martes

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (35)


Arte y técnica escénica

EL TEATRO TOSCO (5)

Resulta imposible seguir adelante sin detenerse a considerar las implicaciones del hombre de teatro más influyente, más radical y de mayor personalidad de nuestro tiempo: Brecht. Nadie interesado seriamente por el teatro puede pasar por alto este nombre. Brecht es la figura clave de esta época, y todo el quehacer teatral de hoy arranca en algún punto de los enunciados y logros del dramaturgo alemán o vuelve a ellos. Recordemos, por ejemplo, la palabra que introdujo en nuestro vocabulario: alienación. Como acuñador de este término, Brecht ha de considerarse desde un punto de vista histórico. Comenzó a trabajar en un tiempo en que la escena alemana estaba dominada por el naturalismo o por las embestidas del teatro total, al modo de la ópera, cuya finalidad era apresar al espectador en sus propias emociones y hacer que se olvidara por completo de sí mismo. Cualquiera que fuese el tipo de vida que se presentaba en el escenario, quedaba neutralizada por la pasividad que exigía al público.

Para Brecht, un teatro necesario no podía perder de vista ni siquiera por un instante la sociedad a la que servía. No había una cuarta pared entre actores y público: el único objetivo del actor consistía en crear la respuesta precisa en un público por el que sentía respeto total. Y debido a ese respeto, Brecht introdujo la idea de la alienación, ya que esta es una invitación a hacer un alto: la alienación corta, interrumpe, levanta y expone algo a la luz, nos obliga a mirar de nuevo. Por encima de todo, la alienación es una llamada al espectador para que trabaje por sí mismo, para que se haga cada vez más responsable de lo que ve, sólo si le convence en su calidad de adulto. Brecht rechaza la noción romántica de que en el teatro volvemos a ser todos niños. El efecto de la alienación y el del happening son similares y opuestos: la sacudida que produce este tiene como fin derribar las barreras levantadas por nuestra razón, mientras que el objetivo de aquella es transferir a la obra teatral lo mejor de nuestra razón. La alienación trabaja de muchas maneras y con numerosos registros. Una acción escénica normal nos parecerá real si es convincente, para para tomarla transitoriamente como verdad objetiva. Por ejemplo, entra en escena llorando una muchacha que ha sido violada; si su interpretación nos conmueve de manera suficiente, automáticamente aceptamos la implícita conclusión de que es una víctima, una desventurada. Supongamos ahora que la sigue un payaso, quien imita burlonamente su llanto, y supongamos que el talento de este actor consigue hacernos reír: su burla, entonces, destruye nuestra primera reacción. ¿Dónde van, pues, nuestras simpatías? La verdad del personaje interpretado por la muchacha, la validez de su posición, quedan en tela de juicio por la befa del payaso y, al mismo tiempo, se pone al descubierto nuestro fácil sentimentalismo. Esta serie de hechos, llevada más lejos, es capaz de enfrentarnos repentinamente con nuestros mudables conceptos de lo recto y lo erróneo. Todo esto deriva de un estricto sentido de finalidad. Brecht creía que, al hacer que el público aceptara la suma de elementos de una situación, el teatro cumplía el fin de llevar a los espectadores a un más justo entendimiento de la sociedad en que vivían y, como consecuencia, el aprendizaje de los medios adecuados para hacerla cambiar.

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