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18 / Es tiempo de cometas.
Cometas que, según viejas creencias, anuncian lo bueno o lo malo.
Los ancianos tienen miedo de que la lluvia de estrellas incendie el mundo en el que viven en perfecta unión con la naturaleza.
Pero los magos mayores afirman que no hay por qué temer; los astros se han comportado así desde el principio de la creación.
En las noches sin luna, cuando el verano se perfumó con tilos, los aldeanos se reúnen en la playa y, sentados en círculos, contemplan el espectáculo de las galaxias, sumidos en total oscuridad para no opacar las luminarias que caen desde el infinito.
Esta mañana, Nahala está en la pradera cuidando la majada.
Mussi juega entre las flores con mariposas y abejas.
El Señor Blatt es un pastor en el que confía.
Entonces, puede distraerse.
Tomar una vacación que aleje la angustia y le borre las arrugas de su frente.
Tumbada sobre la fresca gramilla, tiene los codos en la tierra y la cabeza apoyada en las manos.
Estudia los animales diminutos que desfilan ante sus ojos curiosos para saber más.
Oye el agudo canto de un caramillo que se acerca, en tanto mira a una araña tejer su tela.
Tiene ideas que son como chispazos que se aclaran y se borran: hilos horizontales que se cruzan con hilos verticales.
Se deshacen y vuelven a armarse.
No consigue alcanzar lo que sus pensamientos quieren sugerirle.
“¡Qué maravilla que podamos tener lecciones de una bestezuela con patas tan insignificantes! Por ahora, no puedo resolver esto. Aunque si lo pienso bien...”.
En ese instante en que creyó lograrlo, el caramillo da un silbo prolongado.
Su visión desaparece.
Se pone de pie enojada.
Pocas cosas la molestan tanto como las interrupciones.
Se aproxima un desconocido.
Es tan alto como Laal y viste ropas extrañas y negras.
Un escalofrío la hace temblar.
“¡NO! ¡Hoy es un día diáfano! ¡El cielo está azul! ¡No puede ser el Heraldo de la Bruma!”.
No.
Es un juglar.
19 / Se presenta:
-Soy el que cuenta historias y trae noticias; canto con el viento y erré el camino al sur. No sé dónde me encuentro. Soy Druss, el trovador.
-Mi nombre es Nahala y puedes quedarte, pero no nos traigas avisos de calamidades. Habla con mi padre y él te orientará cuando quieras partir. La aldea está hacia allá; pregunta por Larne. No puedo acompañarte; como ves, estoy ocupada.
Blatt se acerca con la actitud de un guardián: oliendo el rastro del hombre con las orejas gachas y esa mirada indefinible del perro que seguramente morderá.
-Señor Blatt, está bien. No es un problema; quieto.
-Bonita mascota... ¡Un lobo!
-No sé lo que es “mascota” y en todo caso, Blatt es MI LOBO.
-No te enojes...
El juglar se acuclilla:
-Ven acá, toma; esto es para ti.
Le ofrece un trozo de comida.
Nahala pone su mano sobre la de Druss, deteniéndolo:
-No le des nada; si te acepta, no será con regalos y si no, le serás completamente indiferente.
-Igual, quiero dárselo.
Blatt huele el bocado; lo lame y lo toma con delicadeza sin rozar siquiera con los colmillos los dedos de Druss.
-Confiaré en su instinto que nunca se equivoca -dice Nahala. -Pareces una persona decente.
-Así es.
Druss se aleja camino del poblado.
Se da vuelta para saludarla con la mano y le hace una guiñada.
20 / Los niños admiran y aman a Druss.
Para ellos es un héroe.
Les cuenta historias fabulosas de gigantes, enanos, duendes y hadas que ponen en sus caritas expresiones de sorpresa, terror o alegría.
En su morral lleva marionetas y títeres.
Arma un escenario diminuto en cualquier rincón y los hace vivir peripecias fascinantes a la luz de las teas. El fuego le da al acto el toque justo de misterio con ese rojo profundo que hace que bailen las sombras.
Los comediantes se inspiran en él y piensan en nuevas farsas para las próximas fiestas lunares.
Druss les enseña a maquillarse.
Con harina, para producir un aspecto fantasmal.
Con el jugo de ciertas bayas, para fingir lozanas y sonrosadas mejillas.
A marcar y acentuar los rasgos con polvo de carbón, porque esta vez serán brujas maléficas, espectros y monstruos los que entrarán en escena.
-He andado tantas veredas... -dice humilde para justificar sus conocimientos- que he aprendido un poco del sur, del norte, del este y del oeste.
