miércoles

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (67)


La pulpería (22)

Iba a decir “como siete hermanos” cuando paró, alarmado. Tiró lejos el pucho. Es que se le aparecieron en la imaginación unos lindos panoramas de nuestra frontera con el Brasil; ciertos contrabandistas y, entre ellos, él, él mismísimo cuando era joven; y pulperías en donde, contento y lleno de oro, entraba bullicioso el díscolo conjunto; y también le aparecieron los jueces que había mencionado recién: y el gran volumen del Código, caído debajo de un pupitre… Y le vino tan terrible ira con sus subordinados, que lo hizo trepidar; pero que, por suerte, halló desviador cauce en seguida, para su desahogo, al advertir, precisamente, la ausencia de uno de ellos.

-¿Y dónde, caray, se ha metido el de la Comisión? ¡Ah, al fin aparecés! ¡Qué bonito!

Al “cuadrarse” y mirarlo, el Cuzco Overo disminuyó la estatura. Tomole el Comisario entre el pulgar y el índice la fresca hoja de abrojo… con los otros dedos sacó tabaco de la chuspa… luego puso arriba de esta la hoja bien abiertita… le depositó arriba el tabaco recién retirado… y arrolló bien el todo y se lo guardó en el bolsillo.

Mientras hacía, aquella conmoción furiosa quedó en tormenta de verano.

-Yo les decía a ustedes que aquí vamos a hacer mediodía. Y les decía también, me parece, que a la mano de la cocinera de la casa hay que sacarle el sombrero…

Se llevó la diestra el firme quepis como si este se le hubiera querido venir al suelo. Y vaciló un poco al decir:

-¡Qué humitas! ¡Qué matambres rellenos o, si no, al horno!...

Vaciló porque la toma de conciencia de estar, ¡ahora él!, de quepis, le atrajo otra vez visiones de su juventud en la frontera. Se vio junto con tres compañeros de cuadrilla, haciendo invadir, no más, el Brasil, y bien conscientes de la barbaridad en que incurrían, a lo menos siete milicos nuestros en fuga.

-¡Qué car… bonadas! -siguió, haciendo esfuerzos para recuperarse. Y después, con pleno dominio de sí, pero son persistente dejo afectuoso, lo que nunca-: ¡Y esos pasteles, esos pasteles de picadillo! -exclamó, ya completamente eufórico-. De otro postre más, muchachos, duraznos en almíbar, que son un bálsamo para la digestión. ¡Ah, les prevengo que no se me enllenen con las butifarras! Para comerlas solas, son un Perú; pero cuando hay otra cosa, ¡ojo! Porque enllenan y, después, ya hay que seguir comiendo a la fuerza…

Armó otro cigarro perdido el hilo del discurso. Su habitual rabia a los milicos tornábase otra vez, oscura pero irresistible ahora. Y se entregó a un muy duro malhumor al hacer saltar chispas al yesquero.

-¡Bueno, vamos al grano! Usté Soldado Comadreja, se queda al cargo de la caballada, carabina en mano. Cualquier cosa no le gusta y, lo primero, oigamé bien, desmanea y, en seguida, desengatilla.

Atrás de los envases de mercadería, mientras recibía los ecos de la mención de tantos manjares, al ex-Recluta Carpincho se le estremecía el estómago, y una salivita fría humedecía la gramilla que tenía pegada a la boca. Pero al enterarse de que un Soldado quedaría de guardia en la enramada,

-¡Pah! -exclamó como si no hubiera probado bocado en un mes. Y sin alzarla desplazó la cabeza hacia el oído del matrero Montés.

Al cabo de un momento, le situó su oreja para, a su vez, escuchar, completamente confortado:

-A esta contrariedá del Soldado le daremos su solución.

Retiró la oreja el Carpincho y puso la boca.

-¡No me lo diga!

Y la sacó y ya estuvo en el mismo sitio y en la misma altura otra vez su oreja.

-Cuando los otros entren a la pulpería, yo atropello, lo calzo a ese, y usté, oigamé bien, agarra el sobeo y me lo amarra. ¿Lo ve allí al sobeo?

-Lo veo, sí señor. ¡Como adrede ha quedado al lao del candidato, parece mentira!

Y el ir y venir de la oreja y de la boca fue interrumpido desde la distancia por el Comisario:

-¡Bueno! ¡Atención!... Vamos a hacer la entrada con tática. Total, nunca está de más… ¡Caray, están en la luna! ¡Lindo sería que atrás de esos envases…. Es un decir….

Al ex-Recluta le vino un frío a la sangre.

-…o de la misma pulpería se les apareciera el que te dije y les meniara bala! ¡Pucha, digo! ¡Tener que estar siempre lidiando con ustedes!

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