo interior a la indignante ilusión de la nada.
En todo caso, reconozco el escándalo que representa esta profanación pero no me arrepiento.
-No hables. Una sola carne -le explica Marcos Bergner a la tantriste Rita en el capítulo XXIV de Juntacadáveres: -Tiene que ser así. Debería ser así porque si no todo el mundo se habría suicidado. Nadie podría aguantarlo. Todos somos inmundos y la inmundicia que traemos desde el nacimiento, hombres y mujeres, se multiplica por la inmundicia del otro, y el asco es insoportable. Como dice mi tío el cura, se necesita el apoyo del amor en Dios, tiene que estar Dios en la cama. Entonces sería distinto, estoy seguro; se puede hacer cualquier cosa con pureza.
Sí. Tiene que estar Dios en nuestro estrellerío.
La siguiente novela no pertenece al reino de este mundo, sino que fue soñada en el universo ficticio que Juan Carlos Onetti bautizó como Santa María, allá por los años cuarenta.
No tuve más remedio que escribirla y al final publicarla. Perdón, Juan.
Le aseguramos al lector que puede leerla y entenderla sin necesidad de bucear en una sola de las luminosamente infernales historias de pureza y horror que el mayor novelista uruguayo le regaló a la vida.
Pero tenemos que tratar de resolver si se puede o no se puede enterrar a Dios y al Espíritu Santo, hermanos.
Y casarnos con la invencible fe de que la vida está hecha para que reine la inmaculada completud del ánima o someter nuestro cielo interior a la indignante ilusión de la nada.
En todo caso, reconozco el escándalo que representa esta profanación pero no me arrepiento.
-No hables. Una sola carne -le explica Marcos Bergner a la tantriste Rita en el capítulo XXIV de Juntacadáveres: -Tiene que ser así. Debería ser así porque si no todo el mundo se habría suicidado. Nadie podría aguantarlo. Todos somos inmundos y la inmundicia que traemos desde el nacimiento, hombres y mujeres, se multiplica por la inmundicia del otro, y el asco es insoportable. Como dice mi tío el cura, se necesita el apoyo del amor en Dios, tiene que estar Dios en la cama. Entonces sería distinto, estoy seguro; se puede hacer cualquier cosa con pureza.
Sí. Tiene que estar Dios en nuestro estrellerío.
H.G.V.
para Fernando Ainsa
para Maryse Renaud
que entendió a Onetti casi mejor que nadie
para Ludmila Ilieva
que vino desde Bulgaria encandilada por el chivo
que Juan no quiso o no pudo enterrar
¿quién puede dejar de creer si ve el chivo?
Juan Carlos Onetti
PERSONAJES ONETTIANOS VINCULADOS CON ESTA FICCIÓN
Eladio linacero / Lázaro / Dr. Díaz Grey / Jorge Malabia / Tito Perotti / hermana de Tito Perotti / Marcos Bergner / Angélica Inés Petrus / Jeremías Petrus / Josefina / Kunz / viuda de Gálvez / Rita / Higinia / Larsen o Juntacadáveres / Sub-Comisario Medina / padre Bergner / padre Favieri / el gallego Lanza / Jacob Van Oppen / Príncipe Orsini / Barrientos / Barreiro / esposa del Gobernador o Nuestra Señora / un chivo
que entendió a Onetti casi mejor que nadie
para Ludmila Ilieva
que vino desde Bulgaria encandilada por el chivo
que Juan no quiso o no pudo enterrar
¿quién puede dejar de creer si ve el chivo?
Juan Carlos Onetti
PERSONAJES ONETTIANOS VINCULADOS CON ESTA FICCIÓN
Eladio linacero / Lázaro / Dr. Díaz Grey / Jorge Malabia / Tito Perotti / hermana de Tito Perotti / Marcos Bergner / Angélica Inés Petrus / Jeremías Petrus / Josefina / Kunz / viuda de Gálvez / Rita / Higinia / Larsen o Juntacadáveres / Sub-Comisario Medina / padre Bergner / padre Favieri / el gallego Lanza / Jacob Van Oppen / Príncipe Orsini / Barrientos / Barreiro / esposa del Gobernador o Nuestra Señora / un chivo
1 ENCUENTRO CON HIGINIA Y ANA MARÍA
Isabelino Pena se despertó mientras el tren cruzaba un puente de fierro y le sonrió al alba de Santa María. El arroyo se curva entre los trigales todavía azules y enseguida que el guarda pasa anunciando la estación de Enduro pegamos un viraje y aparece el gran lomo satinado del río.
