17 MAHLER / EL RELINCHO
Isabelino Pena y Díaz Grey encontraron a Onetti sustituyendo la segunda inscripción tachuelada en el lambriz por otra que rezaba: Señora: yo no soy digno de entrar en tus huesos / pero una mano tuya bastará para sanarme.
Y siento que me acogotan unas iluminadas ganas de llorar por el Hugo.
-¿Un JB, doctor? -destapó la segunda botella el hombre enamorado del resplandor de Anita: -Dicen que es para mujeres, pero los burros piensan lo mismo de Piotr Ilich Tchaicovski.
-Acepto uno con soda y propongo el Adagietto de la quinta de Mahler -me señala el tocadiscos el domador de la valkiria: -¿Recuperó la pierna que baila, Linacero?
-Salud -aceptó un Chesterfield Onetti y demoró muchísimo en prenderlo y esperó que derramara la música para besar el whisky: -Lo que me maravilló y me curó fue el final del penúltimo capítulo de su historia, doctor. Cuando Jorge Malabia se queda solo con el cabrón en el velorio de Rita y camina por el piso de tablas y las velas se ponen a bailar. Me gustaría conocer a ese muchacho.
-Ese muchacho está muy cambiado -oigo hervir la caldera y vuelvo enseguida de la cocina con un mate espumoso: -Hoy lo vimos en el Yacht Club de la Colonia Piamontesa con la Perotti y el futuro cuñado. Fue una tarde terrible.
-¿Estaba Anita?
-Por supuesto. Los padrinos le regalaron una chalana para pasear por el Arroyo de las Palomas con el chivito pero Lázaro y los fotógrafos de El socialista ensuciaron todo.
-Che, hablando de la revolución: ¿vos te llevaste mi revólver?
-Sí. Y me lo confiscó el sub-comisario Rufianeli.
-Bua. Te habrás puesto histérico.
-Mirá: la próxima vez que a vos te dé un ataque de asco y quieras escupir a los manoseadores de la pureza llamame y yo te calmo con tiempo.
-Hay que tener paciencia con Marlogüe, doctor -alzó burlonamente la trompa el hombre triste: -No sé quién escribió que los que se indigestan con la redención terminan haciendo caca en el yelmo de Mambrino. Así que hubo escandelete. Cuenten. Yo soy muy chusma.
-Me imagino que oyó hablar de la hija de Jeremías Petrus -se suena la nariz con vergüenza Díaz Grey.
-Cómo no. Una belleza digna de Piotr Ilich, según me comentaron. Oh something pernicious and dread! / Something far away from a puny and pious life! / Something unproved! Something in a trance! / Something escaped from the anchorage and driving free.-Nos pensamos casar a fin de año.
-¿Sabe que ayer soñé que inventaba una mariposa para abrigarle el tercer ojo a esa mujer? Porque la veía como una loba desnuda. Con todo respeto.
El detective y el hombre de mechón albino se mostraron los dientes y recién al final del Adagietto Onetti agregó:
-Che, Marlogüe: ¿no le dirías al doctor que lo quiero?
-Contéstele que yo también lo quiero, por favor -clava la miopía empañada en el lambriz Díaz Grey: -Y que le agradezco mucho la lectura de mi crónica. Aunque siento que no tendría que haberla publicado.
-¿Por qué, hermano? ¿Otra copa?
-No. Para mí está bien.
-Yo me pienso seguir emborrachando. Si no me lo contraindica mi hermano de cabecera, of course.
Y después manoteó la edición de Marcha y usó los lentes como lupas para glosar un párrafo subrayado con muy mal pulso:
-El médico es un buen narrador porque se detiene a querer lo que ama con la dorada lentitud del que está descubriéndose a sí mismo, seguro de que la verdad que importa no está en lo que llaman hechos. Y desinteresado de que yo, el público, pueda ser grosero y frívolo y aburrirme.-Y además segurísimo de que cualquier lector de este mundo merece recibir el tesoro que le cayó del cielo -se entusiasmó Isabelino Pena.
-Vos callate y chupá agua, ego fálico.
Entonces nos paralizan un galope rabioso y un relincho de agonía adolescente que llega con nitidez desde la calle muerta del domingo:
-Soy Jorge Malabia, doctor. ¿Baja o subo?
