domingo

A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (33) - MARYSE RENAUD

  

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola  


 HISTORIA Y FICCIÓN

 

II. LA EMERGENCIA DE UNA LÓGICA PASIONAL (2)

  

A veces insólitos -como la rara vestimenta roja de la muchacha de Los niños en el bosque, el anillo enterrado por Díaz Grey en la arena o el caminar apático y pesado de Angélica Inés-, otra veces irrisorios -como la colección de fotos de El álbum o las dos polveras cómicamente idénticas de Larsen-, ya desgarradores -como el ajado vestido de novia de Moncha Insurralde o las siniestras excavaciones de los obreros en Tan triste como ella-, ya poéticos -como la prodigiosa blancura de la ola rompiente que espumea en las páginas de Dejemos hablar al viento-, los símbolos, sin ninguna duda, cumplen con una función decisiva en la obra de Juan Carlos Onetti. Uno de los más particularmente sugestivos es el de la llave, a propósito del cual se da a entender en Juntacadáveres que el desciframiento simbólico puede constituirse en una vía privilegiada de acceso al significado. Porque al referirse a la ambigua y un tanto anacrónica aventura del Falansterio, el narrador recuerda prioritariamente, y no sin malicia, el detalle a primera vista insignificante de las puertas de los dormitorios desprovistas de cerraduras o, con más exactitud, provistas de cerraduras y llaves manifiestamente inútiles y sin embargo necesarias para el funcionamiento armonioso de la comunidad. Sólo esta anécdota parece haber sobrevivido as las múltiples versiones seudohistóricas -así como a las dudas, las calumnias y la indiferencia- suministradas por los testigos de tan increíble empresa:

 

Se habló también de que, por variar de oráculo, jugaron a veces sorteando llaves de dormitorios. Esta idea tiene su encanto, su fantasía. Pero yo, como historiador integérrimo y pundonoroso, no he podido aceptarla. Porque es muy poco probable, usted debe saberlo, que los dormitorios de la estanzuela de Marcos Bergner tengan cerraduras y llave. Además, no las necesitaban; salvo, puede admitirse con reservas, que se usaran como símbolos, como una variante poética de la ceremonia (44)

 

Creemos que este pasaje debe ser interpretado como elogio elocuente y divertido de la perennidad del símbolo -aquí estamos, en efecto, frente a un símbolo de segundo grado- y una llamada a revalorizar el desciframiento simbólico demasiado a menudo sacrificado por el engañoso culto al Hecho y su Objetividad. La llave es en verdad inútil, pero el deseo de la llave resulta irreprimible. La Historia, parece decirnos el narrador y fundamentalmente el novelista, sólo sobrevive a través de sus representaciones simbólicas y de un caprichoso y divertido caudal imaginario, donde se manifiestan sin embargo las expectativas y los deseos más secretos y más contradictorios de un hombre. Si la Historia se infiltra, por lo tanto, en la obra de Juan Carlos Onetti, y logra expresarse plenamente, es a todas luces gracias a una gravitación mucho más emocional que racional. No se trata, por supuesto, de emprender aquí un análisis exhaustivo de los símbolos onettianos, sino que importa señalar y apreciar justamente el valor emocional, irracional y casi mágico que comportan estos, arrojando una claridad que se proyecta sobre la totalidad de la obra.

 

Una mera aproximación a la producción de Juan Carlos Onetti demuestra, en efecto, que la fascinación y la repulsión son los dos sentimientos más frecuentemente suscitados por la Historia en los principales personajes. Ya desde los primeros cuentos, ellos aparecen constantemente tironeados por dos posibles conductas opuestas. Y no suelen detenerse a analizar las razones profundas de su comportamiento. Más bien se abandonan, como Lorenzo o Raucho en Los niños en el bosque, hacia uno u otro extremo. Lorenzo, por ejemplo, enfrentado a una sociedad mediocre, reivindica con un tono provocativo y pasional, el derecho a una agresividad capaz de recurrir incluso al asesinato:

 

Al cuerno. Pero no sé qué idiotez querías que te oyera sobre un asesinato. Demasiado conversado, además.

-Calma, niños… Imaginaos que un honrado seglar…

-¿Cómo lo imaginabas, al honrado seglar?

-No me acuerdo; o me parece que con galera y como tu padre cuando venía a buscarte.

-Ah… No, no es vanidad: sos tan sucio y hediondo como tu conventillo. Perdoname, reconozco que no era vanidad.

-Calma, niños. Bueno, sigo. Eso, el lío de la otra tarde entre la vieja y el doctor, es el punto número uno. Ahora viene el segundo. Yo no veo claro la relación con el otro; pero necesité los dos, como si me apoyara en los dos, para saber por qué tengo que matar a alguien (45)

 

Por cierto que la brutal respuesta del adolescente es desproporcionada, ya que la única causa de estos arranques de ira es la mera existencia de esas “bestias que sudan, arrastrando las patas por la calle (…), (ocupando su aire) y (tragándoselo), sin pedir permiso”, de esos brutos ruidosos cuya sola actividad fisiológica constituye, para él, un delito mayor (46). En cuanto al comportamiento de Raucho, más mesurado y optimista, también revela una percepción fundamentalmente emocional de la vida. De ahí que su personalidad no permanezca a salvo, por cierto, de bruscos virajes afectivos que lo transportan rápidamente de la euforia a la desilusión, y después de la desilusión a una confianza irracional pero tenaz en la irreductible belleza del mundo.

 

Notas 

(44) Juntacadáveres, VXI, pp. 143-144.

(45) Los niños en el bosque, en Tiempo de abrazar, p. 119.

(46) Ibíd., p. 119.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+