LAS CARTAS DE MOZART COMO ESPEJO DE SU POSICIÓN FRENTE AL MUNDO (2)
EL JUSTO MEDIO
(11)
Nunca como en esta carta
se nota tan claramente que la mesura clásica es su principio fundamental:
Los conciertos es lo
intermedio entre lo demasiado difícil y lo demasiado fácil -son muy brillantes-,
y agradables al oído. Naturalmente que sin caer en el vacío, a veces ocurre que
solamente los entendidos encuentran satisfacción, pero, de tal modo, que los no
entendidos deben estar conformes sin saber por qué.
En el mismo sentido
prosigue:
...al mismo tiempo estoy
trabajando en algo muy difícil, una canción de bardos de Denis sobre Gibraltar:
…la oda es sublime, hermosa, todo lo que usted quiera, pero demasiado exagerada
e hinchada para mis oídos finos. -Pero qué quiere usted- lo intermedio, lo
verdadero en todas las cosas, ya no se aprecia en estos tiempos. Para tener
éxito hay que escribir cosas que sean tan fáciles de entender que hasta un cochero
pueda tararearlo o tan difíciles que, justamente porque ninguna persona sensata
puede entenderlo, gusta precisamente por eso… tendría ganas de escribir un
libro, una pequeña crítica musical… (1) (2)
Mozart no escribió la
obrita teórica. Pero podemos imaginarnos que habría resumido en ella, para educación
de los amanerados, la quintaesencia de los principios estéticos clásicos.
*
* *
Nuestro análisis de las
cartas de Mozart no expone el desarrollo cronológico del niño hasta el artista
maduro. Difícilmente podría hacerse esto respecto de las cartas, que ofrecen
más escollos que su música, aunque, naturalmente, se distinguen en ellas
diversos períodos. Los brochazos impresionistas y las cabriolas jocosas de los
viajes en su juventud dejan paso a la “ilustración” polémica de su estadía en
París; después, libre de sus ataduras, escribe desde Viena tranquilas y serias
crónicas, y, en los últimos años, brota una íntima dulzura de sus cartas a
Constanza.
Pero, en el fondo. No se
diferencia fundamentalmente el estilo de sus cartas en las distintas épocas de su
vida. Nos habíamos propuesto precisamente mostrar la “constante personal” de
Mozart, lo perdurable que siempre reaparece en sus cartas. En las más diversas
formas jocosas, juegos de palabras, ironías, etc., se manifiesta sencillamente
el ritmo mozartiano: Becking dice de Mozart: “La manera de actuar de Mozart en
cualquier parte y en todo momento de su vida demuestra su actitud clásica,
superior y sobreentendida.” (3)
Esta superioridad
reafirma la primacía de la mente, que suele equilibrarse con el mundo de los
sentimientos, pero que muy pocas veces cae en el empuje de lo sensual.
Hasta en sus últimas cartas
subsiste la espiritualidad, en moldes formales aunque ágiles, mezclada de
alegría y seriedad, de broma y de ternura, aun que sombreada de melancolía, lo
que también se advierte en la música mozartiana de las últimas sinfonías
vienesas, en el equilibrio entre las frases en adagio y en allegro.
Así se unen las dotes del
entendimiento con la fuerza de los sentidos para formar el sano realismo de un
genio ingenuo, que vivió para la música y por ella y para quien los
acontecimientos vividos y las realidades llevan la razón de ser en sí mismas.
Su relación con el mundo y con su propia capacidad creadora está libre de
ambiciones trascendentes, es sencilla, irreflexiva, y arrebatadoramente vivaz.
Cada una de las exteriorizaciones y quehaceres de este creador son un
desplegarse y completarse de su propia personalidad.
Notas
(1) A su padre, Viena,
28-XII-1787, II, 189.
(2) Los dos conciertos
para piano y orquesta (KV 413/415), II, 189.
(3) Becking, pág. 167.
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