martes

EL AMOR ES UN VIAJE (10) - Hugo Giovanetti Viola


1º edición: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019

33

El domingo me levanté muy temprano y anoté en el cuaderno verde:

Dios en mí. / Por todos. / Regulador. / Estrábico. / Aminorable. / Dios.

Y mientras bajaba al comedor haciendo la infaltable cábala de empezar cada tramo de la escalera pisando con el pie izquierdo para poder terminarlo con el pie derecho, canté el último hit de Enrique Guzmán que todavía me alborota el mariposerío ventral como si fuera un himno dedicado a la Sulamita bíblica:

-Yo no quiero ser de los que dicen te recuerdo pero soy / lo soy. / Yo no quiero ser de los que lloran por tu ausencia pero soy / lo soy. / Y no me da vergüenza que tú sepas que te quiero porque es / amor tan grande / que dondequiera que tú vayas mi amor te seguirá a ti. // Tú estarás con él y me verás reír a mí yo sé que sí / lo sé. / Oirás palabras que yo siempre te decía a ti yo sé que sí / lo sé. / Y si algún día quieres regresar no tardes vida mía / déjame enseñarte / que si alguien te ha querido y por siempre te ha de amar ese soy yo / lo soy / lo soy / lo soy.

El comedor estaba vacío y me morfé dos platazos de jamón con ananá tranquilo hasta que aparecieron Mambita y la madre, y ella se separó enseguida de la bruja para venir a acompañar a su ángel guardián cornudo.

-Te curaste -pregunté.

Y de golpe se le llenó la mirada de noctilucas y le pedí que no se asustara de lo que iba a escuchar y recé casi en secreto la declaración de amor del Toboso.

-¿Tan fea me ves? -se le puso muy húmeda la ronquera a mi Dama.

-Quiero que seamos novios, Mambi. ¿Vos querés?

Y ahora me acuerdo de Isaak Babel, que en Caballería roja cuenta la historia de un tovarich que no acepta desahuciar a una yegua: Languideciente, el caballo fija en Diakov su ojo profundo y hundido y lame de su palma roja alguna orden invisible. Al momento, el animal exánime siente la confiada fuerza que emana de aquel Romeo radiante y joven, pese a sus canas. Moviendo la cabeza y resbalando con sus patas temblorosas, sintiendo el toque imperativo e impaciente de la fusta en el vientre, logra levantarse, por fin, con cautela. Y entonces todos vemos la delgada mano de Diakov acariciar la sucia crin del bicho y la fusta pegarse con un gemido al flanco sanguinoliento. Temblando con todo el cuerpo, la yegua consigue mantenerse en cuatro patas sin apartar de Diakov sus ojos temerosos y enamorados, como si fuera un perro. -Como ves, es un caballo -dice Diakov, y agrega suavemente: -Y tú, mi viejo, lo estabas maldiciendo.

-¿Novios? -se le crispó la turgencia bermellón a Loreley.

Y en aquel momento Mimosa le hizo una seña perentoria para que se le acercara y la dueña de Mambita murmuró muy cohibida:

-¿Te acordás que esta noche vamos a comer ravioles al restaurant italiano del morro que nos recomendó el padre de Werther?

-No. Nadie me dijo nada.

-Bueno, dame tiempo hasta esta noche para contestarte -se fue balanceándose mucho mi Dama, aunque no me excitó.

34

Interrumpo el hilo principal de esta historia porque anoche apareció mi hermano en el chalé familiar de Atlántida donde estoy viviendo desde que me jubilé por mi catastrófica inestabilidad cardíaca y hablamos de Mambita.

-Acabo de terminar el capítulo 33 de una novela donde me decidí a contar el viaje a Porto Alegre -le serví un jaibol sin hielo. -Y quedé muy eufórico.

-Pa. Por fin te decidiste a meterle el diente a eso -puso el electrocardiógrafo sobre la mesada del parrillero José, que siempre me visita vestido con el uniforme blanco de guardia como si fuera un ángel. -Y supongo que ahora te van a acusar más que nunca de hacer novelas teológicas, igual que al hijo de Salomón Salinger.

-Mejor. Ya sabés que a mí esa acusación me chupa un huevo, igual que al ilustrisimo San Jerry de los Glass.