-Con permiso, señora -tambaleó por el corredor del vagón casi vacío el detective liliputiense para acodarse sobre la ventanilla oeste.
Entonces la mujer sin edad que se bambolea enfrente desparrama una tos de muerte y ronca:
-Soñé que el chivo de la Rita me chupaba la primera cara que tuve y resucitábamos. Las almas son muy putas.
Isabelino Pena se acomodó el gacho y no dejó de sonreír. Me doy cuenta que estoy frente a la mismísima Higinia y le ofrezco una impasibilidad de convento a su delirio flemoso:
-Porque los que revientan sin un pecho fraterno es porque la escabiaron al pedo. Y ella perdió la fe.
-Quién.
-La Rita. Pero la chupó el chivo, que era mejor que un papa. Yo me bajo en Enduro. No le haga caso a nadie.
-No, señora. ¿Trae valija?
-Pa qué. Lo único que me queda es un espejito que me compré en Luján. Las almas son muy putas.
La mujer achinada y remotamente hermosa era más enana que el detective, y regurgitó otro soplo de cadáver mientras se levantaba rechazándole un brazo:
-Sin manosear, Lusiardo. Acá venden lástima con soda en el Mercado Viejo pero hasta el río es dublé.
Y después que la veo arrastrarse por el rancherío donde la fluorescencia de los gatos escarba en los basurales que rodean la fábrica me persigno acordándome de Onetti y murmuro:
-Aprendí todo lo bueno, aprendí todo lo malo. Sé del beso que se compra, sé del beso que se da.
La terminal de Santa María coronaba una zona de barrancos enjardinados por la rambla que terminaba en los galpones portuarios: una balsa muy cargada bocinó entre las chalanas de los pescadores y el islote donde un faro a medio construir se espejaba astilladamente sobre un oleaje de mansedumbre lila.
-Tiens -me erizo al taconear por la estación que huele a café fresco y aglomeraciones de jazmines.
El detective apoyó la valija en el mosaico todavía lamido por los tuboluces y se arrancó el sombrero para reverenciar a una mendiga que custodiaba un moisés:
-Cómo te llamás, mija.
-Ana María -informa la criatura entulada por un traje de comunión con cofia: -¿Me comprás un Señor de la Paciencia?
Isabelino Pena se puso los lentes y se agachó a estudiar la legendaria estampita impresa en Montevideo.
-¿Sos uruguaya?
-Mi padre era uruguayo. Murió en la obra de la parroquia del Cristo obrero en la Colonia Piamontesa. Estamos juntando plata para terminarla. Mi cabrito se llama Lux. Me lo regalaron el 8 de diciembre, cuando comulgué.
Entonces pego un salto para enfrentarme al bicho de ojos dorados y piel lunar que riela en el canasto y ella agrega:
-El quintero de mi tío Jorge lo encontró enterrado en el jardín. Pero la mayoría de la gente no me cree.
La infanta rizó por primera vez el labio superior y clavó su inocencia marrón en el jopo del viejo.
-Yo te creo -le doy el único billete de cien que tengo y ella lo mete en un misal nacarado.
-Gracias, uruguayo. ¿A qué viniste a Santa María?
-A buscar al doctor Díaz Grey.
-Pedile que te lleve de visita a la Colonia Piamontesa.
El detective le acarició la cofia a Ana María y taconeó hacia la mañana de blancura compacta.
2 ENCUENTRO CON DÍAZ GREY / LA COLONIA PIAMONTESA
Isabelino Pena se hospedó en la pensión de los altos del Berna que le gustaba a Larsen y se preparó el mate. Después bajo a paladear el perfume del sábado en la plaza: los chiquilines de las quintas venden jazmines grandes como magnolias y me siento frente al caserón crema donde rebrilla la chapa profesional de Díaz Grey. El médico apareció cuando la novena campanada del reloj de la iglesia rodó diáfanamente hacia el río y sondeó al viejito de gacho color musgo. Los sanmarianos no matean afuera de las casas, y apenas alzo un brazo para llamarlo avanza escorando con entusiasmo el impecable traje veraniego.
