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ESPACIO Y TIEMPO EN LAS PATOLOGÍAS MENTALES (55) - HÉCTOR GARBARINO

 

 

1ra edición: Editorial Roca Viva / Julio 1996 

1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019

  

VI. AUTISMO

 

DEL GRITO Y EL LLANTO INICIALES AL LENGUAJE HABLADO (*)

(Hipótesis para estos recorridos en Inés) (2)

 

MARÍA AURORA ANDRADE

 

Los comienzos fueron muy difíciles para Inés.

 

Su voz, grito y llanto al nacer, perturbaban mucho a la madre que transitaba el duelo por la muerte de su madre, ocurrido un año atrás. La niña pudo nacer después de largos tratamientos y pérdidas de embarazos, pero en esas circunstancias, la mamá no podía recibir su llanto, “aunque el médico había dicho que era normal”.

 

El padre dice: “Cuando ella nació quedaba demasiada tristeza”. Ahora, Inés “está por cumplir seis años”. Sólo pronuncia fonemas, especialmente vocales y dice “mam” y “miau” alguna vez.

 

El llanto lo calmaba únicamente la presencia de una tía materna que todas las tardes iba a hacerla dormir. Pero el cuadro de indiferencia que la niña presentaba hacia el final de los dos años, motivó consultas neuropediátricas de las que surgieron diagnósticos de ceguera y de sordera orgánicas, que luego se descartaron.

 

Por esa época, la tía se alejó definitivamente a causa de una discusión familiar. Inés no volvió a verla más… “Dejó de llevarse el pan a la boca por su mano”.

 

Ahora, toma mamadera y comidas licuadas que le da la madre y por su cuenta, sólo come golosinas junto a los animales de la casa, a los que a veces imita comiendo del plato o las mete adentro de sus juguetes preferidos.

 

Tiene dificultades con la marcha y no controla los esfínteres.

 

La trataron por una lesión y los padres cortaron otros tratamientos, “porque no se veían resultados”. Todo parece indicar que el dolor por los primeros diagnósticos amplificó en ellos sus propias dificultades para aceptar la severa realidad de su pequeña hija que transcurre la mayor parte del día en una colchoneta, que de noche es también su cama, sin que nunca le preocupe la llegada de la oscuridad.

 

En los primeros encuentros percibo que aunque su interés es fugaz, puede contactarse conmigo en flashes muy breves y es esta posibilidad en ella la que alienta mi decisión de acompañarla, aunque sus códigos me resultan muy difíciles de desentrañar y toda la situación es muy compleja.

 

Inés se mueve desconectada de su cuerpo y como si estuviera más allá del espacio que la rodea, pero a veces se interesa por algunos objetos y suspende sus continuos recorridos. Por momentos parece que sopla o emite otros sonidos sin que mi presencia la moleste, pero se va enseguida a la ventana después que se produce un breve acercamiento.

 

Aunque parece indiferente, cuando llega a la sesión se puede advertir un signo de ansiedad antes de entrar al consultorio, le entrega a la madre las carpetitas de crochet del sillón en el que se sienta por un momento en la sala de espera. Sin embargo, no se muestra temerosa conmigo. (1)

 

Así, la existencia de Inés parece transitar con un psiquismo que se escurre sin poder retener la identificación con lo humano o distinguir lo animado de lo inanimado, por coordenadas de tiempo y de espacio diferentes.

 

Ausente la notificación de cuerpo, sus contenidos se escurren de ella, en continuidad con todo, identificada con objetos de la naturaleza.

 

La hipótesis inicial correlaciona sus dificultades con el cuerpo y con el lenguaje y remite su situación de este par “cuerpo-lenguaje”, instalado precariamente en ella, a su psiquismo caracterizado por la formación del “yo Ser”. (2)

 

Por eso, las tareas terapéuticas más urgentes consisten en ayudarla a crear la noción de cuerpo posibilitándole las funciones de simbolización que facilitarán “el pasaje del cuerpo a la palabra”. (2)

 

(*) Trabajo leído en Jornadas de Ceipsem sobre narcisismo, 1992.

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