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ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (83) - M. BAJTIN


 EL PROBLEMA DEL AUTOR (1)

  

En el presente capítulo hemos de resumir los resultados de nuestro análisis y luego definir más exactamente al autor como participante del acontecimiento artístico.

 

1 / 1  Al principio de nuestra investigación nos hemos convencido de que el hombre es el centro de la visión artística, que la organiza desde el punto de vista de la forma y el contenido; además, se trata de un hombre dado en su existencia valorativa en el mundo. El mundo de la visión artística es un mundo organizado, ordenado y concluido aparte de la intencionalidad y el sentido, alrededor del hombre dado, siendo su entorno valorativo: podemos ver cómo en función del hombre los momentos objetivos y todas las relaciones -espaciales, temporales y semánticas- se vuelven artísticamente significativos. Esta orientación valorativa y la condensación del mundo en torno al hombre crean su realidad estética, que se diferencia de la realidad cognoscitiva y ética (realidad del acto, la realidad moral del acontecimiento unitario y único del ser), pero que no son, por supuesto, indiferentes a la última. Después nos hemos percatado de que existe una profunda y fundamental diferencia valorativa entre el yo y el otro, de carácter de acontecimiento: fuera de esta distinción no es posible ningún acto valorable. El yo y el otro son las principales categorías de valor que por primera vez hacen que se vuelva posible cualquier apreciación real, o, más exactamente, la orientación valorativa de la conciencia no sólo tiene lugar en el acto como tal, sino en toda vivencia e incluso en toda sensación más simple; vivir significa ocupar una posición valorable en cada instante de la vida, significa establecerse valorativamente. Luego hemos hecho una descripción fenomenológica de la conciencia valorativa de mí mismo y de mi conciencia del otro en el acontecimiento del ser (el acontecimiento del ser es un concepto fenomenológico, porque el ser se le presenta a una conciencia viva como un acontecimiento, el ser actúa sólo en el marco del acontecer, sólo dentro de este se orienta y vive) y nos hemos percatado de que únicamente el otro como tal puede ser el centro valorativo de la visión artística y, por consiguiente, el héroe de una obra; sólo el otro puede ser formado y concluido esencialmente, puesto que todos los momentos de la conclusión valorativa -espacial, temporal y semántica- transgreden valorativamente la autoconciencia activa, no forman parte de la actitud valorativa hacia uno mismo: yo, permaneciendo yo mismo para mí, no puedo ser activo en el espacio y el tiempo estéticamente significativo y condensado; yo no llego a ser, ni cobro forma, ni me determino dentro de ese espacio y tiempo; en el mundo de mi autoconciencia valorativa no existe el valor estético de mi cuerpo y mi alma en su unidad orgánica dentro de un hombre íntegro, este tiempo-espacio no se construye dentro de mi campo de visión gracias a mi propia actividad y, por consiguiente, mi horizonte no puede encerrarse, pacificado, y abarcarme como mi entorno valorativo: yo aun no existo en tanto que dación tranquila e igual a sí misma, dentro de mi mundo de valores. La actitud valorativa hacia uno mismo es absolutamente improductiva, y yo para mí soy estéticamente irreal. Yo sólo puedo ser portador de la tarea de la constitución artística y de la conclusión, pero no puedo ser el objeto de esta constitución y conclusión, o sea, su héroe. La visión estética encuentra su expresión en el arte, particularmente, en la creación artística verbal; aquí aparecen un severo aislamiento, cuyas potencialidades ya estaban presentes en la visión, lo cual fue señalado por nosotros, y una tarea formal determinada y delimitada que se realiza mediante un determinado material, en este caso verbal. La tarea artística principal se lleva a cabo sobre la base del material verbal  (que se vuelve artístico por el hecho de ser sometido a esta tarea) en determinadas formas de obra verbal y por medio de determinados procedimientos condicionados no sólo por la tarea artística principal sino por la naturaleza del material dado, que es la palabra; este material debe ser adaptado para los fines artísticos (en este momento llegamos a los dominios de la estética especializada que toma en cuenta las particularidades del material artístico dado). (Así se cumple la transición de la visión estética al arte.) La estética especializada no debe desprenderse, por supuesto, de la actitud artística principal del autor hacia el héroe, que es la que determina la tarea artística en todo lo importante. Hemos visto que yo mismo, en tanto que determinismo, puedo llegar a ser sujeto (pro no héroe) de un solo tipo de enunciado, que es el rendimiento de cuentas confesional, cuya fuerza organizadora es la actitud valorativa hacia uno mismo, y por consiguiente es un género absolutamente extraestético.

 

En todas las formas estéticas, la fuerza organizadora es la categoría valorativa del otro, la actitud hacia el otro enriquecida por el excedente valorativo de visión para una conclusión transgrediente. El autor sólo se aproxima al héroe allí donde no existe la pureza de la autoconciencia valorativa, donde esta está poseída por la conciencia del otro, donde se comprende a través del otro que posea autoridad (a través del amor y del interés de ese otro), y donde el excedente (el conjunto de elementos transgredientes) se reduce al mínimo y no tiene la intensidad de principio. Aquí el acontecimiento artístico se realiza entre dos almas (casi dentro de los límites de una posible conciencia valorativa), y no entre el espíritu y el alma.

 

Todo esto determina una obra artística no como un objeto de conocimiento puramente teórico, carente de la importancia que tiene el acontecer, carente de valor, sino como un acontecimiento artístico vivo, como momento significante del suceso único y unitario del ser.

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