-Tengo el honor de entregarle el primer ejemplar de su novela -dejó el termo y el porongo en el pedregullo el viejo y sacó del bolsillo Una tumba sin nombre, editada por Marcha. -Mucho gusto: Isabelino Pena, detective de almas.
Díaz Grey cambia de mano el bastón para saludarme y se sienta disimulando un fervor de Mañana de Reyes:
-¿Usted es corresponsal de Marcha?
-No. Un mensajero con ganas de conocer la PAX-LUX litoraleña. Tengo ocho ejemplares más en la pensión. Aparte del mío, claro.
-Ah. Entonces lo leyó -estornudó el hombre semicalvo y pateó con suavidad un jazmín muy podrido. -Acá hay algunos personajes que se merecen sufrirlo, pero me da vergüenza regalárselos. Vamos a llevárselos al gallego Lanza para que los ponga en vidriera. Estoy seguro de que por lo menos tres se van a vender.
-Una pregunta estúpida -empiezo a cancherearlo yo. -¿El seudónimo Juan Carlos Onetti tiene alguna vinculación con el Piamonte?
-No. Me cayó del cielo.
-La novela es preciosa, pero el trabajo que le pide al lector es casi sobrehumano: resolver si se puede enterrar al Espíritu Santo.
-¿Un Chesterfield?
-Gracias. Dejé hace años. ¿Un mate?
-No. Ando con extrasístoles.
Díaz Grey se echó para atrás un mechón rubio-canoso y le pegó un tinguiñazo a la tapa del librito:
-¿En Marcha no conocen a Debussy? Porque el verdadero título de la novela es Para una tumba sin nombre.
-Lo único que les interesa a los revolucionarios de café es el talenteo sociologista.
-El amigo que presentó el manuscrito quedó en suscribirme pero nunca me llegó un ejemplar del famoso semanario de las vanguardias. Acá estamos infectados por la histeria sindical. Nos podemos tomar una copa en el Plaza y le cuento.
-No puedo tomar alcohol. Tengo setentaiún años y quiero hacer el último viaje con la jeta interior inmaculada. Lo que me gustaría es conocer la Colonia Piamontesa.
-¿Sabe que adoro las casualidades que parecen arcoiris? -suspira el hombre condenado a ser bueno por nada. -¿Se acuerda de la historia del astillero arruinado que menciono en el libro?
-Cómo no.
-Mi novia es Angélica Inés Petrus, la hija del finado don Jeremías. ¿Vamos a dejar los libros en el quiosco y almorzamos con ella en La Paz, Colonia Piamontesa?
Díaz Grey tenía un Renault Fregate bastante nuevo y se desvió por la Avenida Artigas para visitar a un paciente antes de repechar el camino que iba hacia la Colonia Suiza y pasaba por La Paz. Y mientras me cuenta que los comunistas pretenden unificar cómicamente dos sindicatos reales y uno fantasma en una convención escindida del peronismo entiendo que no quiere hablar más de la novela por humildad o miedo.
-Este es el templo valdense. Fue inaugurado en 1893 -informó el médico cuando estacionaron frente a una plaza aterciopelada por un verdor tropical sin fisuras: -Y Petrus compró la primera casa de la villa, que había sido edificada como casco de estancia. Angélica Inés prefiere veranear aquí.
Cerca del templo hay una carnicería abierta pero no se ve a nadie en la calle ni en los caserones ruinosos, hasta que una jardinera sobrevolada por un mantón de polvo quevediano irrumpe enloqueciendo al pajarerío y el muchacho deforme que lleva las riendas sin sentarse aúlla:
-Abran cancha que aquí traemos ciento sepetenta morlacos para el Cristo obrero, carajo.
-Esa criatura que va sentada atrás vestida de comunión y con un moisés a cuestas es sobrina de Jorge Malabia -explicó Díaz Grey, triste.
