jueves

JOSEPH CAMPBELL - EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (158) Psicoanálisis del mito

 EPÍLOGO / EL MITO Y LA SOCIEDAD

 

2 / LA FUNCIÓN DEL MITO, DEL CULTO Y DE LA MEDITACIÓN (1)

 

En su forma viva, el individuo es necesariamente sólo una fracción y una distorsión de la imagen total del hombre. Está limitado, ya sea hembra o varón; también lo está en cualquier período de su vida, como niño, como joven, como adulto o como anciano; y no sólo eso, sino que en su vida está necesariamente especializado como artesano, comerciante, sirviente o ladrón, sacerdote, líder, esposa, monja o prostituta; no puede serlo todo. De aquí que la totalidad, la plenitud del hombre, no esté en un miembro aparte, sino en el cuerpo de la sociedad como un todo; el individuo puede ser sólo un órgano. De su grupo ha tomado las técnicas de vida, el lenguaje en que piensa, las ideas por las cuales lucha; los genes que han construido su cuerpo descienden del pasado de esa sociedad. Si pretende aislarse, ya sea en hechos, pensamientos o sentimientos, sólo logra romper las relaciones con las fuentes de su existencia.

 

Las ceremonias tribales de nacimiento, la iniciación, el matrimonio, el entierro, la adquisición de un estado social, etc., sirven para trasladar las crisis y hechos de la vida del individuo a formas clásicas e impersonales. Estas formas tienen por objeto mostrarlo a sí mismo, no como esta personalidad o la otra, sino como el guerrero, la desposada, la viuda, el sacerdote, el jefe; al mismo tiempo se representa para el resto de la comunidad la vieja lección de las etapas arquetípicas. Todos participan en el ceremonial de acuerdo con su rango y su función. La sociedad entera se hace visible como una unidad viva e imperecedera. Pasan generaciones de individuos como células anónimas de un cuerpo vivo; pero permanece la forma sustentante e intemporal. Por una ampliación de la visión para abarcar a este superindividuo, cada uno se descubre a sí mismo engrandecido, enriquecido, apoyado y magnificado. Su papel, aunque no sea nada impresionante, se ve como intrínseco a la bella imagen festiva del hombre, la imagen potencial pero necesariamente inhibida que está dentro del individuo.

 

Los deberes sociales continúan la lección del festival en la existencia diaria y normal y se le da más validez al individuo. Por el contrario, la indiferencia, las revoluciones o el exilio rompen las conexiones vitales. Desde el punto de vista de una unidad social, el individuo aislado no es sino una nada, un desperdicio. De aquí que el hombre o la mujer que puedan decir honestamente que han vivido su papel -ya sea el de sacerdote, prostituta, reina o esclavo- se refieren al sentido completo del verbo ser.

 

Los ritos de la iniciación y de la adquisición de una situación, pues, muestran la lección de la unidad esencial del individuo y el grupo; los festivales de las estaciones abren un horizonte mayor. Así como el individuo es un órgano de la sociedad, así es la tribu o la ciudad -así es la humanidad entera-, sólo una fase del poderoso organismo del cosmos.

 

Ha sido costumbre describir los festivales de las estaciones de los llamados pueblos primitivos como esfuerzos para dominar a la naturaleza. Esta es una representación equivocada. Hay mucha voluntad de dominio en todos los actos del hombre, y particularmente en aquellas ceremonias mágicas que se supone han de traer la lluvia, curar las enfermedades o detener las inundaciones; sin embargo, el motivo dominante en el ceremonial de todas las religiones verdaderas (oponiéndoles a la magia negra) es la sumisión a lo inevitable del destino, y en los festivales de las estaciones este motivo es particularmente evidente.

 

No se ha registrado ningún rito tribal que intente postergar la llegada del invierno; al contrario: los ritos preparan a la comunidad para soportar, junto con el resto de la naturaleza, la estación del frío tremendo. Y en la primavera, los ritos no intentan obligar a la naturaleza a producir de inmediato maíz, frijol y calabazas para la comunidad debilitada; por el contrario, los ritos dedican a todo el pueblo a la obra de la estación de la naturaleza. El maravilloso ciclo del año es celebrado con todos sus contratiempos y períodos de júbilo, y es bosquejado y representado como una continuidad del ciclo vital del grupo humano.

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