SÉPTIMA ENTREGA
13 LA VIDALITA Y EL BALERO
Aquella guitarra criolla entona a lo lejos una vidalita.
El resol áureo, resplandeciente, dibuja como un lápiz mágico los perfiles de los pétalos y las hojas.
Bosqueja, esfumándola, una neblina ámbar en la que vuelan abejas y mariposas; a través de las minúsculas, transparentes alas, se puede ver el cielo.
En la serenidad del crepúsculo, las voces se aquietan.
La plaza se ensombrece a medida que la claridad se despide con el sol.
Corazón descubre los jardineros y las hadas al mirar a su alrededor.
Arquímedes se los presenta.
El hombre de bronce no se asombra de nada ya que conoce muchos enigmas; aquellos que le enseñara el médico brujo de la tribu en su África natal.
La nena de vestido rojo, que hoy es amarillo y entona a la perfección con el dorado atardecer, acaricia a Sócrates.
Después de jugar todo el día, tiene las medias vergonzosamente sucias, arrugadas en los tobillos.
El revolea baleros, luce traspirado y coloradísimo.
Es que el partido de fútbol fue una hazaña peliaguda de dudoso triunfo y culminó con coscorrones y piñas.
La pelea fue como un grave conflicto armado de piedras y palos que brotaron agresivos de recónditos recovecos.
Los músicos detuvieron a tiempo la batalla campal que explotó sin aviso en medio del campo de juego, evitando huesos rotos y males mayores.
Luego les dieron un sermón: se sentían apesadumbrados porque los bandoleros no tuvieron en cuenta los buenos consejos y los mensajes que trasmite la música ni recordaron la Regla de Oro.
-Vienen día a día a escucharnos; parecería que no les importaran nuestras palabras y que las armonías les entraran por una oreja y les salieran por la otra sin dejar huellas en sus almas -dice Risa san.
La nena intenta disculparse y disculparlos:
-Lo que pasa es que éstos, son así: ni fu, ni fa...
-¿Cómo es eso, pequeña?
-Re fácil, señor Pomelo: ni buenos ni malos del todo... ¡Es que son chicos!
-¡Já! ¡Mirá quién habla!
-¡Vos callate! ¡A ver si la próxima vez te aprendés bien la lección!
-¿Y vos la aprendiste? ¡Fuiste la primera en dar patadas!
-¡Fue en defensa propia! Mirá que te casco...
-¡Ayyyyyyyy! ¡Fijate cómo tiemblo!
-Calma, niños -dice el violinista: -Esta noche, al ir a la cama, piensen en lo que sucedió hoy y consúltenlo con la almohada que es buena consejera; mi abuelita me lo decía si me portaba mal...
14 LA ABUELA Y LOS ÁNGELES
La dueña de este consejo sabio aparece cuando se la nombra o se acerca la Navidad.
En realidad, todas las abuelas del mundo son dueñas de estas palabras y no hay una sola que no las haya pronunciado a sus traviesos descendientes a la hora de dormir.
Arquímedes tiene la seguridad que vendrá en dos o tres días porque acaba de nombrarla y falta poco para Navidad.
Si se siente solo, dice la palabra “abuelita” y la llamada es oída por la dama que es dueña de poderes maravillosos y posee muchísima intuición.
Presiente cuándo se la necesita.
Él cree que es una hechicera y nunca se lo reveló porque es un secreto de familia.
Sócrates la ama.
A su alrededor suceden hechos increíbles.
Conoce el idioma de todos los bichos, de las plantas y hasta puede hablar con el jarrón de cerámica que posa sobre la repisa de la chimenea.
Cacerolas y sartenes trabajan sin que las toque, elaborando platos deliciosos.
Va y viene, al parecer sin hacer nada, pero a su paso brillan los cristales y no hay restos de polvo en los muebles.
Es petisa.
No tanto como los fantasmas de su nieto.
Muy delgada y se viste con ropas re modernas.
Usa el cabello cortísimo, “rubio natural” como se apresura en aclarar.
Sus amistades dicen que está colifata pero la aman tanto como el perro.
El compositor la adora y sospecha que le regaló la casa con los duendes adentro para que le sirvieran de ángeles de la guarda.
Cuando viene, los hombrecitos la dejan hacer y para no interferir con sus labores, trabajan en el jardín ayudando a los seres de la naturaleza.
Y Arquímedes la escuchaba decir de tanto en vez:
-Este chico me preocupa. ¡Tan soñador y callado...!