3 EL CRISTO OBRERO / EL JAZMÍN DE LA VIRGEN
Isabelino Pena le sonrió a Anita Malabia y ella le tiró un beso que hizo cabecear al médico con un asco amansado:
-Claro. Usted ya debe haberla visto al llegar. Este es el verdadero infierno tan temido, señor turista.
La jardinera estacionó frente al esqueleto de vigas y bloques de la futura parroquia y el muchacho descaderado ayudó a bajar a la infanta y llevó el moisés a un cuchitril con chapas que humeaba en el fondo.
-Ocho años recién cumplidos -muerde un Chesterfield Díaz Grey: -Y la madre ya la obliga a pedir disfrazada de novia de Dios.
-Y el rengo vendría a ser el quintero de Jorge que creyó en la resurrección de Ojos de Topacio.
-Sí. Pero no es idiota del todo.
Entonces Anita atravesó el empedrado recogiéndose el vestido y le sonrió roncamente al detective:
-¿Querés que te lleve a ver la Virgen de los jazmines, uruguayo?
-Vaya nomás, que yo lo espero con un aperitivo de yuyos -señala la mansión encalada de los Petrus el médico.
-Enseguida volvemos, doctor. Y que Angélica Inés no se olvide que mamá le preparó arroz con leche.
-¿Hace mucho que está parada la obra? -le soltó la mano a la niña Isabelino Pena cuando llegaron a la mesada del altar.
-La interrumpieron en diciembre del año pasado. Papá era el capataz y se cayó de un andamio.
-¿Y por qué la llaman la parroquia del Cristo obrero?
-Porque acá funciona la fábrica más grande de la ciudad: Los abuelos. Mandamos mermelada hasta a Ushuaia.
En el fondo hay un rancho de bloques con chimenea y una casilla-establo donde conviven el muchacho, el chivo y la yegua.
-A mi me llaman el Hugo y me sacan bien el jugo -se presentó el quintero de orejas apantalladas y rostro pícaramente hermoso.
Y después de acariciarle el hocico a Lux se relame babeando y murmura:
-Doña Glyde debe haber metido hasta el gallo en el puchero.
La infanta volvió a agarrarle la mano al detective y lo llevó a conocer a una mujer obesa que contaba la recaudación tomando caña en taza:
-Este es el señor uruguayo que puso los cien pesos, mamá. Le voy a regalar un jazmín de la Virgen.
Y corre entre las gallinas y los perros hasta una hornacina excavada en un rocón partido por una veta de ágata mientras la mujer chista:
-Usted crea lo que quiera. ¿Una caña paraguaya?
-No, gracias. Hace un año que abandoné la teta.
-Bien hecho. Más pa mí -se rellenó la taza la mujer de ojos-rajas muy amarillos: -Y usted crea lo que quiera, pero el cuento del Chivo de la Paciencia lo usó una sirvienta de los Malabia en Buenos Aires. Pa comer. Después reventó aquí. Y ahora el Hugo apareció con Lux y dice que es el mismo chivo que enterraron en el jardín del Jorge. Pero yo no la mandé a pasar vergüenza en la estación. Y lo que junta se lo guardo porque tengo poco rollo y no quiero que Ana María se rompa los riñones en la fábrica o termine changando como la Rita.
Doña Glyde frunce la nariz de muñeca y parece inflarse con la humareda bamboleante del puchero:
-¿Come un plato de pobre?
-Se lo agradezco muchísimo, pero estoy invitado por el doctor.
-El doctor Chorizo Pálido y la yegua madrina. Bien hecho.
Isabelino Pena sonrió frente a la avalancha de blancura entulada que se abría paso desde la gruta y Anita alzó un jazmín anunciando:
-Estos nunca se pudren. Te lo ponés en la solapa y se vuelve de madera, igual que si estuviera adentro de una guitarra.
-El padre vivía diciendo los mismos disparates y ella lo quería más que a mí -relojea la corola con un odio sanchesco la mujer de tres papadas: -Y ahora quiere más al chivo que a mí.
-No te lo saques más de la solapa -ordenó la criatura, sin prestar atención.
