lunes

J. D. SALINGER - LEVANTAD, CARPINTEROS, LA VIGA DEL TEJADO (16)


Lo que sigue es una reproducción exacta de las páginas del diario de Seymour que leí mientras estaba sentado en el borde de la bañera. Me parece absolutamente correcto suprimir todas las fechas. Baste decir, pienso, que las notas fueron escritas mientras estaba destinado en Forth Monmouth, a fines de 1941 y comienzos de 1942, unos meses antes de que se fijara la fecha de la boda.

Hacía un frío de helarse esta tarde en la retreta, y unos seis hombres de nuestro pelotón se desmayaron durante la interminable interpretación del himno nacional. Supongo que si uno tiene la circulación sanguínea normal, no puede adoptar la posición antinatural de firmes. Sobre todo si presenta armas con un rifle cargado. Yo no tengo circulación, ni pulso. La inmovilidad es mi morada. El tempo del himno nacional y el mío se armonizan perfectamente. Para mí, su ritmo es el de un vals romántico.

Conseguimos permiso hasta medianoche, después del desfile. Me encontré con Muriel en el Biltmore a las siete. Dos copas, dos sándwiches de atún, después una película que ella quería ver, una con Greer Garson. La miré varias veces en la oscuridad cuando el avión del hijo de Greer Garson cae durante el combate. Tenía la boca abierta. Absorta, preocupada. Identificación completa con la tragedia Metro-Goldwyn-Mayer. Sentí reverencia y felicidad. Cómo amo y necesito su corazón que no discrimina. Cuando los niños en la película llevan al gatito para enseñárselo a la madre, me miró. M. ama los gatitos y quiere que yo los ame. Aun en la oscuridad, percibí que ella se sentía extraña hacia mí, como le ocurre cuando yo no amo automáticamente lo que ella ama. Después, mientras tomábamos un trago en la estación, me preguntó si no creía que aquel gatito era “bastante bonito”. Ya no usa la palabra “amoroso”. ¿Cuánto le hice abandonar su vocabulario normal? Como soy un pesado, le mencioné la definición que da R. H. Blyth del sentimentalismo: somos sentimentales cuando le acordamos a una cosa más ternura de la que Dios le otorga. Dije (¿sentenciosamente?) que sin duda Dios ama los gatitos, pero probablemente no calzados con botines en tecnicolor. Les deja este toque creador a los autores de guiones cinematográficos. M. lo pensó, pareció estar de acuerdo conmigo, pero el “conocimiento” no fue muy bien recibido. Estuvo agitando la bebida y sintiéndose distante de mí. Le preocupa la manera en que su amor por mí viene y se va, aparece y desaparece. Duda de su realidad sólo porque no es constantemente agradable como un gatito. Dios sabe que es triste. La voz humana hace lo que puede por profanarlo todo en la tierra.

Esta noche cena en la casa de los Fedder. Muy bien. Ternera, puré de patatas, judías, una hermosa ensalada con aceite y vinagre. De postre había algo hecho por Muriel misma: una cosa con queso cremoso helado y fresas adentro. Me hizo asomar lágrimas a los ojos. (Saigyo dice: “Qué es lo no sé / pero de gratitud / me caen lágrimas”.) Había una botella de ketchup en una mesa cerca de mí. Al parecer Muriel dijo a la señora Fedder que yo le ponía ketchup a todo. Daría cualquier cosa por haber visto a M. diciéndole precavidamente a su madre que yo le ponía ketchup incluso a las judías. Querida mía.

Después de comer la señora Fedder sugirió que escucháramos el programa. Su entusiasmo, su nostalgia por el programa, especialmente por los viejos tiempos en que aparecíamos Buddy y yo, me pone incómodo. Esta noche se transmitía desde una base aérea, nada menos, cerca de San Diego. Demasiadas preguntas y respuestas pedantes. Franny sonaba como si tuviera catarro. Zooey estaba en gran forma, soñador. El locutor le sacó el tema de los planes de viviendas, y la pequeña Burke dijo que detestaba las casas que parecen todas iguales, refiriéndose a la larga serie de construcciones idénticas de las “viviendas sociales”. Zooey dijo que eran “bonitas”. Dijo que sería muy bonito ir a casa y equivocarse. Comer con gente equivocada, dormir en cama equivocada y despedirse de todo el mundo por la mañana con un beso pensando que es la familia de uno. Dijo que le gustaría incluso que todo el mundo fuera idéntico. Dijo que así uno pensaría que todas las personas con que uno se encuentra son la esposa, el padre o la madre de uno, y la gente se pasaría el tiempo arrojándose los unos en brazos de los otros dondequiera que fuesen y que sería “muy bonito”.

Me sentí intolerablemente feliz toda la noche. La familiaridad entre Muriel y su madre me sorprendió por lo hermosa cuando estábamos todos sentados en la sala. Conocen cada una de las debilidades de la otra, sobre todo en la conversación, y las pescan con la mirada. Los ojos de la señora Fedder vigilan en la conversación el gusto “literario” de Muriel y los ojos de Muriel vigilan la tendencia de su madre a ser ampulosa, verborrágica. Cuando discuten, no hay peligro de una pelea permanente, porque son madre e hija. Un fenómeno terrible y hermoso de ver. Pero a veces, cuando estoy allí encantado desearía que el señor Fedder interviniera más en la conversación. A veces siento que lo necesito. A veces, al irme, tengo la impresión especial de que tanto M. como su madre me han llenado los bolsillos de botellitas y tubos de lápiz labial, colorete, redes para el pelo, desodorantes y cosas así. Les estoy abrumadoramente agradecido, pero no sé qué hacer con sus regalos invisibles.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+