martes

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (26)


EL TEATRO SAGRADO (8)

El happening es un invento formidable que destruye de un golpe muchas formas muertas, por ejemplo lo que de lóbrego tienen las salas teatrales, los adornos sin encanto del telón, las acomodadoras, el guardarropa, el programa, el bar. El happening puede darse en cualquier sitio, sin importar la duración que tenga: nada se requiere, nada es tabú. El happening puede ser espontáneo, ceremonioso, anárquico, puede generar intoxicadora energía. El happening lleva consigo el grito de “¡Despierta!”. Van Gogh ha hecho ver la Provenza con nuevos ojos a generaciones de viajeros, y la teoría de los happenings es que se puede llegar a sacudir al espectador de tal manera que vea con nuevos ojos, que despierte a la vida que le rodea. Esto parece sensato, y en los happenings la influencia del zen y del pop art se unen para crear una combinación norteamericana del siglo XX perfectamente lógica. Pero hay que ver la tristeza que produce un mal happening para creerlo. Dad a un niño una caja de pinturas; si mezcla todos los colores el resultado será siempre el mismo gris-parduzco barroso. El happening es siempre el producto infantil de alguien e inevitablemente refleja el nivel de su inventor: si es el trabajo de un grupo, refleja los recursos internos de dicho grupo. Con frecuencia esta forma libre queda por completo encerrada en los mismos símbolos obsesivos: harina, pasteles de nata, rollos de papel, la acción de vestirse, desnudarse, endomingarse, volverse a desnudar, cambiarse de ropa, hacer aguas, tirar agua, soplar agua, abrazarse, rodar, retorcerse. Se tiene la impresión de que si el happening pasara a ser una forma de vida, por contraste la más monótona existencia parecería un fantástico happening. Resulta muy fácil que un heppening no sea más que una serie de suaves conmociones seguidas de relajaciones que se combinan progresivamente para neutralizar las posteriores conmociones antes de que lleguen. O también que el frenesí de quien provoca la conmoción intimide al conmocionado hasta convertirlo en otra forma de público mortal: el paciente comienza con buen ánimo y cae en la apatía tras el asalto.

La verdad es sencillamente que los happenings han dado cuerpo no a las formas más fáciles, sino a las más exigentes. Al igual que las conmociones y sorpresas hacen mella en los reflejos del espectador, de modo que repentinamente queda más abierto, más alerta, más despierto, la posibilidad y la responsabilidad aumentan tanto en el espectador como en el intérprete. El instante ha de aprovecharse, pero cabe preguntarse cómo y para qué. Aquí volvemos a la cuestión primordial, es decir, qué es lo que estamos buscando. El happening es una nueva escoba de gran eficacia: indudablemente arrastra la basura, pero al tiempo que despeja el camino vuelve a oírse el viejo diálogo, el debate entre la forma y la carencia de la forma, entre libertas y disciplina; dialéctica que se remonta a Pitágoras, que fue el primero en oponer los términos de Límite e ilimitado. Es muy útil usar migajas de zen para afirmar para afirmar el principio de que la existencia es la existencia, que cada manifestación contiene en sí todo, y que una bofetada, un pellizco, en la nariz o un pastel de crema representan por igual a Buda. Todas las religiones afirman que lo invisible es siempre visible. Aquí radica la dificultad. La enseñanza religiosa, incluido el zen, afirma que este visible-invisible no puede observarse automáticamente, sino que sólo se puede ver dadas ciertas condiciones, que cabe relacionar con ciertos estados de ánimo o cierta comprensión. En cualquier caso, comprender la visibilidad de lo invisible es tarea de una vida. El arte sagrado es una ayuda a esto, y así llegamos a una definición del teatro sagrado. Un teatro sagrado no sólo muestra lo invisible, sino que también ofrece las condiciones que hacen posible su percepción. El happening pudiera relacionarse con todo esto, pero la actual falta de adecuación del happening reside en que se niega a examinar en profundidad el problema de la percepción. Cree ingenuamente que el grito “¡Despierta!” es suficiente, que el simple “¡Vive!” trae la vida.  Está claro que se necesita algo más. Pero ¿qué más?

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