Isabelino Pena se hospedó en la pensión de los altos del Berna que le gustaba a Larsen y se preparó el mate. Después bajo a paladear el perfume del sábado en la plaza: los chiquilines de las quintas venden jazmines grandes como magnolias y me siento frente al caserón crema donde rebrilla la chapa profesional de Díaz Grey. El médico apareció cuando la novena campanada del reloj de la iglesia rodó diáfanamente hacia el río y sondeó al viejito de gacho color musgo. Los sanmarianos no matean afuera de las casas, y apenas alzo un brazo para llamarlo avanza escorando con entusiasmo el impecable traje veraniego.
-Tengo el honor de entregarle el primer ejemplar de su novela -dejó el termo y el porongo en el pedregullo el viejo y sacó del bolsillo Una tumba sin nombre, editada por Marcha. -Mucho gusto: Isabelino Pena, detective de almas.
Díaz Grey cambia de mano el bastón para saludarme y se sienta disimulando un fervor de Mañana de Reyes:
-¿Usted es corresponsal de Marcha?
-No. Un mensajero con ganas de conocer la PAX-LUX litoraleña. Tengo ocho ejemplares más en la pensión. Aparte del mío, claro.
-Ah. Entonces lo leyó -estornudó el hombre semicalvo y pateó con suavidad un jazmín muy podrido. -Acá hay algunos personajes que se merecen sufrirlo, pero me da vergüenza regalárselos. Vamos a llevárselos al gallego Lanza para que los ponga en vidriera. Estoy seguro de que por lo menos tres se van a vender.
-Una pregunta estúpida -empiezo a cancherearlo yo. -¿El seudónimo Juan Carlos Onetti tiene alguna vinculación con el Piamonte?
-No. Me cayó del cielo.
-La novela es preciosa, pero el trabajo que le pide al lector es casi sobrehumano: resolver si se puede enterrar al Espíritu Santo.
-¿Un Chesterfield?
-Gracias. Dejé hace años. ¿Un mate?
-No. Ando con extrasístoles.
Díaz Grey se echó para atrás un mechón rubio-canoso y le pegó un tinguiñazo a la tapa del librito:
-¿En Marcha no conocen a Debussy? Porque el verdadero título de la novela es Para una tumba sin nombre.
-Lo único que les interesa a los revolucionarios de café es el talenteo sociologista.
-El amigo que presentó el manuscrito quedó en suscribirme pero nunca me llegó un ejemplar del famoso semanario de las vanguardias. Acá estamos infectados por la histeria sindical. Nos podemos tomar una copa en el Plaza y le cuento.
-No puedo tomar alcohol. Tengo setentaiún años y quiero hacer el último viaje con la jeta interior inmaculada. Lo que me gustaría es conocer la Colonia Piamontesa.
-¿Sabe que adoro las casualidades que parecen arcoiris? -suspira el hombre condenado a ser bueno por nada. -¿Se acuerda de la historia del astillero arruinado que menciono en el libro?
-Cómo no.
-Mi novia es Angélica Inés Petrus, la hija del finado don Jeremías. ¿Vamos a dejar los libros en el quiosco y almorzamos con ella en La Paz, Colonia Piamontesa?
Díaz Grey tenía un Renault Fregate bastante nuevo y se desvió por la Avenida Artigas para visitar a un paciente antes de repechar el camino que iba hacia la Colonia Suiza y pasaba por La Paz. Y mientras me cuenta que los comunistas pretenden unificar cómicamente dos sindicatos reales y uno fantasma en una convención escindida del peronismo entiendo que no quiere hablar más de la novela por humildad o miedo.
-Este es el templo valdense. Fue inaugurado en 1893 -informó el médico cuando estacionaron frente a una plaza aterciopelada por un verdor tropical sin fisuras: -Y Petrus compró la primera casa de la villa, que había sido edificada como casco de estancia. Angélica Inés prefiere veranear aquí.
Cerca del templo hay una carnicería abierta pero no se ve a nadie en la calle ni en los caserones ruinosos, hasta que una jardinera sobrevolada por un mantón de polvo quevediano irrumpe enloqueciendo al pajarerío y el muchacho deforme que lleva las riendas sin sentarse aúlla:
-Abran cancha que aquí traemos ciento sepetenta morlacos para el Cristo obrero, carajo.
-Esa criatura que va sentada atrás vestida de comunión y con un moisés a cuestas es sobrina de Jorge Malabia -explicó Díaz Grey, triste.
