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elMontevideano / Laboratorio de Artes recomienda leer



En setiembre de 2004, Hugo Bervejillo (Uruguay, 1948) publicó su tercera novela, El ángel negro, que fue escrita entre 1997 y 1999 y recibió una mención honorífica en el concurso literario municipal del año 2000.

La primera novela de Bervejillo, Una cinta ancha de bayeta colorada, había sido publicada en 1993, y recibió una inusual aclamación de público y crítica en un país donde los mandamases del establishment y el academicismo cultural tratan de catacumbizar sistemáticamente a los que ponen el corazón en el punto del penal y lo patean a lo crack: con eficacia, humildad y grandeza.

Actualmente, ese imprescindible clásico de la nueva novela histórica uruguaya que es Una cinta ancha de bayeta colorada ya llegó a su quinta edición al ser recuperada por la editorial Rumbo.

La segunda novela de este verdadero matrero narrativo que es Bervejillo, Basilio está en la frontera, más extensa que la primera y acaso todavía más impregnada de esa potente redondez experimental que se constituyó en el patrón liberador a nivel simbólico e identitario de los principales integrantes del boom latinoamericano de los 60, fue valorada en cambio con entusiasmo por algún medio prestigioso pero ignorada por casi todos los otros. La cofradía de la mediocridad ya empezaba a quemarse los dedos tapando el sol porque un primer gran libro se le puede perdonar a un desconocido, pero dos ya es abuso.

Y esta tercera joya que hoy recomendamos, El ángel negro, aparece al principio de un milenio donde ya casi ni siquiera existen las páginas literarias en el Uruguay, y las despobladísimas vidrieras de nuestras librerías se dedican a mostrar algo con lobby por un tiempo y listo. A la porteña, ¿viste?: es lo que hay, valor. Mostramos lo que los sellos transnacionales ponen de moda y los demás se joden.

Pero los matreros del 2000 siguen siendo tan porfiados como los Capitanes del Vuelo que inauguraron hace un siglo, con la irrupción de Rodó, Quiroga y Herrera y Resissig, nuestro sufridísimo periplo de producción de material artístico de primer nivel mundial, y Bervejillo agrega dos nuevas obras maestras soberanamente ignoradas: El ángel negro y Cenizas y un gallo muerto.

Estos dos nuevos textos son de mediano y corto aliento, respectivamente, y resultan muy difíciles de conseguir. Pero como ya hace tres o cuatro años vimos en el estante interior de una librería céntrica El ángel negro, atacamos con ella.

Se trata de una ficción de impronta discursiva esencialmente faulkneriana y dospassiana, que inserta mágicamente el escalpelo en el ya tan poluido doble lenguaje ético de la clase dominante uruguaya del siglo XIX y compone, entre el vértigo de ese surrealismo tan incanjeable que siempre distinguió a Bervejillo, un verdadero thriller histórico y filosófico de esos que tanto se le festejan a Umberto Eco o a Vargas Llosa, ensayistas disfrazados de novelistas que no te erizan un hueso.
Bervejillo te zarandea el esqueleto, y es capaz de sondear simbólicamente, porque no es un ensayista disfrazado, en las bases del lamentabilísimo desierto de valores arquetípicos que amenaza con seguir devastando a nuestras nuevas generaciones, alejándolas, entre otros desastres, de un posible artiguismo vertical, metafísico y revolucionario. En El ángel negro encontramos a un fenomenal diablo afro, el Oscuro, amestizándose casi gozosamente con el cristo milenario, Yeshua, en contra de ese Tío Poder ilustrado y astuto y servil que nos atenaza desde 1830.

Y no decimos más. Si la querés leer tenés que buscarla, macho. Lo mismo pasó con El pozo y el aparición del Taller Torres García en su momento, pero la fe en el arte siempre derrumbó ninguneos montañosos. Y cuidado, porque los barandales del descenso a los sótanos del infierno suicida de la posmodernidad están llenos de huellas de dedos quemados de tapar el sol.



HUGO GIOVANETTI VIOLA

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