sábado

PROUST Y SU VECINA, CARTAS DE MÚSICA Y RUIDO

 


por Andrés Seoane

 

“Por un gesto indulgente de generosidad -o por un juego de reflejos-, atribuye usted a mis cartas un poco de las cualidades que tienen las suyas. Las suyas son deliciosas, deliciosas de corazón, ingenio, estilo, talento” escribe Marcel Proust a la señora Williams, una nueva pieza en el complejo rompecabezas que es la extensa correspondencia del autor de En busca del tiempo perdido. Un curioso epistolario que revela nuevas facetas de la personalidad del autor y que Elba reúne, casi como si fuera una novela breve, en Cartas a su vecina.

Desconocidas durante años, las veintitrés misivas que el autor envió a Marie Williams a lo largo de poco más de una década, de 1908 a 1919, fueron una de las sensaciones en la inauguración en 2010 del Musée des Lettres et des Manuscrits de París, una enjundiosa colección que guarda textos originales de personajes como BaudelaireLisztZolaVan GoghRubensTolstói o Debussy.

¿Quién es esta misteriosa señora Williams, hasta el momento desconocida para las legiones de estudiosos del escritor? Pues nada menos que la vecina de arriba del mítico apartamento del 102 del Boulevard Haussmann de París, en el que Proust habitó entre 1907 y 1919 y en el que escribió su magna obra. Lo que originó el contacto fueron unas obras en el piso superior, donde el marido de Marie, un dentista, decidió instalar su consulta. Para Proust, obsesionado con el silencio para trabajar, el ruido se hizo un enemigo feroz que la mujer le ayudó a combatir, como refleja este en la primera de las cartas: “reciba mi gratitud por su caritativa preocupación por mi descanso”.

Algo más que vecinos

Quisquilloso, pero de trato exquisito, irónico y mordaz, aunque siempre educado, Proust mantiene a su interlocutora al tanto de sus quejas y sus demandas: “Es usted muy gentil por preocuparse por el ruido. Hasta ahora es contenido y relativamente próximo al silencio. Todas las mañanas ha venido un fontanero de las 7 a las 9; es probablemente el horario que él había elegido. ¡No puedo decir que mis gustos se correspondan con los suyos!”. E incluso, se permite salpicar las cartas con alguna broma: “Es probable que cuando esta cuadrilla filarmónica se haya dispersado, el silencio suene en mis oídos tan antinatural que, lamentando la desaparición de los electricistas y la marcha del tapicero, añoraré mi canción de cuna”.

Pero más allá de este trato cordial y superficial, la relación entre ambos se fue estrechando con el tiempo y abarcando temas más variados y profundos, pues Marie Williams era una mujer culta y sensible, apasionada melómana que tocaba el arpa y, además, era admirada lectora del escritor. Asimismo, su condición común de enfermos crónicos es otro asunto habitual que estrechó el lazo. “Me entristece saber que tampoco usted está bien. A mí me parece normal estar enfermo. Pero la enfermedad debería perdonar al menos a la Juventud, la Belleza y el Talento”, le escribe el autor en 1909.

Por esta época las cartas de Proust ya se hallan imbuidas de genuino afecto por esta mujer solitaria ante la que despliega toda su seducción y hace brillar su humor, su cultura y su arte del cumplido. Así, tiende puentes en lo musical cuando le escribe: “Clary (un amigo común) me ha dicho que es usted una gran intérprete de música. ¿No podría alguna vez subir a escucharla? El cuarteto de Franck, las Béatitudes y los cuartetos de Beethoven son el objeto de mi más nostálgico deseo”. También hablan de poesía y de flores, tema que apasionaba al escritor, que se creía heredero de la tradición literaria del lenguaje de las flores y de pintura.

Una puerta sin llaves

Tímido y receloso como era, se lanza incluso, prueba de una confianza singular, a comentar con ella aspectos de su magna obra, cuya publicación fue retrasada por el comienzo de la Primera Guerra Mundial, lo que disgustó mucho al autor. “Ha llegado la guerra, y naturalmente el segundo y el tercer volumen no han podido salir. Algunos de mis amigos continúan escribiendo libros, y publicándolos, visto que me los mandan. Probablemente su editor no ha sido movilizado como el mío, su mente no está movilizada como la mía, que en estos momentos se halla absorbida por pruebas muy distintas de las pruebas de imprenta que debería corregir”.

También se toma Proust la molestia de explicarle que para comprender su novela no basta con haber leído Por el camino de Swann y los extractos siguientes publicados en la Nouvelle Revue Française en 1914. “Estoy demasiado contento de tener una lectora como usted para dejar pasar esta oportunidad. Pero ¿podrán estas páginas desgajadas del resto darle una idea del segundo volumen? No es que tampoco el segundo volumen signifique gran cosa; es el tercero el que ilumina y aclara los planes del resto”, explica el escritor. “Sólo que, cuando se hacen obras en tres volúmenes en una época en la que los editores no quieren publicar más que uno por vez, hay que resignarse a no ser comprendidos, porque el mazo de llaves no se encuentra en la misma ala del edificio que tiene las puertas cerradas”, se lamenta.

Un adiós desconocido

La marcha del conflicto mundial es, como decíamos, otro motivo de aprensión para los dos solitarios, que intercambian confidencias sobre el miedo de Proust a ser llamado a filas (“en unos días he de pasar el examen de idoneidad militar, e ignoro si seré aceptado o no”), lo que finalmente nunca ocurriría, o sobre la muerte del hermano de Williams: “me he acostumbrado tanto, aun sin conocerla, a simpatizar con sus tristezas o sus alegrías, a través de la pared más allá de la cual la siento invisible y presente, que la noticia de la muerte de su hermano me ha acongojado vivamente. Sigo pensando mucho en usted, y aún pensaré más a causa de su tristeza”.

Esta relación, que el escritor nunca confesó a nadie, se vería interrumpida en 1919, cuando el doctor Williams y su esposa dejarán el Boulevard Haussmann apenas un par de meses antes que Proust, que, obligado a mudarse como consecuencia de la venta del inmueble, lo abandonará el 31 de mayo de 1919. Por el momento, parece que las últimas cartas del autor se han perdido (al igual que las respuestas de la mujer, víctimas como mucha de la correspondencia de Proust de un lamentable auto de fe), así que sólo nos queda especular con el adiós que el genial escritor rindió a una confidente a la que, aunque sólo vio un par de veces en persona, se convirtió en sustento de sus más mundanos problemas y anhelos.

7 de diciembre de 1909

(viernes)

Aún bajo su encanto, Marcel Proust ruega a la señora Williams que tenga a bien aceptar sus respetuosas expresiones de gratitud por la hermosa carta de artista con la que ha tenido el favor y le ha hecho el honor de escribirle. Y le estaría sumamente agradecido si quisiera interceder ante el doctor para no tener demasiado ruido mañana, sábado, debiendo salir un momento por la tarde.


(EL CULTURAL / 28-9-2021)

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