3 EL CRISTO OBRERO / EL JAZMÍN DE LA VIRGEN
Isabelino Pena le sonrió a Anita Malabia y ella le tiró un beso que hizo cabecear al médico con un asco amansado:
-Claro. Usted ya debe haberla visto al llegar. Este es el verdadero infierno tan temido, señor turista.
La jardinera estacionó frente al esqueleto de vigas y bloques de la futura parroquia y el muchacho descaderado ayudó a bajar a la infanta y llevó el moisés a un cuchitril con chapas que humeaba en el fondo.
-Ocho años recién cumplidos -muerde un Chesterfield Díaz Grey: -Y la madre ya la obliga a pedir disfrazada de novia de Dios.
-Y el rengo vendría a ser el quintero de Jorge que creyó en la resurrección de Ojos de Topacio.
-Sí. Pero no es idiota del todo.
Entonces Anita atravesó el empedrado recogiéndose el vestido y le sonrió roncamente al detective:
-¿Querés que te lleve a ver la Virgen de los jazmines, uruguayo?
-Vaya nomás, que yo lo espero con un aperitivo de yuyos -señala la mansión encalada de los Petrus el médico.
-Enseguida volvemos, doctor. Y que Angélica Inés no se olvide que mamá le preparó arroz con leche.
-¿Hace mucho que está parada la obra? -le soltó la mano a la niña Isabelino Pena cuando llegaron a la mesada del altar.
-La interrumpieron en diciembre del año pasado. Papá era el capataz y se cayó de un andamio.
-¿Y por qué la llaman la parroquia del Cristo obrero?
-Porque acá funciona la fábrica más grande de la ciudad: Los abuelos. Mandamos mermelada hasta a Ushuaia.
En el fondo hay un rancho de bloques con chimenea y una casilla-establo donde conviven el muchacho, el chivo y la yegua.
-A mi me llaman el Hugo y me sacan bien el jugo -se presentó el quintero de orejas apantalladas y rostro pícaramente hermoso.
Y después de acariciarle el hocico a Lux se relame babeando y murmura:
-Doña Glyde debe haber metido hasta el gallo en el puchero.
La infanta volvió a agarrarle la mano al detective y lo llevó a conocer a una mujer obesa que contaba la recaudación tomando caña en taza:
-Este es el señor uruguayo que puso los cien pesos, mamá. Le voy a regalar un jazmín de la Virgen.
Y corre entre las gallinas y los perros hasta una hornacina excavada en un rocón partido por una veta de ágata mientras la mujer chista:
-Usted crea lo que quiera. ¿Una caña paraguaya?
-No, gracias. Hace un año que abandoné la teta.
-Bien hecho. Más pa mí -se rellenó la taza la mujer de ojos-rajas muy amarillos: -Y usted crea lo que quiera, pero el cuento del Chivo de la Paciencia lo usó una sirvienta de los Malabia en Buenos Aires. Pa comer. Después reventó aquí. Y ahora el Hugo apareció con Lux y dice que es el mismo chivo que enterraron en el jardín del Jorge. Pero yo no la mandé a pasar vergüenza en la estación. Y lo que junta se lo guardo porque tengo poco rollo y no quiero que Ana María se rompa los riñones en la fábrica o termine changando como la Rita.
Doña Glyde frunce la nariz de muñeca y parece inflarse con la humareda bamboleante del puchero:
-¿Come un plato de pobre?
-Se lo agradezco muchísimo, pero estoy invitado por el doctor.
-El doctor Chorizo Pálido y la yegua madrina. Bien hecho.
Isabelino Pena sonrió frente a la avalancha de blancura entulada que se abría paso desde la gruta y Anita alzó un jazmín anunciando:
-Estos nunca se pudren. Te lo ponés en la solapa y se vuelve de madera, igual que si estuviera adentro de una guitarra.
-El padre vivía diciendo los mismos disparates y ella lo quería más que a mí -relojea la corola con un odio sanchesco la mujer de tres papadas: -Y ahora quiere más al chivo que a mí.
-No te lo saques más de la solapa -ordenó la criatura, sin prestar atención.