Hace relatos de otros sitios y los sitúa en un mundo en el que saben que no están solos.
Los niños sueñan con vivir aventuras como las de los títeres.
Las niñas con príncipes y jardines encantados.
Le enseña a Laal a tallar muñecas de madera para las pequeñas y le revela el secreto de la movilidad.
A Salma le da recetas curativas que ella desconoce.
Nahala las rechaza orgullosamente:
-No necesito sus fórmulas. Tengo el don de curar con las manos.
-Hija mía, no desprecies lo que se te brinda con el corazón; nunca se sabe cuándo se va a precisar -advierte la madre.
-¡Es que estoy cansada! ¡Druss nos ha invadido! ¡Es el centro de atención! ¡Es perfecto! ¡Un portento! ¡Druss para acá! ¡Que Druss para allá!
-¿Y por qué te molesta?
Druss se para detrás de la muchacha que no lo ve.
Le hace una seña a Salma para que calle.
-¡Porque es un sabelotodo!
-¡Pienso que estás celosa!
-No.
El juglar le tapa los ojos con las manos.
Ella se agita enojada:
-¡Déjame, Laal! ¡No estoy para adivinar quién eres, sabiendo quién eres!
-Te equivocas, Nahala.
Salma se va sonriendo.
-Yo... -dice Nahala turbada.
-¡Oh! ¡No importa! ¡Pronto me marcharé y terminarán tus quejas!
-Perdona. No es eso lo que quiero; acaso madre tenga razón y esté celosa. Siempre tiene la palabra justa para mí... No te irás, ¿verdad? Lamento mis palabras... yo... no soy así...
-Mira: nunca puedo quedarme demasiado tiempo en un pueblo; deseo recorrer el mundo y conocer gente diferente. Por eso es que camino tanto y puedo enseñar lo que aprendo por ahí.
-¡Tu vida es interesante, vagabundo!
-Lo es; hay hombres como yo que no pueden o no quieren echar raíces y hay otros que sí lo hacen.
-Nunca tendrás una familia, una mujer que te ame, hijos que te rodeen...
-Puedo tener todo eso si aceptan ser trashumantes...
-¡Ay, cabezota! ¡Tampoco tendrás un hogar!-No, pero soy libre...
Cometas que, según viejas creencias, anuncian lo bueno o lo malo.
Los ancianos tienen miedo de que la lluvia de estrellas incendie el mundo en el que viven en perfecta unión con la naturaleza.
Pero los magos mayores afirman que no hay por qué temer; los astros se han comportado así desde el principio de la creación.
En las noches sin luna, cuando el verano se perfumó con tilos, los aldeanos se reúnen en la playa y, sentados en círculos, contemplan el espectáculo de las galaxias, sumidos en total oscuridad para no opacar las luminarias que caen desde el infinito.
Esta mañana, Nahala está en la pradera cuidando la majada.
Mussi juega entre las flores con mariposas y abejas.
El Señor Blatt es un pastor en el que confía.
Entonces, puede distraerse.
Tomar una vacación que aleje la angustia y le borre las arrugas de su frente.
Tumbada sobre la fresca gramilla, tiene los codos en la tierra y la cabeza apoyada en las manos.
Estudia los animales diminutos que desfilan ante sus ojos curiosos para saber más.
Oye el agudo canto de un caramillo que se acerca, en tanto mira a una araña tejer su tela.
Tiene ideas que son como chispazos que se aclaran y se borran: hilos horizontales que se cruzan con hilos verticales.
Se deshacen y vuelven a armarse.
No consigue alcanzar lo que sus pensamientos quieren sugerirle.
“¡Qué maravilla que podamos tener lecciones de una bestezuela con patas tan insignificantes! Por ahora, no puedo resolver esto. Aunque si lo pienso bien...”.
En ese instante en que creyó lograrlo, el caramillo da un silbo prolongado.
Su visión desaparece.
Se pone de pie enojada.
Pocas cosas la molestan tanto como las interrupciones.
Se aproxima un desconocido.
Es tan alto como Laal y viste ropas extrañas y negras.
Un escalofrío la hace temblar.
“¡NO! ¡Hoy es un día diáfano! ¡El cielo está azul! ¡No puede ser el Heraldo de la Bruma!”.
No.
Es un juglar.
19 / Se presenta:
-Soy el que cuenta historias y trae noticias; canto con el viento y erré el camino al sur. No sé dónde me encuentro. Soy Druss, el trovador.