18 EL IDIOTA Y LA INMACULADA
Isabelino Pena vio que Díaz Grey mordía resignadamente un cigarrillo y salió al balcón a gritarle a Jorge Malabia que subiera. Y es como si el odio que emerge fosforeciendo del ascensor fuera el verdadero esqueleto del hombre-águila sudado y desmelenado que huele un poco a bosta.
-Díaz Grey está en el dormitorio -se quedó con la manito en el aire el detective y aprovechó para reacomodarse el jazmín de la solapa.
-Disculpe la persecución, doctor -sondea el retrato de Juan hecho por Sabat el tío de Ana María Malabia y sigue a las zancadas hasta el cuarto neblinoso: -Hagen me dijo que andaba por aquí y no pude esperar más.
-Gusto de conocerlo -señaló su ejemplar de Una tumba sin nombre Onetti: -Hay una silla libre, JB y tinto Los abuelos. ¿Cómo se las arregló para atar el caballo, si no es indiscreción?
-No hubo necesidad. El caballo es de sangre pero no humana -se aplasta el buclerío flamígero Blue Eyes. -No sabe traicionar.
Entonces el doctor se preparó otra copa sin soda y el viejo le ofreció un mate a Jorge, que prefirió servirse vino de la damajuana y sentarse en el suelo.
-Vine a invitarlo a ver un espectáculo obsceno que organicé en el fondo de casa, frente al parrillero -se le curva una mínima amabilidad a Blue Eyes después de un trago que le hace saltar varias veces la nuez: -Marcos Bergner y Tito Perotti ya deben haber llegado hace rato.
-Llegado para qué, mijo.
-Yo preferiría que no vuelva a llamarme así, doctor. Y además ahora me toca el turno de preguntar a mí.
-Postergue la pregunta -ordenó Onetti, manso: -Estamos en mi casa y yo quisiera que me explicara a quién se le ocurrió que su maravillosa sobrina saliera a pedir plata adorando y explotando a un ícono cabrío, igual que la mujer de la novela. Además de disfrazarse de novia mística y usar postales del Señor de la Paciencia. Porque estamos frente a la astucia más perversa o la santidad más absurda. Y cualquiera de las dos señales son demasiado humanas. O hay milagro escalofriante o trampa repugnante. Mijo.
-Me imagino que usted conoció al Hugo, señor dueño de la casa.
-Eladio Linacero.
-Okey. El Hugo fue el peón que me ayudó a enterrar a Jerónimo aunque eso no figure en el libro de Díaz Grey, Mister Linacero. Es un muchacho que tiene una fe parecida a la de Jacob van Oppen, un ex-campeón de lucha libre que hizo historia en la ciudad por su indecencia digna de los profetas más extraordinarios: los que se cagan en lo imposible y enseñan a soñar la verdad sin muerte.
-Escuché hablar bastante de Jacob van Oppen y del Comendador Orsini, Mister Malabia. Y de paso le informo que he tenido la suerte y la desgracia de vivir unos cuantos años en la Colonia Suiza. Escribiendo encerrado, pero atento.
-Bueno, el Hugo sería un caso de anormalidad por el estilo. Con el físico deforme y una fe alucinada, infantil. Como quiera. El año pasado se conchabó con mi primo y cuando Anita tomó la comunión trajo a Lux diciendo que lo había encontrado enterrado en el fondo de casa.
-Eso es hermoso -se huele el jazmín impoluto del piyama Juan: -¿Pero la idea de pedir para el Cristo obrero también la inventó el idiota?
-No es idiota del todo -chistó Díaz Grey: -Aparte de que la madre vive en Enduro y conoció a la Rita y a Higinia y se crió con doña Glyde. Y ahora se están forrando con las recaudaciones piadosas.
-Que se forren, doctor -termina el vaso Jorge: -Y que los bolches de la convención se inventen una Eva Duarte y sueñen con arrear a las bases peronistas. Todo en la vida es mierda, igual.
-Todo menos la inmaculada concepción de Ana María -corrigió Onetti, soplando un aro-ameba plateado: -Es como si el Tata la hubiera soñado para que yo entendiera que tengo un alma sin cuerpo. No se fíe de Rimbaud, Mister Malabia.
-Ni siquiera lo leí.
-Pero usted quiso cambiar la vida como Rimbaud. Quiso ser más que el Tata que no existe, mijo.
-La que no existe será tu madrina -se me escapa un pedo imponente y nos reímos un poco.
