-Permiso -pegó dos nudillazos la Jueza Penal en la puerta entreabierta de Shirley. -Vengo por la felatio que dejó sin pagar mi marido.
Eran las dos de la tarde, pero la muchacha tenía que ayudarse con una portátil para leer tirada en la cama.
-Mirá que el portero no me dio tu nombre -aclaró la elegantísima mujer ya rolliza. -Pero te vi en la tele y reconocí enseguida la vocecita del teléfono. Y además pude entrar porque nos conocemos mucho con Naná. ¿Son cincuenta, verdad?
Shirley cerró el libraco y recogió el billete sin hablar, aunque antes se arregló avergonzadamente la melena para taparse un vendaje cuadrado.
-No me digas que estás leyendo el libro de Javierre sobre San Juan de la Cruz.
-Me lo prestó el padre Iván. ¿Quiere un mate?
-Bueno -se frotó las manos la Jueza. -¿Vos sabés que ya hace un año que compré esa biografía en Madrid y todavía no tuve tiempo de terminar la introducción?
-Está excelente. Aunque Javierre no entendió un caramelo de La noche oscura de Saura. Sentate en la cama, si querés.
-Gracias. Un matecito a esta hora para mí es el paraíso -miró la estufa apagada la mujer del ex-productor televisivo Sinforoso González. -¿No tenés frío?
-No mucho.
-Me imagino que mi marido te trató horrible.
-Yo estoy hecha para que me escupan y me revienten a pedradas, como dice la canción de Chico Buarque. Pero el señor González insultó a Jesucristo.
-Debe haber dicho que era marica. Eso se lo escuchó gritar al padre desde que nació. Y cuando yo se lo escuché gritar a él le arañé toda la cara y fue santo remedio.
-¿No te pegó?
-¿Estás loca? Chillaba como un perrito. Claro que después que engordé se le desató una locura total y terminó dándole una paliza a una de ustedes y la dejó tirada en un motel sin saber si la había matado. Y cuando el cirujano plástico de San Carlos le propuso pagarle un programa por canje a Sinforoso se le ocurrió mandarles a hacer narices Barbie a las chiquilinas nuestras y las dos aceptaron.
-Perdoná que me ría.
-No hay problema. Y te agradezco que me hayas llamado a casa para escracharlo. Lo milagroso es que se le haya caído acá adentro mi tarjeta personal y supieras dónde encontrarme. Ayer me enteré que ahora se está haciendo oralizar por las nenitas del asentamiento donde mandamos comida con la parroquia.
-Pero vos lo querés.
-El peor pecado del mundo es abandonar el amor. Y yo nunca pude dejar de quererlo. Sinforoso está enfermo desde que íbamos a la escuela y me di cuenta tarde. ¿No me dejarías sacarte una foto con el celular? De este lado no se te ve la venda. Así. Perfecto. Ahora cuando se opere de la columna se la voy a colgar en el cuarto para que no se olvide que Dios siempre defiende a los que no se achican.
Eran las dos de la tarde, pero la muchacha tenía que ayudarse con una portátil para leer tirada en la cama.
-Mirá que el portero no me dio tu nombre -aclaró la elegantísima mujer ya rolliza. -Pero te vi en la tele y reconocí enseguida la vocecita del teléfono. Y además pude entrar porque nos conocemos mucho con Naná. ¿Son cincuenta, verdad?
Shirley cerró el libraco y recogió el billete sin hablar, aunque antes se arregló avergonzadamente la melena para taparse un vendaje cuadrado.
-No me digas que estás leyendo el libro de Javierre sobre San Juan de la Cruz.
-Me lo prestó el padre Iván. ¿Quiere un mate?
-Bueno -se frotó las manos la Jueza. -¿Vos sabés que ya hace un año que compré esa biografía en Madrid y todavía no tuve tiempo de terminar la introducción?
-Está excelente. Aunque Javierre no entendió un caramelo de La noche oscura de Saura. Sentate en la cama, si querés.
-Gracias. Un matecito a esta hora para mí es el paraíso -miró la estufa apagada la mujer del ex-productor televisivo Sinforoso González. -¿No tenés frío?
-No mucho.
-Me imagino que mi marido te trató horrible.
-Yo estoy hecha para que me escupan y me revienten a pedradas, como dice la canción de Chico Buarque. Pero el señor González insultó a Jesucristo.
-Debe haber dicho que era marica. Eso se lo escuchó gritar al padre desde que nació. Y cuando yo se lo escuché gritar a él le arañé toda la cara y fue santo remedio.
-¿No te pegó?
-¿Estás loca? Chillaba como un perrito. Claro que después que engordé se le desató una locura total y terminó dándole una paliza a una de ustedes y la dejó tirada en un motel sin saber si la había matado. Y cuando el cirujano plástico de San Carlos le propuso pagarle un programa por canje a Sinforoso se le ocurrió mandarles a hacer narices Barbie a las chiquilinas nuestras y las dos aceptaron.
-Perdoná que me ría.
-No hay problema. Y te agradezco que me hayas llamado a casa para escracharlo. Lo milagroso es que se le haya caído acá adentro mi tarjeta personal y supieras dónde encontrarme. Ayer me enteré que ahora se está haciendo oralizar por las nenitas del asentamiento donde mandamos comida con la parroquia.
-Pero vos lo querés.
-El peor pecado del mundo es abandonar el amor. Y yo nunca pude dejar de quererlo. Sinforoso está enfermo desde que íbamos a la escuela y me di cuenta tarde. ¿No me dejarías sacarte una foto con el celular? De este lado no se te ve la venda. Así. Perfecto. Ahora cuando se opere de la columna se la voy a colgar en el cuarto para que no se olvide que Dios siempre defiende a los que no se achican.
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