13 LA VIDALITA Y EL BALERO
Aquella guitarra criolla entona a lo lejos una vidalita.
El resol áureo, resplandeciente, dibuja como un lápiz mágico los perfiles de los pétalos y las hojas.
Bosqueja, esfumándola, una neblina ámbar en la que vuelan abejas y mariposas; a través de las minúsculas, transparentes alas, se puede ver el cielo.
En la serenidad del crepúsculo, las voces se aquietan.
La plaza se ensombrece a medida que la claridad se despide con el sol.
Corazón descubre los jardineros y las hadas al mirar a su alrededor.
Arquímedes se los presenta.
El hombre de bronce no se asombra de nada ya que conoce muchos enigmas; aquellos que le enseñara el médico brujo de la tribu en su África natal.
La nena de vestido rojo, que hoy es amarillo y entona a la perfección con el dorado atardecer, acaricia a Sócrates.
Después de jugar todo el día, tiene las medias vergonzosamente sucias, arrugadas en los tobillos.
El revolea baleros, luce traspirado y coloradísimo.
Es que el partido de fútbol fue una hazaña peliaguda de dudoso triunfo y culminó con coscorrones y piñas.
La pelea fue como un grave conflicto armado de piedras y palos que brotaron agresivos de recónditos recovecos.
Los músicos detuvieron a tiempo la batalla campal que explotó sin aviso en medio del campo de juego, evitando huesos rotos y males mayores.
Luego les dieron un sermón: se sentían apesadumbrados porque los bandoleros no tuvieron en cuenta los buenos consejos y los mensajes que trasmite la música ni recordaron la Regla de Oro.
-Vienen día a día a escucharnos; parecería que no les importaran nuestras palabras y que las armonías les entraran por una oreja y les salieran por la otra sin dejar huellas en sus almas -dice Risa san.
La nena intenta disculparse y disculparlos:
-Lo que pasa es que éstos, son así: ni fu, ni fa...
-¿Cómo es eso, pequeña?
-Re fácil, señor Pomelo: ni buenos ni malos del todo... ¡Es que son chicos!
-¡Já! ¡Mirá quién habla!
-¡Vos callate! ¡A ver si la próxima vez te aprendés bien la lección!
-¿Y vos la aprendiste? ¡Fuiste la primera en dar patadas!
-¡Fue en defensa propia! Mirá que te casco...
-¡Ayyyyyyyy! ¡Fijate cómo tiemblo!
-Calma, niños -dice el violinista: -Esta noche, al ir a la cama, piensen en lo que sucedió hoy y consúltenlo con la almohada que es buena consejera; mi abuelita me lo decía si me portaba mal...
14 LA ABUELA Y LOS ÁNGELES
La dueña de este consejo sabio aparece cuando se la nombra o se acerca la Navidad.
En realidad, todas las abuelas del mundo son dueñas de estas palabras y no hay una sola que no las haya pronunciado a sus traviesos descendientes a la hora de dormir.
Arquímedes tiene la seguridad que vendrá en dos o tres días porque acaba de nombrarla y falta poco para Navidad.
Si se siente solo, dice la palabra “abuelita” y la llamada es oída por la dama que es dueña de poderes maravillosos y posee muchísima intuición.
Presiente cuándo se la necesita.
Él cree que es una hechicera y nunca se lo reveló porque es un secreto de familia.
Sócrates la ama.
A su alrededor suceden hechos increíbles.
Conoce el idioma de todos los bichos, de las plantas y hasta puede hablar con el jarrón de cerámica que posa sobre la repisa de la chimenea.
Cacerolas y sartenes trabajan sin que las toque, elaborando platos deliciosos.
Va y viene, al parecer sin hacer nada, pero a su paso brillan los cristales y no hay restos de polvo en los muebles.
Es petisa.
No tanto como los fantasmas de su nieto.
Muy delgada y se viste con ropas re modernas.
Usa el cabello cortísimo, “rubio natural” como se apresura en aclarar.
Sus amistades dicen que está colifata pero la aman tanto como el perro.
El compositor la adora y sospecha que le regaló la casa con los duendes adentro para que le sirvieran de ángeles de la guarda.
Cuando viene, los hombrecitos la dejan hacer y para no interferir con sus labores, trabajan en el jardín ayudando a los seres de la naturaleza.
Y Arquímedes la escuchaba decir de tanto en vez:
-Este chico me preocupa. ¡Tan soñador y callado...!
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