-La divina Mambita. ¿Sabés algo de ella?

-Hace poco me dijeron que se casó con un militante sindical que está desaparecido y tiene un hijo médico. ¿Vos te acordás de aquella canción de Brenda Lee que se llamaba I’m sorry?

-Claro -se levantó para contemplar una enorme magnolia recién abierta José.

-¿Pero alguna vez le prestaste atención a la letra?

-Más o menos.

-Es una muchacha que le está pidiendo perdón a alguien por haberlo abandonado -me preparé el segundo y último whisky que me permitía tomar mi hermano cada noche. -Y le dice que ella estaba ciega y no pudo darse cuenta de que el amor podía ser tan cruel.

-¿Pero lo quería o no lo quería?

-Claro. Aunque evidentemente era un amor imposible. Que casi siempre es el mejor amor. ¿Por qué no cortás esa Magnolia de la Más Dimensión para llevársela a Brenda?

-Me da pena cortarla. Y no entiendo muy bien eso del mejor amor.

-Bueno, yo pienso que la única salvación verdadera es la que nos cae del cielo. Hace años que me sé de memoria aquel párrafo supremo de Guimarâes Rosa que nos leyó Pochocho: Hecho, hecho, la vida se decía, en sí, imposible. Así, ya me había parecido. Entonces, ingente, universalmente, era preciso, sin cesar, un milagro: que es lo que siempre hay, en el fondo, de veras. Loreley no tendría que haberme pedido perdón en la plaza Fabini. Porque la que permitió que llegara el milagro fue ella y no yo.

-¿Te parece?

-Es que por eso necesité escribir esta novela. Para demostrar que la Comedia existe porque cuando Beatrice tenía dieciocho años le abrió el cielo de golpe a Dante nada más que saludándolo. Era un amor prohibido. Los dos tenían una pareja ya elegida por la familia.

Entonces José fue hasta la cocina a buscar un cuchillo y un florerito para desgajar la gigantesca inmaculación y murmuró:

-Mi mujer anda como el culo. Cada vez peor.

-La flor la va a ayudar.

-Tomate un tercer jaibol -se persignó mi hermano.

35

El restaurant italiano quedaba en la zona del Morro da Glória, y fuimos antes que oscureciera porque Pablo nos advirtió que andar muy tarde por esa zona podía ser peligroso.

-Pero mirá quién habla de peligroso -empinó unas paletas burlonas el Gato, y yo cambié de tema porque nada más que el recuerdo de la aventura de Mambita con el hotelero me provocaba náuseas ipsofactamente.

Ya era voz corrida en el grupo de que Loreley iba a contestarme aquella noche, y hasta Mimosa me miraba con más asco que nunca porque el diablo siempre es el primero en adivinar el triunfo del Espíritu. Pero yo tenía tanto miedo o tan poca fe que antes de salir del Vitoria nos tomamos dos gigantescas caipiroskas con Lenin Josef Roux y cuando nos subimos a la bañadera que alquilamos para ir hasta el morro ya estaba bastante borracho. En el restaurant armamos un conciliábulo aparte con Muriel y Rosana, en una mesa desde donde pudimos contemplar un crepúsculo granate coronando el lucerío de Porto Alegre y su gran puente espejado sobre la Lagoa dos Patos.

-Dios -murmuró mi Dama, con los ojazos abrasados por el amor vivo.

Y después del postre las muchachas fueron al baño y yo me reventé compulsivamente un grano y Loreley estropeó su pañuelito secándome la sangre igual que mi mamá.

-Sos terrible, Cleanto. No se puede contigo -bajó el rostro turgente hacia sus pechos y a mí casi se me zafa un testículo del suspensor. -Mi respuesta es que quiero. Pero lo único que te pido es que nadie sepa que somos novios. La mayoría ya está pensando que nos arreglamos, pero esto es diferente.

-En qué sentido.

Y algo me encandiló como si se hubiera abierto una ventana en el universo para que Ella pudiera explicarle a su Hijo:

-Lo que te pido es que no andemos a los besos ni nada de esas cosas.


-¿Y cuando saliste con Pablo le pediste lo mismo?