4 ENCUENTRO CON ANGÉLICA INÉS PETRUS / LOS GATITOS
Isabelino Pena elogió el matambre preparado por Josefina, y la dama de compañía de Angélica Inés Petrus taladró a Díaz Grey con una guiñada irónica:
-Se agradece en lo que vale, caballero. Aunque mi patrona le siga encargando el arroz con leche a doña Glyde.
-Tch. El manjar de canela es para los gatitos -me explica la escotadísima novia-walkiria del doctor, mordiéndose una trenza: -En la casa del astillero papá los mandaba matar uno por uno y ellos se hundían en el estanque mirando para arriba pero Dios no los ayudaba jamás. Yo hubiera preferido comérmelos como niños envueltos y abrigarlos con mi panza.
La mujer-muchacha de aura poderosamente flamígera bizqueó un ji ji y sondeó el cielorraso colonial:
-Ahora no le puedo mostrar a los persas porque la gata mata. ¿Ese jazmín se lo regaló la putita del chivo?
Entonces Josefina y Díaz Grey me relojean la solapa rogándome paciencia y yo les envidio con desesperación la espesura del cognac:
-Ana María es muy chica.
-Chica y ya tiene alzados a todos los comunistas. Hoy se reunieron en el templo porque le hacen un homenaje al finado Malabia pero es para chuparle las puntillas a ella. Yo sé mucho de putas.
-¿Por qué no les llevás el arroz con leche a los bichos antes que se enloquezcan? -se le esmeriló una opacidad de odio aindiado a la ex-sirvienta.
-Yo te ayudo -estornuda el doctor.
-Callate que vos también te mojás en la cama por la Malabia. Que me acompañe Jose y ustedes ponen toda la mierda de macho en el ventilador.
-Ojalá tuvieran un ventilador de techo -esperó que se fueran las mujeres y apelotonó una servilleta para aplastarse el sudor entalcado Díaz Grey: -Son estos calorones los que la ponen así. Y todavía no llegó enero.
-¿Los gremialistas se reúnen en el templo valdense?
-Casi siempre. El pastor viene muy poco porque tiene que atender toda la costa pero les da la llave.
-¿Y cuál es el sindicato fantasma que mencionó en el auto?
-Le tendría que haber dicho el sindicato de fantasmas. Quieren convencer a un alemán que todavía vive en las ruinas del astillero para que represente a los proletarios embrujados durante quince años por el viejo Petrus.
Y de golpe escuchamos explotar la risa-hipo de la walkiria y corremos por el mosaico ajedrezado para asomarnos a la reja que da al patio con aljibe: Angélica Inés posa sentada entre los azulejos con la gata y las crías desparramadas sobre el vestido gigantescamente blanco y nos tira besos.
-Vengan a fotografiarse -espejó el resplandor de un cantero lleno de pensamientos Josefina: -Ya no hay peligro de que los arañen.
-Esa es mi verdadera novia -se cuelga un cigarrillo Díaz Grey y juega con la tapa del yesquero para reforzar el ardor sentencioso: -Cuando se nos cae el miedo se nos cae la locura y Dios tiene razón.
-¿Sabe quién vino a morir a Santa María, doctor? Higinia, la prima de Rita. En el mismo tren que yo, aunque se bajó en Enduro.
Díaz Grey derramó el humo hacia la media tarde y rechazó el ofrecimiento de las mujeres con una sola seña:
-Y usted cómo pudo darse cuenta de que era Higinia.
-Porque deliraba y dijo que soñó que Jerónimo le lamía la cara de la niñez para resucitarla.
-Qué hermoso -murmura menos triste que asqueado: -Pero yo inventé la historia del espejismo y ya no tengo más nada que ver con ningún personaje.
-Y cuál sería el espejismo.
-Lo que Jorge Malabia veía en los ojos de ese cabrón que llamaban Jerónimo. Y no pienso hablar más de este tema, señor turista.
-¿Alguna vez le vio los ojos al chivo de Anita?
-Todos tienen ese brillo inhumano y precioso. Le llamen oro o le llamen topacio.
-¿Y si yo le digo que la mirada de Lux me hace pensar en la envoltura de las constelaciones?
-Como verso es demasiado dantesco. Para mi gusto, claro.
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