-Mi nombre es Nahala y puedes quedarte, pero no nos traigas avisos de calamidades. Habla con mi padre y él te orientará cuando quieras partir. La aldea está hacia allá; pregunta por Larne. No puedo acompañarte; como ves, estoy ocupada.
Blatt se acerca con la actitud de un guardián: oliendo el rastro del hombre con las orejas gachas y esa mirada indefinible del perro que seguramente morderá.
-Señor Blatt, está bien. No es un problema; quieto.
-Bonita mascota... ¡Un lobo!
-No sé lo que es “mascota” y en todo caso, Blatt es MI LOBO.
-No te enojes...
El juglar se acuclilla:
-Ven acá, toma; esto es para ti.
Le ofrece un trozo de comida.
Nahala pone su mano sobre la de Druss, deteniéndolo:
-No le des nada; si te acepta, no será con regalos y si no, le serás completamente indiferente.
-Igual, quiero dárselo.
Blatt huele el bocado; lo lame y lo toma con delicadeza sin rozar siquiera con los colmillos los dedos de Druss.
-Confiaré en su instinto que nunca se equivoca -dice Nahala. -Pareces una persona decente.
-Así es.
Druss se aleja camino del poblado.
Se da vuelta para saludarla con la mano y le hace una guiñada.
20 / Los niños admiran y aman a Druss.
Para ellos es un héroe.
Les cuenta historias fabulosas de gigantes, enanos, duendes y hadas que ponen en sus caritas expresiones de sorpresa, terror o alegría.
En su morral lleva marionetas y títeres.
Arma un escenario diminuto en cualquier rincón y los hace vivir peripecias fascinantes a la luz de las teas. El fuego le da al acto el toque justo de misterio con ese rojo profundo que hace que bailen las sombras.
Los comediantes se inspiran en él y piensan en nuevas farsas para las próximas fiestas lunares.
Druss les enseña a maquillarse.
Con harina, para producir un aspecto fantasmal.
Con el jugo de ciertas bayas, para fingir lozanas y sonrosadas mejillas.
A marcar y acentuar los rasgos con polvo de carbón, porque esta vez serán brujas maléficas, espectros y monstruos los que entrarán en escena.
-He andado tantas veredas... -dice humilde para justificar sus conocimientos- que he aprendido un poco del sur, del norte, del este y del oeste.
Hace relatos de otros sitios y los sitúa en un mundo en el que saben que no están solos.
Los niños sueñan con vivir aventuras como las de los títeres.
Las niñas con príncipes y jardines encantados.
Le enseña a Laal a tallar muñecas de madera para las pequeñas y le revela el secreto de la movilidad.
A Salma le da recetas curativas que ella desconoce.
Nahala las rechaza orgullosamente:
-No necesito sus fórmulas. Tengo el don de curar con las manos.
-Hija mía, no desprecies lo que se te brinda con el corazón; nunca se sabe cuándo se va a precisar -advierte la madre.
-¡Es que estoy cansada! ¡Druss nos ha invadido! ¡Es el centro de atención! ¡Es perfecto! ¡Un portento! ¡Druss para acá! ¡Que Druss para allá!
-¿Y por qué te molesta?
Druss se para detrás de la muchacha que no lo ve.
Le hace una seña a Salma para que calle.
-¡Porque es un sabelotodo!
-¡Pienso que estás celosa!
-No.
El juglar le tapa los ojos con las manos.
Ella se agita enojada:
-¡Déjame, Laal! ¡No estoy para adivinar quién eres, sabiendo quién eres!
-Te equivocas, Nahala.
Salma se va sonriendo.
-Yo... -dice Nahala turbada.
-¡Oh! ¡No importa! ¡Pronto me marcharé y terminarán tus quejas!
-Perdona. No es eso lo que quiero; acaso madre tenga razón y esté celosa. Siempre tiene la palabra justa para mí... No te irás, ¿verdad? Lamento mis palabras... yo... no soy así...
-Mira: nunca puedo quedarme demasiado tiempo en un pueblo; deseo recorrer el mundo y conocer gente diferente. Por eso es que camino tanto y puedo enseñar lo que aprendo por ahí.
-¡Tu vida es interesante, vagabundo!
-Lo es; hay hombres como yo que no pueden o no quieren echar raíces y hay otros que sí lo hacen.
-Nunca tendrás una familia, una mujer que te ame, hijos que te rodeen...
-Puedo tener todo eso si aceptan ser trashumantes...
-¡Ay, cabezota! ¡Tampoco tendrás un hogar!-No, pero soy libre...
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