Entonces su dueña me volvió a encandilar con la mansedumbre intacta y pasarían años antes de que yo encontrara relatada por Isaak Babel la inefabilísima boda que estábamos viviendo: Que el caballo se haya caído no significa nada. Si un caballo se cae y vuelve a levantarse, sigue siendo un caballo. Si, por el contrario, no se levanta, entonces no se trata de un caballo. Pero a esta hermosa yegua la voy a levantar yo en un momento. -Oh, Señor! ¡Madre mía de la misericordia! -exclamó el mujik levantando los brazos al cielo. ¿Cómo va a poder levantarse este pobre animal? Si se está muriendo, la infeliz. -Estás ofendiendo al caballo, compadre -responde Diakov con un tono de profunda convicción. -Estás blasfemando, pura y simplemente.

-Perdoname -sonreí sintiendo que me importaba un carajo que la ortodoncia pudiera estar manchada por el tuco de los ravioli. -Soy un celoso histérico.

Y al salir del restaurant para subir a la bañadera estuvimos a punto de cruzar mal un semáforo y en lugar de rozarle la cintura le clavé el brazo sobre los hombros como a una esposa y ella no protestó.

36

Vuelvo a interrumpir el hilo principal de esta historia porque anoche José me visitó otra vez, aunque sin el uniforme de ángel. Le conté que acababa de terminar un capítulo más.

-Pa. ¿Otro? -se dio cuenta enseguida de que el Johnny Walker estaba casi vacío.

-Es que después del tercer jaibol el inconsciente me mandó tantos fuegos no-artificiales que el 35 se escribió solo. Y creo que quedó bien de verdad.

-Bueno, pero dale suave al elixir del diablo.

-Okey -le hice la venia.

-Mirá que tenés que irte mentalizando para el cateterismo.

-¿Podemos cambiar de tema? ¿Cómo está Brenda?

-¿Podemos cambiar de tema? -se preparó un jaibol con más tristeza que avidez José. -Mirá que hoy me largué hasta Atlántida nada más que para contarte que esta mañana conocí al hijo de Mambita en el sanatorio. Es cirujano, y lo llaman el clon de Brad Pitt. Hablamos muy poco rato, pero me preguntó si era pariente tuyo.

-No se puede creer. ¿Justo cuando estoy por terminar la novela?

-El fanático de las sincronías sos vos. Lástima que el facherito me cayó como el culo, y después supe por un colega que es un terrible padrillo y chupa a lo bobo. Pero me dio la impresión de que te conoce muy bien. Loreley le debe haber hablado mucho de vos. Y además no pienso que tu Dama sea ninguna yegua, aunque parece que terminó completamente alcohólica. Dicen que antes de que los milicos se llevaran al marido se enteró que el hombre nuevo bolche mantenía a una mina y a un hijo paralelos.

-Pobrecita -se me desbocó la arritmia. -Menos mal que la pude adorar como Dios manda.

-¿Te acordás cuando pregunté en el campamento qué diferencia había entre el amor divino y el amor humano?

-Sí. Y papá y Pochocho te contestaron que no había ninguna.

-Porque Brenda estos días sigue emperrada con que ya no nos queremos y yo pienso que el problema es que ella renunció a creer en la cosa.

Ahora se había agarrado la cara y me paré para prensarle los rulos rubios igual que si tuviera diez años:

-¿Y vos te olvidaste que mi ex-esposa me quiso cobrar derechos de autor porque los finlandeses me tradujeron un libro dedicado a sus tetas?

-Carajo. Me parece estar viéndole el resplandor de víbora.

-¿Y te olvidaste de que el alcoholismo compulsivo se me destapó cuando empecé a sentirme peor que un chiquilín chiquito viendo a su madre ahorcada?

Entonces José largó una especie de llanto-ladrido idéntico a los que se le escapaban de vez en cuando a mi padre:

-Menos mal que a Mambita no se la comió el diablo, por lo menos. Por algo se acuerda tanto de vos.

-Y a papá y a nosotros tampoco se nos apagó el corazón, loco.

-¿No le puedo llevar otra magnolia a Brenda a ver si el diablo la deja en paz de una vez?

-Bueno. Capaz que todavía no es tarde -mentí piadosamente.

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