sábado

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (34) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (11)

b) (7)


Es precisamente la vivencia simpática (y solamente ella) que posee fuerza para combinar lo interior con lo exterior en un solo plano. Desde adentro de la vida vivenciada no hay aproximación posible al valor estético de lo externo en esta misma vida (el cuerpo), y tan sólo el amor como una aproximación activa al otro hombre combina la vida interior vivenciada externamente (el propósito vital del mismo sujeto) con el valor del cuerpo vivido desde el exterior, para fundirlos en un solo hombre como fenómeno estético; es la que combina la orientación con el sentido, el horizonte con el entorno. El hombre integral es producto de un punto de vista estético y creativo, y solamente de él; el conocimiento es indiferente con respecto al valor y no nos ofrece un hombre concreto y único; el sujeto ético por principio no es unitario (un deber propiamente ético se vive en la categoría del yo); el hombre integral es producto de un punto de vista estético y creativo, y ubicado al exterior (abstraemos aquí las vivencias religiosas del hombre). Desde un principio, una vivencia simpática aporta a la vida vivenciada los valores que la transgreden, desde un principio la traslada a un nuevo contexto de valores y significados, desde un principio puede aportarle un ritmo temporal y ubicarla espacialmente (bilden, gestalten). Una vivencia participada pura carece de todo punto de vista, aparte de aquellos que sean posibles desde el interior de la vida participada empáticamente, y entre estos puntos de vista no existe los estéticamente productivos. La forma estética, como expresión adecuada de esta vivencia, no se crea ni se justifica desde el interior de esta, tendiendo al límite de la autoexpresión pura (expresión de la actitud inmanente de una conciencia solitaria hacia sí misma), sino que se constituye por la simpatía y el amor que van a su encuentro y que son estéticamente productivos. La forma estética, como expresión adecuada de esta vivencia, no se crea ni se justifica desde el interior de esta, tendiendo al límite de la autoexpresión pura (expresión de la actitud inmanente de una conciencia solitaria hacia sí misma), sino que se constituye por la simpatía  y el amor que van a su encuentro y que son estéticamente productivos; en este sentido, la forma expresa la vida que la está creando, y lo activo en esta forma no es la vida expresada sino el otro que se encuentra fuera de ella: el autor, y la vida misma, es pasivo en relación con su propia expresión estética. Pero en un enfoque semejante la palabra “expresión” resulta inadecuada y debe ser abandonada como algo que corresponde más a la comprensión puramente expresiva (sobre todo el alemán Ausdruck); el término de la estética impresiva expresa el acontecimiento estético real mucho mejor; el concepto de “representación” puede ser válido tanto para las artes espaciales como para las temporales; esta palabra transfiere el centro de gravedad del héroe al sujeto estéticamente activo que es el autor.

La forma expresa el carácter activo del autor con respecto al héroe, que es el otro hombre; en este sentido se puede decir que la forma es resultado de la interacción entre el héroe y el autor. Pero en esta interacción el héroe es pasivo; no es el que expresa, sino lo expresado; sin embargo, como tal, siempre determina la forma, porque esta le debe corresponder, debe concluir desde el exterior precisamente su propósito interno vital; de este modo la forma le ha de ser adecuada pero no como su autoexpresión posible. Mas esta pasividad del héroe con respecto a la forma no se ofrece desde un principio sino que es programada y se realiza activamente, se conquista en el interior de la obra de arte, se conquista tanto por el autor como por el espectador, los que no siempre salen victoriosos. Esto se logra tan sólo mediante una extraposición intensa y amante del autor-contemplador respecto al héroe. El propósito vital interno del héroe desde su mismo interior posee una necesariedad inmanente, una ley propia que a veces nos obliga a formar parte de su círculo, de su proceso de su formación absolutamente vital que no tiene solución estética hasta tal grado que logramos perder una posición firme fuera de este círculo y llegamos a expresar al héroe desde su mismo interior y junto con él; allí donde el autor se funde con el héroe tenemos, en efecto, la forma como una expresión pura en tanto que resultado del carácter activo del héroe, fuera del cual no hemos logrado ubicarnos; pero el carácter activo del mismo héroe no puede ser activo estéticamente: en él pueden aparecer la necesidad, el arrepentimiento, la súplica y, finalmente, una pretensión dirigida a un posible autor, pero no pude ser originada una forma estéticamente concluida.

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