19 DE VIDA O MUERTE / LA BLANCURA
Isabelino Pena explicó:
-El mate me provoca mucha aerofagia.
-Con estos detectives anales se terminó hasta la ética chandleriana, doctor -aprovecha Juan para ir cadenciosamente al baño y al volver se desparrama aliviado y pone trompa de juez: -Su pregunta, Mister Malabia.
-Ya es tarde, pero no importa -entornó el odio cobalto para descifrar la tercera inscripción del lambriz el hombre que olía a establo y a sudor indefenso: -Y que los demás invitados al circo esperen estudiando las apuestas. Usted sabe lo que quiero preguntarle, doctor.
-Claro. A usted lo que le interesa es saber por qué se me ocurrió tentar a mis sacrificadísimos lectores con una posible media vuelta de tuerca final para el melodrama debussyano -se le dulcifican los huecos del cráneo a Díaz Grey: -Pero no es ninguna ofensa. Al contrario: en ese momento tuve la sensación de que usted podía ser incapaz de enterrar a la divinidad o a Jerónimo como idea de la divinidad, aunque los humanos le den tanto asco.
-Pero se equivocó. Hizo una trampa al solitario y después publicó el esperpento de barajas trasnochadas y que los personajes se jodan.
-Incluido yo, mi amigo. Pero lo publiqué sin ninguna ambición. Un colega me pidió el manuscrito y terminé dándole la única copia. ¿Qué me puede importar ser difundido por un semanario uruguayo que se dedica a revender la ilusión de Robespierre and Company?
-Confieso que a mí también me chocó un poco el relativismo del penúltimo párrafo -se clavó la bombilla en el resplandor sarroso Isabelino Pena: -Demasiada multiple choice, para mi gusto. Y sin embargo importa. Importa porque sugiere que no hay nadie que no le tenga amor a la pureza del Hombre Nuevo. El caballero de la fe que usted quiso ser tirado en aquella cama mugrienta mientras esperaba el milagro de que Rita se salvara del emputecimiento. Rita o la humanidad entera.
-Vos chupá despacito o voy a tener que dormir en el balcón -siento que Juan me quiere igual que a un perro o al Hugo y me dan ganas de salir a gritar que la vida es tan perfecta como la última cena.
-Yo no puedo pedirle disculpas porque todo lo que escribo me cae del cielo -enderezó el bastón Díaz Grey: -Pero no siento la desconfianza de Marcos Bergner y no tengo el menor interés en apostar o en ver la exhumación de Jerónimo. Los circos no son tan tristes.
Entonces el hombre de sobacos aceitosos saltó eléctricamente y después de incrustarse en el azul sin luna y silbarle al caballo se sirvió un dedo de tinto Los abuelos aunque ya no se sentó:
-Preciso que me acompañe, doctor. Podrá parecer cursi, pero para mí es cosa de vida o muerte.
El médico apura el whisky mientras yo me adelanto a guardar el disco y de golpe Onetti ronca:
-Lo que es de vida o muerte es la blancura de la novia robada, señores. ¿Su sobrina está pidiendo piedad en la estación desde el 8 de diciembre y piensan que el vestido no se le va a marchitar?
-Doña Glyde lo lava todos los días -cargó la bandeja y metió el disco de Mahler en la valija de Díaz Grey Isabelino Pena: -Y lo que mendiga Anita es fe, no piedad. Remember Job, dear Carr.
-Eso te lo contesto en Casiodoro, ratón del Vaticano: ¿qué diferencia tienen un traje de comunión y un trapo de cocina a la hora de gastarse?
-Nadie puede imaginarse lo que yo odio a ese trapo de comunión, señores -se vuelve casi más Rimbaud que Rimbaud Jorge Malabia: -Habría que quemarlo en público y pedirle perdón a los recién nacidos por traerlos a este chiquero lleno de estrellas que van a congelarse.
-El problema es que los recién nacidos no entienden el hablar de los astutos, Mister Blue Eyes -se puso el gacho el detective: -¿Los puedo acompañar a su casa?
-Cómo no. Lo único que precisábamos era un payaso de verdad.
-Y lo que yo precisaría es hablar más tiempo con usted -señala la tristísima tapa de la edición de Marcha Onetti: -¿Mañana podría ser? Sin caballo, por favor: me pone mal que espere.
-Okey. Si me guarda el tinto.
(continúa próximo sábado)
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